Durante los últimos 35 años, Arabia Saudita ha
venido apoyando todos los movimientos yihadistas, incluyendo los más
extremistas. Pero ahora Riad parece cambiar súbitamente de política.
Al ver amenazada su propia existencia por la posibilidad de un ataque
del Emirato Islámico (ex EIIL), Arabia Saudita ha dado la señal para la
destrucción de esa organización. Pero, a pesar de las apariencias, el
Emirato Islámico sigue disponiendo del respaldo de Turquía e Israel,
países que comercializan el petróleo robado por ese grupo yihadista.
En esta foto, divulgada por el
Emirato Islámico, puede verse uno de sus hombres
armado con un fusil de asalto francés Famas, aunque
París sigue negando tener contacto con esa organización
yihadista. En realidad, Francia envió armas al Ejército
Sirio Libre, que a su vez tenía orden de entregar dos
tercios de ese armamento al Frente al-Nusra (o sea, al-Qaeda
en Siria), como se explica en un documento que Siria
entregó al Consejo de Seguridad de la ONU.
Posteriormente, unidades de al-Nusra se sumaron –con el
armamento recibido de Francia– a las fuerzas del Emirato
Islámico. Además, contrariamente a las declaraciones
oficiales, el jefe del Emirato Islámico, el hoy
autoproclamado califa Ibrahim, era al mismo tiempo
miembro del estado mayor del Ejército Sirio Libre bajo
el nombre de Ibrahim al-Badri.
Elemento
preliminar:
el Emirato Islámico es una creación de Occidente
La unanimidad del Consejo de Seguridad
de la ONU contra el Emirato Islámico y la adopción de la
resolución 2170 no pasan de ser una imagen de fachada que
no puede hacernos olvidar el respaldo estatal que el Emirato
Islámico ha recibido y que aún sigue recibiendo.
Para referirnos únicamente a los
recientes acontecimientos de Irak, todo el mundo ha podido
observar que los hombres del Emirato Islámico entraron en ese
país a bordo de columnas de Humvees, tan relucientes que
parecían acabados de salir de las fábricas de la firma
estadounidense American Motors Corporation, y con armamento
ucraniano, igualmente acabado de fabricar. Fue con ese
equipamiento que se apoderaron del armamento estadounidense del
ejército iraquí. Y todo el mundo se sorprendió al ver que el
Emirato Islámico disponía de administradores civiles capaces de
hacerse cargo al momento de la administración de los territorios
conquistados y de especialistas en propaganda capaces de
divulgar sus acciones utilizando internet y la televisión,
personal claramente formado en Fort Bragg.
Aunque la censura estadounidense
impidió la difusión de información al respecto, a través de la
agencia británica Reuters pudo conocerse la realización de una
sesión secreta del Congreso de Estados Unidos donde se aprobó
–en enero de 2014– el financiamiento y la entrega de armamento
al Ejército Libre Sirio, al Frente Islámico, al Frente al-Nusra
y al Emirato Islámico [entonces conocido como EIIL] hasta el
próximo 30 de septiembre [1].
Unos días después, la televisión saudita Al-Arabiya se
jactaba de que el verdadero jefe del Emirato Islámico era el
príncipe saudita Abdul Rahman [2].
Más tarde, el 6 de febrero, el secretario del Departamento
estadounidense de Seguridad de la Patria [Homeland Security]
se reunía en Polonia con los principales ministros de Interior
europeos para pedirles que mantuviesen a los yihadistas europeos
en el Levante prohibiéndoles el regreso a sus países de origen.
El verdadero objetivo de esa medida era garantizar que el
Emirato Islámico contara con suficientes hombres para su
ofensiva contra Irak [3].
Y, finalmente, a mediados de febrero un seminario de 2 días
reunió a los miembros del Consejo de Seguridad Nacional de
Estados Unidos con los jefes de los servicios secretos aliados
implicados en Siria, probablemente para preparar la ofensiva del
Emirato Islámico en Irak [4].
(Reportaje realizado en agosto de 2012
sobre el fanatismo religioso de la supuesta «oposición
democrática»)
Es indignante observar como los medios
de prensa internacionales han comenzado últimamente a denunciar
los crímenes de los yihadistas en Irak, sin mencionar que se
trata de los mismos actos de barbarie que vienen perpetrando
ininterrumpidamente en Siria desde hace 3 años.
