EL ISLAM,

ENTRE EL CHIÍSMO Y EL SALAFISMO

 

الطائفية على أي مستوى إيديولوجية سلطة وطبقة، وليست دينا أو إيديولوجية  هوية.

 

El sectarismo, a cualquier nivel, es una ideología de autoridad y clase, y no una religión o una ideología identitaria.

 

Yassin Al Haj Saleh

Al-Quds al-Arabi

 

            La aparición en el Islam de escuelas y corrientes le es consustancial. El rigor con el que los musulmanes han estudiado y estudian la Revelación da como fruto diversas interpretaciones,  aceptables y magníficas mientras se alejen de la arbitrariedad; y para evitar la arbitrariedad se ahondó también en las condiciones en las que se dan la seriedad en el análisis de los textos y de la trasmisión de informaciones a partir de Rasûlullâh (s.a.s.), así como la investigación de los contextos e implicaciones de cada dato que tenga su origen en Rasûlullâh (s.a.s.) o tenga que ver con él. La tenacidad de los musulmanes para comprender hasta en sus más mínimos detalles el significado de la Revelación ha sido impresionante y ha producido un patrimonio de obras y meditaciones que sorprenden por su escrupulosidad y eficacia. 

 

            Esa diversidad es considerada rahma, misericordia de Allah para con los seres humanos, y no hay una forma más bella de expresarlo. Quiere decir por un lado que se valora el esfuerzo sincero por llegar a la comprensión y por otro que se abre una puerta importante para acoger las variadas tendencias de la mente y el espíritu humanos. Por ello se habla del mashrab, el lugar en el que bebe, o el mança', el lugar hacia el que tiende, tal o cual autor,... como posibilidades de interpretación legítimas desde el momento en que se fundan en ese deseo sano de entender y ser leal a la raíz de la Revelación.

 

            Esa valoración positiva se funda en el Corán que anima constantemente a la reflexión y la investigación e incluso a viajar como forma de entrar en contacto con otras opiniones, y también tiene su raíz en las mismas enseñanzas de Rasûlullâh (s.a.s.) que alentaba a sus Compañeros a interpretar y deducir. Rasûlullâh dijo en un hadiz de importancia capital: "Quien se esfuerza por entender y acierta tiene por ello dos recompensas; y quien se esfuerza por entender y se equivoca, tiene por ello una recompensa", es decir, el esfuerzo intelectual (iŷtihâd) tiene un valor propio que relativiza el error. El error fruto del iŷtihâd no es una falta, sino una de las dos posibilidades de algo que es en sí bueno, y por tanto no es condenable ni punible.

 

            Ello ha dado origen al nacimiento en el Islam de multitud de escuelas interpretativas en los diversos terrenos. En estos casos se usa en árabe el término madzhab para escuela, y que significa "lugar por el que se va", es decir, hay muchas formas de llegar a la verdad, y por tanto a Allah. Y las escuelas nunca han tenido miedo a los debates, es más, el debate se convirtió en el Islam en todo un método y en una "ciencia", y se definieron sus principios y estrategias como sistema para discutir y afinar las opiniones. El término madzhab es abierto y tolerante, acepta la pluralidad y la revisión, e incluso la ramificación infinita de las opiniones dentro de la misma escuela, como ha sucedido y no deja de suceder.

 

            Pero todo tiene un punto en el que se puede convertir en perversión, y ya el Imam al-Gazali advertía contra los debates que degeneraban en meras exhibiciones en las que los contertulios buscaban únicamente brillar y no perseguían encontrar la verdad o acercarse a ella, y se usaban trucos y trampas para el oponente. En ese ambiente, las diferencias entre las escuelas podían convertirse en antagonismo y caer en el fanatismo. No obstante, eran casos aberrantes que se podían superar con mayor o menor facilidad.

 

            La existencia de escuelas, corrientes de pensamiento o de opinión, adhesiones a maestros en concreto, etc., ha cumplido además un papel social de enorme importancia, que ha sido el favorecer el asociacionismo en el Islam. Efectivamente, según relatan las fuentes, por ejemplo, durante la colonización francesa de Argelia, la potencia colonizadora tuvo que enfrentarse a ese problema que suponía la aparición de innumerables frentes que se oponían a la conquista del país. Ese enjambre de infinitas comunidades que podían aliarse entre sí o diluirse para oponer múltiples resistencias tuvo que ser combatido en la mente de los propios musulmanes para poder dominar la tierra y a sus gentes.

