La Primavera Siria

 

Al intrincado movimiento de masas, de intereses, de planes, de fronteras… de muertos que llegaba a Oriente Medio desde Túnez siguiendo el consabido y fotogénico efecto domino decidieron llamarle “La Primavera Árabe”. La expresiva y eufemística frase portaba en sí dos significados, dos filos, como las espadas. Uno era romo y hacía referencia a la vida, al renacer; era el eslogan de la esperanza, del color verde; del nuevo color con el que tintaron la bandera siria, mucho más ecológico y con ciertas reminiscencias islámicas. Se trataba, en realidad, de un símbolo, y como tal se prestaba a múltiples y sutiles interpretaciones. Aquel filo romo proyectaba en el cielo televisivo de al-Yazira dos conceptos primaverales: Paz y libertad… un futuro, en definitiva, reverdecido como los dólares que iban a afluir desde la maleta Marshall, todavía abierta, a los áridos e improductivos campos árabes. Los revolucionarios laicos hablaban en su improvisado discurso de la fraternidad masona de los pueblos; los musulmanes salafis amenazaban a sus heréticos congéneres con el degüello; y los sufís defendían con cierta violencia esotérica el derecho de sus Sheijs -verdaderos avatares de la divinidad- a la presidencia de los gobiernos o, al menos, a un ministerio, a un escaño, a una embajada en algún país europeo desde la que arengar a los ignorantes y perdidos occidentales. Ante tamaña divergencia de objetivos, la revolución primaveral de la primavera árabe logró unificar criterios focalizando el problema, el obstáculo que impedía que pudieran realizarse tan dispares aspiraciones, en una sola cabeza, en un solo nombre. Según sus análisis había surgido un nuevo Prometeo que como el griego se había atrevido a robar el fuego que Zeus custodiaba lejos de los hombres. Este joven Prometeo, inexperto y sin duda indigno de formar parte del panteón de dioses, se había rebelado contra sus mayores haciendo frente a las hordas que éstos habían enviado en sucesivas oleadas para arrancarle y comerse su hígado, y para advertir a todo diosecillo que se atreviera a poner en tela de juicio la globalización y la omnipresente akademia del terrible final que le esperaba. Zeus tenía sus planes y no estaba dispuesto a dejar que un aficionado se los malograse. En la caja que la encantadora y estúpida Pandora sostenía por orden del dios de dioses había fabulosos proyectos millonarios que se desatarían una vez que se deshiciera el conjuro con el que el joven Prometeo mantenía a raya a las hordas del eje del bien que Zeus sostenía con su mano izquierda.

Desgraciadamente para Pandora, sus bellos y sugestivos eslóganes no habían surtido el efecto esperado; habría, pues, que valerse del otro filo, éste bien cortante, para hacer entrar en razón a todos los titanes que se habían reunido en torno a Prometeo con el fin de mostrar al desconcertado Olimpo que no había más que un Dios y que su nombre era Allah, y que no había más que un poder que era el de la Verdad. A Zeus le parecieron pocas armas las que esgrimían esos parias desheredados y expulsados del monte divino comparadas a las suyas de destrucción masiva y a su ojo de buey metafísico capaz de detectar el menor movimiento sobre la tierra. Pero la divinidad de Zeus resultó ser más mítica y legendaria que real y su magia no logró asustar a los titanes, inferiores a los dioses en rango según su clasificación genealógica, pero no según su titánica determinación. Ante la terca rigidez del eje del mal, Zeus decidió negociar y retirar sus barcos con un afeminado rugido que sólo asustó a sus almirantes.

Para colmo de males, alguna que otra horda se daba en retirada, y otras se preguntaban en voz alta la razón por la cual ni Pandora ni su amado Epimeteo se animaban a unirse al verde Yihad al que con tanta vehemencia llamaban. Lo cierto es que esos voceros, esos líderes, esos sabios… ya estaban en el paraíso, en su paraíso -hoteles cinco estrellas, entrevistas y programas televisivos, viajes, congresos, reuniones secretas… El dinero fluía con la misma impetuosidad con la que fluía la sangre árabe; desde Qatar hasta Ankara, dólares, armas, eslóganes… ahora sin manos para recogerlos.

Ha pasado la primavera árabe y ha llegado el mortecino otoño de la retirada, del resentimiento, de los espavientos dialécticos que segrega el fracaso. Quizás Zeus se olvidó de la historia que cuenta la mitología. Esquilo nos la recuerda en su tragedia Prometeo encadenado. En ella se representa el choque entre el poder de Zeus y la inquebrantable voluntad de Prometeo. Zeus es presentado como un tirano y Prometeo como la figura arquetípica que batalla incansablemente contra el poder tiránico. Es la eterna lucha entre David y Goliat; la eterna derrota del gigante de pies de barro.

Pasará el otoño y pasará el gélido y largo invierno, y llegará una nueva primavera, con árboles henchidos de frutos, la primavera siria, la verdadera esperanza, roja, para recordar a las futuras generaciones que no puede haber victoria sin sacrificio.

 

Abu Bakr Gallego

Damasco, Siria

8/12/2013