Genocidios en Ruanda y Congo

Se acerca el día 6 de abril. Esa fecha permanece grabada a sangre en la mente y las tripas de millones de personas que sufrieron un horror impensable. Los cien días siguientes al 6 de abril de 1994, tuvo lugar en Ruanda un baño de sangre, terror, muerte, ira y caos. Comenzó el único genocidio reconocido en ese castigado país. 800.000 personas fueron masacradas. La mayoría eran de etnia tutsi, pero muchos de ellos eran también hutus que se oponían a la barbarie. Los verdugos fueron militares extremistas (no todos los del ejército de entonces aceptaron participar en la orgía de crueldad para asesinar a conciudadanos inocentes, y por ello fueron sacrificados) y milicias paramilitares llamadas Interahamwe, extremistas hutu.

La mayoría del pueblo, de etnia hutu y tutsi, también los twa, no hizo más que sufrir un miedo que jamás podremos llegar ni a imaginar de lejos los que no hemos vivido algo así. Insisto, LA MAYORÍA, huyeron en todas direcciones, se ayudaron, sufrieron terror y sufren hoy el trauma del recuerdo. Lloraron por las vidas perdidas sin sentido. Querían despertar de aquella pesadilla.

Saco estas conclusiones después de leer y escuchar a muchos de los supervivientes, europeos, tutsis y hutus, famosos y anónimos. Después de haber asistido al diálogo interruandés, en Mallorca en 2011. Después de leer estos relatos esclarecedores que cito y recomiendo, entre otros:

Carnages. Les guerres secrètes des grandes puissances en Afrique. Del periodista de investigación Pierre Péan.

Huir o morir en el Zaire, testimonio de una refugiada ruandesa. DeMarie-Béatrice Umutesi.

África, la madre ultrajada, de Joan Carrero Saralegui.

Les réfugiés rwandais à Bukavu au Zaire. Les nouveaux Palestiniens?, de Philippe de Dorlodot.

La Hecatombe de los refugiados ruandeses en el antiguo Zaire, testimonio de un superviviente. De Benoît Rugumaho. Testimonio que he tenido la fortuna de leer en español a pesar de no estar todavía publicado en esta lengua L’Hécatombe des réfugiés Rwandais dans l’ex-Zaire. Témoignage d’un survivant, gracias a que conozco tanto al autor como al traductor.

Auto judicial de 182 páginas del juez Andreu Meralles, presentado en el Juzgado de Instrucción número 4 de la Audiencia Nacional española en 2008, publicado aquí, en la página de Veritas Rwanda Forum.

Digo que sufren hoy, porque es incomprensible la indiferencia del mundo ante una realidad terrorífica, debido a la manipulación a la invención de una historia oficial suprimiendo la verdad a costa de la vida de millones de ruandeses y congoleños y el empeño en mantener laJusticia de los vencedores como única “justicia” posible. Todo en aras de ocultar la culpabilidad de grandes hombres, empresas y potencias, y por el beneficio económico de la explotación ilegal de unas inmensas riquezas naturales, con lo fácil que sería hacerlo de forma legal, aunque las grandes compañías no tendrían tantos beneficios y los ladrones y traficantes se quedarían sin su parte de este pastel. 

Teniendo en cuenta mi falta de conocimientos sobre infografía, este (la imagen anterior) es el esquema más sencillo que se me ha ocurrido hacer para explicar por qué todos, hutu y tutsi, sufrían antes, durante, después del genocidio de 1994 y lo que les queda en el futuro… Intentaré explicar de forma casi imperdonablemente breve y simplificada lo que pasó y pasa en Ruanda y Congo.

Sin olvidar que antes del 1 de octubre también hay una historia que tiene sus consecuencias, doy comienzo a esta crónica en el 1 de octubre de 1990.

El FPR, que tomó el poder en 1994 y ahora es un partido político, siendo un grupo rebelde acogido en Uganda, apoyado por Uganda hasta el punto de tener a sus miembros incluidos en las Fuerzas Armadas nacionales, estaba fuertemente apoyado económica y militarmente por Estados Unidos. Este FPR fuertemente armado e instruido invadió Ruanda (desde Uganda, al norte) el 1 de octubre de 1990. Cometió matanzas y atrocidades hasta el punto de preocupar a su cúpula las visitas desde el exterior al país, puesto que era un problema ocultar que el norte de Ruanda estaba despoblado, ya que toda su población había sido masacrada o había huido hacia la capital al sur. 

Había comenzado una guerra que nadie parece recordar, pero que es el marco en que se inscriben estos crímenes atroces. La Comunidad internacional impuso embargo de armas y sanciones al gobierno de Ruanda por combatir esta invasión de los rebeldes, pero Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel siguieron apoyando económicamente, con armas y con colaboración a los entonces rebeldes del FPR, ubicados todavía en Uganda.