 

            La diversidad no implica necesariamente fractura en la sociedad, como puede ser fácilmente entendido pues es riqueza y tolerancia, pero sí puede ser aprovechada por intereses ajenos a los de la sociedad. Nunca han faltado inconscientes o aprovechados que han convertido la virtud en vicio o desquicie. Y sus consecuencias pueden ser terribles: se originan entonces las sectas exclusivistas cuando el objetivo declarado, o no, es el poder, de un tipo o de otro. Y de esto, desgraciadamente, el Islam no ha estado libre. Es más, contra esto también advirtieron el Corán y Rasûlullâh (s.a.s.), considerando inevitable su advenimiento, como el de un mal que acompaña como sombra a un gran bien.

 

            Aparece entonces lo que en árabe se llama fitna, la discordia que puede degenerar en guerra civil. La fitna es la situación a la que se expone la gente de bien cuando es probada en lo más íntimo de su ser, en sus certezas y en las exigencias que se hacen a sí mismas, cuando las opiniones les son ofrecidas tramposamente de modo que la verdad y la falsedad, simultáneamente, están presentes, y una, la verdad, está para servir de escaparate mientras la otra se agazapa para saltar en un momento de desatención.

 

            En este artículo queremos presentar sólo algunas pocas ideas caracterizadoras acerca de dos fitnas en el Islam, que si bien son opuestas en muchos aspectos, en la esencia de su naturaleza coinciden: el chiísmo y el salafismo, que desgarran en la actualidad a la Umma en un enfrentamiento mutuo del que es víctima la gran mayoría de los musulmanes.

 

            No pretendemos, ni mucho menos, ser exhaustivos, y nuestras críticas se centran en los extremismos que se dan en ambas corrientes, pues hay que reconocer que cuando un grupo se convierte en una "tradición", en su seno la gente nace y se forma de manera inocente, y dan frutos que en muchas casos son positivos e incluso extraordinarios, por la naturaleza misma del ser humano. En ambos, tanto en el chiísmo como en el salafismo, hay muchos ejemplos de excelencia, pero lo cierto es que siempre los más "chillones" son minorías francamente trastornadas que son las que causan daños que amenazan ya con ser irreparables.

 

            Para empezar, un primer problema lo tenemos con las denominaciones. Toda secta necesita de un nombre que la ennoblezca y le dé prestigio. En el caso de chiísmo se trata de la apropiación del nombre de chía, que designaba en un principio a los partidarios del Imâm 'Ali (r). El Imâm 'Ali (r) tuvo partidarios que defendieron su candidatura al califato, y ello no tenía más que una significación política, asociada, eso sí a la grandeza indiscutible del Imâm 'Ali (r). El término chi'í (shií) aparece en la literatura islámica más temprana como un título con el que se calificaba a los que defendían decididamente el derecho al califato del Imân y de su descendencia, sin más carga. Así, encontramos, en la sunna, entre los trasmisores de hadices, a personas cuyos biógrafos denominan chiíes sin que ello suponga ningún problema ni ninguna contradicción con el sunnismo, ya que el término carecía de contenido doctrinal: eran musulmanes como el resto y su credibilidad no dependía de su opción política. En este sentido, algunos autores dicen que chií es un término netamente sunní.

 

            No obstante, en las filas del Imâm también fueron apareciendo (¡cómo no!) posturas más radicalizadas y bastante aberrantes. Sobre todo después de su asesinato por parte de los jâriŷíes y el ascenso al poder de los omeyas. Progresivamente, se fue mitificando su figura y la de sus descendientes, eternos candidatos (o mejor dicho, retratados como candidatos por sus seguidores más acérrimos) al califato. Tales posturas fueron duramente criticadas por los interesados, pero la tendencia se hizo imparable, y los más extremistas, los más "chillones", iban apoderándose del término chií en lugar del que se les dio entonces, el de rafidíes, es decir, el que los describe como rechazadores (rafada) del califato de Abû Bakr y 'Omar (r). Éste término, que en realidad tiene una historia más compleja en la que no vamos a entrar aquí, los diferencia del anterior chiísmo convencional, pero tiene una carga negativa que no les convenía. Por supuesto, hay mucho más que decir sobre el chiísmo y sus orígenes, desde las leyendas épicas hasta las descalificaciones interesadas, pero lo que cuenta aquí es simplemente la apropiación del término por parte de quienes ya estaban lejos de sus connotaciones primeras.

