La integración de los musulmanes
A.
La integración políticamente correcta
Uno de los argumentos más curiosos para desislamizar a los musulmanes de
origen inmigrante en Europa es la integración, palabreja esta que es
utilizada como arma arrojadiza a la cabeza de aquellos que practican su Dîn en
tierras europeas, y concretamente en los territorios delimitados por la
autoridad del Estado Español.
Si queremos que una niña no vaya al colegio con pañuelo, no lo queremos
porque seamos islamófobos o racistas, sino porque queremos que se integre; si
no nos gustan los musulmanes protestamos cuando abren una mezquita porque esto
impide su integración; cuando los musulmanes de Melilla piden que en los
colegios se enseñe la lengua tamazight, lo rechazamos para favorecer su
“patriotismo” y su integración...
Tanta integración nos hace olvidar la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, que reconoce la libertad “religiosa” y cultural, la
Constitución Española, las leyes derivadas de ella en el sentido de regular
las libertades de conciencia, pensamiento y de expresión, los diversos
Estatutos de Autonomía y demás ordenamiento legal conducente a vivir en un régimen
de libertades.
La sarta de despropósitos contenida en la obra The Clash of
Civilizations de Huntington va progresando de manera irremediable en las
mentes de muchos: parece ser que las “civilizaciones” son incompatibles, que
necesariamente tienen que desarrollar una lucha en la arena mundial y en cada
uno de los Estados de que se compone el mapa político del planeta, y que las
identidades están amenazadas.
Parafraseando a Marx, un fantasma recorre Europa, aunque ya no es el
viejo comunismo, sino reediciones del autoritarismo de corte fascista y racista
del peor tono. Desde la liberal Francia nos llegan ecos del avance populista y
fascistoide de las hordas de Le Pen; desde la libertaria Holanda la posibilidad
que la Lista de Pim Fortuyn, islamófobo notorio asesinado a sangre fría por un
oponente político, quede en segundo lugar de las elecciones que tienen que
celebrarse; en Premià de Mar, Cataluña, 7000 y pico de firmas se quieren
abrogar la representatividad total de un pueblo con 27.000 habitantes para
impedir la construcción de una mezquita... Estas nuevas fuerzas políticas
antiinmigración dicen no ser racistas, sino que quieren que los inmigrantes,
cuando lleguen aquí, se integren.
De una forma parecida a lo que ocurre en Murcia y Almería, donde los agricultores
prefieren a inmigrantes latinoamericanos o de Europa del Este (son cristianos, y
en el caso del Este, además, blancos), haciendo uso de su derecho evidente de
contratar a quien quieran (que no negamos en ningún momento), las políticas
migratorias de los estados de la Unión Europea, al fijar los cupos de
inmigrantes asumibles, se están decantando hacia este sector para evitar que
hordas de negros africanos, asiáticos o moros lleguen a conquistar la blanca
Europa: se integran mejor los primeros que los segundos.
Pero este anhelo de blanquear y cristianizar el continente no tiene su
eco solamente en formaciones de signo extremista, sino que altos cargos políticos
de los gobiernos italiano y español, por poner un ejemplo, ya nos han recordado
que para integrarse hay que compartir una pasión por la civilización
occidental, sus valores y creencias, e incluso esposas de líderes políticos
(como la esposa de don Jordi Pujol, Marta Ferrussola), nos recordaron en 2001 la
tristeza de ver las iglesias vacías de personal mientras que la clientela de
las mezquitas aumenta sin parar, lo que supone un freno para la integración de
los musulmanes.
Como conclusión de este breve repaso del discurso político imperante
llegamos a una definición: integración es despersonalización, esto es,
desislamización para convertirse en occidentales-tipo. La segunda de
ellas es que integración es la palabra mágica que permite el recorte de
libertades con cierto consenso social.
Lo primero que se nos ocurre es ¿qué pasa con los musulmanes de origen
europeo? ¿Nos habremos desintegrado? ¿Nos tenemos que reintegrar? ¿Cuál es
nuestra situación en el sistema europeo de integración? Evidentemente, ser
musulmán, europeo y estar integrado es algo de paranoicos: habrá que
tener personalidad múltiple para soportar una carga así.
En segundo lugar, para los musulmanes inmigrantes, ilusos que pensaban
que integrarse era aprender la lengua del país de acogida, respetar y
cumplir sus leyes y deberes de ciudadano, y ejercer después sus derechos, se
impone un replanteamiento de su lugar en la sociedad que les –más o menos,
según los casos- acoge. No sólo tienen que dar su sudor y sus impuestos, se
les exige que entreguen todo su ser.
Ante la pregunta de si musulmanes y cristianos pueden convivir en paz y
armonía, y no sólo coexistir, afirmamos que sí, que esto es posible,
como lo demuestra la experiencia en varios países de Oriente Medio, de África
Negra, e incluso de Europa antes del auge del militarismo y autoritarismo
serbios.
Una sociedad europea en la cual los musulmanes sean musulmanes no es
impedimento para que podamos asumir nuestras obligaciones cívicas, para que
participemos de diversas actividades sociales, políticas y culturales.
El Islam nos enseña que ello es deseable e incluso lo correcto: tenemos el ejemplo de los sahaba, los primeros musulmanes. Un grupo de ellos tuvo que migrar a Etiopía para ponerse bajo la protección del Negus, a causa de la persecución que sufrían a manos de los qurayshíes enemigos del Islam. Ese fue el origen de la comunidad musulmana de ese país africano, que desde hace mil cuatrocientos años ha vivido en esa tierra sin conflicto. Esta Emigración, que se produjo por una orden de Allah y fue organizada por Sidnâ Muhammad (s.a.s.), contiene los elementos esenciales de cómo tiene que ser el comportamiento del musulmán cuando vive en una tierra no musulmana: acatar sus leyes y costumbres generales, y vivir el Islam en el seno de la familia y la comunidad sin alterar la convivencia con los no musulmanes. Está claro que es inadmisible que los musulmanes emigren a otra tierra para “meter follón”, tanto des del punto de vista del Islam como de la lógica más elemental. E igualmente está claro que cuando en una tierra dicen respetar las libertades y el principio de no discriminación, éstos no pueden ser vulnerados apelando a los mismos principios rectores que dicen garantizar.