CAPÍTULO 88: LA QUE CUBRE

SÛRAT AL-GÂSHIA

revelada en Meca, 26 versículos

 

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           Beberán de esa Fuente y comerán de algo repugnante: láisa láhum ta‘âmun illâ min darî‘, no teniendo más alimento que el darî‘,... El darî‘ es un arbusto del desierto que cuando brota y todavía es verde sirve de alimento a los camellos pero cuando crece y se seca se vuelve venenoso y se cubre de espinas, y hasta los animales se apartan entonces de él. Algo parecido al darî‘ cuando es intragable será el alimento (ta‘âm) de las gentes del Fuego de Allah. Sus existencias en esa eternidad será mantenida por algo que es siempre ponzoñoso.

            Y ese alimento que se hace nudo en la garganta del que lo traga no satisfacerá su hambre: lâ yúsminu wa lâ yugnî min ÿû‘, ni engorda ni mata el hambre... El darî‘ no engordará (ásmana-yúsmin) al que se alimente de él, carece de sustancia,... y ni tan siquiera alivia (agnà-yugnî) el hambre (ÿû‘), es decir, la insatisfacción del hombre, su ansiedad, su desesperación, su rencor y su ira -en el Fuego de Allah- serán unos estados que lo acompañarán en medio de los tormentos, es más, serán la esencia de ese sufrimiento.

            Está claro que no poseemos en este mundo la posibilidad de comprender la naturaleza de ese padecimiento en al-Âjira. Las descripciones anteriores aparecen a modo de pinceladas que pretenden sugerir cosas que sean capaces de inquietar nuestra sensibilidad, para advertirnos acerca de un dolor que aguarda al que no se prepara para su muerte, un dolor espantoso de una magnitud a la que sólo se puede aludir con imágenes que son insuficientes, unas imágenes que señalan su carácter humillante, intensamente doloroso, íntimamente aterrador: arder en un Fuego violento, beber en medio de él agua hirviente y alimentarse de espinas venenosas que resultan repugnantes a los camellos que se conforman con cualquier cosa, unas espinas que además no alimentan ni sacian, en un hambre insatisfecha por siempre... Estas imágenes se juntan y apelotonan ante el lector para sugerirle algo terrible pero cuya gravedad sólo es insinuada, ya que su verdadero carácter queda muy lejos de esas expresiones: el tormento (‘adzâb) de al-Âjira es peor, más intenso, más violento, más insufrible, y pero para ese fondo ya no hay palabras... Y así es porque es cosa de Allah, el Infinito.

            Si observamos atentamente, lo dicho no sólo describe un acontecimiento futuro sino el transfundo de la realidad actual de muchos seres humanos. Lo que viene después de la muerte es la plenitud en lo infinito de lo que nos constituye ahora. Allah dará realización en su eternidad a lo que es cada hombre: a eso se le llama su Justicia (‘Adl). Por ello, los grandes maestros de la espiritualidad perciben ya esas realidades: penetran en el fondo de las cosas gracias a su extraordinaria sensibilidad. El Corán corrobora su percepción del entramado de nuestra existencia, un entramado interior al que la muerte dará primacía. Con estas descripciones, el Corán nos muestra cómo es nuestro universo espiritual. Y gracias a la capacidad que Allah nos ha dado haciéndonos ahora soberanos, podemos cambiar ese destino.

            En el polo opuesto a los descritos en la cabeza de la sûra están los mûminîn, los que en vida abrieron sus corazones a Allah, los que se prepararon para el encuentro con su Señor, los que no afrontaron la muerte desnudos. Ellos se exponen al Favor de Allah (el Fadl): han escogido lo que Allah ha escogido, lo mejor. Según un hadiz del Profeta (s.a.s.), los actos tienen el valor y el mérito de sus finalidades. Los actos del común de las gentes tienen como meta conseguir cosas concretas, y el valor de sus deseos muere con lo que pretenden. El mûmin, el que presiente a Allah, tiene la intención (niyya) de conquistar a su Señor en cada uno de sus actos, y por ello la trascendencia de sus acciones va más allá de la muerte: nada mata el mérito de esa intención; es más, se cumple en Allah, en su Exuberancia (Rahma). Por ello la muerte lo presenta ante su Señor adornado por las galas de esas acciones e intenciones. Con la muerte, el mûmin alcanza aquello por lo que había apostado, ha llegado al objeto de sus ansias, y ve ahora recompensados sus esfuerzos. Ésta es la fuerza de la aspiración de cada ser humano: su deseo es capaz de forjar su destino en el infinito, y esta es una de las grandes enseñanzas del Islam. Y Allah recompensa ese deseo con su Fadl, su Favor, no con su ‘Adl, su Justicia.

            Los actos del mûmin son inútiles a los ojos de la mayoría de sus contemporáneos porque no pretenden alcanzar una meta inmediata: el Salat, el Ayuno, la Peregrinación, la Generosidad,... del mûmin no esperan ser recompensados en este mundo, y por ello son objeto del desprecio de los que sólo esperan un fruto rápido para sus actos. Sin embargo, los actos del mûmin son una inversión cuyo pago esperan de Allah, y junto a Él encuentran la mejor de las retribuciones, mientras que el capital de los no-musulmanes se ha agotado y se encontrarán con las manos vacías, arruinados, o, peor aún, con los fantasmas de sus males en medio de la eternidad del Creador de los cielos y de la tierra...

