CAPÍTULO
87: EL
MÁS ELEVADO
SÛRAT
AL-A‘LÀ
revelada en Meca, 19 versículos
6.
sanúqri-uka fa-lâ tansà:
¡Te
enseñaremos, y no olvidarás!,
7.
illâ mâ shâ: allâh* innahû yá‘lamu l-ÿáhra wa mâ yajfà*
salvo
lo que Allah quiera... Él conoce lo manifiesto y lo que se oculta.
8.
wa nuyássiruka lil-yusrà*
¡Te
conduciremos hacia la Más Fácil!
9.
fa-dzákkir ín náfa‘at idz-dzikrà*
¡Hazles
recordar, cuando el Recuerdo sea provechoso!,
10.
sayadzdzákkaru man yajshà
Recordará
el que teme,
11.
wa yataÿánnabuhâ l-ashqà
y
se apartará el más desdichado,
12.
l-ladzî yaslà n-nâra l-kubrà
el
que se consume en el Gran Fuego:
13.
zúmma lâ yamûtu fîhâ wa lâ yahyà*
no
muere en él ni vive.
14.
qad áflaha
man taçakkà
Triunfa
el que se purifica
15.
wa dzákara sma rabbihî fa-sallà*
y
recuerda el Nombre de su señor y se recoge...
16.
bal tûzirûna l-hayâta d-dunià
Pero
preferís la vida mundanal,
17.
wa l-â:jiratu jáirun wa abqà*
mientras
que al-Âjira es mejor y más duradera.
18.
ínna hâdzâ la-fî s-súhufi l-û:là
Esto
es lo que hay en las Primeras Páginas,
19.
súhufi ibrâhîma wa mûsà*
las
Páginas de Abraham y de Moisés...
En el apartado anterior se nos ha hecho contemplar a Allah en su
trascendencia absoluta, en su condición de al-A‘là, el Más Elevado,
y a continuación se le ha descrito en su proximidad al mundo, en su constante
Acto Creador (Jalq) y en su dominio (su Rubûbía)
sobre todas las cosas y en todas las cosas: Él nos ha hecho, nos ha nivelado,
ha determinado cada instante de nuestra existencia y nos conduce a su
realización; Él es quien crea la vida y da la muerte, y todo está a su
merced en cada momento. Esa realidad apabullante es la que reveló a Muhammad
(s.a.s.) el Corán; esa Verdad Absoluta es la fuente de cada una de sus
palabras.
El Mensajero (s.a.s.) recibía en su corazón una enseñanza que se
esforzaba por retener y transmitir. Ahora, el Corán le ordena relajarse. El
Libro tiene como garante a Allah mismo: sanúqri-uka
fa-lâ tansà, ¡te enseñaremos, y
no olvidarás!... Allah habla a Muhammad (s.a.s.) y le dice que Él -en
toda su grandeza (y de ahí el plural mayestático)- es quien le enseña (aqraa-yuqri, enseñar;
literalmente, hacer que alguien lea algo),
y Él es una Verdad ante la que sólo cabe rendirse para fluir con Ella. Y
así es la vida, a la que nos resistimos, o bien la queremos dirigir, pero
está por encima de nosotros, cumpliéndose más allá de nuestras expectativas,
y a la que sólo añadimos nuestro conflicto, perturbándola con nuestros
fantasmas...
Muhammad (s.a.s.) no debía convertir su misión en una obsesión, en
una empresa personal. No tenía que preocuparse por el éxito, no debía
someterse a sus propias valoraciones, sino converger con el ritmo que Allah ha
determinado para cada cosa. Con eso era con lo que realmente se convertía en
Mensajero: él mismo era el mensaje, se convertía con ello en el Corán
mismo, en la Palabra, en la Expresión de Allah. ‘Aisha, su esposa, dijo de
él que se había transformado en un Corán que camina, y ésa fue una imagen
perfecta para significar lo que queremos decir.
