CAPÍTULO
78: LA NOTICIA
SÛRAT
AN-NÁBA
revelada
en Meca, 40 versículos
21. ínna ÿahánnama kânat mirsâdan
Yahánnam
es un lugar acechante,
22.
lit-tâgîna maâ:ban
para
los déspotas es un lugar de retorno,
23.
lâbizîna fîhâ: ahqâba*
en
el que permanecerán eternidades:
24.
lâ yadzûqûna fîhâ bárdan wa lâ sharâban
ahí
no saborean ni frescor ni bebida,
25.
illâ hamîman gasâqan
sino
agua hirviendo y pus,
26.
ÿaçâ:an wifâqa*
como
retribución adecuada...
27.
ínnahum kânû lâ yarÿûna hisâban
No
esperaban tener que rendir cuentas
28.
wa kadzdzabû bi-â:yâtinâ kidzdzâba*
y
negaron con firmeza Nuestros Signos.
29.
wa kúlla shái:in ahsainâhu kitâba*
Toda
cosa la hemos registrado por escrito;
30.
fa-dzûqû fa-lan naçîdakumû: illâ ‘adzâba*
así,
pues, saboread. No haremos sino aumentar vuestro tormento...
Tras hablar del Yáum
al-Qiyâma, el Día de la Resurrección,
el Corán, en medio del recuerdo del espectáculo apocalíptico de la destrucción
del mundo y el despertar de los muertos, destino ineludible de todas las
criaturas, nos habla aquí de Yahánnam,
la Gehenna, el Infierno, un lugar tenebroso de sufrimientos infinitos, al que
retornarán con la muerte los tâgîn,
los déspotas, los que no han labrado
en sus vidas y con sus acciones un Jardín en al-Âjira, el espacio eterno que viene después de la muerte.
La definición de
tales cuestiones es lo que nos proponemos en esta parte, a la luz de las
evocaciones que hace el Corán: ínna ÿahánnama
kânat mirsâda, Yahánnam es
un lugar acechante,... En las inmensidades de al-Âjira,
tras el Soplo en la Trompeta y la Congregación
ante Allah (an-Nafj wa l-Hashr),
cada hombre se dirigirá a su destino definitivo en la eternidad que corresponde
a la raíz de su ser.
El Corán comienza
hablando de ÿahánnam, que es un lugar
acechante (mirsâd), un
peligro permanente. Es lo que está ‘lejos’ de Allah, lejos de su Rahma,
su Misericordia Creadora, por lo que es frustración y sufrimiento. Se
ha dicho que ÿahánnam es, en al-Âjira,
lo que en nuestro mundo la ignorancia, la maldad y la naturaleza. El ser humano
siempre está al borde de ese precipicio de dolor (se nos dice que ÿahánnam
es como un pozo infinito). En la expresión ‘lugar acechante’ está la idea
de que aguarda a los que habrán de ser sus moradores, que los desea, y los
engullirá en su propia avidez.
Yahánnam
es el destino de aquellos en cuyas naturalezas haya imperado el fuego: lit-tâgîna
maâ:ba, para los déspotas es un
lugar de retorno,... El tâgî,
el déspota, el tirano, es el trasgresor,
el que ha ido más allá de sus límites, es decir, el que ha dado rienda suelta
a su egoísmo, y se ha quemado en el fuego de su ebullición y ha destruido
cuanto le rodeaba con las chispas de su maldad. Se nos dice que ÿahánnam es su maâb,
un lugar de retorno, como si fuera su
lugar de procedencia, la raíz de sus desmanes. El egoísmo y sus conflictos son
un pozo infinito lejos de Allah.
El ÿahánnam
estarán ya por siempre: lâbizîna fîhâ:
ahqâba, en el que permanecerán
eternidades... Serán lâbizîn, permanentes, en el Fuego de ÿahánnam,
enredados en sus miserias, en una constante renovación de su dolor, y por ello
se nos habla de los ahqâb, largos
periodos, eras, eternidades... El
universo de al-Âjira corresponde al
ser humano en la eternidad de Allah, es decir, no es la suspensión del tiempo o
el espacio sino su agigantamiento en el Poder de Allah. Lo nuestro encontrará
su desmesura esencial en la infinitud propia del Absoluto. Por tanto, al-Âjira
no es una vaguedad espiritual: es para el ser humano en tanto que criatura, y es
para Allah en tanto que Eterno, es el encuentro inexpresable de lo efímero con
el Misterio que está en la raíz de su ser.