No son nuevos los degollamientos y las
decapitaciones públicas ni tampoco las crucifixiones. Por
ejemplo, en febrero de 2012, el emirato islámico creado en el
barrio de Baba Amro –en la ciudad siria de Homs– creó un «tribunal
religioso» que condenó más de 150 personas a ser degolladas,
sin que esas muertes diesen lugar a ningún tipo de reacción de
parte de las potencias occidentales ni de la ONU [5].
En mayo de 2013, el comandante de la Brigada al-Faruk del
Ejército Sirio Libre (los famosos «moderados» que tanto
defiende Occidente) difundió en internet un video donde se le
veía mutilando el cuerpo de un soldado sirio y comiéndose su
corazón. A pesar de tales atrocidades, en aquella época los
occidentales seguían presentando a aquellos yihadistas como «opositores
moderados», pero desesperados, que luchaban por la «democracia».
La británica y flemática BBC incluso llegó a entrevistar al
caníbal anteriormente mencionado para darle la oportunidad de
justificar su acto de barbarie.
No cabe duda de que la diferencia que
el ministro francés de Relaciones Exteriores Laurent Fabius
establecía entre yihadistas «moderados» (el Ejército
Sirio Libre y el Frente al-Nusra –o sea al-Qaeda– hasta inicios
de 2013) y yihadistas «extremistas» (el mismo Frente al-Nusra,
pero a partir de 2013, y el Emirato Islámico) es un mero truco
de propaganda.
El caso del califa Ibrahim resulta
perfectamente esclarecedor. En mayo de 2013, durante el
encuentro del senador estadounidense John McCain con los jefes
del Ejército Sirio Libre, este personaje era simultáneamente
miembro del estado mayor «moderado» y líder de la facción
«extremista» [6].
Asimismo, en una carta del 17 de enero de 2014, el general Salim
Idriss, jefe del estado mayor del Ejército Sirio Libre, reconoce
que Francia y Turquía le suministraban cargamentos de
municiones, de las que una tercera parte estaba destinada
al Ejército Sirio Libre mientras que los otros dos tercios iban
a parar a manos de al-Qaeda a traves del «moderado»
Ejército Sirio Libre. La delegación de Francia no se atrevió a
cuestionar la autenticidad de ese documento, presentado al
Consejo de Seguridad de la ONU por el embajador de Siria, Bachar
Jaafari [7].
John McCain se reúne con el
estado mayor del Ejército Sirio Libre. A la izquierda,
en primer plano, aparece Ibrahim al-Badri, que es la
persona con la que está hablando el senador
estadounidense. También está presente el general Salim Idriss
(con gafas).
Sabiendo lo anterior, resulta evidente
que durante el mes de agosto de 2014 se han producido cambios en
la actitud de algunas potencias miembros de la OTAN y del
Consejo de Cooperación del Golfo, que han pasado de un respaldo
secreto –aunque masivo y permanente– a una franca hostilidad.
¿Por qué?
La doctrina
Brzezinki del yihadismo
Es necesario remontarnos a hace 35
años atrás para comprender la importancia del viraje que está
dando hoy Arabia Saudita –y quizás Estados Unidos. Desde 1979,
Washington, instigado por el entonces consejero de seguridad
nacional Zbignew Brzezinski, decide respaldar el islam político
para contrarrestar la influencia soviética, apuesta a la que ya
había recurrido anteriormente en Egipto, donde Estados Unidos
respaldó a la Hermandad Musulmana para debilitar el gobierno de
Gamal Abdel Nasser.
Brzezinski decidió iniciar una gran «revolución
islámica» desde Afganistán –entonces bajo el régimen
comunista de Nur Muhamed Taraki– e Irán, donde el propio
Brzezinski organizó el regreso del imam Ruhollah Khomeiny. Según
la visión de Brzezinski, aquella revolución islámica debía
extenderse por el mundo árabe, arrasando a su paso con los
movimientos nacionalistas vinculados a la URSS.
La operación alcanzó un éxito
inesperado en Afganistán: los yihadistas de la Liga
Anticomunista Mundial (WACL) [8],
reclutados entre los miembros de la Hermandad Musulmana
y encabezados por el anticomunista Osama ben Laden, emprendieron
una campaña terrorista que llevó al gobierno afgano a reclamar
la ayuda de los soviéticos. El Ejército Rojo entró en
Afganistán, donde se empantanó durante 5 años, lo cual aceleró
el derrumbe de la URSS.