 

            Algo parecido pasa con los salafíes. En realidad, el nombre que se les ajusta es el de wahhabíes, y aunque lo utilizaron en su momento, en la actualidad lo rechazan porque se ha ido cargando de matices negativos de los que huyen (su asociación al fanatismo, al oscurantismo y al terrorismo). El desprestigio del término original les hace preferir el de salafíes. Pero también en este caso se trata de una apropiación ilegítima.

 

            El nombre de salafismo se remonta a un movimiento panislámico que surgió a finales del siglo XIX y que pretendía la regeneración del Islam con la superación de las diferencias entre escuelas (en la creencia difundida por el colonialismo de que ello era la causa de la debilidad de los musulmanes dentro de la estrategia de luchar contra la multitud de frentes que tenía abiertos). El salafismo se basaba, pues, en una buena intención, y tuvo por ello una acogida y una credibilidad de las que el wahhabismo se ha apoderado, como si el nombre les pudiera proporcionar legitimidad.

 

            Pero aún más, en su avance, el salafismo-wahhabismo pretende cometer otra tropelía de mayor calado aún, que es el de adueñarse del nombre de la Sunna en su totalidad. Cada vez con más frecuencia, dentro del espíritu exclusivista y manipulador que los caracteriza, usan el término de sunníes como auto-designación y "sacan" fuera de él a los musulmanes que no son salafíes-wahhabíes. Lo peor que puede pasar con esta impostura es que se naturalice, y el Islam sea entendido en el futuro como salafismo-wahhabismo. Por desgracia, esta tendencia encuentra poca resistencia y en cualquier caso insuficiente para detener el avance en esta inexactitud detestable.

 

            En segundo lugar, y en consonancia con lo anterior, ambas "escuelas", la chií-rafidí y la salafí-wahhabí, remiten a grandes principios para confundir (esta es la esencia misma de la fitna). Ya Ibn 'Arabí lo dijo respecto a los chiíes: se han apropiado de la figura del Imâm 'Ali (r) y de los miembros de los Ahl al-Bayt, y basándose en el respeto que les es debido y en el peso que tienen en los corazones, quieren desorientar a los musulmanes.

 

            Los chíitas (al menos los extremistas "chillones", los chiítas-rafidíes) pretenden que los musulmanes "han traicionado" a 'Ali (r). Se trataría de una traición, para empezar, perpetrada por algunos, o muchos, de los Compañeros mismos de Rasûlullâh (s.a.s.), y, a continuación, por el resto de los musulmanes desde entonces hasta ahora, por haber aceptado el califato de los omeyas. Hay que recordar que todos estos mitos son construcciones muy posteriores, pero que se proyectaron interesadamente en épocas anteriores para interpretar los acontecimientos que siguieron a la muerte de Rasûlullâh (s.a.s.). De nada sirve recordar a los chiíes que ya han pasado más de mil cuatrocientos años: para ellos, y para mantener su institución, es de vital importancia preservar vivo el conflicto que se desató entonces entre dinastías y pretendientes, pues encuentran en eso la legitimidad actual.

 

            En efecto, al historia de los comienzos del Islam fue muy agitada. Era un universo plural que se expandió a una velocidad de vértigo, y las vicisitudes tenían que ser innumerables y tenían que producirse contradicciones fruto de realidades cambiantes. En lugar de analizar esos hechos desde una perspectiva histórica seria, hay un obsesivo aferramiento a narraciones muchas de las cuales ya no son verificables, sobre todo tras la larga proyección en ellas de opiniones e intereses posteriores, e incluso muy posteriores.

 

            El triunfo de los omeyas se ve como una gran traición a los principios del Islam y se culpabiliza de ella al conjunto de los musulmanes, cuando fue el resultado de la fuerte crisis de crecimiento que sufrió el Islam, cuando dejó de ser factible la asamblea como medio para decidir los asuntos comunes (de todos modos los chiíes impugnan el valor de la asamblea ya que para ellos, a diferencia de los sunníes, el califato es por designación divina).

