Musulmanes ante reyes

 

 

            La Tradición musulmana está llena de brillantes ejemplos de sabiduría y justicia, y de valor ante los déspotas y tiranos. Desde los almímbares de las mezquitas siempre se ha recordado a la Nación la postura de dignidad y profunda espiritualidad que debe animar a todo musulmán que lo sea sinceramente. Aceptar a un tirano, acomodarse a él, justificar sus injusticias y desmanes, esperar ser beneficiado por él,... ello está en las antípodas del Islam, es lo opuesto a los fundamentos más elementales del Dîn. Siempre se ha puesto el acento en esto. No se trata de una excepción, sino de la regla. Es lo que está en el origen del carácter insumiso de los musulmanes. Es signo de decadencia del Islam el que los musulmanes toleren o excusen a los déspotas, que los adulen o que agachen la cabeza ante ellos, o que aspiren a ser cortesanos. El Islam es ponerse en las Manos de Allah Uno-Único. Las bochornosas escenas de sumisión a reyes y presidentes, el culto a los líderes, todo ello es contrario a la mejor Tradición islámica, y son el resultado de una hipocresía y vileza que merecen la condena de los musulmanes.

            Hay miles de ejemplos que constantemente se recuerdan a los musulmanes para alentar en ellos la repulsa a la injusticia y la tiranía. Forman toda una literatura de gran calado social, un referente que mantiene viva la esperanza en la fuerza del Islam para oponerse a los usurpadores. El Ihyâ ‘Ulûm ad-Dîn, la obra más importante del Imâm al-Gazzâli, es una enciclopedia que ha tenido y tiene una enorme influencia entre los musulmanes. Entresacamos de dicha obra sólo algunos poquísimos ejemplos entre los cientos que cita el autor.

        

 

           *Sa‘îd ibn ‘Âmir dijo al califa ‘Omar ibn al-Jattâb: “Voy a comunicarte como legado unas palabras que resumen el Islam y te darán a conocer sus estandartes. Teme a Allah en las gentes y no temas a las gentes en Allah (s decir, se justo para con las gentes, pero no te dejes influir por ellos). Que tus acciones no contradigan tus palabras, pues las mejores palabras son las confirmadas por las acciones. Quiere para cada musulmán, sea próximo a ti o lejano, lo que quieres para ti mismo y para la gente de tu casa. Sé en favor de la verdad y la justicia ahí donde las reconozcas, y no te importen los esfuerzos por ellas. Y en la verdad no temas la censura de nadie”. El califa le dijo: “¿Y quien puede hacer eso?”. Y el sabio le respondió: “Quien acepte el yugo que tú has aceptado”.

 

         *Qatâda contó que el califa ‘Omar ibn al-Jattâb salió en cierta ocasión de la mezquita y Yârûd iba en su compañía. En la calle se encontraron con una mujer a la que ‘Omar saludó y ella respondió a su saludo y le dijo: “¡Eh, ‘Omar! Te conocí cuando te llamaban ‘Omarillo en el zoco de ‘Okâz, después creciste y la gente empezó a llamarte ‘Omar. Ha pasado el tiempo y ahora eres el Príncipe de los Creyentes, el que cuida de la creación de Allah. Tienes que saber que el que teme la muerte no pierde el tiempo”. ‘Omar lloró al escuchar las palabras de la mujer, y Yârûd le lanzó reproches: “¿Cómo te atreves a censurar al Príncipe de los Creyentes hasta hacerle llorar?”. ‘Omar le mandó callar y le dijo: “No la silencias. ¿Es que no sabes quién es? Es Jawla bint Hakîm, cuyas palabras escuchó Allah, ¿cómo yo habría de hacerme el sordo?”. (Jawla bint Hakîm es a la que se refiere el Corán cuando, en Sûrat al-Muÿâdala, cuenta que una mujer acudió ante el Profeta (s.a.s.) para quejarse de su marido y Allah sentenció en su favor).

 

         *Un anciano de la tribu de los Açd entró a donde estaba el califa Mu‘âwiya y lo recriminó diciéndole: “Teme a Allah, oh Mu‘âwiya. Cada día que pasa, cada noche que te llega, no hacen sino apartarte más de esta vida. El tiempo pasa para alejarte del mundo y acercarte a Allah. Y te persigue un demandante al que no podrás escapar. Y tienes un límite que no podrás superar en el que te alcanzará el querellante, que es la muerte. Todo esto y yo, y tú, desapareceremos para encaminarnos a lo que no tiene fin, para bien o para mal”.

 

         *El califa Sulaimân ibn ‘Abd al-Málik llegó a Medina y permaneció en ella tres días. El último de esos días dijo: “¿No queda en esta ciudad nadie de los que conocieron en vida al Profeta para que pueda trasmitirnos algunas enseñanzas?”. Le respondieron: “Sí, hay uno al que llaman Abû Hâçim”. El califa ordenó que lo trajeran ante él, y le dijo: “Oh, Abû Hâçim, ¿a qué se debe tu desdén?”.

