MUJERES   PALESTINAS

 

 ¡Oh, Noble Tierra

¡oh, profunda herida

y único amor

 

            “A este grito de la gran poetisa palestina Fadwa Tuqan, responde el testimonio de un grupo de mujeres palestinas que, desde su sufrimiento y su dolor, se enfrentan a la virtud de los hipócritas, tan negra como todas las noches del colonialismo...”

 

            Así inicia Aicha Lemsine, autora de un trabajo titulado “Ordalía de Voces”, el espacio dedicado a las mujeres palestinas, de donde extraemos la historia y los testimonios de valentía y coraje de mujeres que a través de su propia vida, han hecho posible la resistencia durante muchos años del pueblo palestino, en una larga noche que aún no ha terminado.

            Otra autora, Sahar Jalifa, de numerosas novelas tan convincentes como desgarradoras sobre la vida de las mujeres y los hombres palestinos en los territorios ocupados, afirma que “defender nuestra realidad es nuestro principal deber.  Hacer caer las máscaras que cubren los feos rostros y no tener miedo a que nos acusen de fealdad.  Nuestro papel de escritores consiste en alzar el velo sobre las realidades,  no en consolar.”

 

            En primer lugar, nos recuerda la autora que en la actualidad se calcula que hay cuatro millones y medio de palestinos dispersos por todo el mundo; la población femenina representa la mitad de este número.  La tasa de alfabetización es una de las más altas del mundo árabe: un 80% que incluye más de cien mil titulados universitarios. Las mujeres, obligadas a sobrevivir en un mundo uniformemente hostil, ha desarrollado cualidades de valor, resistencia y voluntad emprendedora.

            Y en Palestina, cómo viven y han vivido sus mujeres?  ¿Cuál ha sido el papel de la mujer palestina durante este siglo? Los sangrientos acontecimientos y la agitación en que ha vivido Palestina, iniciados en 1920, la enfrentaba a  dos fuerzas opresivas, los británicos y la emigración judía.  En aquellos momentos la situación de las mujeres no era más brillante que la de los hombres; pero inician su entrada en la enseñanza y en la enfermería debido a que los incidentes sangrientos de la época hacía que las jóvenes fueran más conscientes del sentido militante de cuidar a los heridos, como ocurrió en el período de 1932-34.  En 1940, las mujeres entraron en el campo de la información, oyéndose por vez primera la voz femenina en Radio Jerusalén.  En cuanto a la literatura, las mujeres se hicieron un nombre en el periodismo ocupándose de asuntos locales y de los relacionados con su lucha, y escribiendo poemas y cuentos que publicaban algunos periódicos como “Palestina” y “El Yihad”.

 

            Pero la tarea más importante de las mujeres palestinas fue su integración en el movimiento de trabajo social voluntario, que les permitió tomar parte, desde el punto de vista político y social, en la lucha por su causa.  Las palestinas consideraron importante no separar su acción social de su acción política. En 1.921, el renacimiento femenino palestino se concretó en la creación de la Asociación Yemia Essaydat El Arabiyat (Unión de las Mujeres Arabes), que inició una actividad humanitaria y médica a favor de quienes luchaban contra el mandato británico.

 

 En 1.929, con ocasión de la revuelta de Biraq, se aceleró la evolución  cuando las mujeres palestinas sintieron el peligro que amenazaba su patria.  Convocaron un congreso femenino, que preparó una comisión ejecutiva de mujeres árabes de Palestina.  Asistieron a este congreso trescientas representantes de todas las ciudades de Palestina, que elevaron protestas a la Sociedad de Naciones por la injusticia, la tiranía y el terror que sufría la tierra sagrada, y por el asesinato, la confiscación de tierras, el expolio de derechos y los malos tratos que sufrían los habitantes árabes.

 

En 1.933 las mujeres participaron en la huelga general y en las manifestaciones, en las que murieron muchas de ellas y otras sufrieron graves heridas.  En 1.935 surgió el movimiento El Qassam, que exigió del Alto comisario británico la creación de un gobierno nacional, la paralización de la transferencia de tierras a los judíos, así como el cese de la opresión de los hijos de Palestina.  En esta organización de la resistencia participaron las mujeres.  El 4 de mayo de 1.936 celebraron una reunión en Jerusalén que decidió proseguir la huelga hasta alcanzar sus objetivos y el boicot de todos los productos judíos y extranjeros.

 

Pero esta acción palestina no se limitó a su territorio y favoreció la concienciación de las mujeres del resto de los países árabes, prueba de ello, fue el Congreso de las Mujeres de Oriente para el apoyo a Palestina, que se celebró en El Cairo en 1938.

