CAPÍTULO 87: EL MÁS ELEVADO

SÛRAT AL-A‘LÀ

revelada en Meca, 19  versículos

 

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            Eso es lo que debía hacer el Mensajero: comunicar lo que salía de su corazón para que llegara a otros corazones. Y debía hacerlo cada vez que tuviera oportunidad: cuando el Recuerdo sea provechoso... Y el Recuerdo (Dzikrà o Dzikr) siempre es provechoso (náfa‘a-yánfa‘, ser de provecho o utilidad). Siempre habrá en quien recalen las palabras del Mensajero. Pero esta última frase ha sido interpretada de otras maneras: algunos comentaristas ven en ella un consejo para que el Profeta sea cauteloso y no se exponga innecesariamente a peligros u ofensas. Otros dicen que significa que el Profeta debe comunciar sus palabras a quien intuya que coincidirá con él,... En cualquier caso, su misión es la de comunicar lo que siente, que es un Recuerdo capaz de encender el Recuerdo en el corazón de otros. Se trata de recordar a Allah, como si Él fuera una intuición sepultada bajo los fantasmas que atosigan al hombre. Cuando algo -una palabra- despeja la mente de una persona, emerge Allah iluminado su mundo... Y el Recuerdo siempre es útil y provechoso (nâfi‘): en él hay luz y bálsamo.

            Allah ha creado a cada criatura, la ha nivelado, la gobierna y conduce cada uno de sus pasos hacia lo que Él quiere... Por tanto, el Profeta no debe pretender ser seguido por los hombres: no es él el que rige los destinos. Su misión no es alterar lo que debe ser. No tiene que apesadumbrarse por quienes le rechazan ni alegrarse por los que responden a su llamada. Todo eso depende de otra cosa que no está en sus manos... Todo eso depende de Allah, que ha modelado los corazones.

            Por eso, el Corán le dice a Muhammad: sayadzdzákkaru man yajshà, recordará el que teme,... El Recuerdo madurará (idzdzákkara-yadzdzákkir, recordar) en quien teme a Allah (jáshia-yajshà, temer). Aquél a quien Allah haya predispuesto a reconocer la voz que lo invita a despertar responderá, y es porque Allah lo inquieta: es Él quien toma la iniciativa. En esa persona existe la jáshia, el temor a Allah, el jáuf, el miedo ante lo que escapa a ser dominado, el jushû‘, la desazón del que tiene delante algo demasiado grande, la taqwà, el sobrecogimiento que produce intuir a Allah, términos prácticamente sinónimos que nos hablan de un desconcierto siempre activador ante el Uno-Único, un desconcierto que es semilla para la pasión, un terror que nos da la medida de Allah, que nos sitúa ante Él, nos empequeñece devolviéndonos a la nada de la que volvemos a partir, inmersos en Allah, penetrados por su significación envolvente, desconcertados ante lo que no podemos medir ni controlar, relanzados en la inmensidad de su Ser... Ése es el substrato que fermenta en contacto con el Mensaje. Si no lo hay, las palabras del Profeta caen en un saco roto. Por tanto, el éxito de su misión no depende de él, sino de la naturaleza con la que Allah haya dado el ser a esa persona.

            Por el contrario, wa yataÿánnabuhâ l-ashqà, se apartará el más desdichado,... Al Mensajero lo dejará de lado (taÿánnaba-yataÿánnab, dejar de lado, apartarse de algo) el más desdichado (ashqà, superlativo de shaqí, desdichado, infeliz, desafortunado), que es el que está vacío de esas cualidades de jáshia, jáuf, jushû‘ y taqwà. Y Allah es el que produce esos sentimientos, y el que los niega a quien quiere. Que la gente se haga eco de las palabras de Muhammad (s.a.s.) no depende, por tanto, de él, sino de Allah que ha agraciado a unos y ha privado a otros...

            A continuación, el Corán nos describe al ashqà, el más desdichado, aquél en el que no existe el Îmân, la sensibilidad espiritual que reconoce y responde al Profeta, y nos dice que es al-ladzî yaslà n-nâra l-kubrà, el que se consume en el Gran Fuego... El Corán afirma que es quien arde (sália-yas, quemarse) en un Gran Fuego (an-Nâr al-Kubrà). Ese Gran Fuego es la ignorancia, la ingratitud, el egoísmo,... en los que se retuerce. Es a lo que se llama Kufr, el opuesto a esa sensibilidad a la que hemos llamado Îmân. El desafortunado, el que no disfruta del Favor (Fadl) de Allah, vive consumiéndose en el tormento de esa naturaleza que es su Gran Fuego junto a Allah, y en el que será sumergido definitivamente tras la muerte, adquiriendo entonces su tormento proporciones eternas e infinitas. La existencia ‘compleja’ actual del kâfir -el ignorante, el ingrato, el egoísta,...- tiene su terrible correlato en al-Âjira, las Inmensidades de Allah, fundamento espiritual de cada momento presente: zúmma lâ yamûtu fîhâ wa lâ yah, no muere en él ni vive...; en ese Gran Fuego ni se está vivo ni muerto. El desafortunado no muere (mâta-yamût) en él, es decir, no tiene descanso ni respiro, ni vive (háyiya-yah) en medio de sus llamas, es decir, no disfruta en ningún momento de lo que Allah ofrece. Esto ahora, y es lo que lo configura... y también -peor aún- junto a Allah tras la muerte, en la desproporción de lo que no tiene fin.

