¿FANATISMO PALESTINO?

 

           A muchos les complacería que los palestinos se retiraran a los campos de refugiados y se estuvieran quietos esperando que la ONU o la CIA resuelvan sus problemas. Con ello demostrarían un comportamiento civilizado.

         Hay una falta absoluta de decencia en las acusaciones que los medios de comunicación lanzan contra los palestinos tachándolos de fanáticos. Esas acusaciones son un auténtico recochineo que tiene como víctimas a quienes, desde la carencia de recursos, defienden con desesperación sus vidas, su dignidad y sus tierras. Se trata de una inmoralidad que convierte a muchos -que se tienen por bienpensantes- en cómplices de asesinos y genocidas.

         Cuando se dice que los protagonistas de la Intifada son fanáticos o terroristas se hace el juego a la ocupación sionista, negando a un pueblo su derecho a la resistencia y a que se le reconozcan sus derechos más básicos. Se hace además desde la prepotencia de una supuesta capacidad de juzgar una situación que les cae lejana. Esas acusaciones delatan la falta de pudor y sentido de vergüenza en quienes las formulan.

         Nada es más favorable para el sionismo que el que se piense que lo que ocurre en Palestina es un asunto entre fanáticos musulmanes y judíos, pasando el Estado a ser el garante de la sensatez en medio de la barbarie y el sin sentido de ‘pugnas religiosas ancestrales’. Con ello se desvía la atención y se presenta al Estado de Israel como algo incuestionable. Y nada hay más perverso que esto, que justifica la insolidaridad, ¿quién se pondría de lado de fanáticos que envían a sus hijos al suicidio?

Olvidamos con esas excusas que los palestinos han sido despojados de todo, obligados a abandonar sus hogares, expulsados o recluidos en infectos campos de concentración. La estrategia que consiste en acusarlos de fanatismo sirve a los ocupantes, al Estado de Israel que se ha creado sobre las matanzas y el desprecio a un pueblo.

         Las acusaciones de fanatismo son una aberración, una monstruosidad tras la que se ocultan los intereses del Estado sionista. Y los bienintencionados que las repiten, hacen el ridículo. Pero es un ridículo criminal, porque sirven a los fines del siniestro régimen nacido de la mala conciencia de los occidentales.

         Israel explota esa mala conciencia y mueve oscuros intereses que garantizan su permanencia. Pero solucionar el sangrante conflicto de Oriente Medio es tan fácil como lo fue su creación. El Estado de Israel nació de un decreto, y un decreto puede ponerle fin. Mientras tanto, a los palestinos no les queda más remedio que sobrevivir a pesar de Israel y sus garantes, y lo hace con una fuerza admirable.

         Palestina no es un problema árabe o islámico. Es el latido de la dignidad humana frente a la mala conciencia y a los intereses oscuros de un mundo criminal e hipócrita, ávido de justificaciones para la indolencia.