 

Durante la guerra de 1.948, las mujeres cavaron trincheras y refugios, y combatieron contra el agresor en las ciudades y los campos.  La pérdida de tierras e hijos convirtió la vida de las mujeres palestinas en una constante lucha.  Tuvieron que agruparse para defender su tierra, su libertad y su dignidad.  Hoy en día están más amenazadas que nunca en su desafío a la administración militar sionista.

 

Intissar Al Uazir, alias “Um Yihad”, cuarenta y dos años, madre de cuatro hijos, licenciada en historia, nacida en Gaza. Fue una de las primeras militantes palestinas, desde los 15 años de edad.  La serenidad, con su pizca de ternura, cosecha de fuerza y de paciencia en una vigilante indulgencia, aparece con esta mujer, de talla mediana, rubia, de rostro tranquilo, cuya frente y cuadradas mandíbulas dan fe de su voluntad y su firmeza internas.  Fue miembro del Consejo Revolucionario de Al Fatah y del Consejo Nacional Palestino.  Esta mujer, de una tranquilidad impresionante, fue durante dos meses, en 1966, el “cerebro” de todas las operaciones militares de Al Fatah.  Aquel año todos los mandos de la organización estaban presos en algún país árabe.  Dirigió la lucha junto con Ahmed El Atrach y Abu Ali Iyad.   Ha sido ministra de Asuntos Sociales de la “Autonomía Palestina”. Pero ella simplemente cuenta:

- “Yo tenía quince años cuando un día de lluvia e inundaciones, en 1956, un niño descubrió en Tel’Et El Muntar, cerca de nuestro pueblo, un pie y una cabeza flotando en las aguas de un arroyo.  Fuimos allá, cavamos y descubrimos con horror una fosa común en la que se amontonaban ochenta cuerpos de hombres y mujeres, todos jóvenes.  Una carnicería más, entre otras muchas; pero para mí fue como un golpe en plena cara.  Este tipo de cosas acelera la concienciación revolucionaria.  De la misma manera que los niños palestinos que vagan de campamento en campamento, viendo como encarcelan y torturan a sus padres, serán el día de mañana resistentes aún más duros que nosotros.  Por eso deben cesar el odio y los crímenes israelíes”.

 

A pesar de todas las dificultades y del terror reinante, las mujeres no abandonan su tierra.  Asimismo, las que cruzan la frontera entre los sentimientos y la resistencia activa están dotadas de una gran tenacidad y fuerza que les permite enfrentarse a la violencia sionista con su propio cuerpo como arma, entregando su vida para defender a su pueblo.

 

La escalada de la violencia sionista, cada vez más agresiva y cruel, convierten a toda la población palestina –y sobre todo a la juventud y las mujeres- en presas que no cuentan con más armamento que las piedras y su propia vida para enfrentarse contra las crueldades extremas de los militares armados. Las mujeres durante todos estos años, han sufrido una agresión más, son más vulnerables en cuanto que “hembras”, porque no solo se tortura a las mujeres a causa de su militancia, sino también para presionar a sus padres, hijos o maridos.  Porque los sionistas utilizan todos los sentimientos entre el hombre y la mujer en el seno de la familia (amor, miedo, vergüenza) como recursos para golpear, para romper cualquier intento de resistencia y obligar, finalmente, al abandono de las tierras.

 

            ¿Cómo hacer hablar a Palestina?  Esta es la pregunta que se hace Aisha Lemsine, cuando tras su investigación decide dar voz a los mártires de ese pueblo.  La autora nos comenta que al dar la palabra a las víctimas, ha querido expresar, ante todo, y de la forma más tajante, el horror que le embargaba.  Y lo ha hecho de la manera más real, poniendo en primera persona el relato de sus muertes, haciéndoles relatar a cada una de las mujeres su propio proceso de destrucción y muerte.  Todos los testimonios sobre la vida y las circunstancias de la muerte de estas jóvenes palestinas fueron recogidos de sus familias, y verificados más tarde, en los Archivos del Centro de Documentación y en los Archivos de los Mártires y Prisiones Políticos Palestinos.  Idéntico rigor informativo se aplicó en el caso de los testimonios de ex prisioneras, las secuelas de la tortura fueron confirmadas por la Cruz Roja Internacional y las diversas organizaciones internacionales de derechos humanos.

            A continuación transcribimos los testimonios de mujeres palestinas que, a lo largo de estos años, han sufrido un horror que no tiene nombre..... o sí lo tiene.... el de cada una de estas mujeres...