La Revelación coránica
jamás niega su identidad al ser humano, sino que la sobredimensiona en la
contemplación de Allah. Y Allah no es el Uno amorfo en el que todo se disuelve
para ser anulado. Él nos ha regalado la conciencia, y es ésta la que crece en
la comprensión de la Eternidad de la que nos viene. Por tanto, jamás puede
haber un retorno a la Nada. La Nada ya es imposible. Desde el momento en que
empezamos a existir estamos en lo eterno, en la Ira o en la Satisfacción de
Allah.
En ÿahánnam,
los tâgîn están condenados
a su propia maldad (será su lugar de retorno) en un sufrimiento que no podrán
ya liberar en acciones hacia fuera (pues han muerto), y que será simplemente un
Fuego eterno en el que se consumirán: lâ
yadzûqûna fîhâ bárdan wa lâ sharâba, ahí
no saborean ni frescor ni bebida,... no llegará a ellos nada que alivie su
dolor, no saborearán (dzâqa-yadzûq,
saborear, degustar, paladear)
el frescor (bard) que les
proporcionaba el mundo, ni bebida (sharâb)
que apague el ardor en el que morarán eternamente, al contrario no sentirán illâ hamîman gasâqa, sino
agua hirviendo y pus,... ahí no habrá para ellos más que hamîm, agua en ebullición y gasâq,
la repugnante pus. Ése será su
alimento -el ardor y la putrefacción-, y será lo que mantendrá sus
existencias en la eternidad de al-Âjira,
y todo ello ÿaçâ:an wifâqa, como
retribución adecuada... es decir, como continuidad, una compensación
(ÿaçâ) en conformidad y coincidencia (wifâq)
con lo que han manifestado en sus existencias.
Los maestros sufíes
enseñan que el frescor (bard) es la satisfacción
(ridà) en Allah y la bebida
(sharâb) es la rendición incondicionada (taslîm)
a Allah, y son bendiciones que relajan al ser y significan que se ha superado
los conflictos. El frescor y la bebida son las imágenes en al-Âjira de esos Rangos
espirituales (Maqâmât). Por su
parte, el agua hirviente es la insatisfacción y el pus es los apegos al mundo,
son la forma material de la dependencia respecto a las apariencias. En esta vida
nos alimentamos espiritualmente con algunas de esas actitudes, y son el alimento
en lo más profundo de nosotros, y conoceremos su amargura o su dulzura en lo
infinito de al-Âjira.
Los tâgîn
(término de connotaciones amplias que, como ya hemos señalado tiene un
intensivo, tâgût, que se
traduce por demonio o ídolo,
que se emplea para calificar la perversión extrema en la que incurre el déspota)
son los seres humanos que se afirman aislándose de Allah, es decir, afirman su
propio egoísmo, que es autodestrucción y fuego con el que el individuo hace
invivible su vida y la de cuanto le rodea. Es el origen de todos los
despotismos, que se manifiestan de mil modos distintos. El raíz de esa maldad
está en la suposición de que nuestra existencia es pura casualidad: ínnahum
kânû lâ yarÿûna hisâba, no
esperaban tener que rendir cuentas... El Islam enseña que el ser humano ha
sido creado como califa, como ser soberano, es decir, como criatura que se
reconoce a sí misma, que desarrolla un sentido de la responsabilidad, y todo
ello es signo de su función, de la grandeza del secreto que esconde y que está
en sus orígenes y en su sentido. Sólo niega su secreto el que busca huir de su
responsabilidad y aislarse en el matâ‘,
en lo que Allah ha ofrecido para el disfrute, pervirtiendo el don del que es
objeto, convirtiendo en pus el regalo de su Señor. Goza del obsequio y olvida
al que se lo ha dado, porque recordarlo implica exigencias, implica despertar al
sentido del califato. Y entonces el hombre emplea su califato, sus facultades,
para satisfacer su avidez, y se retuerce en lo que le ha sido dado, incapaz de
responder al desafío verdadero. Cree
(raÿâ-yarÿû) que no habrá de rendir cuentas
(hisâb), que nada le es
exigido, que todo es azar y en medio de ese azar el hombre no es más que un cúmulo
de coincidencias, negando la intuición de que se siente responsable.
