Este artículo, publicado esta
mañana en Siria e Italia simultaneamente, fue escrito antes
que
el presidente estadounidense Barack Obama anunciara que
consultaría al Congreso de su país respecto al ataque
que prepara contra Siria
Como en una tragedia griega, los
occidentales que anunciaban sus intenciones de bombardeo
inminente contra Siria no han hecho nada y ahora se disputan
entre sí. Como decía Eurípides: «Cuando los dioses quieren
destruir a alguien, empiezan enloqueciéndolo».
De un lado, los líderes de los Estados
miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: Barack Obama,
David Cameron y Francois Hollande; del otro lado, sus propios
pueblos. De un lado, la hybris, la arrogancia de las últimas
potencias coloniales; del otro lado, las Luces de la Razón.
Frente a ellos, los sirios, silenciosos y sufridos… y sus
aliados, rusos e iraníes, a la espera.
El drama que se está desarrollando no
es un enésimo episodio de la lucha por el control del mundo sino
un momento crucial como no se ha visto otro en la Historia desde
1956 y la victoria de Nasser en el
Canal de Suez. En aquel momento, el Reino Unido, Francia e
Israel tuvieron que renunciar a su sueño colonial. Vendrían
después las guerras de Argelia y de Vietnam y el fin del
apartheid en Sudáfrica, pero ya se había roto el impulso que
había llevado a Occidente a dominar el mundo.
Aquel sueño recobró fuerza cuando
George W. Bush emprendió la
conquista de Irak. Ante el declive de su propia economía e
impulsadas por la creencia en la desaparición próxima del
crude oil, las transnacionales estadounidenses utilizaron
ejércitos aliados para reconquistar el Oriente. Durante todo un
año, una empresa privada, la Autoridad Provisional de la
Coalición, gobernó y saqueó Irak. Aquel sueño continuó luego con
Libia, Siria y Líbano, y después sería el turno de Somalia y
Sudán, antes de culminar en Irán, como reveló el general
Wesley Clark, ex comandante en jefe de la OTAN.
Pero la experiencia ya vivida en Irak
demostró que, aún exhausto después de los años de guerra contra
Irán y de largos años de sanciones internacionales, un pueblo
educado no puede ser colonizado. La diferencia de condición
entre los occidentales –capaces de leer y escribir y conocedores
del uso de la pólvora– y el resto del mundo ha dejado de
existir. Hasta los pueblos más ignorantes ven ahora la
televisión y reflexionan en términos de relaciones
internacionales.
Y eso no puede dejar de tener
consecuencias: los pueblos occidentales no están sedientos de
sangre. Convencidos de su supuesta superioridad, se lanzaron a
la conquista del mundo… y regresaron lastimados. Así que hoy se
niegan a participar nuevamente en esa aventura criminal sólo por
beneficiar a los magnates de la industria. Ese es el significado
del voto de la Cámara de los Comunes en rechazo a la moción de
David Cameron para atacar Siria.
¿Tienen los pueblos conciencia exacta
de sus actos? Claro que no. Son pocos los occidentales, europeos
y estadounidenses, que han entendido cómo provocó la OTAN
la secesión de Bengazi y la disfrazó de revolución contra
Muammar el-Kadhafi antes de arrasar el país entero con un diluvio
de bombas. Son muy pocos los occidentales que han reconocido
en la bandera del Ejército Sirio Libre –verde, blanca y negra–
la bandera de la época de la colonización francesa. Pero todos
saben que de eso se trata.
La estrategia de comunicación de
Downing Street y de la Casa Blanca es de una asombrosa
arrogancia. En su nota sobre la legalidad de la guerra, la
oficina del primer ministro británico afirma que el Reino Unido
puede intervenir sin mandato del Consejo de Seguridad de la ONU
para impedir que se cometa un crimen, a condición de que su
intervención se realice exclusivamente con ese objetivo y de que
sea proporcional a la amenaza. Pero ¿cómo impedir que un
ejército utilice armas químicas? ¿Bombardeando el país?
La Casa Blanca, por su parte, divulgó
una nota de sus servicios de inteligencia que aseguran tener «certeza»
sobre el uso de armas químicas por parte de Siria.
¿Fue necesario gastar más de 50 000 millones de dólares para
parir una teoría del complot carente de la menor prueba
tangible? En 2001 y 2003, la acusación se convertía en ley.
Colin Powell podía darse el lujo de atacar Afganistán a cambio
de una simple promesa de presentación ulterior de pruebas de la
participación de los talibanes en los atentados del 11 de
septiembre… y nunca presentarlas al Consejo de Seguridad. Podía
ponerlo a oír falsas grabaciones telefónicas supuestamente
interceptadas y agitar una cápsula con algo que él decía que era
ántrax antes de irse a arrasar Irak… y presentar después –en vez
de pruebas– sus excusas personales por aquellas mentiras. Pero
hoy en día Occidente se ve ante sus propias contradicciones
entre partidarios de la colonización y defensores de la Razón.
Lo que hoy está en juego en Siria es
nada menos que el porvenir del mundo. Los dirigentes de los
Estados occidentales, siempre en busca de ganancias y poder,
ya no logran explotar más a sus propios pueblos y dirigen sus
ambiciones hacia el exterior. Pero enfrentan la oposición de los
representantes de sus pueblos. Los franceses votarían sin dudas
igual que los británicos… si la Asamblea Nacional de Francia
fuese llamada a pronunciarse. Lo mismo puede suceder en
Estados Unidos cuando se consulte al Congreso.
Mientras tanto, en lugar de esforzarse
por resolver sus problemas económicos internos, Washington,
Londres y París rivalizan en declaraciones grandilocuentes y
belicistas, devorándose entre sí sobre las ruinas de sus glorias
pasadas.