EL
DESTINO
A la hora de explicar
en qué consiste el Islam es muy importante insistir en el significado del
Destino, porque es una gran clave para interpretar la existencia. Es importante
porque sirve para desmantelar el mundo de ídolos que el Islam combate. Hay una
gran resistencia a entender lo que es el Destino porque implica otra forma de
situarse en el mundo. No es elucubración. La íntima comprensión del alcance
de este tema es radicalmente
conmocionadora, y por ello opera una trasformación en el ánimo, imprescindible
para sondear lo que significa que Allah es Uno y que todo lo demás es
circunstancial y secundario.
Un cúmulo de tópicos
y trabas impide a los occidentales una comprensión sana de lo que implica el
Destino. De entrada, diremos que no conduce en absoluto al fatalismo (más bien,
como veremos, sucede todo lo contrario) ni implica que el Determinante de la
Realidad sea arbitrario o injusto.
Para entender a qué
se refieren los musulmanes cuando hablan del Destino, primero hay que saber a
quién se refieren cuando hablan de Allah, el Señor de los Mundos. Allah no es
Dios ni es un dios. Un dios es un ser poderoso, más que cualquier ser humano, y
el Dios de los monoteístas no es más que la sublimación de un dios entre los
dioses, pero sin huir del dualismo camuflado entre los pliegues del concepto
‘dios’. El Tawhîd, el Sentido de
la Unidad dentro del Islam, va mucho más allá de todo lo relacionado con
los dioses. Esto es difícil de comprender para quien no supera las simples
apariencias. Identificar de entrada a Allah con Dios es negarse a la posibilidad
de comprender su verdadero sentido entre los musulmanes. Allah no es un ser a
parte, poderoso, misterioso e invisible (y por tanto refutable). Para los
musulmanes Allah es la Verdad que articula todo lo real, es el misterio o la
profundidad de todo lo que hay. El mundo constantemente nos habla de Él, nos
dice que es Poderoso, Creador, Sabio, etc. Su trascendencia no es invisibilidad
sino grandeza y majestad porque no es abarcado por nada. Por ello, entre los
musulmanes no hay ateos (salvo por contagio cultural y de modo muy artificial).
La diferencia que
establecemos entre Allah y Dios no es un ejercicio de retórica. Entendemos que,
en el fondo, hay diferencias abismales que estructuran mundos de representación
distintos. Insistir en la diferencia es resaltar las claves que hacen tan
distintas las espiritualidades cristiana y musulmana. Para los occidentales, la
espiritualidad es un consuelo, una huida, mientras que en el Islam es
descubrimiento e iluminación, es la Paz en la Verdad.
El occidental -el
cristiano en general- no puede evitar imaginar a su Creador como un dios, como
un ser supremo, a parte de la realidad, como un ‘otro’ con el que
relacionarse, y lo somete a su imaginación, a su facultad para idealizar. Y
quiere que su dios sea de un modo determinado y cuando defrauda sus expectativas,
lo niega. Puede hacerlo porque dios es un ‘objeto’ de su discurso, una
premisa que puede ser válida o falsa, y nunca es tenido como algo anterior al
discurso. Elucubra sobre su dios y elabora una teología y una mitología en
torno a Él. Todo ello está descartado en el Islam. Los musulmanes sustituyen
la teología -la especulación- por el rigor. Las especulaciones de ese tipo están
condenadas, no por miedo a la reflexión -que nada tiene que ver con laberintos
teológicos-, sino porque precisamente impiden un desarrollo saludable del ánimo.
El rigor consiste en descubrir las Cualidades de Allah tal como Él se
manifiesta a través de sus Signos, que son el mundo y la Revelación. Debemos
aprender lo que es Allah de lo que nos dicen el mundo y la Revelación y no de
lo que nos gustaría que fuese dios. Sólo así puede haber un pensamiento
iluminado.
El fundamento del
Islam es lâ ilâha illâ llâh, no hay
más verdad que Allah. Quiere
decir que todo es creado y regido por la Verdad Única. Allah infinito es el
soporte de la realidad, lo que se manifiesta en cada realidad. Nada hay fuera de
Él. Esta es la clave para entender lo que es el Destino para los musulmanes.
Esto plantea un problema moral: ¿es Allah creador del mal? Claro que sí: Allah
es el Creador de aquello a lo que llamamos mal, porque no hay más Creador que
Él. Dentro del Islam, pensar que el hombre crea sus propios actos
independientemente de Allah es Kufr,
es estar fuera del Tawhîd, es
hacer del hombre un dios, es volver a la idolatría.