            Oponiéndolos completamente a los anteriores, el Corán nos dice de los que han desarrollado su sensibilidad y han proyectado sus vidas hacia Allah: wuÿûhun yaumáidzin nâ‘ima, rostros, ese día, resplandecientes,... ese día (yaumáidzin) habrá, además de los anteriores, otros rostros (wuÿûh, plural de waÿh, rostro, faz), y serán rostros resplandecientes (nâ‘im). Esta última palabra, nâ‘im, designa al que está inmerso en el disfrute de una ni‘ma, de un bien que viene de Allah y con el que sostiene al ser humano y lo expande. Uno de los Nombres de Allah es Mún‘im, el que abastece al hombre con algo más de lo que el hombre necesita para continuar viviendo. La ni‘ma es con lo que Allah satisface al ser humano. Por ello, en el Corán se nos habla del na‘îm del Jardín, un placer extraordinario: en el Jardín no sólo se está, sino que se disfruta. Por ello, los rostros están resplandecientes en él, iluminados por el gozo.

            En esta vida sabemos lo que es la ni‘ma de Allah: todo lo que excede lo que estrictamente necesitamos es un añadido que nos habla de la capacidad de Allah para hacernos dichosos, para alegrarnos la existencia y hacérnosla cómoda, para afirmarla en nosotros como algo que la convierte en delicia. Mientras los rostros de los desdichados estarán espantados, como si siempre estuvieran al borde de la muerte, de perder lo mínimo que les queda, los de los afortunados nadarán en la abundancia de la ni‘ma, del bien de Allah, que aporta placer. El Islam enseña que el musulmán debe valorar todo lo que le hace cómoda la vida, y al valorarlo intuir el alcance de esa actitud de Allah para con él, y calibrar lo que puede ofrecerle en la desproporción de al-Âjira.

            Mientras los desdichados padecerán la inutilidad de sus esfuerzos, acudiendo ante Allah cansados por sus fatigas, los mûminîn estarán satisfechos: li-sá‘yihâ râdia, satisfechos de sus esfuerzos,... sus rostros no sólo resplandecen sino que revelan su satisfacción al ver ante Allah los frutos de sus trabajos pasados (su sa‘y, esfuerzo, actividad, empeño). Cada uno de sus actos por Allah, sus actos desinteresados, sus Salâts, sus ayunos, su peregrinación, el bien que hayan hecho sin esperar recompensa, su generosidad, hospitalidad, valor, amor a la verdad,... todo ello se convertirá en ellos en fuente de placer. Cada uno estará satisfecho (di), y descubrirá que sus esfuerzos no fueron vanos. El mûmin nadará en la satisfacción (ridà) de Allah, en el Favor (fadl) que dispensa a los suyos y en el que Él se complace.

            En lugar de en un estrecho abismo de Fuego, los mûminîn estarán en espacios abiertos, entre horizontes infinitos, sin que nada los agobie: fî ÿánnatin ‘âlia, en un Jardín elevado... Un Jardín (ÿanna) es un lugar de placer, que aquí es descrito como elevado (‘âli), a semejanza del cielo en el que no hay fronteras, en el que todo es diáfano, luminoso: éste es el significado de su altura. El mûmin no ha vivido en medio de la estrechez y los aprietos de su egoismo sino que se ha expandido, y tras la muerte le corresponde una expansión eterna, un Jardín lâ túsma‘u fîhâ lâgia, en el que no se oyen palabras vanas,... expresando esta frase un estado de calma y paz, de sosiego y satisfacción, de saludable esparcimiento. En ese Jardín no se oyen (súmi‘a-yúsma‘, oirse, escucharse, voz pasiva de sámi‘a-yásma‘, oir) ni una sola palabra estúpida (lâgia), como las que divierte a los vulgares, las que encienden rencillas entre los hombres, las que perturban el ánimo. La ausencia de palabras vanas relaja, por ello se aconseja al musulmán huir de los gritos, de las maldiciones, de las murmuraciones, de las mentiras, de las calumnias, de la palabrería, de las discusiones inútiles. El  Mensajero de Allah (s.a.s.) dijo que es la lengua lo que precipita al hombre en el Fuego, la que lo hace desdichado, la que inquieta su corazón de un modo que no le permite la calma. Cuando se atiende a este consejo del Profeta se alcanza a saborear una paz que preludia la del Jardín.

            Al igual que el abismo tenebroso de ÿahánnam es regado por una fuente de agua hirviente, aquí, en el jardín (ÿanna), encontramos una diametralmente distinta:  fîhâ ‘áinun ÿâria, en el que hay una fuente que fluye... La palabra ‘áin significa ojo, fuente, algo de lo que mana agua, y el agua es la materia prima de la vida. Una fuente de agua que fluye  (ÿarà-yaÿrî, correr; ÿârî, que corre) sostiene la existencia en el Jardín: sus aguas son abundantes y no se pudren porque están en movimiento, en consonancia con la libertad y agilidad del mundo que se describe. Ese es el espíritu que anida en los mûminîn en su vida actual, y encontrarán su correlato tras la muerte, siendo regado su Jardín por agua fresca que emana de las profundidades de Allah.