 

            Los chiíes (siempre nos referimos a los extremistas) tienen la tendencia absurda de convertir al resto de los musulmanes, del pasado y del presente, en cómplices de los omeyas en una especie de complot contra el Islam verdadero, el Islam de las Gentes de la Casa del Profeta, mitificados e idealizados como claves del Islam gracias a los cuales habría reinado la justicia y la verdad. Este "carlismo" islámico ha tenido una historia larga alimentada por el victimismo y las constantes derrotas de los alawíes frente a sus enemigos omeyas o abbasíes. No obstante se han creado y todavía existen principados alawíes (chiíes ideológicamente o no) que no son precisamente ejemplos de justicia o imperio de la verdad. Pero ello no detiene la maquinaria de la fabulación, sobre todo después de que el chiísmo-rafidismo se convirtiera en una "tradición" de la que vivían muchos (no hay que olvidar el jumus, o quinto de los bienes que los chiítas deben pagar a sus líderes, en teoría como tributo al Mahdi o Mesías de las Gentes de la Casa del Profeta al que se espera). Esta última observación no debe entenderse como ridiculización del chiísmo, pero es un elemento a tener en cuenta a la hora de estudiar la institución del chiísmo como estructura de poder.

 

            Pues bien, algo parecido ocurre con el salafismo-wahhabismo. En este caso, la apropiación hace referencia al salaf, los primeros musulmanes (los musulmanes de las tres primeras generaciones). El Islam insiste en el respeto debido tanto a las Gentes de la Casa del Profeta (ahl al-bayt) como a los Compañeros de Rasûlullâh y, en general a los primeros musulmanes, habiendo un hadiz importante sobre la trascendencia de las tres primeras generaciones (el salaf). Efectivamente, para cualquier musulmán (sunní), las tres primeras generaciones del Islam son el referente primordial del Islam por su cercanía al Profeta y el conocimiento de primera mano que tenían del Islam. En esto hay unanimidad total (como en el caso de la preeminencia de los ahl al-bayt).

 

            Al igual que el Imâm 'Ali y las gentes de la casa del Profeta sirven de excusa a los chiítas-rafidíes en su tendencia a la exclusión del resto, los salafíes hacen lo mismo, pero en esta ocasión haciendo del salaf el pretexto. Al igual que para los chiítas los musulmanes han traicionado al Imâm 'Ali (r), para los salafíes (los extremistas entre ellos, pues es siempre a ellos a los que nos referimos) los musulmanes hemos traicionado al salaf. En lugar de tenerlos como referentes esenciales, los musulmanes (la mayoría de los musulmanes) habrían optado por el jalaf (las generaciones posteriores a las tres primeras) que ha dividido a los musulmanes en escuelas y grupos "opuestos".

 

            También se mitifica al salaf (sin llegar al extremo de los chiítas respecto a los ahl al-bayt), pero sobre todo se les interpreta superficial y ramplonamente, y siempre desde la óptica de que todo lo que los musulmanes actuales creen o hacen es opuesto a sus enseñanzas en todos los terrenos. Esto convierte al resto de los musulmanes también en "traidores" al Islam, y en los casos extremos, se les condena a la exclusión absoluta del Islam, lo cual tiene consecuencias muy graves, y con ello se justifican incluso crímenes atroces y actos de terror.

 

            Tanto los chiítas como los salafíes tienen como principal "campo de acción" al resto de los musulmanes. Incapaces de comprender la grandeza y la diversidad del Islam, se encierran en sus certezas y las convierten en armas contra el resto. Las demás opiniones, capaces de convivir entre ellas, son interpretadas como oponentes a sus designios. Esta es la esencia de las sectas. Pero como extremos que coinciden en la actitud, los chiíes y los salafíes son fundamentalmente enemigos entre sí.

