Hierve la memoria

65 años de la masacre de Deir Yassin

Jorge Ramos Tolosa

Rebelión

En 1937, David Ben Gurion, líder del movimiento sionista, escribió: “tenemos que expulsar a los árabes y ocupar su lugar […] y si hay que usar la fuerza […] contamos con la fuerza necesaria” [1]. Es sólo un ejemplo más. Una cita de las innumerables que existen sobre cómo el sionismo político resolvió actuar en relación a lo que Yitzhak Epstein denominó la “cuestión oculta” [2]. Una cuestión que no era otra que la de afrontar el dilema fundamental del proyecto colonial sionista: cómo crear un Estado exclusiva o mayoritariamente judío en la mayor superficie posible de un territorio, Palestina, que ya estaba habitado por personas no judías, los palestinos. Llegado el momento clave, después de la II Guerra Mundial, la solución fue la que había anunciado Ben Gurion y otros dirigentes del sionismo: la expulsión masiva de los que impedían que el futuro Estado de Israel fuese judío, es decir, la expulsión masiva de los palestinos. Es lo que hoy conocemos como la limpieza étnica de Palestina [3].

En 1947 culminaron cincuenta años de esfuerzos sionistas por crear un Estado judío en Palestina. Al año siguiente, el sueño del padre del sionismo, Theodor Herzl, se materializaría de manera definitiva con la creación del Estado de Israel. El Reino Unido, que administraba Palestina desde principios de la década de 1920 a través del sistema de mandatos y que apoyó al movimiento sionista, traspasó aquel año su responsabilidad sobre el territorio a la recién creada ONU. Con el plan de partición del 29 de noviembre de 1947 (resolución 181), la institución internacional recomendó otorgar a la comunidad judía de Palestina, el “Yishuv”, el 55 por ciento del territorio para crear un Estado judío. Después de décadas de oleadas migratorias, en ese momento los judíos constituían un tercio de la población de Palestina y poseían entre un 6 y un 11 por cierto de la tierra. La Asamblea de las Naciones Unidas, después de patrocinar diversos desequilibrios, de acoger presiones a varios de sus miembros, violó su mismo tratado constitutivo al ignorar el derecho de autodeterminación de la mayoría de sus habitantes palestinos. Aunque la población palestina rechazaba que su territorio fuese dividido con una comunidad colonizadora y a pesar de que las resoluciones de la Asamblea General no tienen carácter vinculante, las recomendaciones de la resolución 181 se presentaron como hechos consumados y no como base para una negociación. Pero no solo esto, sino que se había legitimado la creación de un Estado cuyos máximos artífices pretendían expandir lo más lejos posible y con el menor número de población no judía. La plataforma para la limpieza étnica se había establecido.

Al día siguiente de la aprobación del plan de partición se desencadenó una guerra civil entre el “Yishuv” y los palestinos. Esto proveyó al sionismo el contexto apropiado para conseguir lo que Chaim Weizmann, que sería primer presidente del Estado de Israel, ya había proclamado en 1919: “una Palestina tan judía como inglesa es Inglaterra” [4]. La limpieza étnica se inició de manera esporádica en diciembre de 1947. A partir de marzo y abril de 1948 tendría un carácter sistemático, en medio de la pasividad británica y de la ONU. La expulsión forzosa de la población palestina continuó después de mediados de mayo de 1948, cuando se creó el Estado de Israel, acabó el mandato británico y dio comienzo la primera guerra árabe-israelí. Se prolongó, incluso, después de 1948.

El 9 de abril tendría lugar un trágico acontecimiento que simbolizó y simboliza la limpieza étnica de Palestina, la Nakba. Deir Yassin era un pueblo palestino de unos 700 habitantes a pocos kilómetros al Oeste de Jerusalén. Según el plan de partición, debía quedar dentro del “Corpus Separatum” que constituía el área internacionalizada del Gran Jerusalén. El 9 de abril de 1948, tropas sionistas lanzaron un ataque sobre ella y cometieron una masacre con execrables atrocidades que han sido descritas numerosas ocasiones. Entre ellas, violaciones a mujeres y niñas, mutilaciones o rajar el vientre de mujeres embarazadas. Fahim Zaydan, uno de los supervivientes, relató:
 

“nos llevaron uno detrás de otro; dispararon a un anciano y cuando una de sus hijas gritó, le dispararon a ella también. Luego llamaron a mi hermano Muhammad, y le dispararon en frente de nosotros, y cuando mi madre, que llevaba a mi hermana Khadra en sus brazos, pues todavía estaba amamantando, se arrojó sobre él llorando, también le dispararon” [5].
 

Entre 93 y 254 personas fueron asesinadas en la masacre de Deir Yassin. En 1948, algunos dirigentes sionistas airearon esta última cifra, que fue confirmada por un funcionario de la Cruz Roja, por Hussein al Khalidi, del Comité Superior Árabe, o por el diario New York Times [6]. La matanza se difundió rápidamente. Un objetivo central del sionismo con Deir Yassin fue sembrar el terror entre la población palestina; una especie de advertencia acerca de que si no abandonaban sus hogares podían correr la misma suerte que los habitantes de este pueblo. Y, en efecto, desde ese momento esta matanza fue el núcleo de la guerra psicológica contra los palestinos. Escuchar el nombre del pueblo en boca de las tropas sionistas, primero, y del Ejército israelí, después, provocaba tal pánico entre los palestinos que muchos abandonaron sus hogares por este factor.