            Esto es así en la raíz de las cosas. El texto nos remite a la cuestión del Destino: todo está a merced de Allah, y la existencia es expresión de su Libertad y su Elección. Y no hay nada más. Quien entiende lo que significan estas palabras no tiene más remedio que rendirse ante la Verdad, y entonces comienza su Islam. El Islam empieza a tomar cuerpo cuando alguien despierta al Recuerdo, cuando advierte que es gobernado por su Señor Impensable, y que ello es así de modo inexorable, y en esa persona nace el deseo inspirado de ser de aquéllos a los que Allah ha favorecido... qad áflaha man taçakkà, triunfa el que se purifica... se interrelaciona con Allah, logra su deseo (áflaha-yúflih, triunfar, alcanzar una meta), hace cumplirse su anhelo, el que se purifica (taçakkà-yataçakkà, purificarse, depurarse), que significa desprenderse de lo superfluo (el mismo verbo significa entregar el Çakât, es decir, la parte de las propiedades del musulmán que no son suyas sino de los demás musulmanes). Quien elimina lo que no le corresponde encuentra la simpleza de su verdadero ser, que es su raíz, el punto en el que se encuentra con el Acto de Allah. Y el Corán continúa para decirnos: wa dzákara sma rabbihî fa-sallà, y recuerda el Nombre de su señor y se recoge... Quien se ha purificado de ese modo recuerda (dzákara-yádzkur) entonces el Nombre (Ism) de su Señor (Rabb), es decir, recuerda verdaderamente lo que significa Allah, lo que implica, lo que exige, y se rinde por completo, y entonces se recoge (sallà-yusallî), que en realidad significa hacer el Salât. Y aquí debemos llamar la atención sobre el verdadero valor de este verbo. Su proximidad en este texto a la raíz de la que deriva lo hace especialmente sugerente. Efectivamente, sallà-yusallî (hacer el Salât, recogerse ante Allah) deriva de sália -yas cuyo significado es el de quemarse, y por las reglas de las derivaciones, sabemos que sallà-yusallî es, originalmente, quemar. Es decir, el Salât es el acto en el que el musulmán quema lo que está destinado al Gran Fuego, que es la mentira de su egoísmo (nafs), su dios y demonio creador de ídolos. Quien se purifica, se sumerge en el Recuerdo y abrasa su mundo de falsedades, triunfa (áflaha-yúflih), es decir, conquista a Allah. Y a esto son invitados los musulmanes cinco veces al día cuando el múadzdzin, desde el alminar, grita háyya ‘alà l-falâh, ¡acudid al triunfo!...

            En estos dos últimos versículos (triunfa el que se purifica, / recuerda el Nombre de su Señor y se recoge) hemos visto el transfundo de las acciones que lleva a cabo el musulmán, unas acciones ordenadas por el Corán (el Çakât, el Dzikr, el Salât). Pero, ¿qué sentido tiene actuar en este contexto en el que se nos habla del Destino como única verdad, y según ello la Decisión (el Qadâ) de Allah es anterior e impugnable? ¿Qué sentido tiene que el Corán nos haga exigencias cuyo cumplimiento no depende de nuestra voluntad? Ésta es la pregunta que se hace el que es confundido por su valoración pobre de la realidad, el que está atado a su inmediatez y no ve nada más allá y sólo busca justificaciones en lugar de entregarse al estrépito de la vida que bulle por encima de sus argumentaciones. La vida no es el resultado de nuestras especulaciones, sino una eclosión en la que estamos inmersos, en medio de la cuál Allah nos habla, y nos interpela para dar cumplimiento a su Voluntad, no a la nuestra. La razón está en un secreto profundo muy difícil de expresar en palabras y el que el hombre roza la Soberanía de Allah, el punto en el que cada ser humano es califa.

            En su esencia, todo está sujeto a la Voluntad de Allah, y nada es más que lo que Él quiere que sea: nada contraviene el Deseo del Uno-Único. El hombre es iluminado o cegado por Allah, que ejerce su absoluta Libertad. Esto es lo que quiere decir el Qádar, el Destino. Y Allah habla a los suyos. Él dirige su Corán a los que Él ha elegido para sí, y desata el nudo que hay en ellos con la magia de las palabras de la Revelación. Los destinados a responder al Libro reaccionarán a las descripciones del Corán -tal como ha sido predeterminado en la eternidad- y se dirigirán hacia la exuberancia de Allah, y cumplirán con las condiciones que el Corán impone, quedando atrás los excluidos, que así se diferenciarán de los adelantados. Por ello, las expresiones coránicas casi siempre están en pasado, describiendo los acontecimientos en el No-Principio de lo Infinito: ya han triunfado los que se han purificado, los que ya han recordado el Nombre de su señor, y ya se han recogido ante Él... He aquí que el Corán nos sume en la perplejidad de las raíces, de lo tremendo de la grandeza sin limites de la Majestad, en su unidad-unicidad absolutas... Él es el eje en torno a lo que todo gira, y Él no es concebible, no está sujeto, nada lo ata. He aquí sugeridas las dimensiones de cada uno de nuestros instantes en el Océano de Allah, donde nuestras tensiones actuales, nuestros fantasmas, nuestros conceptos y nuestras frustraciones quedan absorbidas en la contemplación de lo que trasciende nuestras circunstancias, nuestras condiciones, nuestros miedos y nuestros valores... Hay un lugar recóndito en nosotros donde coincidimos con esa Libertad cimentadora de nuestras elecciones.

