Gadafi: otro mejor muerto que vivo
Sarkozy, Berlusconi, Obama y tantos
otros líderes occidentales habrán respirado hondo cuando les confirmaron
que Muamar el Gadafi había sido asesinado. Hillary Clinton fue
extremadamente expresiva en ese video en la que se la muestra en el
momento en que una de sus colaboradoras le pasa un móvil con la noticia:
“¡Guauuu!”, mientras su rostro se ilumina.
¿Fue ira espontánea o ansias de protagonismo del joven rebelde que le
pega un tiro en la sien a Gadafi tras ser capturado vivo, o
instrucciones desde arriba a los rebeldes que cercaban Sirte para que
fuera ejecutado inmediatamente?
Ya será difícil de saber. Lo que sí se sabe es que a ninguno de los
líderes occidentales les convenía que Gadafi fuera juzgado con todas las
garantías procesales por la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya,
que lanzó contra él hace meses una orden internacional de busca y
captura.
El primer escollo formal hubiera sido el hecho de que EE UU no sólo no
reconoce a ese tribunal –el único con competencia universal para juzgar
crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio- sino que desde la
época de Bush junior lo boicotea activamente y tiene incluso leyes
contra él.
EE UU ha firmado ya decenas de BIA, acuerdos bilaterales con países a
los que compromete a que en ningún caso denunciarán ante la CPI a
soldados, espías o diplomáticos estadounidenses que actúen en su
territorio, aunque hayan cometido algunos de los graves delitos sobre
los cuales tiene competencia ese tribunal internacional. La firma de
BIAs supone ayudas especiales en todos los ámbitos para los países
firmantes, así como prevé sanciones y cancelación de acuerdos para los
que se niegan a hacerlo.
Y el otro gran escollo es que el coronel libio podría haber aprovechado
su juicio para revelar al mundo entero cómo financió parte de la campaña
electoral de Nicolas Sarkozy o como invirtió miles de millones de euros
en las más importantes empresas públicas italiana y en proyectos
urbanísticos en España y otros países. También podría haber dado
detalles de cómo Occidente –el Gobierno de Zapatero incluido- le siguió
vendiendo armas de todo tipo hasta pocos meses atrás, ya iniciado el
conflicto bélico, o de cómo su apertura a las inversiones occidentales
en su industria petrolera fue clave para que de un día para otro pasara
de ser un apestado a ser visitado a partir de 2002 por Tony Blair, José
María Aznar, Jacques Chirac, Gehrard Schröder, Paul Martin, Hillary
Clinton, o a visitar a Zapatero y al rey Juan Carlos, a Sarkzy,
Berlusconi y un largo etcétera.
Gadafi no podía quedar vivo
Tampoco podía quedar vivo Osama Bin Laden y por eso su asesinato en
Pakistán en manos de los comandos de los Seals ordenado y reivindicado
por el democratísimo Barack Obama.
Un hombre de la capacidad mediática de Bin Laden también podría haber
aprovechado la plataforma de un juicio con garantías para revelar ante
el mundo la estrecha relación de toda la vida que su familia y su grupo
económico tuvo con el poder económico y político estadounidense y saudí.
Podría haber explicado cómo en los ’80 se convirtió en un aliado clave
para canalizar la ayuda en dinero, entrenamiento y armas de EE UU, sus
aliados occidentales, Arabia Saudí y otros países árabes, para que los
muyaidin pudieran enfrentar, derrotar y expulsar a las tropas soviéticas
de Afganistán.
Sadam Husein sí fue capturado vivo y tal vez por error su detención fue
anunciada públicamente de forma inmediata, pero pronto se enmendó ese
problema. A Sadam no se le ofreció un juicio justo, fue una verdadera
farsa. La ONU no creó tampoco, como hizo en tantos otros conflictos, un
tribunal internacional ad hoc para un caso tan importante, de
trascendencia mundial, como Irak.
Su propia ejecución fue una demostración de falta de humanidad y de
violación de los más elementales derechos de un condenado. EEUU –con
Bush u Obama en el poder, da lo mismo- impone su método de asesinar
rápidamente líderes molestos capturados y los países europeos aliados
aplauden al unísono de pie “el triunfo de la Justicia y la
Democracia”.
Roberto Montoya, escritor y periodista, autor de El Imperio
Global y de La impunidad imperial, es miembro de la Redacción
de VIENTO SUR
Fuente:
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4470