 

 

La comunidad internacional exigió al gobierno de Ruanda de 1994 que aceptase los acuerdos de Arusha, con los cuales se comprometía a compartir el poder con el FPR, para terminar con cuatro años de guerra.

Los rebeldes del FPR eran tutsis y el gobierno de entonces estaba principalmente integrado por hutus. El resto de la población, de una u otra etnia, que vivía en Ruanda sólo quería convivir en paz e igualdad.

El 6 de abril de 1994, cuando el presidente hutu Juvenal Habyarimana volvía a Ruanda de la firma de los acuerdos de reparto de poder con el FPR, en Arusha, Tanzania, sucedió el detonante: su avión fue derribado por un misil, dando lugar al inicio de los 100 terroríficos días del único genocidio que se reconoce en la historia oficial, y que nadie niega.

Aunque la versión oficial presenta a Paul Kagame en el papel de “salvador” y al los extremistas hutu en el papel de “responsables de este atentado”, la realidad es que la autoría de este atentado ha sido atribuida al FPR por las investigaciones más serias, la primera el informe Hourigan entregado al Consejo de Seguridad de la ONU el 1 de agosto de 1997. Michael Hourigan fue encargado de investigar el atentado del avión presidencial del 6 de abril de 1994 por la fiscal del Tribunal Penal Internacional para Ruanda de entonces, Louise Arbour. Hourigan presentó las pruebas de que Paul Kagame (como líder del FPR) había dado la orden él mismo de derribar el avión. Pero su informe fue ocultado y nunca tenido en cuenta por el tribunal. Michael Hourigan murió la primera semana de diciembre de 2013, en Australia, la prensa internacional no se hizo eco de ello. Recomiendo este artículo y programa de radio de la periodista estadounidense Ann Garrison sobre Hourigan y el conflicto de Ruanda que no cesa. Después de eso, el juez francés Jean Louis Bruguiere también llegó tras sus investigaciones al mismo responsable, el jefe del FPR y varios de sus más cercanos colaboradores, en un proceso judicial iniciado en 1998. Su sumario también está encontrando todo tipo de obstáculos y presiones para disolverse.

El genocidio ruandés, el de 1994, único reconocido por la historia oficial, ocasionó que millones de civiles huyeran en todas direcciones, principalmente hacia el país vecino por el oeste, la República Democrática del Congo, entonces llamado Zaire.

Se dice que la comunidad internacional y la ONU no estuvieron a la altura de las circunstancias y no hicieron nada para detenerlo. Lo cierto es que el responsable militar de la misión de mantenimiento de paz de la ONU que había en Ruanda, Romeo Dalliare, advirtió de la tragedia que se avecinaba si llegaba a tener lugar el temido ataque final del FPR porque los extremistas se preparaban para combatir con fuerza, en el famoso fax enviado al entonces responsable de las operaciones de paz de la ONU Kofi Annan, pidiendo ayuda específica para intervenir y evitar la tragedia, pero Annan no solo le negó este permiso, sino que no comunicó el contenido del fax al entonces Secretario General de la ONU, Boutros Ghali. Cuando ya en plena vorágine del genocidio y asalto al poder del FPR, se iba a iniciar una intervención urgente en Ruanda, el protegido Paul Kagame pidió a sus aliados de Estados Unidos, Bill Clinton, que no se enviase a nadie y se dejase “actuar” al FPR a su manera, como han desvelado diversos testimonios, recogidos, por ejemplo, por el héroe Paul Rusesabagina, (Inspirador de la película Hotel Ruanda) en su Carta abierta al Secretario General de la ONU, en 2010, con motivo de la filtración del informe Mapping, en la que dice “En abril de 1994, el entonces general rebelde Kagame envió a sus ayudantes Claude Dusaidi y Charles Muligande a Nueva York y a Washington en el momento más álgido de las matanzas a pedir a la ONU que detuviese su intervención militar en Ruanda. Pero es gracioso hoy en día, y además trágico, cómo acusa a la ONU por no haber intervenido en Ruanda para detener el genocidio, cuando sabe que él es el que pidió que se mantuvieran al margen.

