CINCO MOMENTOS ANTE ALLAH

   

   fa-subhâna llâhi hîna tumsûna wa hîna tusbihûna wa láhu l-hámdu fi s-samâwâti wa l-árdi wa ‘ashíyan wa hîna túzhirûn

  Allah es exaltado cuando atardecéis y cuando amanecéis, suya es la alabanza en los cielos y en la tierra, y por la tarde y cuando mediáis con el día (ar-Rûm, 17-18)

 

            Me preguntas, hermano, por la sabiduría que hay en los momentos escogidos en que se establecen y erigen los Salat-s: ¿qué tienen de especial esos cinco instantes? Voy a hablarte de tan sólo una de las sabidurías, de las muchas que hay al respecto. Has de saber, en primer lugar, que en el Islam nada es improvisado.

         Cada uno de esos momentos indica un cambio importante en la sucesión del tiempo, y por ello es espejo de la intervención de Allah, un espejo que proyecta la imagen del Poder Único con el que Allah actúa en la existencia. Es en la transformación de las cosas donde se puede intuir la fuerza que gobierna el universo, la energía que subyace en todo y que se expresa con claridad cuando lo altera.

         Por eso se nos ha ordenado hacer el Salat en esas horas. ¿Qué es el Salat? El Salat es intensificar el Tasbîh y el Ta‘zîm. Y ambos términos significan ‘inmensificar’ a Allah. Disculpa que invente esta palabra: con ella quiero decir que el musulmán debe proponerse abarcar la inmensidad de su Señor  -aun a sabiendas de que es imposible- esforzándose por asomarse a ese infinito que lleva dentro y que sirve de base a su existencia. Dirigiendo su mirada hacia Allah tiene que hacerla cada vez más capaz de abarcar cosas que no tienen medida. Y así, Allah irá creciendo ante él. Para conocer a Allah, debe engrandecerse conforme se va ampliando la imagen de su Señor en el horizonte de su Qibla como resultado del esfuerzo e inquietud con los que indaga.

         Efectivamente, ya sabes que Allah es Grande, pero no te arrojas a esa grandeza por temor a su abismo sin fondo. Ese vacío causa vértigo a la imaginación. Pues bien, el Corán te ordena hacerlo al menos cinco veces al día, coincidiendo con momentos enérgicos en el universo, para que esos momentos que quiebran la linealidad del tiempo sirvan de soporte para tu reflexión sobre lo inasible de la Verdad.

         Son horas para el Hamd, la Alabanza, y el Shukr, la gratitud. Estos dos últimos términos aluden a ti. Con el Tasbîh y el Ta‘zîm te abandonas en Allah, flotas en su grandeza sin orillas, pero con el Hamd y el Shukr te reconoces ante Él como deudor de eso infinito que te hace ser. Con el Hamd y el Shukr debes llenar también el espacio que va de Salat a Salat porque son tu vida.

         Estas inmerso en la Majestad, existes en medio del Océano del Misterio, y frente a ti está el Rey Eternamente Bello, bajo velos que lo ocultan a las miradas indignas. Tasbîh, Ta‘zîm, Hamd y Shukr son Taqdîs, imaginar al que está oculto bajo los velos de su Poder.  Al Taqdîs se llega siguiendo los pasos anteriores: dando cada uno de ellos se afila el cuchillo de la visión interior hasta que con ella es rasgada la cortina que esconde el Tesoro guardado en la hornacina de la Qibla, en el nicho de tu orientación sincera hacia Él. Hay está la Belleza bajo los ropajes de la Majestad reductora de todas las realidades.

         Tus frases: Allahu Ákbar, al-Hámdu lillâh, Subhâna llâh,... todas ellas son llaves para las cerraduras del cofre. Y también son semillas. Semilla en árabe es Habb y el fruto que da es el amor, Hubb. Sepulta esos embriones en la tierra del corazón y riégalas con el agua fecunda del Corán, y verás florecer la sabiduría interior que proporcionará calma a tu universo íntimo y alimentará tu cuerpo guiándolo rectamente. Esta es la alquimia de la felicidad. Y porque su fruto es abundante, se te ha ordenado también repetirlas treinta y tres veces después de cada Salat, para insistir en sus propiedades y precipitar sus consecuencias.

         El Salat es una ‘Ibâda, una práctica fundamental en el Islam, un pilar. ‘Ibâda significa ‘llevar por amor la frente al suelo en Presencia del Rey’. Es el reconocimiento de la Belleza en la Majestad que gobierna el universo. La Belleza te hace amar, la Majestad te doblega, y el resultado es tu doble movimiento, el de tu corazón y el de tu cuerpo que se pliegan ante el Uno en el que hay Poder y Hermosura. El amor es inclinación. A eso se le llama ‘Ibâda. Y al conjunto se le llama Rahma de Allah, pues Él es el que lo propicia todo.