Los seres humanos son
falseadores de todo: wa kadzdzabû bi-â:yâtinâ
kidzdzâba, y niegan con firmeza
Nuestros Signos... es decir, declaran
mentira (kádzdzaba-yukádzdzib) todo lo que señala hacia Allah (las âyât
o Signos) para excusar su falta de respuesta al desafío que les viene
de lo hondo de su ser. Y lo hacen con empeño, y de ahí que en el versículo se
refuerce el verbo con la expresión kidzdzâban,
puro intensificador de la idea señalada.
Pero la existencia
entera es un registro, un todo en el que cada cosa implica a todas las demás: wa
kúlla shái:in ahsainâhu kitâba, toda
cosa la hemos registrado por escrito... Y, así, toda cosa, cada cosa (kúll
shai), está inserta en la realidad en una estrecha interrelación dentro de
la subordinación al Uno-Único. Nada hay aislado, todo está registrado y
censado (ahsà-yuhsî,
censar) en un Libro
extraordinario (Kitâb), en la
Memoria de Allah, por decirlo de alguna manera: fa-dzûqû fa-lan naçîdakumû: illâ ‘adzâba, así, pues, saboread; no haremos sino aumentar vuestro tormento...
Puesto que nada escapa a la realidad de la conjunción de todo, Allah, que es el
Secreto de esa Unidad, el Garante de su eficacia, no hará sino aumentar
(çâda-yaçîd) su tormento
(‘adzâb), el dolor del que son portadores, el fuego que habita en
sus entrañas, y a él volverán. El verbo çâda-yaçîd
también podría ser traducido por añadir:
Allah añadirá nuevos sufrimientos, al igual que a la insatisfacción y el
apego le suceden en la vida cotidiana otros padecimientos, siendo los detonantes
de pasiones dolorosas como la envida, el rencor, la ruindad, etc.
31.
ínna lil-muttaqîna mafâçan
Para
los sobrecogidos hay un lugar de triunfo:
32.
hadâ:iqa wa a‘nâban
jardines
y viñedos,
33.
wa kawâ‘iba atrâban
doncellas
eternas,
34.
wa ká-san dihâqan
y
una copa rebosante.
35.
lâ yasma‘ûna fîhâ lágwan wa lâ kidzdzâba*
Ahí
no oirán futilidades ni embustes.
36.
ÿaçâ:an min rábbika ‘atâ:an hisâba*
Es
la retribución de tu Señor, un obsequio acorde...
En el extremo opuesto
de ‘aquéllos que no esperan tener que rendir cuentas’ están los muttaqîn,
los sobrecogidos en sus corazones, los
que presienten el calibre real del prodigio de la existencia, los que intuyen
que sí tienen que rendir cuentas y ante Quién habrán de hacerlo. Los muttaqîn
son los dotados de una virtud especial que recibe el nombre de Taqwà,
que es el primero de los rangos espirituales y profundizar en él es la meta de
todo el avance hacia la Verdad. Taqwà
es precaución, es sensibilidad, es estar alerta,
por tanto, es no dejarse engañar por las apariencias. Si comprendemos el exacto
sentido de la desidia espiritual, del desentendimiento, de la despreocupación
en los que viven el común de los hombres, sabremos cuál es el valor preciso de
la virtud a la que llamamos Taqwà.
Esta virtud es
resultado de la Má‘rifa, del Conocimiento.