Una vez que el FPR se hizo con el poder, los extremistas hutu que habían llevado a cabo “el genocidio”, el oficial, huyeron también de Ruanda hacia el vecino Zaire, se mezclaron con la población civil aterrorizada, inocente y de cualquier etnia. También los militares del ejercito regular recién derrocado en Ruanda se unieron a la huida. Paul Kagame y su grupo rebelde pasaron a ser el gobierno oficial inmediatamente, sin cuestionamientos de ningún tipo, y desde esa posición siguieron persiguiendo a los refugiados con el propósito de eliminar a cuantos más hutu mejor, ejecutando su genocidio, el no reconocido por la historia oficial. Atacó con armamento pesado campos de refugiados enteros con cientos de miles de mujeres, niños, ancianos y enfermos. Organizó escuadrones de la muerte que asesinaban selectivamente a determinadas personas hutu, como los que tenían una profesión destacada, líderes intelectuales, líderes militares, líderes sociales, cualquiera con estudios, cualquiera con capacidad para hablar, organizar o expresarse.

En esos fatídicos días se incrementaron las masacres que se suman al resto, dentro del conflicto más mortífero de la historia de la humanidad, desde la Segunda Guerra Mundial. Esas masacres, que primero se escudaron en que eran para vengar el genocidio “oficial”, en cazar a los “genocidas” que habían huido al Congo, en eliminar la amenaza de que volvieran a intentar recuperar el poder, eran llevadas a cabo abiertamente por el ya oficialmente ejercito ruandés (rebeldes agresores hasta hacía unos días) ante la mirada pasiva de la comunidad internacional y la ONU, que “comprendía las ansias de venganza” y sirviéndose de la ayuda económica militar y de todo tipo de Estados Unidos. Las descaradas agresiones abiertas de Ruanda al Congo se trasformaron después en la presencia en este país de varios grupos rebeldes formados, financiados y comandados por el gobierno de Ruanda, bajo diferentes excusas y nombres, el último llamado M23, para continuar la misma agresión, pero en modo encubierto. Ahora masacran a los congoleños que se rebelan contra su presencia, puesto que ya no tiene más motivación que sacar a través de Ruanda los inmensos recursos naturales del Congo. Un expolio que también es considerado como un crimen contra la humanidad por la ONU y otros organismos.

En contadas ocasiones parece que Estados Unidos y Gran Bretaña se han cansado de su sanguinario aliado en la región y le van a retirar su apoyo, pero pasan las tormentas de verdades y todo vuelve a su estado natural: la protección de su hombre malo en la zona. Esas ocasiones son por ejemplo el año 2010, cuando se filtró (por temor a quedar condenado al ocultamiento como el Hourigan o el Gersony anteriores) el informe Mapping Report de las violaciones cometidas en la República Democrática del Congo, entre marzo de 1993 y junio de 2003; o en 2012, cuando se hizo evidente gracias a un nuevo informe de la ONU, que el grupo rebelde M23 estaba comandado por el mismísimo ministro de defensa de Ruanda, James Kabarebe. En ocasiones Paul Kagame ha temido que esta retirada de apoyo sea real y ha amenazado sin pudor públicamente con “tirar de la manta” si caigo, no caeré solo, personas poderosas caerán conmigo… y Tony Blair, Kofi Annan, Bill Clinton y otros muchos se acobardan y vuelven a mover sus hilos para tapar lo que ya no se puede tapar: millones y millones de muertos inocentes, crímenes indescriptibles y el expolio más descarado del mundo.

Son escandalosamente claras, evidentes, obvias y abundantes las pruebas de los crímenes que ha cometido y comete la actual cúpula militar del FPR que gobierna Ruanda, pero solo la Ruanda sumisa, muda, sorda y ciega, a los demás los oprime con puño de hierro. Los críticos, los que preguntan, hablan imploran verdad son encarcelados, reprimidos, denigrados. Este régimen ha asesinado a una larga lista de opositores, periodistas, activistas… y despliega unos recursos humanos y económicos inmensos para manipular y mantener ese castillo de naipes que es su historia oficial, la negación y ocultación de sus propios crímenes, otro genocidio.

Ahora que se acerca el 20 aniversario del genocidio, el único reconocido, el oficial, el de tutsis, se multiplican los actos conmemorativos. Todo el mundo quiere salir en la foto de la humanidad civilizada dándose un golpe en el pecho por los 800.000 “tutsis y hutus moderados” que fueron cruelmente asesinados en los 100 días de 1994. El resto de las víctimas, los anteriores, posteriores y los que están por perder la vida en el mismo conflicto, por culpa del olvido, la impunidad y la desinformación, seguirán siendo llorados o llorando en silencio, porque si se lloran en público se corre el riesgo de incurrir en un delito implantado por el FPR y sus defensores llamado “negacionismo”. 

Es dolorosamente irónico que se llame precisamente “negacionistas” a aquellos que rechazan negar uno de los dos genocidios, que no niegan el genocidio de 1994, sino que piden que no se niegue el otro, el que no ha terminado. Quieren que se reconozcan las víctimas de los dos bandos, que se juzgue a los responsables de los dos bandos, para poder reconciliarse y, por fin, lograr una paz duradera y real.