EL
PROBLEMA FILOLÓGICO
DEL
ORIGEN DEL NOMBRE “ALLÂH”
Allâh:
En opinión de las gentes de la esencia se trata de una palabra no derivada y no
hay forma de acceder a la sustancia de su significado; y por ello, Sa‘d at-Taftâçânî,
en sus Glosas al libro al-Kashshâf, dijo: Has de saber que, del mismo modo que
el entendimiento se asombra y queda perplejo ante lo que sea Allah en Sí Mismo
y la naturaleza de Sus Atributos, de igual manera la reflexión sobre Su Nombre
se detiene incapaz de averiguar su origen, y no se sabe si es un Nombre o una
Cualidad, si es derivado o no derivado, si es un nombre propio u otra cosa.
Ismâ‘îl
Haqqî
de
su Comentario al Corán: Rûh al-Bayân
Para designar el carácter
trascendente del Creador, Señor y Sustentador del universo, el Uno
Trascendente, el árabe posee dos término: Allâh
-apelación reservada a su naturaleza única y exclusiva, y es un nombre propio
que no puede ser dicho más que en singular- e ilâh,
que es un nombre común dotado de un plural (áliha),
susceptible, pues, de designar toda divinidad concebida por el ser humano, pero
que, en el contexto musulmán sólo puede ser aplicado a Allah Único, tal como
repite constantemente el Corán: “No hay más ilâh que Allah”. Estos dos términos
-Allâh e ilâh- están etimológicamente ligados; en principio, parece que
Allah es una forma contracta de al-ilâh,
tal como han pensado una mayoría de lexicógrafos musulmanes.
Las dos cuestiones
tradicionalmente abordadas por los comentaristas en lo referente a este tema
son, precisamente, el origen de la palabra Allâh, que interesa esencialmente a
los lexicógrados, y, por otra parte, saber qué sentido dar a la palabra ilâh,
cómo definirla, tarea emprendida sobre todo por los mutakallimîn (los
pensadores racionalistas).
LA
PALABRA ALLÂH
La cuestión que
debatieron los lexicógrafos musulmanes fue la de saber si Allâh es un nombre
propio, instituido (mawdû‘) como tal para designar al
Ser Trascendente, o bien es un nombre derivado (mushtaqq), es
decir, que tiene una etimología, que es una palabra formada a partir de una raíz
árabe, y entonces habría que identificar dicha raíz. La casi totalidad de los
lexicógrafos han sostenido la tesis de la derivación (ishtiqâq).
1- La derivación
Hay casi unanimidad
entre los lexicógrafos (los ahl al-luga) sobre el carácter
derivado de la palabra Allah, pero difieren entre ellos a la hora de determinar
la etimología. Para la mayoría, Allâh
procede de una raíz ALH o WLH; para otros, viene de la raíz LWH; para un tercer grupo, deriva simplemente de la H
propia de los pronombres de la tercera persona.
Primera hipótesis. Allâh
viene de al-ilâh
Es la hipótesis
repetida con más frecuencia. Pero hay divergencia sobre dos puntos: 1) cómo se
da el paso de ilâh a Allâh, 2) y, sobre todo, de dónde viene ilâh y qué
significa.
1) Tratándose del
paso de ilâh a Allâh, la explicación más corriente es la siguiente. Al
Creador y Señor de las criaturas se le llamó ilâh por las razones que
explicaremos más adelante. Por veneración (ta‘zîm, tafjîm), es
decir, para significar que es Único, a ese nombre se le prefijó el artículo al-,
de lo que resultaría al-ilâh. Ahora bien, como era una palabra que se
repetía constantemente en el lenguaje diario, acabó contrayéndose ‘porque
la gente encontró pesada la hamça medial’ y, por ‘aligeramiento’
(tajfîf),
se acabó suprimiendo esa vocal i-, y así al-ilâh se convirtió
en Allâh.