Es la actitud que nace en quienes conocen a Allah, quienes saben de la
inmensidad que está en sus orígenes, la inmensidad que los soporta en cada
instante, y saben de esa inmensidad que es Poderosa. Sus corazones se
sobrecogen, porque realmente están ante la inmensidad. Quien no saborea su
propio miedo ante Allah no sabe nada de Él, no sabe que realmente es Grande. Si
el espectáculo grandioso de la naturaleza, de los cielos infinitos, de las
montañas imponentes, nos empequeñece, ¿qué no haría intuir a Allah, el
Creador de los cielos y de la tierra? Los muttaqîn,
son los que han ido más allá, en su sobrecogimiento ante la desconcertante
grandeza de la creación, hasta vislumbrar la Inmensidad eterna e infinita del
Creador de las inmensidades...
Los muttaqîn
también se conocen a sí mismos, se saben a merced de su Señor, del mismo
‘Gigante’ que rige los cielos y la tierra, y el terror se apodera de ellos,
los pone en estado de alerta y los empuja hacia adelante. Taqwà es el gran motor del hombre espiritual. Taqwà, cuando es realmente intensa, opera trasformaciones
asombrosas. La tensión que genera se convierte en manantial de todo bien: ínna
lil-muttaqîna mafâça, para los
sobrecogidos hay un lugar de triunfo... Esa virtud hace profundamente
atentos a los muttaqîn. Por ejemplo, les hacen oír las palabras de los profetas,
reconocer su autenticidad y emprender el difícil camino que les señalan. Por
ello, Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es llamado Imâm
al-Muttaqîn, el Imâm, el Modelo,
el Guía, para los muttaqîn,
para los que tienen esa profunda sensibilidad. Él es reconocido por los muttaqîn,
por los dotados de miedo ante Allah, un miedo que es despertar, un miedo que no
es miedo a las criaturas o a los acontecimientos, sino el verdadero terror que
hay en la esencia del ser humano, el pánico ante su Señor, la Única Verdad.
Para ellos hay un mafâç,
un lugar de triunfo. Su Taqwâ
los conduce a un Jardín exuberante: hadâ:iqa
wa a‘nâba, jardines y viñedos,...
no un sólo jardín (hadîqa), sino muchos (hadâiq),
huertos fabulosos en los que abunda la vid (a‘nâb, viñedos, que
son la imagen de la abundancia), wa kawâ‘iba
atrâba, y doncellas eternas,...
jardines donde los están aguardando kawâ‘ib,
doncellas
de senos redondeados, que son, además, atrâb,
de edad y belleza invariables, y en
ese Jardín para ellos habrá wa ká-san
dihâqa, una copa rebosante..., en
lugar de agua hirviendo disfrutaran de la bebida que hay en una copa (kâs) repleta
y desbordante (dihâq).
En ese mafâç,
en ese lugar de triunfo, los atentos lâ
yasma‘ûna fîhâ lágwan wa lâ kidzdzâba, ahí
no oirán futilidades ni embustes... En ese destino en al-Âjira,
en el seno de la existencia al que nos conduce la muerte, y es el espacio de
Allah, ahí no escucharán (sámi‘a-yásma‘) palabras estúpidas
(lagw) ni mentiras (kidzdzâb), es
decir, su paz interior, su sosiego, será total, nada les inquietará ni los
confundirá...
Esos Jardines son la
verdad interior que han conquistado en sus vidas: ÿaçâ:an
min rábbika ‘atâ:an hisâba, es
la retribución de tu Señor, un obsequio acorde... Esos Jardines son el ÿaçâ, la retribución,
el pago a sus vidas, es su equivalente en el mundo de al-Âjira, y les viene de su Señor
(Rabb), de la Verdad que han
reconocido rigiendo sus existencias, y será un ‘atâ, un don, un
obsequio, acorde con la grandeza de
espíritu que han logrado. Puesto que han tenido en cuenta a Allah y se lo han
propuesto, han alcanzado la Fuente de la Misericordia, y en Ella está la
abundancia...
El Infierno,
la Gehenna, Yahánnam, es el trasfondo de la ignorancia y la maldad actuales del
ser humano, es su apego a la naturaleza. Vive inmerso en él sin darse cuenta.