         Ahí está tú, en esos cinco momentos, ante el Rey, el Poderoso, el Irreductible, y en Él descubres al Bello, al Amante, al Vivificante. Y tú eres la nada ante la Inmensidad que todo lo colma con su inquietante Presencia.

         Allah te ha hecho y te mantiene, a ti y a todo lo que existe, y Él es tu Destino. Su Señorío en las cosas, su Poder reductor, exigen tu dependencia. Y su Hermosura y su Pureza exigen que proclames su trascendencia. Cada vez que dices: astághfirullâh, estás buscando en Él lo perfecto frente a lo inconsistente, lo vulnerable y efímero. Estas son las implicaciones de los dos aspectos de la Verdad -la Majestad y la Belleza-: tenlas en cuenta porque son los elementos que estructuran el Salat. Junto a esto tendrás también presente la Capacidad de Allah, su Amplitud, que es lo que te obliga a buscar refugio en el Salat. Confíate por completo a Allah: sea Él donde apoyas tu existencia, pues sólo Él puede satisfacer tus demandas, sólo Él es Efectivo porque no existe más que su Poder y su Presencia.

         Ante tu Señor estás tú, con todas tus incoherencias: no te avergüence mostrar tu necesidad y exhibir tu pobreza. Él es el Rahmân, el Propiciador. Tú eres tú ante la Verdad, y el Salat es el instante de la intimidad y el acercamiento puros. Olvida los mundos cuando te sumerjas en el Océano del Misterio: abandónate en él con el corazón, navega por sus profundidades distendidamente dejando atrás tus reparos, tus recelos, tus contradicciones, tus apegos, tus presupuestos. Aprovecha el instante y haz de él un encuentro con lo insondable. Sea tu Salat una hora seria en la que descubras tanto la grandeza de tu Dueño como la pequeñez de tu circunstancia y tu condición.

         Así, el Salat es la coincidencia en unos momentos señalados de lo que es Allah y lo que es el ser humano. Es una reunión entre esencias, un tropiezo entre verdades, el Bárçaj que reúne y separa entre dos contrarios, el istmo entre los dos mares, el corazón del ser humano y el Corazón del Ser.

         Ahora voy a hablarte de los cinco momentos, los Awqât en los que debe ser establecido el Salat y erigido como un edificio sólido. En el Corán se nos dice que en la sucesión de las noches y de los días hay signos para los atentos. Efectivamente, todo está en todo, y en un día con su noche está resumido el tiempo entero.

         En primer lugar está el Faÿr, el amanecer, al que acompaña la salida del sol. Es el Principio de la vida, su primavera. Es el momento en que el feto sale a la luz y a la vida. El instante mágico del primer destello de luz que desgarra las tinieblas de la nada es un secreto que sólo puede ser dicho al oído, pues lo concentra todo. Es fuerza inconmensurable, estallido demoledor que lo inunda todo con una luz inexplicable.

         En segundo lugar está el Zuhr, el mediodía, que equivale al verano, a la juventud de las criaturas, a la energía de lo creado, a su alegría. Es el sentido de la luz del amanecer, su cumplimiento más pleno, su realización perfecta. Es la intensidad de la Rahma posibilitadora, la hora de su plenitud.

         En tercer lugar está el ‘Asr, la media tarde, semejante al otoño y a la madurez. Es la edad de los profetas, el momento de la sabiduría. Es la época (‘asr) del Sello Muhammadiano (s.a.s.), la ruptura con los ídolos, el abandono de las quimeras, el instante en el que se afronta lo Real.

         En cuarto lugar está el Magrib, la puesta del sol, el fin del día, el signo de la muerte que se apodera de todo, el momento en el que se entra en la tumba. Es un anuncio, y por eso tiene un momento estricto. Antes de la definitiva desaparición de la luz, hay una oportunidad para el despertar al sentido profundo de la aniquilación. Es un momento radical, último, es una ruptura.

         En quinto lugar está el ‘Ishâ, la aparición de las estrellas en la oscuridad de la noche. La oscuridad es un sudario negro. Pero la noche tiene que ver con el invierno, que es un sudario blanco de nieve y estrellas. Es el repliegue de todo lo que existe ante Allah, el Rey. Es el Poder Reductor, la soledad de la tumba. Y es la parte del tiempo que delata ante el ser humano su necesidad de Allah, por eso la noche es recogimiento ante el Señor de los Mundos.

