Después de Túnez, Argelia se une a la revuelta popular
El Magreb se levanta contra los dictadores
Mondialisation.ca
Traducido para Rebelión por Beatriz Morales Bastos |
Este inicio del año 2011 estará
marcado por el movimiento de las revueltas populares que está sacudiendo
el Magreb. Revueltas del hambre, dicen algunos, pero seguramente por la
justicia y el final de las dictaduras y otros regímenes mafiosos que
gobiernan estos países por la fuerza y la represión. Mientras que en
Túnez prosiguen los disturbios desde hace algunas semanas, en Argelia
los barrios populares de la capital y de las grandes ciudades se
inflaman desde el miércoles [5 de enero] en la explosión de cólera de
los jóvenes alimentada por una realidad cotidiana de lo más absurda en
un país que se hunde bajo el peso de los petrodólares, de los que se
apoderan abiertamente desde hace años los déspotas en el poder.
Se calcula que la juventud argelina forma más del 70 % de la población,
pero en las políticas oficiales no se ofrece nada de apertura ni se
ocupan seriamente de estos millones de jóvenes abandonados a su suerte
sin la menor esperanza en el horizonte. Están abocados tanto a un paro
endémico, a la toxicomanía y a la prostitución, a la hogra* [injusticia]
y a los intentos desesperados de migración clandestina* y con frecuencia
suicida, como a la indigencia, este descomunal vacío cultural y político
de un país al que han abandonado el sentido común y la sal de la vida
porque está asfixiado bajo las leyes del estado de emergencia, destruido
por la corrupción de los gobernantes y sometido a la ignorancia y a su
más fiel avatar: la intolerancia.
Saliendo a las calles para manifestarse violentamente contra sus
opresores los jóvenes magrebíes ponen así al mundo por testigo de su
desesperación, pero indican también su resentimiento hacia sus elites y
otros dirigentes de la oposición. Esto es tanto más cierto en Argelia,
donde los jóvenes se sienten dejados a su suerte y abandonados por las
generaciones precedentes, la de la Revolución, que fue la gloria del
país, y la de la Independencia, que nunca supo asumir el papel que era
el suyo, es decir, realizar el Estado de derecho, objetivo último de la
Revolución argelina.
Desde la violación de la constitución por parte del presidente Buteflika
para regalarse un tercer mandato a pesar de que el balance de los dos
anteriores ha sido de lo más deplorable tanto para el país entregado a
los incondicionales del mercantilismo local e internacional con
frecuencia sin escrúpulos, como para el pueblo sometido a unas
condiciones de vida espantosas y que lucha denodadamente para sobrevivir
al tiempo que es agredido por el lujo indecente que exhiben abiertamente
quienes detentan el poder. La situación ha ido empeorando desde hace
años pero hay que constar que al seguir humillando y despreciando al
pueblo, reprimiendo la libertad de expresión, prohibiendo la apertura
del campo político y mediático, garantizando la impunidad a los grandes
violadores y corruptos conocidos por la opinión pública y denunciados
por múltiples prevaricaciones y traiciones, el régimen de Buteflika es
ya responsable de cualquier tragedia que amenace a Argelia.
El presidente ha faltado a todas sus promesas electorales, ha mentido a
los argelinos y, peor, ha innovado en la mala gobernanza rodeándose de
13 o 14 ministros de su propio pueblo, con lo que vuelve a poner de moda
el poder de los clanes en vez de moralizar un tanto las costumbres
políticas iniciando y balizando una buena gobernanza, preludio del
Estado de derecho que había prometido. El único deal [acuerdo, en
inglés] que parece importarle al presidente aparte de la megalomanía y
la vanidad que caracterizan a los dirigentes árabes, deal que ha
ejecutado bien desde su llegada al poder, es el de bombear más petróleo
para que el peculio que se reparte entre su clan y los militares sea
cada vez más imponente y garante de una clientela totalmente entregada a
su presidencia. Una clientela que ha elegido vivir lejos de la miseria
ambiente, en unas fortalezas señoriales, ciudadelas inaccesibles con
verdes extensiones y playas públicas privatizadas por “decreto” para
robarlas al patrimonio público. Con el dinero del pueblo han edificado
pequeños paraísos y se han convertido en los más afortunados de los
millonarios porque contrariamente a los occidentales que con frecuencia
se han esforzado para edificar sus fortunas, los dictadores, entre ellos
los dirigentes argelinos, sólo tienen que recurrir al patrimonio público
de sus países para saciar el menor de sus deseos. Una situación que el
pueblo argelino ya no quiere soportar. Reivindica la dignidad humana que
le ha confiscado el poder totalitario privándole de un mínimo decente
para vivir, a saber, de una distribución equitativa de los recursos
nacionales, el derecho a un trabajo correctamente remunerado, a una
vivienda para fundar una familia y, por supuesto, esta libertad de
pensar y de evolucionar serenamente. Tantas reivindicaciones que no se
llevan bien con una dictadura sino que más bien exigen la instauración
de un Estado de derecho .
¿Es esto en principio del fin de las dictaduras en el Magreb? La pelota
está en el campo de las elites y de los políticos íntegros de estos
países que deben no sólo asumir las reivindicaciones de sus pueblos sino
también hacer que se escuchen no sólo en las tribunas locales sino
también en la escena internacional. Una manera de hacer ver sus
responsabilidades a las grandes potencias que apoyan a las dictaduras
despreciando a tantos pueblos del planeta. En adelante ya no puede
perdurar la negación de los derechos humanos, ni en el Magreb ni en
África ni en América Latina. Los gobernantes se han puesto de acuerdo
para promover, e incluso imponer, la globalización de los mercados y
hoy, en 2011, los pueblos se lanzan a la globalización de la
democracia.
* N. de la t.: El término utilizado por la autora es “harraguisme”, que
procede de la palabra árabe “harraga” con la que se designa en el Magreb
a las personas que antes de cruzar el Estrecho queman sus papeles para
salir del país sin dejar rastro y dificultar así su repatriación. Por su
parte, la palabra “hogra”, “desprecio” en dialecto argelino, es el
término que expresa a la vez el desprecio, el abuso de poder y la
injusticia de las autoridades argelinas hacia su pueblo.
Fuente: http://www.mondialisation.ca/index.php?context=va&aid=22676