De forma técnica,
ese paso de al-ilâh a Allâh se explica de dos maneras. Según ar-Râçî, la
hamça (en este caso, la vocal i-) desapareció como sonido independiente
para pasar a ser la vocal de la l- anterior (alilâh), y, a
continuación, esa l- ‘enmudeció’ (es decir, perdió su vocal)
asimilándose a la segunda l-, dando Allâh. La otra explicación,
más simple, no imagina el paso intermedio de una vocalización de la primera
l-, y se dice que la hamça cae y la l- del artículo al-, no
vocalizada, entra en contacto con la l- de la palabra ilâh (produciéndose
un fenómeno de asimilación por el que la primera l- pierde su sonido
independiente y la segunda l- se pronuncia de forma intensiva, lo cual no
significa nada en castellano, pero en árabe se traduce en ausencia de cualquier
signo que acompañe a la primera l- mientras que la segunda aparece con
signo de duplicación -tashdîd-). Estas dos explicaciones fueron
matizadas por los gramáticos, aportándose argumentos en favor y en contra. En
el caso de la segunda hipótesis, Sibawéih, el más grande de los gramáticos
árabes, afirma que no hubo caída de la hamça, sino su substitución, pasando
a ocupar el artículo su lugar.
2) En lo que
concierne al origen de la palabra ilâh y su significación, la etimología
admitida consiste en ver en ilâh un nombre sobre el paradigma fi‘âl (-i-â-),
derivado del verbo áliha-yâlah, o, según otros, de wáliha-yawlah.
Estos verbos son susceptibles de interpretaciones diversas.
a) Según una primera
hipótesis, ilâh procede de áliha-yâlah, verbo que, seguido de la preposición
ilà (a, hacia, -en-) significa “buscar refugio en”, siendo sinónimo de
fáçi‘a
ilà y de láÿaa ilà. Allah es al-ilâh en tanto que es Aquél cuya protección
buscan los hombres contra todo mal. Se invoca para justificar este significado
un célebre verso preislámico en el que aparece claramente este significado del
verbo: álihtu iláikum fî balâyâ tanûbunî (busco refugio en vosotros
contra desgracias que me asaltan). Se invoca también en favor de esta tesis el
empleo del verbo âlaha (cuarta forma), que tiene el sentido de aÿâra,
âmana,
‘proteger’. La forma fi‘âl (-i-â-) tiene entonces el significado pasivo
de un maf‘ûl (ma--û-), siendo ilâh sinónimo de ma-lûh: los hombres han
llamado a Allah ilâh en el sentido de ma-lûh iláih, algo que es el objeto
para la realización de una intención del sujeto (la de buscar protección).
b) En el mismo
sentido, otros autores hacen derivar ilâh, no del verbo áliha sino de wáliha.
En su origen, ilâh debía ser wilâh, pero la w- se transformó en hamça (en
este caso, en la vocal i-), como hay otros casos en la lengua árabe de cambios
semejantes. Pero el sentido sería el mismo que el precedente, al menos según
ciertas interpretaciones, por ejemplo, la atribuida a ar-Râçî, que menciona
de nuevo el verso citado en el párrafo anterior, con una ligera variante, como:
walihtu iláikum...
b) Pero -a partir del
sentido original del verbo wáliha, que en realidad es equivalente de táriba
(sentir una violenta emoción, que provoca alegría o melancolía hasta el
extremo de hacer perder la cabeza)-, otros autores entienden la expresión wáliha
ilà como “desear apasionadamente, languidecer”. Se invoca en favor de esta
significación un verso de Kumáit: wálihat nafsî t-tarûbu iláihim
wálahan hâla dûna tá‘mi t-ta‘âm (mi alma
emocionada los desea con un ansia tal que le ha hecho perder el apetito). En
consencuencia, el Creador y Sostenedor de la existencia fue llamado ilâh
“porque los corazones tienen el deseo de conocerle y aman apasionadamente
pronunciar su Nombre”.
c) A partir del mismo
sentido original de wáliha, wálah (el nombre de acción) puede significar además
“amor intenso” (al-mahabba ash-shadîda). Sobre este sentido, se hace
constar la interpretación posible según la cual ilâh sugiere que los hombres
aman a Allâh -el paradigma fi‘âl (-i-â-) también sería aquí de
significación pasiva (Allâh es donde el ser humano proyecta su amor), que a su
vez, permite una comprensión a la inversa: el hombre ama a Allâh y Allâh ama
al hombre. Todo amor intenso que implica una alegría intensa cuando tiene lugar
la presencia del Amado o pena intensa en su ausencia, es la emoción que ha dado
nombre a Allâh (al-ilâh). También en este caso Râçî ha sido el trasmisor
de este significado.