¿Puede Allah juzgarnos por nuestros actos cuando Él los ha determinado? Con esto entramos en el segundo de los fundamentos del Islam: Muhámmadun rasûlullâh, Muhammad es el Mensajero de Allah. El hombre, en medio del Océano de la Unidad, es un ser soberano (jalîfa). El hombre, en tanto que criatura consciente de sí, está ‘separado de Allah’. Allah lo ha creado a Su Imagen, es decir, ha hecho que cada ser humano sea ‘singular’, ‘único’. De ahí que el hombre tienda a endiosarse, por lo que hay en él de su Señor. El hombre -sujeto a Allah- es, a la vez, absolutamente libre. Es libre en medio del Destino: todo está predeterminado y, a la vez, el hombre hace lo que quiere. ¿Cómo conciliar esto? Es muy difícil a nivel de discurso, pero es que se trata de un reto poderoso capaz de trasfigurar a quien empieza a descubrir su alcance. Es la clave del Islam, la rendición a Allah, la vuelta a Él, la reintegración de cada cosa en su Fuente.
Lo fácil es elegir
un extremo u otro: los qadaríes
niegan el Destino y hacen del hombre un ser completamente independiente, lo
condenan a su aislamiento, lo embrollan en el moralismo, en el valor de sus
acciones,... Los ÿabríes, los
fatalistas, son tontos porque niegan la evidencia: constantemente eligen, actúan
libremente, no son criaturas mecánicas a merced del Destino. La Realidad es que
Allah es Uno, el que vertebra la existencia es el Uno Trascendente, y, a la vez,
cada realidad es autónoma como signo de esa Verdad Absoluta. La dependencia del
hombre es infinita y su libertad es infinita. Esto es lo que enseña la síntesis
de los Ahl as-Sunna, la inmensa mayoría
de los musulmanes, capaces de hablar de los dos extremos a la vez, sin
exceptuarse, sin exclusiones. Reconocen a Allah en todo y ven en cada cosa la
manifestación de la absoluta libertad del Señor de los Mundos. A esto se le
llama Tawhîd, Reunificación.
Al occidental -al
cristiano- le repugna imaginar que dios es creador del mal. Prefiere pensar que
su dios prefiere el bien y da a elegir al hombre. Dios no crea el mal, sino que
lo permite, para no negar al hombre su libertad y para no acusar a dios de
injusto. ¡Vaya consuelo! Tan delito es cometer un crimen como consentirlo, y la
justicia humana castiga al que, pudiendo, no socorre a alguien que sufre una
agresión o a quien esté en peligro. De ahí las infinitas crisis espirituales
de los occidentales. Estos líos vienen de no poner las cosas en su sitio.
A la vez que el
hombre se endiosa, conforme se va concibiendo a sí mismo como algo absoluto, a
la vez absolutiza y diviniza también sus creencias y valores. El hombre imagina
que el bien es absoluto y que el mal es absoluto, y su dios debe someterse a
esos criterios. Dios es bueno si hace el bien y es malo e injusto si hace el
mal, tal como los concibe el hombre. Para un musulmán, el bien y el mal no son
absolutos, sino juicios de Allah. Es bueno lo que Allah declara bueno y es malo
lo que Allah declara malo, todo depende del juicio de Allah: la Misericordia
estriba en que Allah ha declarado bueno lo que beneficia al hombre y malo lo que
le daña. Por tanto, Allah no está sometido al bien y al mal, sino que Él los
crea y su Misericordia los hace coincidir con el beneficio y el daño, pero en Sí
Él es Libre y Anterior. Y Allah es justo porque se atiene a sus Medidas, que
son las que han forjado el universo. Todo ello nos debiera invitar a relativizar
todas nuestras cosas y asomarnos a algo más grande, descontaminado de nuestros
a prioris. Pero es difícil, porque es renunciar a nuestra condición de
‘dioses pequeños’, y el común de la gente no está preparado para ello.
Preferimos medir las cosas con nuestros criterios y olvidar que nuestros
criterios no han creado los cielos y la tierra, que la Verdad está mucho más
allá de nuestra escasez.
El Islam es majestuoso. No hace concesiones. Es exigente. El Islam es recuperar lo esencial: a Allah como trasfondo de la realidad y al hombre como califa. El Islam nos habla de Allah arrojándonos a un Océano de Unidad, y nos habla del hombre exigiéndole el Yihâd -no el fatalismo-. Le exige una acción incontenible. El musulmán claudica ante Allah para recuperarse, para descubrir su propia inmensidad y realizarla en medio del secreto de la existencia. Eso es el Islam, síntesis de Destino y Libertad, síntesis de Verdad esencial y Acción desbordante, a imagen del Creador y la Creación.