JESÚS NO FUE CRUCIFICADO

 

           Es estos días, Sevilla celebra con todo fasto sus fiestas mayores, la Semana Santa, como toda la cristiandad, si bien aquí tiene su propio tono general, “demasiado pagano”, bastante distinto al que desearía la jerarquía eclesiástica. Su interés para el turismo ha hecho que las autoridades locales potencien al máximo estas fiestas hasta una molesta masificación. Queremos aprovechar la ocasión para ver lo que enseña el Islam al respecto, recordando que, para los musulmanes, Jesús (Sidnâ ‘Isà, ‘aláihi s-salâm) es contado entre los grandes profetas de la humanidad.

 

         Algo que llama poderosamente la atención es la negativa del Corán a aceptar que Jesús muriera en la cruz. El Libro de los musulmanes acepta que naciera de una virgen, pero rechaza la Pasión. No vamos a entrar aquí en seudo disquisiciones históricas sobre lo que pudo pasarle a Jesús. No creemos que pueda saberse nada o casi nada de la figura histórica de Jesús.

 

         Lo que sí nos interesa, y nos parece lo más relevante, es lo que significa y el alcance de esta postura del Corán. Admitir la concepción milagrosa de Jesús no representa ningún inconveniente: sería un signo más del Poder de Allah, que no tiene que someterse a ninguna condición de las leyes que rigen la naturaleza, que Él mismo ha creado. El mensaje que un musulmán recibe de este hecho es que Allah no depende de nada. Él es anterior a todo y está por encima de todo.

 

         Al negar la crucifixión, el Corán desmonta todo el cristianismo. Si no hubo muerte, no hubo resurrección. Y si no hubo resurrección, no hubo redención. Ni más ni menos. Aconsejamos a los cristianos que no crean en la crucifixión: esa creencia morbosa no es buena para la salud.

 

         El cristianismo gira en torno a la noción de pecado. Todo está en función del pecado: Dios mismo se hizo hombre para poder lavar con su sangre ese mal, que al parecer no tiene otra forma de ser eliminado. El pecado tiene unas dimensiones metafísicas terribles. Acompaña a la humanidad desde sus orígenes, todos nacemos contaminados. Solo la sangre de Dios puede librarnos de ese fardo invisible. La sangre de Dios, es decir, el sufrimiento elevado a categoría de teofanía. Al servicio de estos dogmas incomprensibles se pone toda la parafernalia de las escenificaciones teatrales que tienen lugar en los bautismos, las comuniones, las misas, etc., intentando que la gente asimile lo absurdo. Por ello el cristianismo apela tanto a la fe, que es la adhesión incondicionada a lo irracional.

 

         ¡Claro que le interesó al cristianismo aceptar la doctrina del libre albedrío!: gracias a ello, el hombre es aún más culpable. Es pecador porque quiere. Así fue como la Iglesia acentuaba el sentido de culpa entre su rebaño y potenciaba los remordimientos. A pesar de ser libre para pecar, el hombre sin embargo no puede purificarse por sí mismo: necesita de sacerdotes, representantes del dios crucificado, que le perdonen. Todo esto suena muy mal. Pero ha calado muy hondo en las conciencias, hasta el punto en que el occidental es casi incapaz de imaginar la espiritualidad de otro modo.

 

         Hay cristianos que se acercan a los musulmanes y les preguntan cómo se plantea en el Islam el tema de la salvación. “¿Y qué es la salvación?”, preguntará a su vez el musulmán. La salvación sólo es planteable cuando el pecado es un ídolo, como sucede entre los cristianos. En el Islam, el acento se pone en Allah, no en el pecado. Conocer a Allah es lo que libera al ser humano. Conocerlo y abrirse al infinito que representa. Y esa fue la enseñanza de Jesús, según los musulmanes: el Tawhîd, la Unidad del Señor de los Mundos, es decir, la renuncia a los dioses para que resplandezca la luz del Uno-Único, el que está por encima de todas las consideraciones, el que es capaz de hacer que surja vida de una virgen.

 

         Jesús, al igual que Muhammad (s.a.s.), luchó contra los ídolos, y lo hizo entre los judíos, en un entorno monoteísta. Y es porque los fantasmas que atormentan a los seres humanos, los dioses que imagina, son muchos más que las representaciones que los politeístas adoran. Y entre esos ídolos hay que contar la fijación obsesiva en el pecado. El Islam que predicó Jesús (‘aláihi s-salâm) fue el de todos los profetas, la búsqueda sincera de autenticidad. Y esto es lo que los musulmanes aprecian en Jesús, y es para ellos un profeta de envergadura colosal, sin necesidad de hacer de él un dios o el hijo de un dios, sin necesidad de matarlo, sin necesidad de resucitarlo después para quedarse boquiabiertos.

 

         A la luz de todo lo anterior, debemos advertir que cuando un musulmán, utilizando lenguas occidentales, habla de “pecados”, está pensando en otra cosa. Le han dicho que los términos coránicos dzanb, játa, ma‘sía, izm,... deben traducirse por pecado, y no se da cuenta de las resonancias que este último término tiene. En el Islam se habla de las torpezas, los errores, las rebeliones, del ser humano, no de “pecados” con la carga metafísica, psicológica y mítica que tiene en el cristianismo. El Islam apela al sentido de responsabilidad del ser humano, no al sentido de culpa.  Son demasiadas las diferencias como para que “pecado” sea una traducción adecuada.