Pero en Irán fue un desastre:
Brzezinski se quedó estupefacto al descubrir que Khomeiny no era
el hombre que le habían descrito –un viejo ayatola deseoso de
recuperar las tierras confiscadas por el shah– sino un verdadero
antiimperialista. Al darse cuenta, tardíamente, de que la
palabra «islamista» no significaba lo mismo para todo el
mundo, Brzezinski decidió establecer una diferencia entre los
“buenos” sunnitas (colaboradores) y los “malos” chiitas
(antiimperialistas) y poner la dirección de los primeros en
manos de Arabia Saudita.
Finalmente, en el marco de aquella
renovación de la alianza entre Washington y los Saud, el
presidente estadounidense James Carter anunció, en su discurso
sobre el Estado de la Unión pronunciado el 23 de febrero de 1980
que en lo adelante el acceso al petróleo del Golfo era para
Estados Unidos un objetivo de seguridad nacional.
Desde aquel momento, los yihadistas
recibieron la tarea de hacerse cargo de todos los golpes bajos
contra los soviéticos (y posteriormente contra los rusos) y
contra los regímenes árabes nacionalistas o recalcitrantes. Las
cosas se complicaron durante el periodo transcurrido desde que
se acusó a los yihadistas de haber fomentado y realizado los
atentados del 11 de septiembre de 2001 hasta el anuncio de la
supuesta muerte de Osama ben Laden en Pakistán (en mayo de
2011). Había que negar toda relación con los yihadistas y,
al mismo tiempo, utilizarlos como pretexto para intervenir. Pero
en 2011 las cosas se hicieron nuevamente más claras con la
colaboración oficial entre los yihadistas y la OTAN contra los
gobiernos de Libia y Siria.
El viraje
saudita de agosto de 2014
Durante 35 años Arabia Saudita
financió y armó todas las corrientes políticas musulmanas, a
condición
1) de que fueran sunnitas,
2) de que afirmaran que el modelo económico de Estados Unidos es
compatible con el islam y
3) de que garantizaran que mantendrían cualquier contrato que su
país hubiese firmado con Israel.
Durante 35 años, la inmensa mayoría de
los sunnitas prefirió ignorar la complicidad entre los
yihadistas y el imperialismo; se declaró solidaria con todo lo
que estos hicieron y todo lo que les atribuyeron. Y también
legitimó el wahabismo como una forma auténtica del islam,
a pesar de las destrucciones de lugares sagrados en Arabia
Saudita.
Sorprendida ante el inicio de la
llamada «primavera árabe», a cuya preparación no había
sido invitada, Arabia Saudita se inquietó al ver el papel que
Washington confiaba a Qatar y a la Hermandad Musulmana. Así que
Riad no tardó en entrar en competencia con Doha para servir de
padrino a los yihadistas en Libia y, sobre todo, en Siria.
Posteriormente, el rey Abdallah acudió
en ayuda de la economía egipcia cuando el general Abdel Fattah
al-Sissi, ya convertido en presidente de Egipto, puso en manos
de Riad y de los Emiratos Árabes Unidos los expedientes
policiales de todos los miembros de la Hermandad Musulmana.
Además, ya en el marco de la lucha contra la cofradía, en
febrero de 2014, el general al-Sissi descubrió y reveló a los
interesados el plan detallado de la Hermandad Musulmana para
derrocar los gobiernos en Riad y Abu Dabi. En unos días, los
conspiradores fueron arrestados y confesaron mientras que Arabia
Saudita y los Emiratos Árabes Unidos amenazaban al padrino de la
Hermandad Musulmana –Qatar– con destruirlo si no renunciaba de
inmediato a seguir apoyando la cofradía.
Riad no tardó en descubrir que la
gangrena también abarcaba el Emirato Islámico y que este último
se disponía a atacar Arabia Saudita después de apoderarse de un
tercio del territorio iraquí.
Los Emiratos Árabes Unidos y Egipto
pulverizaron el candado ideológico pacientemente construido a lo
largo de 35 años. El 11 de agosto, el gran imam de la
universidad Al-Alzhar, Ahmad al-Tayyeb, condenaba severamente el
Emirato Islámico y al-Qaeda. Lo mismo hizo, al día siguiente, el
gran muftí de Egipto, Shawki Allam [9].