La masacre de Deir Yassin no fue ni la primera ni la última de la limpieza étnica de Palestina. Antes, entre las más trágicamente conocidas, estuvieron al-Khisas, Balad al Shaykh, Sa’sa’ o Al-Husayniyya. Después, Ein al Zeitun, Tantura, Lydda, Al-Dawayima o Safsaf. Como afirma Ilan Pappé: “las masacres, premeditadas o no, fueron una parte integral y no excepcional de la limpieza étnica” [7]. Para Nur Masalha, “la guerra de 1948 demostró que proceder a una evacuación masiva era imposible sin perpetrar muchísimas atrocidades” [7]. Según varias fuentes, más de tres cuartos de millón de palestinos fueron expulsados de sus casas en 1948.

Unos 531 pueblos y 11 barrios urbanos fueron vaciados durante la limpieza étnica de Palestina [9]. Numerosos municipios fueron destruidos y arrasados. Sobre muchos de ellos, se edificaron asentamientos israelíes. Se creó entonces una comisión encargada de hebraizar los topónimos árabes originales. El Estado de Israel hizo todo lo posible (y lo continúa haciendo) para impedir el regreso de los refugiados a sus tierras y a sus hogares, a pesar de que la Asamblea General de la ONU emitió en diciembre de 1948 una resolución, la 194, que resolvió que Israel debía permitir a los refugiados “regresar a sus hogares […] lo antes posible” . Por entonces, los israelíes ya defendían que no podían permitir la vuelta de los expulsados por “cuestiones de seguridad”. Una negación del derecho al retorno que fue sancionada por leyes israelíes como la de propietarios ausentes (1950) o las del retorno y ciudadanía (1950 y 1952, respectivamente), que reconocían el derecho de cualquier judío del mundo de obtener la ciudadanía israelí, aunque nunca hubiese pisado el país ni conociese a nadie allí, pero se lo impedían a los palestinos, cuya identidad, memoria, lazos afectivos o vida cotidiana había girado siempre en torno a Palestina.

Hoy, 65 años después, hierve la memoria de la Nakba y de Deir Yassin. La memoria de quienes fueron testigos de cómo su país era borrado del mapa apunta, entre otros muchos lugares y “no-lugares”, hacia las ruinas de Lifta, un pueblo completamente desalojado por las tropas sionistas el día de Año Nuevo de 1948 y que es una de las pocas localidades palestinas que conservan algunas casas intactas de aquel momento. La memoria de los palestinos hierve hoy también alrededor de Lifta, un extraordinario “lieux de mémoire”, porque sus ruinas se hallan, tan solo, a unos 2,5 km. de lo que fue Deir Yassin, por lo que la geografía de la memoria y el trauma laten todavía con más fuerza en un solo paseo por esta zona. En último lugar, la memoria de la Nakba y de Deir Yassin apunta asimismo hacia Lifta porque sus ruinas se han convertido en un lugar turístico, un paraje “romántico” donde los israelíes pueden darse un baño mientras leen, en una pared, una pintada en hebreo donde pone “muerte a los árabes”.

Del mismo modo, la memoria de la Palestina desmembrada y de quienes sufrieron el desarraigo hierve muy cerca, en torno al actual hospital psiquiátrico israelí Kfar Shaul, pues ocupa los terrenos de lo que fue Deir Yassin. Igualmente, la memoria de entre 5 y 7,2 millones de refugiados palestinos apunta hacia una colina que pertenecía al término de Deir Yassin y sobre la que hoy, paradójicamente, está situado el Museo de Yad Vashem, el lugar memorístico por excelencia del Holocausto que perpetraron los nazis en Europa.

 

Jorge Ramos Tolosa es investigador del Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat de València y especialista en Palestina e Israel.

 

Notas:

[1] Archivos Ben Gurion, carta de David Ben Gurion a su hijo Amos, 05/10/1937 , citado en: “JPS Responds to CAMERA's Call for Accuracy: Ben-Gurion and the Arab Transfer”, Journal of Palestine Studies, vol. 41, nº 2 (2012), p. 248.

[2] Yitzhak EPSTEIN: «La cuestión oculta», en Sergio PÉREZ (ed.): La cuestión oculta y otros textos, Madrid, Bósforo Libros, 2011 [1907], pp. 19-44.
 

[3] Ilan PAPPÉ: La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Crítica, 2008.
 

[4] Citado por: Saree MAKDISI: Palestine Inside Out: An Everyday Occupation, New York, W. W. Norton & Company, 2010, p. 242.
 

[5] Daniel A. MCGOWAN y Matthew C. HOGAN: The Saga of Deir Yassin: Massacre, Revisionism and Reality, Geneva and New York , Deir Yassin Remembered, 1999, p. 26.
 

[6] The New York Times , 13/04/1948 , p. 7.
 

[7] Noam CHOMSKY e Ilan PAPPÉ: Gaza en crisis. Reflexiones sobre la guerra de Israel contra los palestinos, Madrid, Taurus, 2011, pp. 88-94.
 

[8] Nur MASALHA: Políticas de la negación: Israel y los refugiados palestinos, Barcelona, Bellaterra, 2005, p. 46.
 

[9] Ilan PAPPÉ: La limpieza étnica de Palestina, op. cit., p. 11.