Allah era quien enseñaba a Muhammad (s.a.s.), y ya no podría olvidar
jamás -ni él ni su nación- lo que recogía de esa fuente. El Corán le
dice: y no olvidarás... (del verbo násia-yansà, olvidar). Si pones
en Manos de Allah tu existencia, serás regido absolutamente por Él, y Él es
tu garante. Es decir, dejarás atrás tu conflicto y vivirás en la Verdad.
Al principio de su aprendizaje, Muhammad (s.a.s.) se comportaba como
cualquier estudiante que hace un esfuerzo por memorizar lo que su maestro le
enseña: cerraba los ojos y repetía con concentración las palabras que oía
en su corazón. Pero en este caso el maestro es Allah, y le advierte a
Muhammad (s.a.s.) que no es ésa la técnica que debía seguir. La única
técnica con Allah es la del abandono absoluto en lo que Él significa, y
entonces Él mismo se expresa a través de los labios de su Mensajero
relajado. Toda tensión viene del ego.
En esa orden que el Corán transmite a Muhammad (s.a.s.) hay un bello
anuncio: por un lado, la Revelación y su inalterabilidad le eran garantizadas
por Allah; por otro lado, la fidelidad a Allah es el camino en el que los
musulmanes serán inspirados y donde podrán recuperar el verdadero sentido de
lo que les enseña el Corán.
El grado de Muhammad (s.a.s.) era el de la ‘Isma,
la Infalibilidad. Él fue un ma‘sûm,
un infalible, a causa de la
contundencia de la protección con la que Allah lo había revestido. La
entrega incondicionada y sin reparos en Allah hace al ser humano progresar en
esa compenetración con su Señor que lo va haciendo expresión de la
Voluntad. A partir de ese momento todo se trastoca: el hombre ya no se
equivoca, y todo lo suyo es puro acierto, verdad y autenticidad. Sus
debilidades han sido dejadas atrás con la muerte progresiva de sus dioses, y
pasa a habitar en el universo infinito e incorruptible de Allah Uno-Único.
Esa protección de Allah -con la que envuelve a quien se adelanta por la senda
del abandono en su Voluntad- recibe distintos nombres en función de su
intensidad hasta llegar al grado máximo al que se llama ‘Isma,
que sólo corresponde a los profetas, y culmina en Muhammad (s.a.s.). La ‘Isma pertenece a los profetas porque ellos han sido
escogidos: es Allah mismo el que los conduce, mientras que el resto de los
mortales son conducidos por su propia inquietud y en ellos siempre habrá
restos de sus escaseces. En definitiva, en esto Muhammad (s.a.s.) alcanzó la
meta, pero jamás fue confundido. Su rango se subordina a Allah: illâ mâ shâ: allâh, salvo
lo que Allah quiera... No olvidarás nada de lo que Allah te enseña,
salvo lo que Él quisiera (shâa-yashâ) que olvidaras
(násia-yansà), porque
dependes de Él, y ni tu plenitud te desvincula de tu Señor. Si no olvidas es
porque Él no lo desea, y no por mérito propio. Todo se lo deberás por
siempre a quien estás sujeto en la raíz de tu ser.
Lo dicho es explicado en sus líneas generales por el versículo
siguiente: innahû yá‘lamu l-ÿáhra
wa mâ yajfà, Él conoce lo
manifiesto y lo que se oculta... ¿Por qué todo lo anterior es así?