e) O bien ilâh viene
de áliha-yâlah tomado en un significado próximo al de wáliha, y que es el
significado original de estos dos verbos: es sinónimo de taháyyara,
estar estupefacto, asombrado, y también estar prohibido (a causa de la fuerte
emoción que produce, que es paralizante). El Creador y Señor de todas las
criaturas fue llamado ilâh porque los corazones quedan sobrepasados cuando
encaran su Inmensidad. En favor de esta interpretación se cita un verso de Çuhaír
ibn Abî Sulmà: wa baidâa qáfrin tâlahu l-‘áinu wastahâ
(un desierto en medio del cual el ojo es sobrecogido por el estupor -porque
carece de principio y final-).
f) Según otros, ilâh
viene de áliha entendido en el sentido de ‘adorar’, como equivalente de ‘ábada-yá‘bud.
De nuevo, aquí el modelo fi‘âl tiene el valor de maf‘ûl
(mâlûh, ma‘bûd, adorado). Se cita aquí la sinonimia de
taállaha y
ta‘ábbada, dedicarse al culto. Los lexicógrafos recuerdan que los árabes
preislámicos llamaban al sol ilâha porque lo adoraban.
g) Otra etimología,
bastante curiosa, hace derivar ilâh del verbo áliha pero rigiendo la preposición
bi-, significando entonces “hacer un alto en”, “quedar fijado en”, como
aqâma bi-, y se cita un verso que comienza así: alihnâ bi-dârin,
permanecimos en una casa... El Creador sería llamado ilâh en tanto que es
inmutable y no susceptible de ningún cambio, o bien porque su existencia dura
eternamente.
Segunda hipótesis: Allâh
biene de al-lâh
Según esta segunda
hipótesis, mucho menos extendida, Allâh sería la adición del artículo al-
al nombre lâh, de una raíz LWH, en la cual la W habría mutado en A, sobre el
modelo de dâr (de DWR) o bâb (de BWB). En cuanto al sentido de esta raíz LWH,
se mencionan dos interpretaciones. Según la primera, lâha significa ‘estar
oculto, velado’, sinónimo de ihtáÿaba. El Creador habría sido
llamado al-lâhu a causa de su inaccesibilidad para nosotros, citándose este
verso: lâha rabbî ‘ani l-jalâiqi turran, mi Señor es invisible para
todas las criaturas. Según una segunda interpretación, lâha tiene el sentido
de ‘estar elevado’, sinónimo de ‘alâ o irtáfa‘a, y al-lâh querría
decir entonces: el Muy Elevado.
Tercera hipótesis: Allâh
viene de hu
Esta tercera hipótesis
pretende hacer derivar Allâh de su última letra, es decir, de la -h, que a su
vez designa al pronombre de tercera persona (al-gâib, el ausente). Los hombres
habría designado al Creador de esa manera (Hu o Huwa, Él) a causa de su
inmaterialidad, de su ausencia para los sentidos. Después, a la raíz hu se le
prefijó la l- de la relación de propiedad (li-, para, ser de,
pertenecer),
apareciendo entonces lahu, le pertenece, porque todo lo que existe es suyo. Según
al-Jattâbî, posteriormente, por veneración (ta‘zîm), se le
prefijó el artículo al-, al mismo tiempo que se alargaba la a central. O bien,
según al-Bagdâdî, primero los árabes alargaron la a, convirtiéndose Lâh
en el Nombre del Creador, convirtiendo la expresión lâh (le
pertenece) en un
nombre propio, y finalmente se le prefijó el artículo al-.
2- Contra la derivación.
Muy minoritario entre
los lexicógrafos, este punto de vista habría sido sostenido esencialmente por
el gran gramático Jalîl (otros lo atribuyeron también a Sibawéih, Mubárrad
y al-Mâçini). Jalîl habría opinado que “Allâh es un nombre propio del
Creador que no deriva de nada y no designa ninguna cualidad en concreto”. Según
al-Jattâbî, Jalîl argumentaba que el artículo al- es indisociable del
resto de la palabra (efectivamente, en las invocaciones el artículo se mantiene
aunque la gramática árabe no permite el uso del artículo tras una partícula
de invocación).
Entre los adversarios
de la derivación. igualmente se puede citar a al-Balji, quien estimaba que Allâh
era una palabra tomada del siriaco, y Abû Çaid, quien afirmaba sin más que se
trata de un nombre propio.