         Después viene el seno de la noche, en el que se realiza el Taháÿÿud, la recitación concentrada del Corán, para iluminar las tinieblas de la tumba con las estrellas de sus versículos, preparando un nuevo amanecer.

         Cada uno de esos momentos es un principio y un trastrocamiento: se suceden a lo largo de cada día y noche, y a lo largo de la vida, y con cada vida y cada muerte, y a lo largo de la creación desde su inicio a su fin. Es el Tiempo en el que existimos, el despliegue de la Acción de Allah. En cada uno de esos instantes hay un signo que alude a algo grandioso que se nos escapa y que sólo es asequible al Recuerdo en la intimidad del Salat bien hecho.

         El Salat recto es aquél que tiene su trasfondo y su explicación en la sed insaciable de la Fitra, tu naturaleza esencial: la expresa en palabras y gestos, la traduce en hechos definitivos. Y se manifiesta en esas palabras, gestos y hechos definitivos la supeditación de nuestro universo a su Creador, la dependencia de cada momento de Aquél que lo hace ser, la sujeción de todo al Uno Indiferenciable.

         Por su constitución, el ser humano es débil, aunque su desesperación, su dolor y su tristeza son infinitos. Es incapaz de afrontar grandes retos, sin embargo, son muchos sus enemigos y las calamidades que lo acechan. Es muy pobre y son pocos sus recursos, no obstante, sus necesidades no tienen límite. Ama con intensidad y odia con energía, pero lo que ama y lo que odia están condenados a la extinción. Pero su aspiración no tienen horizontes a pesar de que sus brazos sean cortos y su vida sea breve. Su capacidad, su poder, todo en él es pequeño, y sin embargo su imaginación se desborda con una facilidad asombrosa. Por ello, en su amanecer, en su Faÿr, llama a las puertas del Inmenso.

         Y en su mediodía, en su Zuhr, necesita de un respiro. Y a la media tarde, en su ‘Asr, necesita de sabiduría. Y a la apuesta del sol, en su Magrib, necesita de un despertar que lo prepare para la muerte. Y en la noche, en su ‘Ishâ, necesita la Rahma de Allah y realiza así su viaje nocturno, al igual que lo hizo Sidnâ Muhammad (s.a.s.). 

         En esos momentos de su vida, en esas horas repetidas a diario en el Salat, prefiguración mágica de las edades, el musulmán se para junto a la Puerta del Infinito, y la abre con la Llave, con la Fâtiha, para que sobre él se derrame la abundancia del Creador Inagotable de los Cielos y de la Tierra. Efectivamente, a su vez, en cada Salat se junta todo, y en su momento, todo es recordado, porque junto a Allah no hay tiempo, ni espacio, ni edades, ni nada.

         Con cada Salat vuelves tu rostro, es decir, todo tu ser, hacia el Trono de la Inmensidad, que es el Sin-Principio y el Sin-Final que rige cuanto existe, y con la voz que Él te ha dado dices: Allâhu Ákbar, y esas palabras poderosas hacen añicos el tiempo y el espacio ‘todo se desvanece salvo lo que nunca ha dejado de ser’, y ante su perfección y plenitud dices: al-Hámdu lillâh, y ante su Belleza dices: ar-Rahmân ar-Rahîm, y entonces te rindes por completo diciendo: Iyyâka ná‘budu wa iyyâka nasta‘în, ‘no hay señor, ni rey, ni vida, ni fuerza, salvo Allah’. Y ante su poder se doblega tu cuerpo, y contigo el universo, y todo se pliega para su Señor, y ya no hay dioses ni mentiras, ni engaños ni falsificaciones: Subhâna rábbi l-‘azîm, ‘mi Señor el Inmenso es el que queda cuando todo muere’. Por eso a continuación echas el cuerpo a tierra y llevas la frente al suelo: Subhâna rábbi l-a‘la`, ‘por encima de todas las cosas se alza mi Señor Inextinguible, mi Verdad Suprema’: sólo hay tierra, y sobre ella el cielo, y ya no soy más que tierra sobre la que reina el Uno, el Señor de los Mundos. Ha desaparecido lo que estaba destinado a desaparecer y se manifiesta lo que nunca ha dejado de ser. Ese es el mediodía de Allah, y en su nadir está la criatura. Entonces ésta se sienta sintiéndose en paz, y da testimonio de su Señor con el Tashahhud, y dirige su paz hacia todos los lados: as-salâmu ‘aláikum wa ráhmatullah.