Porque todo está en manos de quien conoce (‘álima-yá‘lam,
saber, conocer) lo evidente
(ÿahr, concepto amplio que significa lo que se hace manifiesto o público,
lo que emerge, lo que se dice en voz
alta) y lo que se oculta (jáfia-yajfà,
ocultarse, esconderse). Es
Allah quien gobierna cuanto existe, el que rige las verdades que se concretan
y aquéllas que se mantienen veladas y no pasan a la existencia formal. Él
conoce lo que el hombre dice y lo que se reserva. Conoce lo inmensamente
grande y lo infinitamente pequeño. Nada escapa a la Ciencia
de Allah (el ‘Ilm), anterior a
todas las cosas, y nada está fuera de Su Dominio, y todo es como Él quiere
que sea y tal como está contenido en Su Ciencia. Todo lo dicho tiene su
cumplimiento perfecto, siguiendo caminos que Allah sabe de antemano, y que Él
ha dictado en la eternidad... Y porque todo cuanto existe es testimonio de esa
verdad, por ello el Profeta -que va conociendo a su Señor, a quien lo ha atraído
hacia Sí- debe abandonarse sin reticencias a quien lo ha creado, a quien lo
ha nivelado, a quien ha determinado cada uno de sus instantes y guía los
acontecimientos para que se realice su Única Voluntad... El resultado fue un
acto de absoluta entrega por parte de Muhammad (s.a.s.), cuya vida, cada uno
de sus instantes, se iba convirtiendo en imagen modélica de lo que debe
seguir cada musulmán. Y esto es lo que hizo inmenso su rango: su perfección
preeterna determinaba un perfeccionamiento progresivo que lo hacía ser
maestro perfecto para la humanidad. Por ello, Allah dice de él (s.a.s.) que
es Rahma para la humanidad,
porque cada uno de sus instantes es un regalo para todas las criaturas.
Tras garantizarle al Profeta (s.a.s.) la continuidad de su legado, el
Corán le hace un segundo anuncio: wa nuyássiruka lil-yusrà, ¡te
conduciremos hacia la Más Fácil!... Allah guia y guiará a Muhammad -y
con él a su nación- por el Camino Más
Fácil (al-yusrà), y le facilitará
(yássara-yuyássir) su
conocimiento y su seguimiento. Esa senda, la Más Fácil, es la reflejada en
el párrafo anterior, es la del Islâm,
la de la absoluta entrega a Allah, la del fluir con la Verdad, la del
encuentro con los ritmos auténticos, la del abandono del conflicto y la
frustración, la de la confianza en Allah.
Se trata de un anuncio feliz
(bushrà) que define ante nuestros
ojos lo que es y lo que pretende el Islam. La Revelación coránica viene a
reestablecer la sencillez, despierta en el ser humano la espontaneidad, lo
aleja de la complicación con la que afronta la realidad cuando ésta es
simple. Somos nosotros los que retorcemos las cosas, los que las hacemos
imposibles. El Islam es la reinstauración de la sencillez
(el yusr, que también por ello es
sinónimo de riqueza, comodidad). La
Senda Más Fácil (al-yusrà) es el Tawhîd,
el Camino de la Reunificación, que
lo remite todo a su origen, una fuente de exuberancia.
La sencillez de la Sunna
-las costumbres del Profeta-, la
sencillez de la ‘Aqîda -la cosmovisión
que nos ha transmitido-, la sencillez de la Haqîqa
-la realidad esencial del universo-,
todo se va entretejiendo para dar forma al Islam, y revelan la Voluntad que
guía, una Voluntad que quiere que el hombre la descubra en lo Más Fácil y
se oriente hacia Ella de forma fácil. Esta sencillez es a lo que el Corán
llama muchas veces luz (nûr), porque es claridad y sensatez.
El musulmán se vuelve hacia su Señor con sencillez y camina hacia Él
con facilidad. No hay retorcimientos en el Islam: sus principios son nítidos,
sus exigencias son comprensibles, al alcance de todos... Y Muhammad (s.a.s.)
fue imagen de lo que significa proponerse una vida en consonancia con los
latidos del corazón. Por ello es central en el Islam el tema del Destino
(al-Qadâ wal-Qádar, el
Decreto y la Medida): es concebir la existencia como una realidad que
fluye unificada por un Poder, una Voluntad y una Ciencia trascendentes, y ello
relativiza nuestros conflictos hasta disolverlos en la energía que tiene la
vida, cuyas honduras invitan a una existencia desapegada de los fantasmas en
medios de los cuales se desespera el común de los hombres. E invita,
sobretodo, a una acción firmemente arraigada en la radicalidad de lo eterno
de cada instante.