LA
SIGNIFICACIÓN DE LA PALABRA ALLÂH
SEGÚN
LOS MUTAKALLIMÎN
Los pensadores
racionalistas musulmanes (los mutakallimîn, palabra mal traducida por teólogos)
también tomaron partido en favor o contra la derivación. La gran masa de los
mutakallimîn pertenecientes a la escuela mu‘taçilí opinaban que la palabra
Allâh debía derivar de una raíz árabe. En efecto, al-Yubbâi admitía
expresamente que Allâh era la contracción de al-ilâh. Por otra parte, Abû Hâshim
daba a ilâh els entido de ‘aquél en que se realiza la adoración’,
haciendo suponer una derivación a partir de áliha entendido en el sentido de
‘adorar’; al igual que los lexicógrafos que mantenían esta tesis, los
partidarios de al-Yubbâi argumentaban que los árabes preislámicos llamaba áliha
a sus ídolos porque creían que les debían adoración. Los mu‘taçilíes
rechazaban la hipótesis de una derivación de wáliha ilà (buscar protección
en). Baljî, por el contrario, optó por esta última solución.
Algunos sunníes
igualmente admitieron la tesis del ishtiqâq (la derivación), como Muhâsibi y
Qalânisi (favorables a una derivación a partir de wáliha ilà). Pero, del
lado sunní, parece que la inmensa mayoría se posicionó contra la derivación,
eligiendo considerar la palabra Allâh como nombre propio (o asimilable a un
nombre propio). El Imâm al-Qushairî cita en este sentido los nombres de Shâfi‘i
y al-Baÿâli; Râçî añade los de Abû Hanîfa, ash-Shâshi, al-Jattâbi
y al-Gaççâli. Efectivamente, al-Gaççâli, en su Comentario a los Nombres de
Allâh, dice expresamente que todo lo que se ha dicho sobre la derviación es
‘arbitrario y forzado’. Se citan otros muchos autores de la opinión de al-Gaççâli.
Por su parte, Qushairi no se posiciona claramente: en su Comentario menciona las
distintas hipótesis, sin tomar partido, y encuentra que en todas las opiniones
hay tema de meditación para el ‘ârif (el gnóstico): en todo ello hay una
verdad que merece una atenta reflexión.
Se esté a favor o en
contra de que la palabra Allâh derive de ilâh, en lo que sí están de acuerdo
todos los musulmanes en que el término ilâh es aplicable a Allâh: es más, Él
es el Ilâh (al-ilâh). La cuestión ahora es determinar -sin que aquí la
etimología tenga que intervenir necesariamente- qué es lo que hay que entender
por ilâh. Ibn Fûrak trasmitió que el Imâm al-Ash‘ari dijo que por ilâh
había que entender ‘el que vence y no es vencido’, es decir, que ilâh
significa ‘el que se impone a sí mismo a todo’, y a esta expresión el Imâm
al-Ash‘ari habría añadido: ‘y todo existe por su Voluntad’. Para otros
autores, ilâh significa simplemente ‘fuerte’. Para algunos -sobretodo mu‘taçilíes-,
ilâh es sinónimo de Qadîm, ‘Antiguo, Eterno’. Naÿÿâr identifica ilâh
con Jâliq, Creador. El Imâm al-Qushairi rcoge la verdadera definición que dio
el Imâm al-Ash‘ari (que veremos más adelante), y otras dos opiniones, según
las cuales ilâh es ‘el que merece los calificativos de la preeminencia y la
superioridad’ y ‘al que pertenece el acto creador y la orden
sustentadora’. Hâlimi, por su parte, dice que por ilâh hay que
entender al ‘Eterno de Poder Absoluto y Completo’.
Dos definiciones son
particularmente a tener en cuenta, las propuestas respectivamente por al-Yubbâi
y por al-Ash‘ari. Según Bagdâdi,
al-Yubbâi habría propuesto que ilâh debía ser definido como ‘aquél que
merece la adoración’ (al-mustáwÿib lil-‘ibâda), definición que se
encuentra en otras muchas obras y que procede evidentemente de una etimología a
partir del verbo áliha con el sentido de ‘adorar’. A esta definición, Bagdâdi
objeta que Allâh no podría ser considerad ilâh en la eternidad, pues antes de
la existencia no había quien lo adorara, y, por otra parte, no sería ilâh
para los cuerpos inertes ni para los fenómenos, pues no puede ser adorado por
ellos.