Los muttaqîn, al presentir a Allah,
han abandonado el Infierno, su tensión les ha hecho perder la inercia que guía
a la gente. Por eso, los sufíes dicen que Taqwà,
en su fondo, es abandonar a los dioses
que ciegan y acomodan al ser humano, es dejar
de ver a otro que no sea Allah... Y ése es el triunfo (fáuç), el gran
logro que hace ser realmente califa al ser humano. Cuando alguien ha logrado
acceder a ese espacio de triunfo (mafâç)
está ya en Jardines soberbios, jardines de conocimiento
interior (Má‘rifa), en los que
están los viñedos que despiertan emociones placenteras, donde se unen a las
doncellas vírgenes, que son las esencias de cada realidad, iguales entre sí,
inalterables, porque son ‘lo más cercano a Allah, al Uno-Único’, y el
contacto con ellas engendra el inmenso placer de la Visión de Allah. En esos
Jardines beberán de la Copa del Vino Eterno, embriagándose de Allah... Los muttaqîn
hacen todo esto en vida, y tras la muerte, encontrarán su ÿaçâ, retribución, su equivalente
en la desmesura de la esencia de las cosas, en las inmensidades de al-Âjira.
37.
rábbu s-samâwâti wa l-árdi wa mâ bainahumâ*
El
Señor de los cielos y de la tierra, y de cuanto hay entre ellos,...
ar-rahmânu
lâ yamlikûna mínhu jitâba*
El
Misericordioso, al que no pueden dirigir la palabra...
38.
yáuma yaqûmu r-rûhu wa l-malâ:ikatu sáffan lâ
yatakallamûna illâ man ádzina lahu r-rahmânu wa qâla sawâba*
El
Día que se alcen el Espíritu y los Ángeles, en filas: no hablarán, salvo aquél
al que autorice el Misericordioso, y dirá lo justo.
39.
dzâlika l-yáumu l-haqq*
Ése
es el Día Verdadero.
fa-man
shâ:a ttájadza ilà rabbihî maâ:ba*
Quien
quiera, que tome hacia su Señor un camino de retorno.
40.
innâ andzarnâkum ‘adzâban qarîban yáuma yánzuru l-már-u
mâ qáddamat yadâhu wa yaqûlu l-kâfiru yâ laitanî kúntu turâba*
Os
avisamos contra un tormento próximo, el Día que el hombre vea lo que sus manos
han puesto por delante y el negador diga: “¡Ojalá yo fuera polvo!”...
Este es el epílogo
de una sûra inquietante, de anuncios formidables, que concluye con estas
palabras que resumen todos los propósitos del Corán. La Revelación cobra así
sentido: no consiste en el intento por satisfacer ninguna curiosidad, sino un
medio para despertar las emociones necesarias para que los que presienten a
Allah se pongan en marcha.
Primero, se nos dice
quién es Allah: rábbu s-samâwâti wa l-árdi wa mâ bainahumâ, el
Señor de los cielos y de la tierra, y de cuanto hay entre ellos,... Allah
es Rabb, Señor,
Dueño, Rector, el Sustentador
de cada realidad, de los cielos (samawât) y de la tierra (ard),
y de cuanto existe entre ambos
extremos (bainahumâ), es el Señor
de los espiritual y de lo material, de los sutil y de lo denso, y Él escapa a
todas estas categorías, está por encima de lo incorpóreo y de lo corpóreo,
de lo imaginable y de lo conocible. Él es Allah, un reto infinito, que está en
las honduras de cada criatura, gobernando cada uno de sus instantes. Allah es
real y eficaz; es más, es lo Único Real, y, a la vez, es indescifrable. Sólo
con esta clarividencia puede enfocarse a Allah y aceptar su desafío.
Allah es Rabb,
Señor; no es un concepto vago, una
explicación metafísica o una solución fácil, es inmediatamente concreto,
cercano, apabullante... El Poder impensable que ha creado el universo entero está
presente rigiendo cada uno de tus momentos, y tú eres lo que Él quiere que
seas (nada hay más contundente que esto, nada hay más próximo a ti, y no te
das cuenta). Te sostiene a la vez que te domina; es donde estás anclado, y estás
a su merced. El infinito al que el corazón puede asomarse es su Señor, que está
en las inmediaciones.