El Profeta (s.a.s.) fue modelo de ese saber vivir fácilmente. No es
necesario ser rebuscado para presentir la grandeza de nuestra existencia.
Según ‘Aisha -su esposa-, nunca se le daba a elegir entre dos cosas sin que
él escogiera lo más fácil y sencillo. Y también dijo de él: “En
su casa, entre los suyos, era la criatura más amable, la más tierna, que no
dejaba de sonreir y de reir”. Su Sunna
-su Tradición- nos enseña que prefería la ropa, la comida, los
muebles,... que fueran más fáciles de conseguir, lejos de toda ostentación,
falsedad o preocupación. Caminaba con sencillez, dormía con sencillez,
hablaba con sencillez, se relacionaba con los demás con sencillez. Se
conformaba con lo que había y no hacía exigencias. Son infinitos los
ejemplos que demuestran su falta total de obsesiones. En cierta ocasión dijo:
“El Islam es fácil. Quien quiera complicarlo, será vencido por él”.
Y también dijo: “No seáis
intolerantes con vosotros mismos, pues si lo sóis se será intolerante con
vosotros”. Y dijo: “Facilitad
las cosas (a la gente), y no las compliquéis”. Y también: “Allah
se apiada de quien es de trato fácil, de quien pone las cosas sencillas
cuando compra o vende, o cuando realiza cualquier gestión”. Y dijo: “El
dotado de sensibilidad espiritual es fácil y suave”, y “El
dotado de sensibilidad espiritual aúna y no separa”. Y dijo: “La persona más detestable para Allah es el que se retuerce entre
querellas”. Sa‘îd ibn al-Musáyyab cuenta que en cierta ocasión le
fue presentado un hombre al Profeta y éste le preguntó su nombre y el hombre
le respondió: “Me llamo Haçn
(quiere decir Tristeza, Retorcimiento -nombre
preislámico frecuente-)”, y Muhammad (s.a.s.) le cambió el nombre por Sahl,
que quiere decir Fácil, Afortunado...
pero ese hombre se negó a dejar el nombre que le habían impuesto sus padres,
y según Sa‘îd ibn al-Musáyyab fue una persona apesadumbrada hasta el
último de sus días. Repasar la gran cantidad de testimonios que insisten en
el amor de Muhammad (s.a.s.) por lo más fácil y lo más amable, descubre
que, al fin y al cabo, ése es el espíritu que infundió en la nación que
surgió de su acción.
Ese comportamiento es el propio del Islam, basado en una ‘Aqîda
en la que todo es fácil: Allah es Uno, Señor de los mundos... Y el universo
-trabado sobre esa realidad esencial- queda igualado. Todo lo demás es
alejarse de lo espontáneo, de las intuiciones primeras, de los saberes que
anidan en el corazón, y es distanciarse de lo que sugiere la vida, que no es
resultado de complicaciones, sino del gesto más fácil, el “Sea”
(kun) de Allah.
Una vez aclarado lo anterior, el Corán expone al Profeta la misión
que debe cumplir: fa-dzákkir in náfa‘at
idz-dzikrà, ¡hazles recordar,
cuando el Recuerdo sea provechoso!... Observemos la concatenación de las
ideas desde el principio: Allah se presenta a Sí Mismo en toda su inmensidad,
y después le dice al Profeta que Él se hace cargo de enseñarle y de que no
olvide, y que lo ha hecho todo fácil ante Muhammad (s.a.s.). Y ahora el
Mensajero debe cumplir su función, que es la de transmitir, sin oscuridades,
lo que recibe: ¡hazles recordar! (dzákkara-yudzákkir, hacer que alguien
recuerde algo; derivado de dzákara-yádzkur,
recordar). Es decir, el Profeta habla para encontrar eco en los
corazones de los hombres. Ésa es su misión, la de hacer despertar algo en el
seno de los seres humanos, todo ello basado en la sencillez natural de las
cosas. No se trata, pues, de convencerles de nada, sino la de ser ocasión
para que aquello que duerme en el corazón despierte al reconocer el sonido
que llegue a él...