La objeción es antigua, pues en realidad la fórmula retenida por al-Yubbâi no es exactamente la que pretende Bagdâdi. La definición exacta adoptada por al-Yubbâi es: ilâh es aquél a quien conviene la adoración. La diferencia, a primera vista, no parece grande; pero hay una, tal como sostiene al-Yubbâi: decir ‘merece’ implica a alguien que realiza la adoración merecida por Allah, pero al decir que la adoración le conviene queremos decir que Allah, en su esencia Eterna es de tal modo que la actitud ante Él debe ser la adoración, puesto que puede producir lo que despierte en el ser humano un sentido de adoración ante Él. decir que le conviene la adoración significa que, en toda su eternidad, Él es Poderoso.
Hasta aquí, si se
quiere, una respuesta a la primera parte de la objeción. La idea de que Allâh
merece la adoración de sus criaturas en razón de las bondades que les concede
es un tema bien establecido en la literatura mu‘taçilí. Para ‘Abd al-Yabbâr,
la adoración es la forma suprema del reconocimiento, y es una de las
obligaciones que reconoce como tal la razón. Las bondades de Allâh son
‘inmensas’, y, sobretodo, son independientes, es decir, no derivan de otro
bien sino que son las raíces de todo lo bueno. La primera de las bondades de
Allah es el habernos dado vida. No es sólo que de Él nos venga ese don por el
que ya merece ser objeto de adoración, sino que la vida es la condición previa
para que recibamos otras bondades: los dones de Allah se acumulan sobre los
seres vivos. Pero Allâh es también digno de la adoración de todos los seres,
incluso los inanimados, porque la existencia en sí es un bien supremo.
En cuanto al Imâm
al-Ash‘ari, la definición que propone es doble: al-ilâh man lahu l-ilâhía,
wa l-ilâhía al-qúdra ‘alà l-ijtirâ‘ (el ilâh es el que posee la
cualidad de ilâhía, y la ilâhía es la capacidad para crear en la nada). Con
esta definición, al-Ash‘ari alude a varias cuestiones. En primer lugar, que
el ilâh lo es en función de una cualidad misteriosa a la que se llama ilâhía,
y que esa cualidad se manifiesta como capacidad para crear en la nada: todo lo
que existe es la nada en la que Allah crea de modo inmediato lo que quiere, la
existencia entera es manifestación del Poder de Allah, sin más. Con esto, el
Imâm resume en su totalidad toda la cosmovisión de los musulmanes (la ‘Aqîda),
siendo, sin duda, la mejor explicación que se puede dar de una Realidad de la
que solo conocemos sus signos: nuestra existencia como resultado de su Querer.
CONCLUSIONES
Fácilmente podemos
advertir que en ningún momento los autores musulmanes han recurrido a la noción
del Ser Supremo como se define en el cristianismo a Dios. Todo lo que se puede
decir de Allâh -incluido el silencio como mejor expresión de lo que Él sea-
es, en realidad, tema para una honda reflexión de la que saca provecho el ‘ârif
(el gnóstico), tal como decía el Imâm al-Qushairi. No se trata, pues, de
definir a Allah, de concretarlo, sino asumirlo como detonante de saberes y
emociones, y sobre sus consecuencias trazar un camino hacia lo infinito. Los
debates entre las distintas posturas sobre la significación de una
‘palabra’, no sobre Allah en Sí, es interesante porque denota que los
musulmanes pretenden ‘desentrañar signos’ y no filosofar sobre lo inasible.
No se trata de un problema teológico, sino de una cuestión lingüística y de
deducciones, no el intento por confeccionar una teología o una doctrina. Esto
es lo sugerente en esos debates, lo que los hace diferentes de la imagen que
tenemos de lo que deben ser consideraciones ‘religiosas’. El ejercicio de
los lexicógrafos y los mutakallimîn delata unos intereses muy distintos a los
de los teólogos -inexistentes en el Islam-. Buscaban disciplinar sus mentes
ante un reto, y no establecer una ortodoxia. De ahí el que, a pesar de sus
esfuerzos, tal como decía Ismâ‘îl Haqqî en la cita con la que hemos
encabezado este trabajo, el tema por siempre siga en la ambigüedad de lo
reservado a los corazones.