En Allah se conjugan
dos aparentes opuestos: ar-rahmânu
lâ yamlikûna mínhu jitâba, el
Misericordioso, al que no pueden dirigir la palabra... Se trata de la
Belleza y la Majestad. Allah es ar-Rahmân,
término de muy difícil traducción al castellano, y hemos optado por la de Misericordioso, advirtiendo que no recoge las consonancias que Rahmân
tiene en árabe. Es un nombre de Belleza, es decir, describe a Allah en su Amor
Creador: somos el producto de un deseo. Pero junto a su aspecto amable, Allah es
Poderoso (que es la facultad de Allah gracias a la que efectivamente somos). Y
su Poder es Majestad, y la Majestad es temible, se impone: las criaturas no
tienen, ante el Poder, nada que hacer: no pueden ni dirigirle la palabra (jitâb, palabra, discurso),
no poseen (málaka-yámlik, poseer) capacidad
alguna propia que los ponga en pie de igualdad ante Allah.
Y la expresión
absoluta y plena de todo lo anterior tiene lugar en al-Âjira,
tras la Resurrección: yáuma yaqûmu r-rûhu
wa l-malâ:ikatu sáffan lâ yatakallamûna illâ man ádzina lahu r-rahmânu
wa qâla sawâba, el Día que
se alcen el Espíritu y los Ángeles, en filas: no hablarán, salvo aquél al
que autorice el Misericordioso, y dirá lo justo... Ese Día (Yáum) es en el que
el Espíritu (Rûh) y los Ángeles
(Malâika) se alzarán (qâma-yaqûm),
es decir, Yibrîl -el Espíritu de la Revelación- y todas las criaturas de luz
se erguirán en pie, formando una fila
(saff) ante Allah. A pesar de la grandeza de esas criaturas,
ninguna se atreverá a hablar (takállama-yatakallam)... sólo lo harán aquellas a las que Allah autorice
(ádzina-yâdzan), y lo
que dirán (qâla-yaqûl) será acierto
(sawâb).
Se trata ésta de una
imagen que evoca muchas cosas, y, a modo de claves, consiste en una sucesión de
palabras con más implicaciones de las que cabría adivinar a simple vista. En
primer lugar, debemos conectarla con lo dicho anteriormente: Allah es Señor de
todos los mundos, y ni el Espíritu está libre de una subordinación absoluta
al Uno-Único, el Trascendente. Los seres más fabulosos, los ángeles que
escapan a la corrupción, están sometidos al Señor de todos los Mundos: la
tierra, los cielos y cuanto hay entre ellos son los espacios en que la Voluntad
del Uno-Único se realiza. Por otra parte, la imagen es sugerente: la Resurrección
(Qiyâma) consiste en ‘levantarse
ante Allah’ (qâma-yaqûm), en filas, a semejanza de las que forman los musulmanes
cuando realizan en grupo el Salât,
el Recogimiento ante Allah: de pie,
uno al lado de otro, los musulmanes se alzan, ‘resucitan’ en la
Presencia del Insondable (Hadrat
al-Quds).
Nadie, por sí mismo,
está autorizado a hablar ante Allah: no hay intercesores, nadie media entre
Allah y el ser humano, no hay dioses,... El musulmán no reza, sino que durante
el Salât pronuncia el Corán,
emplea para dirigirse a Allah lo que viene de Allah. En la Resurrección, sólo
a quienes Allah lo permita le es concedida la palabra, y cuando ello es así, lo
que dice quien ha sido autorizado es ‘acierto’: se trata de la profecía, único
puente entre Allah y el ser humano. Los profetas -en el sentido islámico de la
palabra- son los ‘autorizados’ (no son dioses ni ídolos, sino aquellos a
los que Allah ha autorizado a hablar). Por ello, la Shafâ‘a,
la Intercesión, les será concedida ante Allah el Yáum al-Qiyâma, el Día de
la Resurrección, y su palabra será atendida por Allah, porque de Él viene
y a Él va, y es sawâb, acierto
y justicia. Todas estas correspondencias deben ser tenidas en cuenta a
la hora de leer el versículo en el que, describiendo la Resurrección, se
sugiere la estructura del mundo y el trasfondo de la práctica espiritual más
importante en el Islam, el Salât.
