El golpe militar intenta imponerse a sangre y fuego en Egipto

 

Andrés Martínez Lorca

Rebelión

No hace falta ser árabe o erudito arabista, ni musulmán o activo islamista, para denunciar la masacre del ejército egipcio contra su pueblo. Por una cuestión de dignidad no podemos permanecer en silencio cuando se encarcela a un jefe de estado elegido democráticamente, se silencia a los medios críticos, se detiene a los principales dirigentes del partido mayoritario y se dispara a matar contra los pacíficos manifestantes que piden la vuelta al poder del presidente constitucional. ¿Cuántos crímenes más habrá que contar para que los gobiernos occidentales, la Unión Europea y la ONU exijan el fin de la represión con el retorno a la legalidad democrática y amenacen con sanciones a los golpistas? Como antes en la España del general Franco, en la Nicaragua del general Anastasio Somoza García, en la Indonesia del general Suharto y en el Chile del general Pinochet, los derechos humanos son papel mojado para los exquisitos cancilleres de Occidente. Un general corrupto y anticomunista vale un Potosí para el imperialismo. Los Estados Unidos de América y sus serviles aliados apoyan los golpes militares que ejecutan sus peones a lo ancho del mundo para proteger sus interes económicos y estratégicos. Eso sí, toda esta sangrienta farsa se lleva a cabo en nombre de la “democracia americana”. 

En una campaña diseñada en los centros de poder imperial y destinada a preparar el clima para el golpe de estado, se ha repetido el estribillo de que el presidente Morsi no había cumplido su programa, había cometido errores de bulto y no había contado con el apoyo de otras fuerzas políticas. Puede admitirse una parte de verdad en tales críticas. Pero para corregir esos fallos están el parlamento, los tribunales y la calle. En España el presidente Rajoy aplica una política económica completamente opuesta a la que presentó en su programa electoral, en Francia el presidente Hollande hace tres cuartos de lo mismo y en los Estados Unidos de América el presidente Obama ni siquiera se ha atrevido a cumplir su promesa de cerrar la cárcel de Guantánamo, centro de torturas y de violación permanente de los derechos humanos. ¿Qué medidas nos proponen los defensores occidentales del golpismo egipcio para solucionar esas flagrantes contradicciones entre las palabras de nuestros políticos y los hechos de su acción de gobierno?

Los diputados de la oposición egipcia denunciaron los excesos y errores del gobierno, los tribunales frenaron decretos presidenciales y leyes con una contundencia desconocida entre nosotros, los medios de comunicación hostigaron a placer las medidas gubernamentales, la plaza Tahrir acogió a los disidentes de todo tipo que clamaban contra el primer presidente civil en la historia de Egipto. Todo ello mientras se respetaba la libertad de información, se aplicaba la Constitución aprobada en referendum y se toleraban las manifestaciones hostiles. ¿Y qué ha pasado ahora cuando el ejército egipcio con el general Abdul Fatah al-Sisi al frente ha ocupado por la fuerza el poder? Ha sido suspendida la Constitución, se ha encarcelado en un lugar secreto al presidente constitucional, ha sido nombrado a dedo un jefe de estado espurio, ha sido disuelto el parlamento, se han cerrado cadenas de televisión y periódicos, han sido arrestados muchos dirigentes de los Hermanos Musulmanes, el ejército y la policía han asesinado ya a centenares de manifestantes y han herido en las calles a otros miles de ciudadanos pacíficos e indefensos, ¿Y a esta indecencia disfrazada de uniforme militar llaman nuestros gobernantes y medios de comunicación “libertad” y “democracia”?