            En ese Jardín de opulencia hay ní‘am de Allah, bondades suyas que hacen cómoda la existencia en ese lugar de ensueño, el cual sólo puede ser descrito por lo que comunica placer al ánimo: fîhâ súrurun marfû‘a, en el que hay lechos alzados,... En el Jardín hay preparados para los mûminîn lechos (súrur, plural de sarîr) alzados (marfû‘), que quiere decir que son de un rango elevado. Todo en el Corán tiene consonancias: súrur, lechos, comparte raíz con surûr, alegría, y con sirr, secreto. Se trata de un placer que afecta interna y externamente, que envuelve y penetra en el mûmin, elevándolo.

            En las descripciones del Corán todo está implicado e imbricado: imágenes materiales que dan un carácter físico al placer de estar en el Jardín, imágenes construidas sobre un vocabulario que por consonancia nos envía a significaciones espirituales, y todo conjugado es una realidad integral que no desvalora nada de lo que es el ser humano: ante Allah el hombre recupera su ser con todos sus componentes. El ÿanna no será una experiencia espiritual, abstracta, aséptica, sino radicalmente completa. Al insistir el Corán en la sensualidad de la estancia eterna en el Reino de Allah quiebra nuestra visión desintegradora de la realidad, la que separa el corazón del cuerpo, la que divide al hombre en compartimentos privilegiados unos y rechazados otros, dependiendo las valoraciones de las modas del momento: el ser humano es conjunción, y ante Allah todo es reunificado, y no se privilegia al espíritu. Este es el gran sentido, el mensaje majestuoso, la verdad profunda que nos comunica el Corán. Al lector occidental le puede resultar confuso o incluso desagradable esta materialidad de la descripción del paraíso o del fuego, y es debido a que su sentido de la trascendencia está construido sobre el desprecio al cuerpo. Pero el Islam es todo lo contrario, es búsqueda de paz y reconciliación, encuentro e integración. Y esto se consuma en su perfección ante Allah. Por supuesto, todo ello en la desmesura que hace que seamos prudentes ante las palabras: nada refleja suficientemente las inmensidades que el Corán sugiere, y debemos dejar a la pasión de las emociones del Corán el saboreo de las posibilidades contenidas en un lenguaje que tiene mucho de onírico.

            El texto continúa describiéndonos el jardín en el que hay lechos alzados wa akuâbun maudû‘a, y copas preparadas,... se trata de vasos (akwâb, plural de kûb) colocados (maudû‘) ante comensales, a su alcance, de los que beberán el licor del amor de Allah. También hay wa namâriqu masfûfa, cojines alineados: para la comodidad y descanso de los mûminîn habrá cojines (namâriq, plural de námraq) puesto en filas, bien ordenados (masfûf), es decir, deleites en los que reposarán por siempre. Lechos, copas, cojines wa çarâbíyu mabzûza, y alfombras extendidas.... Adornando el lugar habrá ricas alfombras (çarâbî, plural de çarbía) extendidas (mabzûz), es decir, una visión constante de la exuberancia y riqueza de Allah, que los sostendrá como las bordadas alfombras sobre las que caminarán.

            El Corán hace una descripción basada en elementos familiares al lector para sugerirle el placer reservado a los mûminîn junto a su Señor. Pero la verdadera naturaleza del Jardín y sus bondades es un misterio, puesto que la sobredimensiona el carácter de una existencia eterna para la que no tenemos recursos. Sólo quien es capaz de imaginar la hondura a la que nos asoma la muerte está habilitado para presentir esas dimensiones regidas por la Verdad de Allah. Cuando intuimos ese vacío gobernado por la Voluntad, el Poder y la Ciencia del que nos ha hecho, perdemos de referencia nuestro mundo en esa eternidad y descubrimos también las posibilidades de Allah, empezamos a sobrecogernos ante ellas, y tras esa mención, al volver a nuestro mundo cotidiano, lo encontramos fundamentado sobre esa misma Verdad trascendente a la que nos ha asomado el Corán cuando nos ha puesto en sus bordes. Regresamos, pues, a nuestra realidad, pero con emociones que nos servirán para verla a partir de ahora de un modo distinto. Esto es lo que pretendía el Corán, y el texto que sigue a continuación, dando término a la sûra, es esclarecedor. A modo de resumen, la lectura de los sufíes, que complementa la que acabamos de hacer, ve en los sufrimientos y deleites de las gentes de al-Âjira, la otra vida, la actualidad de los hombres: cada uno es ya lo que será ante Allah. Volver a leer el texto desde este punto de vista da plenitud al provecho que se puede sacar de él. Según esto, lo que estructura la realidad de cada ser es su presencia espiritual en el mundo de Allah, a la que la muerte simplemente dará una intensidad absoluta.

 

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