¿ILUMINADOS RELIGIOSOS O DELINCUENTES TRASTORNADOS?

 

Un nombre ha saltado a la fama, Muhammad Merah, el del autor -al parecer confeso- de los asesinatos cometidos en los últimos días en la localidad francesa de Toulouse.

 

Quienes lo conocían lo describen como persona cortés y educada, a pesar de sus relaciones con la delincuencia y sus antecedentes por robos -incluso algunos con violencia- que incluso le impidieron entrar en el ejército francés cuando lo intentó hace unos años.

 

La radicalización de este individuo parece haberse producido cuando entró en contacto con grupos wahabo-salafistas franceses, tal vez influenciado por su propio hermano, momento a partir del cual entró en la vorágine que le ha conducido a perpetrar los absurdos asesinatos que estos días llenan las primeras páginas de la prensa europea.

 

Recordemos como los acusados de los atentados del 11 de marzo de 2004 en España, también estaban implicados en la delincuencia mediante robos, atracos, tráfico de drogas, etc. y que incluso alguno de ellos era confidente de la policía en estos asuntos.

 

Quien quiera que conozca mínimamente el Islam, el verdadero Islam y no la versión caricaturística ofrecida por la ideología wahabo-sálafi, o la tétrica ofrecida por la rama criminal de esa ideología, sabrá que los comportamientos delictivos, por pequeños que sean, son totalmente incompatibles con la creencia islámica y no pueden ser justificados bajo argumento alguno. El asesinato, el robo, la prostitución, el tráfico de drogas, la estafa, o cualquiera de las actividades que suelen practicar estos individuos, incluso simplemente la mentira, es algo repudiado por el Islam e impropio de cualquier musulmán. Es más, cuando los musulmanes vivimos en minoría en un país, sea el nuestro o no, es nuestra obligación religiosa respetar escrupulosamente las leyes de ese país (lo que no implica contradecir las nuestras).

 

El argumento utilizado por los ideólogos del salafismo criminal (me niego a utilizar el término “yihadista” que para ellos se ha acuñado por considerarlo un insulto a uno de los más sublimes y abnegados principios islámicos) para justificar cualquier relación con la delincuencia, que todo lo que es propiedad de los “infieles”, es decir, de cualquiera que no acepte su dictadura ideológica, es susceptible de ser tomado como “botín de guerra”, no es más que una muestra de la degeneración a la que han sometido el verdadero mensaje del Islam (y de su propia degeneración mental).

 

El reclutamiento de este tipo de individuos procedentes de la marginación social y económica es un objetivo habitual del wahabo-salafismo, dirigiéndose especialmente a sujetos jóvenes, desorientados, sin mayores estudios y de conducta antisocial, pertenecientes a los guetos de inmigración existentes en Europa, o de los guetos de marginalidad de sus propios países de origen.

 

A esta gente, habitualmente sin formación religiosa, se les presenta un pseudo islam simple, literalista y únicamente normativo, como alternativa sólo de blancos y negros, a través de la cual salir de su vida nihilista (aunque seguramente no sabrán ni que significa la palabra) y redimirse de un pasado “pecaminoso”, al tiempo que les permite vengarse de la “injusticia” a la que la sociedad supuestamente ha cometido contra ellos. En este sentido, el “blanco” son ellos mismos, la hermandad wahabo-sálafi, y el “negro” todo lo que esté fuera de esta hermandad. La simpleza de esos argumentos es uno de los atractivos que estas ideas ejercen sobre estos individuos desestructurados, pero no hay que dejar de lado que para ellos también, y tal vez sobre todo, hay otro factor que les motiva a abrazar este movimiento y que son los lazos de amistad y camaradería con aquellos que comparten esa misma ideología, sentirse, tal vez por primera vez en su vida, miembros de un grupo -incluso de ámbito mundial- que los ampara y protege. Este proceso, en sí mismo, no difiere en nada del seguido generalmente por cualquier secta destructiva de Occidente.

 

El proceso adoctrinamiento habitual suele estar dividido en varias fases, llevando al individuo desde un inicial “desencanto” hacia la radicalización, y de ahí, cuando las circunstancias son propicias y posiblemente también, cuando el desequilibrio mental del sujeto sea mayor, hacia el crimen y el terrorismo, bien sea organizado, bien motu propio.

 

Estos individuos confunden el crimen por el crimen, el caos por el caos, con una supuesta lucha en pro del Islam (aunque generalmente sus víctimas son otros musulmanes), en la que se han adueñado y mancillado términos tan sagrados y elevados como los de umma, sharia, muyahid o yihad, ensuciando igualmente para justificar sus crímenes causas tan nobles como la de la lucha del pueblo palestino, por la que además tampoco hicieron jamás nada en su favor.

 

Esta ideología wahabo-sálafi es el mayor cáncer sufrido por el Islam en los últimos siglos, pues lo único que ha aportado dentro del mundo islámico es desunión y odio. La extensión criminal de esta ideología, con sus canallescos crímenes, ha atraído igualmente la incomprensión y el odio hacia los musulmanes y hacia el propio Islam por parte resto de la humanidad, a quienes se les confunde la imagen del verdadero Islam, del verdadero mensaje del Islam, con esa imagen de loco fanatismo, sangre y crimen que estos individuos ofrecen a diario en cualquier rincón del mundo.

 

Conforme más grande se hace la mancha del wahabo-salafismo -y especialmente de su vertiente criminal- dentro del mundo islámico, más grande aún también es la responsabilidad de los musulmanes en desenmascarar, rechazar y no mostrar la más mínima comprensión o simpatía hacia ellos. De lo contrario, nos arriesgamos a ser los responsables de permitir que estos individuos fagociten y destruyan el Islam.

 

Mikail Alvarez Ruiz