-“¿A qué desdén te refieres?”.

-“Los notables de la ciudad han acudido a mí y tú no has venido a visitarme”.

-“No nos conocemos y no me siento obligado hacia ti”.

-“Tienes razón, Sháij. Respóndeme, ¿por qué temo a la muerte?”.

-“Porque te has afanado en esta vida y has arruinado lo que te aguarda tras la muerte, y temes pasar de lo construido a la desolación de lo demolido”.

-“Dices la verdad, Sháij. ¿Cómo será nuestra presencia ante Allah?”.

-“Quien haya hecho bien en esta vida se presentará como el viajero que ha estado ausente durante un tiempo, alegre de retornar junto a los suyos y bien recibido por quienes le aguardaban. Pero el que se haya alejado de Allah en vida, volverá junto a Él a la fuerza, atemorizado, entristecido”.

El califa lloró al oir las palabras del sabio, y le dijo: “¿Qué puedo hacer?”.

-“Coteja tu vida con las enseñanzas del Libro de Allah, y sabrás lo que tienes que hacer”.

-“¿Dónde encontraré lo que necesito en el Libro de Allah?”.

-“Lo que necesitas está en las palabras: ‘Para los justos, el disfrute de un Jardín Eterno; y para los perversos, el tormento de un Fuego Eterno’...”.

-“Oh, Abû Hâçim, ¿qué me dices de la Misericordia de Allah?”.

         -“Está cerca de los excelentes”.

         -“¿Quién está dotado de buen juicio?”.

         -“Quien aprende la sabiduría y la comunica a la gente”.

         -“¿Y quién es el insensato?”.

         -“Quien se humilla ante las arbitrariedades de un tirano por alcanzar un bien mundanal, arruinando su vida junto a Allah”.

         -“Allah, ¿a quién escucha?”.

         -“A los que se allanan ante Él”.

         -“¿Cuál es la mejor generosidad?”.

         -“La del que tiene poco”.

         -“¿Qué piensas de mí?”.

         -“Exímeme de responderte a eso”.

         -“Es un consejo que te pido” (el musulmán está obligado a brindar consejo, y así el califa lo forzaba a responder).

         -“Ha habido quienes se han apoderado violentamente del califato, sin consultar a los musulmanes y sin buscar su consentimiento. Han derramado por ello sangre con tal de beneficiarse con cosas mundanales. ¿Qué habrán dicho a Allah? ¿Qué les habrá dicho Él?”.

 

         Algunos cortesanos reprendieron a Abû Hâçim por estas últimas palabras, y él les contestó: “Vosotros mentís. Allah ha pactado con los sabios que trasmitieran la verdad y no la ocultaran”.

 

         Admirado ante su firmeza, el califa dijo a Abû Hâçim: “Acompáñame de ahora en adelante. Tú te beneficiarás de mi y yo de ti”.

         -“¡Allah no lo quiera! Confiaría en vosotros y la debilidad se apoderaría de mí, envileciéndome en este mundo y junto a Allah”.

         -“Dame un último consejo”.

         -“Que Allah te encuentre donde debes estar y no te encuentre donde te prohibe estar”.

 

         El califa quiso hacer un obsequio a Abû Hâçim, y este lo rechazó. Uno de los notables de Medina, cortesano y reputado conocedor del Islam, quiso apovechar el desaire para desacreditar a Abû Hâçim y dijo: “No es nadie. Es mi vecino desde hace treinta años y jamás le he dirigido la palabra”. A lo que Abû Hâçim respondió: “Allah te ha ignorado y por eso me has ignorado”. Ofendido, el envidioso se sintió despreciado ante el califa, pero el califa entendió las palabras de Abû Hâçim y dijo: “Quiere decir que has ignorando los derechos de la vecindad. Un  musulmán no puede estar sin dirigir la palabra a su vecino, con los que has descubierto tu misma ignorancia”.

 

         Abû Hâçim dijo: “Cuando los judíos estaban bien con Allah, sus reyes temían a los sabios y los necesitaban, y los sabios huían de ellos para no sufrir su influencia. Pronto hubo gente que se dio cuenta de eso, y los más miserables aprendieron la ciencia para acercarse a los reyes y lograr sus favores. Fue entonces cuando comenzó su decadencia. Cuando los sabios no tienen dignidad ni respetan aquello de lo que son depositarios, entonces se extiende la corrupción, y nadie los respeta y la sabiduría pierde valor”.

 

         Los cortesanos dijeron: “¿Te estás refiriendo a nosotros?”.

         Y Abû Hâçim concluyó diciendo: “Es como lo oís”.