La Resurrección
Mayor será la eclosión de todo lo que significa la existencia, su apoteosis: dzâlika
l-yáumu l-haqq, ése es el Día
Verdadero... Ése será el Día de al-Haqq,
la Verdad. El término aparece aquí
como adjetivo: ése es el Día Verdadero. Haqq
es una palabra poderosa, de pronunciación forzada con la sucesión de una
aspiración y una gutural, que en su mismo sonido revela la profundidad de su
misterio. Allah es al-Haqq, y
todo lo suyo es Haqq, es Verdad,
es configurador de lo real, es vertebrador de cada instante. En ese Yáum,
en ese Día, necesariamente terrible,
la Verdad se manifestará engulléndolo todo... Cuanto existe ahora son sus
signos, cada uno de nuestros momentos anuncia su propia esencia en esa Verdad
Bella y Majestuosa, Creadora y Destructora, Amable y Temible,...
La sûra acaba con un
consejo claro: fa-man shâ:a ttájadza ilà rabbihî maâ:ba, quien quiera, que tome hacia su Señor un camino de retorno... Tras
todo lo expuesto, el asunto es ofrecido a la elección del ser humano: quien quiera
(shâa-yashâ), que
emprenda (ittájadza-yattájidz,
tomar) un camino de vuelta
(maâb) hacia su Señor Verdadero (Rabb),
y ese camino de vuelta no es otro que el Islâm,
la absoluta e incondicionada rendición
ante quien lo hace ser y lo gobierna en cada instante, es la claudicación
con la que dejamos atrás todo conflicto para abrirnos a las inmensidades que
forjan nuestra existencia, la grandeza en la que estamos insertos.
La sûra comenzaba
aludiendo a la gran pregunta que se hacen los hombres sobre la Resurrección, y
el Corán les ha respondido que ése es el
Día Verdadero (al-Yáwm al-Haqq). Sea lo que sea la Resurrección en sí,
sea cual sea su momento, ese Despertar ‘hacia Allah’ es el destino que nos
aguarda porque es la Verdad en la que existimos, la que el musulmán reproduce
con sus gestos espirituales cada día, siguiendo un camino devuelta hacia la
Misericordia que lo ha creado en lugar de condenarse al Fuego de su separación.
Y la sûra acaba
con un versículo lapidario: innâ
andzarnâkum ‘adzâban qarîban yáuma yánzuru l-már-u mâ qáddamat
yadâhu wa yaqûlu l-kâfiru yâ laitanî kúntu turâba, os
avisamos contra un tormento próximo, el Día que el hombre vea lo que sus manos
han puesto por delante y el negador diga: “¡Ojalá yo fuera polvo!”...
La Revelación es Indzâr, es una
voz de alarma. Por ello, es Rahma,
Misericordia: nos advierte (ándzara-yúndzir,
avisar, advertir) contra
un peligro acechante. Ese peligro es Yahánnam,
el Fuego devorador, el que en este
mundo es la ignorancia, la maldad, la degeneración, y que en al-Âjira,
junto a Allah, es un tormento (‘adzâb). El tiempo que vivimos sobre la tierra es fugaz, y, por
ello, ÿahánnam es algo próximo
(qarîb), y es necesario tomar ya el camino de retorno hacia la
Fuente, hacia la Rahma creadora,
hacia el Rahmân, el Misericordioso.
Si no se hace así, llegará el Día Verdadero, cuando el hombre verá (názara-yánzur) lo que ha puesto por delante para ese Día (qáddama-yuqáddim, presentar, poner por delante), cuando contemple las consecuencias en lo eterno de al-Âjira lo que han hecho sus manos (yadân, sus dos manos), y el que haya arruinado su destino, el kâfir, el negador de la Resurrección, dirá (qâla-yaqûl) entonces: “Ojalá yo hubiese sido polvo (turâb)”, lamentando su desgracia cuando de nada sirva el lamento.