 

            Estas diferencias que, bueno, en un primer momento podían estar justificadas en el calor de las disputas, lamentablemente se prolongan sustituyendo la reflexión sobre el presente del Islam por controversias trasnochadas. Sin duda, el Islam vive retos y desafíos profundos, hay mucho en lo que pensar y debatir,... y realidades que corregir o reorientar, y es absurdo caer en las trampas de estas dos sectas, que, debido a su fuerte activismo y a su poderosa implantación, no dejan de poner sobre la mesa la cuestión de la lealtad a los Ahl al-Bayt o al Salaf, cuando son dos cuestiones que nadie discute, sometiendo a los musulmanes a discusiones bizantinas.

 

            Tanto los chiíes como los salafíes han tenido o tienen una dinastía potente detrás, orígenes verdaderos de muchas de sus perversidades. En el caso de los chiíes-rafidíes, después de muchas derrotas y tras la existencia de principados fallidos, encontraron en la dinastía safaví (safawí) en el siglo XVII el garante que necesitaban. Esta dinastía impuso el chiísmo a sangre y fuego en Irán y desde ahí en Iraq, Azerbaiyán y otras regiones limítrofes. Esta dinastía adoptó el chiísmo-rafidismo como ideología legitimadora y unificadora de su reinado, y se utilizó la institución chiíta como maquinaria de terror, como los Reyes Católicos hicieron con la Inquisición, hasta borrar de raíz la presencia del Islam anterior. Llegar a este paralelismo es fácil repasando la historia de los esos países, documentada por fuentes chiítas.

 

            Y también el paralelismo con los salafíes es evidente. También Muhammad ibn Abdelwahhab (fundador a finales del siglo XVIII de esta secta) se asoció a la dinastía saudí para convertirse en su ideólogo mientras que el rey se convertía en su brazo armado contra los musulmanes comunes, y tras masacres terribles y demenciales se pudo imponer el wahhabismo como religión de Estado en Arabia. En ambos casos, con el chiísmo-rafidismo y con el salafismo-wahhabismo, se barrió y destruyó todo vestigio de lo anterior.

 

            Se suele decir que una de las políticas de la República Islámica de Irán es la de la exportación del chiísmo al resto del mundo musulmán en un afán colonizador. El triunfo de la revolución en Irán dio a la institución chiíta la posibilidad de usar los recursos del Estado (y del petróleo) en benefició de su propaganda. Lo mismo que el descubrimiento del petróleo en Arabia Saudí dotó a los salafíes-wahhabíes de los medios con los que "colonizar" el resto del mundo musulmán (en el caso de los salafíes, de una forma masiva que está acabando con todas las resistencias).

 

            Y la globalización e internet acrecientan y multiplican los horrores y los efectos arrasadores que se derivan de ello, y la actividad de los medradores (tanto de un bando como de otro) que pretenden sacar beneficios, del tipo que sea, del río revuelto. La utilización por parte del imperialismo de estas lamentables realidades nos convierte al resto de los musulmanes (la inmensa mayoría de los musulmanes, sawâd al-umma) en víctimas de su expansionismo que utiliza como estrategias estas degeneraciones del espíritu humano. No se debe olvidar que equipos de antropólogos acompañan a los ejércitos imperialistas para actuar como agentes de la fitna, de la discordia sembrada entre los musulmanes, para acabar con la cordura y para sobredimensionar los efectos de estas dos sectas. Es muy difícil combatir la fitna, sobre todo cuando se mancha con la sangre de miles, y de cientos de miles, de inocentes, se nutre de la confusión y se embebe de barbarie, como está ocurriendo. Surge entonces la irracionalidad que sumerge a las naciones en la locura que estamos viendo.

 

            El Islam predica el estudio y la reflexión, la moderación frente a todos los excesos, la pluralidad y el respeto, y la convivencia que no mata las diferencias sino que las aprovecha para enriquecimiento de todos. Basta una lectura superficial del Corán para llegar a estas conclusiones, y los musulmanes llegaron a ellas desde el principio y de forma natural. Seguramente las contradicciones son inevitables, y el surgimiento de sectas forma parte de la naturaleza humana, pero sus efectos devastadores son fruto del mundo actual en el que se aúnan la barbarie y la disposición de medios para su difusión y la multiplicación de sus efectos. Más que nunca, por tanto, se hace necesario ese estudio y reflexión que devuelva el Islam a su condición esencial de gran bien regalado a la humanidad, y personas notables (sunníes, chiíes y salafíes) van, afortunadamente, por ese camino en el que encuentran grandes dificultades.

 

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