 

            Estos son los nombres que restallan en la inmovilidad del tiempo, en una desgarradora llamada.  Mártires, todas ellas, con el vientre desgarrado en la fuente de sus veinte años.  “¡Da fe!  ¡Da fe!  grita una voz más fuerte”. Y estas son las palabras que nos llegan:

        Helua Zidan:

            -Deir Yassin, ¿te acuerdas?  Beguin inició la degollina en este pueblecito apacible, para vaciar de habitantes Palestina.  Allí vivían familias que se alimentaban de lo que producían: productos agrícolas y lácteos.  No lejos de nuestro pueblo una cantera producía la piedra más bella de la región, conocida como “piedra de Yassin”.  Aquella tarde celebrábamos una boda y todas las casas estaban llenas de alegría.  Las mujeres se adornaban con sus joyas para ir a la fiesta.

 

        Hayet El Belbessi, 20 años:

- Yo acababa de aprobar mi examen final en la Escuela, me habían nombrado maestra en Deir Yassin, vine a vivir a casa de Helua Zidan. Aquella noche habíamos trasnochado un poco a causa de la fiesta.  Las mujeres, demasiado cansadas, se habían dormido adornadas aún con sus más hermosas joyas.  Y el horror se abatió sobre nuestro sueño.  Me despertó el ruido del fuego de un subfusil, crepitante, infernal.  Corrí a la terraza y vi a Helua disparando con una vieja pistola oxidada,  su marido y sus hijos yacían sin vida a sus pies.  La pobre mujer había ocupado su lugar para intentar defender lo que quedaba de su familia.  Puntuaban aquel infierno los gritos estridentes de los niños aterrorizados.  Por las calles del pueblo la sangre enrojecía las hierbas del suelo.  Yo me puse un pañuelo blanco en el brazo, dibujé una cruz y me precipité fuera de la casa, donde la gente caía, mientras intentaba huir o responder.  Las mujeres, con los vientres desgarrados por las armas blancas, eran como pétalos escarlata cubriendo las aceras, delante de la puertas de sus casas.  Una de mis alumnas se agarró a mis faldas para llevarme hacia su padre, al que acababan de arrojar vivo desde el balcón.  No pude hacer nada por él, ya había muerto.  Me esforcé en reunir a los niños en la escuela, pensando que allí estarían seguros.  Pero los israelíes parecían poseídos por una locura sanguinaria, como verdugos exaltados por la mirada de espanto de sus víctimas.  La nocturna bandada ni siquiera perdonó el colegio, cuyos accesos cerraron las llamas.  Los niños murieron asfixiados, quemados, acompañados por el himno funerario de sus quejidos.  Mientras corría divisé a la anciana Um Mahmud, la reconocí por el amplio vestido verde, con bordados que siempre llevaba, yacía en el suelo como un estandarte arrugado; una mujer de uniforme se inclinaba sobre ella y le robaba sus pulseras y collares.  De pronto me encontré frente a dos soldados, quise dar la vuelta pero ya el fuego me abrasaba la espalda.  Mientras giraba sobre mi misma, antes de caer, pude observar que debían tener mi edad”.

 

        Muntaha El Hurani,   15 años:

-  “Soy de Yenin, cerca de Nablus.  En 1975, durante una manifestación, los soldados sionistas nos amenazaron con arrollarnos con sus carros si no nos dispersábamos.  Me quedé en medio de la calle.  No me podía mover de todas formas, porque el suelo parecía pegado a mis pies.  La propia tierra impedía mi huida.  Avanzaron lentos, con frialdad, sobre mi cuerpo; y sus cadenas quebraron mis huesos mezclando mis carnes con la raíz profunda de Palestina.  Y por eso tengo manos que brotarán de esta tierra, por todas partes, hoy y mañana.”

 

        Dallal Al Moghrabi,  18 años:

- “ Yo fui la primera muchacha palestina que participó en una operación militar, llamada “mártir kamel el Aduan, grupo de Deir Yessin”.  Secuestré un autobús en Tel-Aviv, en 1978 y exhibí ante los pasajeros la bandera palestina.  Los sionistas consiguieron herirme.  Aún vivía cuando casi me lincharon, me despedazaron.  Pero soy una víctima que aún vive, luz y piedra, en las manos de los niños, cuando se enfrentan a los soldados.  Estamos en toda Palestina, pero yo yazgo en los caminos profundos, en la boca, en la voz de mi patria y hasta en las manitas de los niños palestinos cuando lanzan piedras contra los nuevos nazis de mi pueblo.  Y nuestras huellas provocan nuevos pasos.”

