CAPÍTULO
2: LA VACA
SÛRAT
AL-BÁQARA
Revelada en Medina, 286 versículos
INTRODUCCIÓN
Tal como ya dijimos,
la sûra comienza con la descripción de los tres grupos con los que se
encontró el Da‘wa en los primeros momentos de su instalación en Medina,
con una alusión indirecta a los judíos en la mención de los demonios con
los que se reúnen a solas los hipócritas para después desarrollar en extenso
el tema de los Banû Isrâîl. Esos grupos son los mismos con los que tiene
que habérselas el Islam siempre, invariablemente. La sûra sigue
desarrollando su eje esencial de dos líneas hasta su final, manteniendo
siempre una apreciable unidad que confiere personalidad propia al conjunto, a
pesar de la multiplicidad y variedad de temas de los que trata.
Después de la
exposición de los tres modelos -los muttaqîn (los musulmanes sinceros), los
kâfirîn (los idólatras) y los munâfiqîn (los hipócritas), y la alusión implícita
a los judíos (yahûd) bajo el término ‘demonios’ (shayâtîn),
tras todo ello viene una invitación dirigida a todas las gentes para que
reconozcan a Allah como único Señor y abran sus corazones al Libro que ha
revelado a su siervo, y desafía a los que duden sobre la autenticidad de
dicha revelación: si son capaces, si el Corán es humano, que presenten algo
semejante hecho por hombres. A continuación, amenaza a los que lo rechacen
ciegamente, los amenaza con el Fuego, mientras por otro lado comunica a los
que abren sus corazones la buena nueva de un Jardín. Después, el Corán
expresa su sorpresa ante quienes niegan y rechazan a Allah: “¿Cómo
podéis rechazar a Allah siendo así que estabais
muertos y os dio
la vida?
Después os da la muerte y después os vuelve a dar la vida, y entonces volvéis
a Él. Él es quien ha creado para vosotros toda la tierra y después se
dirigió al cielo y lo igualó en siete niveles. Él sabe todas las cosas”.
Aprovechando el
pasaje anterior que alude a la creación de la tierra entera para los seres
humanos el Corán comienza el relato del Istijlâf, la creación de Adán como
criatura soberana: “Cuando tu Señor dijo a los malâika: Voy a poner sobre la tierra un
califa...”. El relato continúa narrando la batalla eterna entre Adán y
Shaitân para acabar concretando el pacto del Istijlâf
con la que el ser humano que se abre a Allah es declarado califa,
criatura soberana para la que ha sido creado todo lo que existe: “Les
dijo: ‘Bajad todos de él (el Jardín del Edén). Os vendrá de Mí una
senda. Quienes sigan mi senda no habrán de temer ni se entristecerán.
Quienes rechacen y declaren falsos nuestros signos serán las gentes del
Fuego, en el que morarán por siempre”.
Tras lo anterior el
texto empieza un largo y amplio recorrido por la historia de los Banû Isrâîl
-en los párrafos anteriores hemos aludido a algunas de las ideas centrales-,
interrumpida a veces con la invitación a adherirse a la senda de Allah y a lo
que revela confirmando lo que ya sabían recordándoles sus tropiezos, sus
errores, su doblez y sus falseamientos desde los días de Moisés. Este
recorrido ocupa toda la primera parte de esta sûra.