Después de la sangrienta represión ordenada por Hosni Mubarak hasta la caída de su régimen, el prestigio del ejército egipcio estaba de capa caída por su complicidad con la dictadura (30 años duró el estado de emergencia impuesto por este fiel aliado de Estados Unidos e Israel). Del nivel de corrupción en esa negra etapa dan idea estos escuetos datos: la fortuna de Mubarak después de largos años de rapiña se estima en 70.000 millones de dólares, mientras el 40% de la población de Egipto vivía con dos dólares o menos diarios. Tras el golpe militar del general al-Sisi ese prestigio ha desaparecido. Qué lamentable trayectoria la que ofrece el ejército egipcio desde el histórico líder Gamal Abdel Nasser que encabezó el derrocamiento de la monarquía, nacionalizó el Canal de Suez e impulsó el panarabismo, pasando por Anwar el-Sadat ─ compañero de lucha de Nasser, héroe militar y desgraciado firmante de los acuerdos de paz con Israel─ y Hosni Mubarak, de infausta memoria, hasta el traidor al-Sisi, estrechamente vinculado, según todas las fuentes, al gobierno de los Estados Unidos tanto en el plano militar como en el diplomático [1]. Dando muestras de su felonía, la primera medida del gobierno títere nombrado por al-Sisi ha sido cerrar la frontera con Gaza y acusar al presidente Morsi de alianza… con el gobierno de Hamas. Es probable que por estas acciones “heroicas” contra el pueblo palestino el gobierno norteamericano y el israelí lo condecoren como se merece.

Un argumento que subyace entre los defensores del golpismo “bueno” (es decir, bueno para el imperio) consiste en negar el derecho legítimo a la victoria electoral a una fuerza política de inspiración islámica aunque ésta gane en las urnas. Se puede ser rey en España nombrado por Franco, se puede bloquear el acceso al gobierno al Partido Comunista Italiano mediante las maniobras de un partido de inspiración confesional como la Democracia Cristiana, se pueden legitimar como dignos demócratas a los herederos de Pinochet, se puede ser como W. von Braun, alto directivo de la NASA, después de haber ocupado un puesto relevante en el ejército de Hitler, pero no se puede permitir en nombre de la democracia que después de un limpio triunfo electoral el FIS llegue al poder en Argelia, que Hamas gobierne en Palestina y que el Partido Libertad y Justicia asuma en Egipto el mandato de las urnas. ¿Quién podrá admitir como legítima semejante discriminación política? De contar con el apoyo popular, ¿no tienen derecho a dirigir los destinos de su nación los simpatizantes de los Hermanos Musulmanes que lucharon abiertamente contra el colonialismo británico, que con su permanente labor social llenan el hueco de un Estado inexistente para millones de egipcios pobres y que sufrieron como nadie la represión de la dictadura de Mubarak?

Mientras en los despachos ministeriales de El Cairo se cuecen las recetas neoliberales que provocarán más miseria, mientras se refuerza la colaboración militar y el espionaje con los Estados Unidos, mientras se asfixia hasta lo indecible a la población de Gaza recluida en una gigantesca cárcel, la vieja guardia de Mubarak, los colaboracionistas con el sionismo y los privilegiados de la arraigada corrupción unen sus fuerzas “en una sola mano”, como cantan en la plaza Tahrir intentando espantar el miedo. La jugada estratégica que encubre este golpe militar puede reconstruirse sin dificultad: mediante él se refuerza la hegemonía israelí en la región, se aleja el peligro de una rebelión democrática en las feudales petromonarquías y se intenta ahogar a la resistencia palestina y libanesa.

Más sangre y más muertes son la única alternativa a la protesta popular que ofrece la cúpula militar y el gobierno títere. De estos desalmados no es posible imaginar hasta qué límites llegará la represión. ¿Quizá hasta provocar una guerra civil, como en Argelia, usando las armas no para proteger al pueblo sino para asesinarlo impunemente? Confiamos en que la última palabra aun no se ha dicho. A pesar del apoyo occidental, la dictadura no tiene perspectivas de futuro. El uso brutal de la fuerza indica una debilidad de fondo. Nunca tendrán el consenso de la ciudadanía. Sólo confían en liquidar la protesta con los tradicionales métodos fascistas. Y que después reinen el silencio y el miedo. A los que nacimos en el franquismo nos suena esta siniestra melodía.

Nota
 

[1] En una edulcorada y a veces ridícula nota biográfica la BBC reconoce que el general golpista ha hecho toda su carrera militar en los despachos, pues “nunca ha tenido experiencia de combate”. Se toma la molestia de citar a un profesor universitario para que nos descubra el Mediterráneo, a saber, que él no pertenece a los Hermanos Musulmanes (qué graciosos son estos caballeros británicos). Y para dar un toque humano a este hombre providencial del imperio, se subraya que “a menudo se le ve sonriendo y que se le conoce por sus discursos sobre temas emotivos”. Vamos, que podría ser excelente presentador de unos Juegos Florales.
 

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