 

            Y podríamos seguir y seguir.... si hubiera que hacer una lista con todos los episodios del sofisticado y maquiavélico genocidio emprendido contra este pueblo sería demasiado larga.

 

            La voz de las mujeres se alza:  “Tendremos tantos hijos como podamos, no exterminarán a nuestro pueblo, toda mujer palestina tiene la tarea primordial de seguir dando la vida”.  “Nuestros hijos llevan consigo la misión de liberar a su país desde que aprenden a hablar y a caminar”.  “La lucha continuará de generación en generación”, dicen estas mujeres con la inquebrantable certeza de la victoria de su pueblo.

 

            La esposa de Karim Jallaf (que sufrió un atentado siendo alcalde de Ramallah) relata: “ Nadie puede imaginarse lo que tienen que soportar las mujeres palestinas, y la vida que crean cada día para resistir la pesadilla, protegiendo la moral de su marido y de sus hijos.  Cuando el atentado contra mi marido, les escuché: “Un trabajo perfecto, estamos satisfechos”. ¿Satisfechos?  ¿De qué? ¿de tener todo el estado a su disposición para montar sus criminales atentados?,  ¿valerosos y geniales porque “experimentan” con dos millones de palestinos desarmados, vigilados día y noche con armas ultramodernas?  ¿Valientes, cuando una nube de chiquillos con piedras en las manos les hace temblar hasta el punto de disparar con rabia sobre ellos? ¿Dónde está el valor de esos sionistas que lo han obtenido todo por medio de la mentira, la trampa y la hipocresía?

 

            Jabra Jury, cuya mirada parece conservar para siempre la loca fuga de su país, de su ciudad natal, Jaffa, nos cuenta: “¿Sabes qué es el exilio? Cuando uno padece de insomnio porque lleva su país bajo los párpados, cuando hay que luchar contra el anonimato, cuando el despertar siempre es peligroso, amenazador.” Continúa diciendo: “Todo ha desbordado las fronteras internacionales: el problema de las mujeres, de los negros, los estragos de la droga, el rechazo a las pruebas nucleares, los derechos de los homosexuales, el derecho a tener un hijo sin casarse, alquilando un útero.  Todo, salvo el derecho a la vida y la justicia del pueblo palestino.  Nadie debe sufrir en este mundo “civilizado” salvo los palestinos perseguidos, degollados, enterrados vivos.  Al parecer eso no conmueve a Occidente tan dispuesto a llorar por todo lo demás.  Porque nuestros verdugos no son sólo los hábiles ejecutores de unos horrores que superan los de los nazis, sino que son también los emperadores de la información mundial.”

 

            La autora de este trabajo Aicha Lemsine, termina preguntándose ¿qué desenlace?  ¿a dónde ahora?.  “Como un derviche que girase sobre el rastro de Hagar, hemos flotado en un interminable espacio quemado por los incendios, desgastado por los gritos”.  Escucha una vez más:

-  “Soy hija de Najib el Halaby y de Fátima.  Nací en Fakahani, un barrio de Beirut, el 17 de julio de 1.981 a las once de la mañana.  ¿Mi nacionalidad? Palestino-libanesa.  Mi lugar de residencia: el Creciente Rojo.  Me gustaría saludar a todos los niños del mundo, para que ninguno de ellos forme parte nunca de esa minoría que mata.

“Yo estaba en el vientre de mi madre cuando llegó el primer avión sionista de fabricación americana que transportaba muerte y destrucción.  Mi madre murió en el acto a causa de la bomba que cayó sobre nuestra casa.  Murió en el acto de darme la vida.  De manera que mi certificado de nacimiento fue firmado por el piloto sionista que llevó a cabo aquella misión.”

“Nací entre dos incursiones aéreas.  Mi madre murió durante la primera y yo vi la luz durante la segunda, así que me llamaron Palestina.  Estoy en el amanecer, para que nuestras manos se encuentren y construyan nuevas torres llenas de amor.  Porque, cuán larga es la distancia entre la vida y la muerte, por la amplitud de sus heridas, por tanta sangre como ha corrido y por la duración de sus golpes.”

 

Y termina la autora proclamando: Pero también , cuán corta es la distancia, como un guiño, por la rapidez con la que volvemos a levantarnos y por la vida que palpita en nuestros pechos abiertos al viento, a la alegría.  Porque la palpitación de la existencia es como una ola que acaricia incansable la peña, infiltrándose con pasión, con delicadeza, y acaba por desgastar la roca más dura.