            ¿Qué nos impide realmente comprender y sentir lo que significan las palabras anteriores? ¿qué nos ciega?: bal tûzirûna l-hayâta d-dunià,... preferís la vida mundanal,... Es decir, huís de Allah, dejáis atrás el Corán, no os proponéis la Purificación, el Recuerdo y el Salât porque habéis preferido (âzara-yûzir) -en ese punto sutil en el que el hombre roza la Verdad de Allah haciéndose libre- la vida mundanal (al-hayât ad-duniâ), es decir, lo que tenéis ante vosotros, y jamás os habéis interrogado por las profundidades eternas que os cimentan y dan hechura a vuestro mundo. El amor al hayât ad-duniâ se concreta en el afán por apoderaros de cuanto os rodea, vuestra angustia por controlarlo todo, en vuestra rivalidad por lo que no es más que lo que Allah quiere que sea... Y olvidáis a Allah, y sóis como niños que se disputan algo ínfimo, cuando lo grande está en la inmensidad de Allah, el Señor de los Mundos. Curiosamente, el verbo âzara-yûzir significa en realidad preferir por encima de sí mismo, pues si el hombre se prefiriera a sí mismo buscaría a Allah... Pero el hombre derrocha su tiempo en lo que no le es de utilidad, y no retira el velo para ver lo que cimenta su existencia y la del universo y sumergirse en esa Verdad.

            La vida mundanal (al-hayât ad-duniâ) es lo que los hombres se disputan,... wa l-â:jiratu jáirun wa abqà, mientras que al-Âjira es mejor y más duradera. Se llama al-Âjira al correlato eterno de cada instante efímero, y es con lo que nos encontraremos tras la muerte. En al-Âjira penetra en vida el que afila su sensibilidad, su Îmân; pero la muerte nos hará penetrar en ella a la fuerza. Y ese universo infinito es donde impera Allah, es decir, es donde la actividad del ser humano es relegada por el rigor de la muerte y ya sólo siente el Poder de su Señor, que será Justicia (‘Adl) o Favor (Fadl). Quien valora la vida mundanal hasta el extremo de cerrarse a saber nada sobre al-Âjira, quien por ello no se prepara para esa existencia, quedará sometido a la Justicia de Allah, mientras que los que han amado a Allah en vida, entregándose a Él, se han expuesto a su Favor... Y el Favor de Allah es mucho mejor que la vida mundanal (es jáir, mejor, puro bien), y es más duradero (abqà, superlativo de bâqi, duradero, permanente), puesto que al no estar sometido al tiempo no tendrá final.

            Esta sûra -o capítulo- ha enumerado los temas esenciales: la Grandeza Infinita y el Poder Presente de Allah, la Revelación, el Regreso de los hombres a Allah, la negligencia y desidia de éstos que los condena al Gran Fuego, y ha señalado el camino hacia Allah: el Islam, la entrega y abandono en sus manos... Y esto es lo que han enseñado todos los profetas (los anbiyâ o rúsul), transmisores de una misma verdad bajo ropajes distintos en conformidad con la mentalidad de sus pueblos, las necesidades y las circunstancias históricas: ínna hâdzâ la-fî s-súhufi l-û:là, esto es lo que hay en las Primeras Páginas,... Es decir, lo enunciado en esta sûra es lo contenido en las revelaciones antiguas, las páginas (súhuf, plural de sahîfa,  página, pliego) primeras (ûlà). Lo anterior es el mensaje revelado a la humanidad desde sus comienzos, es lo que hay en la naturaleza íntima de cada uno y que despierta como eco a las palabras de los anunciadores, de los que a continuación el Corán cita a dos de carácter emblemático: súhufi ibrâhîma wa mûsà, las Páginas de Abraham y de Moisés... Abraham (Ibrâhîm) es el Jalîl, el que intimó con Allah, y por ello conoció su Unidad Absoluta (Tawhîd); y Moisés (Mûsà) es el Kalîm, el que habló con Allah, y por ello transmitió su Ley (Sharî‘a), y todo quedó reflejado en los Súhuf, en la Páginas Primeras. El Islam, heredero de todos los enviados, es síntesis de todos esos acontecimientos espirituales, y es ciencia (‘ilm) y camino (hudà)...

 

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