El 18 y el 22 de agosto, Abu Dabi
bombardeó, con ayuda del Cairo, las posiciones de grupos
terroristas en Trípoli, la capital libia. Dos Estados sunnitas
se aliaban por primera vez en un ataque contra extremistas
sunnitas en territorio de un tercer Estado sunnita. El blanco de
los ataques fue una alianza en la que figuraba Abdelhakim Belhaj,
el ex número 3 de al-Qaeda, nombrado gobernador militar de
Trípoli por la OTAN después del derrocamiento de Kadhafi [10].
Hasta ahora parece que esas acciones fueron emprendidas sin que
Washington fuese informado previamente.
El 19 de agosto, el gran muftí de
Arabia Saudita, jeque Abdul-Aziz Al al-Sheikh, se decidía
–por fin– a calificar a los yihadistas del Emirato Islámico y de
al-Qaeda de «enemigos número 1 del islam» [11].
Las
consecuencias del viraje saudita
El viraje de Arabia Saudita ha sido
tan repentino que los actores regionales no han tenido tiempo de
adaptarse a él y ahora se ven en posiciones contradictorias en
diferentes aspectos. En general, los aliados de Washington
condenan las acciones del Emirato Islámico en Irak, pero no en
Siria.
Más sorprendente aún. Aunque el
Consejo de Seguridad de la ONU condenó el Emirato Islámico en su
declaración presidencial del 28 de julio y en su resolución 2170
del 15 de agosto, es evidente que la organización yihadista
sigue recibiendo apoyo de varios Estados: en franca violación de
los principios que esos textos invocan y establecen, el petróleo
iraquí robado por el Emirato Islámico transita a través de
Turquía, allí –más exactamente en el puerto de Ceyhan– se carga
en barcos cisterna que hacen escala en Israel, de donde parten
nuevamente hacia Europa. Por el momento no se mencionan
los nombres de las empresas involucradas, pero es evidente
la responsabilidad de Turquía e Israel.
Por su parte, Qatar, país que alberga
numerosas personalidades de la Hermandad Musulmana, sigue
afirmando que ya no tiene nada que ver con el Emirato Islámico.
Reunión de los ministros de
Relaciones Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos,
Egipto y… Qatar en Jedda, el 24 de agosto de 2014, para
coordinar el enfrentamiento con el Emirato Islámico.
Jordania estuvo representada en ese encuentro.
En conferencias de prensa previamente
coordinadas, los ministros de Relaciones Exteriores de Rusia y
Siria, Serguei Lavrov y Walid Muallem, llamaron a la formación
de una coalición internacional contra el terrorismo. Pero
Estados Unidos, mientras sigue preparando con los británicos
la realización de operaciones terrestres en territorio sirio
(la «Fuerza de Intervención Negra» [12]),
ha rechazado aliarse a la República Árabe Siria y se obstina en
exigir la renuncia del presidente sirio Bachar al-Assad.
El choque que acaba de poner fin a 35
años de política saudita ahora se transforma en enfrentamiento
entre Riad y Ankara. Ya en este momento, el PKK –partido kurdo
presente en Turquía y Siria, formación que Washington y la Unión
Europea aún tienen clasificada como una organización terrorista–
está recibiendo apoyo del Pentágono contra el Emirato Islámico.
En efecto, contrariamente a las afirmaciones equívocas de la
prensa atlantista, no son los peshmergas del Kurdistán
iraquí sino los combatientes del PKK provenientes de Turquía y
Siria quienes rechazaron durante los últimos días las embestidas
del Emirato Islámico, con apoyo de la aviación estadounidense.
Conclusión
provisional
Es difícil saber si la actual
situación es real o un simple montaje. ¿Estados Unidos tiene
realmente intención de destruir el Emirato Islámico que ayudó a
construir y que se le ha ido de las manos o sólo quiere
debilitarlo y conservarlo como instrumento político regional?
¿Ankara y Tel Aviv apoyan el Emirato Islámico por cuenta de
Washington o contra Washington? ¿O será que están utilizando las
disensiones internas existentes en Estados Unidos? ¿Se atreverán
los Saud, con tal de salvar su monarquía, a aliarse con Irán y
Siria, poniendo así en peligro el dispositivo de protección de
Israel?
Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire
y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre
política exterior se publican en la prensa árabe,
latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español:
La gran impostura II. Manipulación y desinformación en
los medios de comunicación (Monte Ávila Editores,
2008).