A lo largo de esos
relatos va quedando esbozado el retrato claro de un modo de ser que explica la
recepción que brindaron los Banû Isrâîl al Islam, a su Mensajero y a su
Libro. Fueron los primeros en rechazarlo, falseaban lo verdadero disfrazándolo
con los ropajes de lo falso, ordenaban a la gente el bien -y el bien es
fundamentalmente el acto de abrir el corazón a Allah (el Îmân) mientras que
olvidaban de practicarlo ellos mismos, oían la Palabra de Allah y después la
distorsionaban tras haberla comprendido, engañaban a los musulmanes sinceros
(los mûminîn) fingiendo ser de ellos pero cuando se reunían a solas entre sí
se advertían los unos a los otros y se prohibían mutuamente mostrar a los
musulmanes lo que sabían del Profeta (s.a.s.) y sobre la autenticidad de su
mensaje, y querían hacer retornar a los musulmanes al Kufr, a la negación y
el rechazo de Allah, y para ello declaraban que sólo los judíos -como por su
lado también afirmaban los pocos cristianos que había en la península- eran
los únicos en poder estar bien guiados, y declaraban su enemistad hacia Yibrîl
por haber sido él quien comunicó la revelación a Muhammad (s.a.s.),
detestaban todo lo bueno que pudiera suceder a los musulmanes y esperaban su
mal, aprovechaban todas las ocasiones en que pudieran filtrar dudas entre
ellos sobre la autenticidad y validez de las órdenes que recibían del Nabí
(s.a.s.) negando que les fueran dictadas por Allah -tal como hicieron cuando
se declaró el cambio de Qibla-, y junto a todo lo anterior eran fuente de
inspiración para los hipócritas y de ánimos para los idólatras de Meca.
Lo anterior nos
explica la dureza de la campaña que dirige contra ellos esta sûra que no
deja de advertir contra sus artimañas y recordar posturas semejantes que
mantuvieron ante su propio profeta, Moisés, y quienes le sucedieron a lo
largo de muchas generaciones, y en todo momento el Corán se dirige
directamente a ellos, a los judíos de Medina, como si fueran los mismos judíos
que rechazaron a Moisés, como si todos fueran la misma generación, como si
no hubiera habido cambios ni transformaciones en un modo de ser y posicionarse
constante e idéntico a sí mismo.
Esta primera parte de
Sûrat al-Báqara acaba aconsejando a los musulmanes que desesperan de la
posibilidad de que se abran los judíos a Allah pues se lo impide su retorcida
naturaleza y lo oscuro de sus intenciones. Al final de estos primeros pasajes
encontramos también declarando definitivamente la falsedad de sus
pretensiones respecto a ser los únicos bien guiados por ser los herederos de
Abraham (Ibrâhîm) y el Corán sentencia que sus verdaderos herederos son los
que siguen su senda y se suman al pacto que hizo con su Señor. Por tanto, es
Muhammad (s.a.s.) el verdadero heredero de Abraham, así como los mûminîn
que están con él, puesto que los judíos se han desviado de ese camino, lo
han distorsionado y han perdido el privilegio de ser los depositarios de la
verdadera ‘Aqîda y el califato en la tierra. De ello se han hecho cargo
Muhammad y quienes están con él. Y este acontecimiento es la respuesta que
Allah da a la invocación de Abraham y su hijo Ismael cuando levantaban los
pilares de la Casa: “Señor, haznos
musulmanes para ti, y de nuestra descendencia haz una nación musulmana para
ti. Muéstranos nuestros ritos y vuélvete hacia nosotros. Tú eres el que se
vuelve hacia el ser humano, el Propiciador. Señor, haz surgir entre ellos un
mensajero que les lea tus signos, y les enseñe el Libro y la Sabiduría, y
los purifique. Tú eres el Poderoso, el Sabio”.
A partir de ese límite
la sûra comienza una segunda parte en la que se dirige al Nabí (s.a.s.) y a la
comunidad musulmana que le rodea y va poniendo los cimientos sobre los que
sostener la vida des esta comunidad declarada soberana y heredera de la
invitación que Allah hace a la humanidad (el Da‘wa), proporcionando a esta
comunidad su propio sello y una personalidad diferenciada de su entorno y
cultivando en ella la ‘Aqîda, la visión unitaria de la existencia.
Esto comienza
indicando una nueva orientación (Qibla) hacial a que dirigirse la comunidad,
una Qibla que es el al-Báit al-Harâm que Allah ordenó a Abraham y a
Ismael que erigieran y purificaran para que fuera un espacio en el que sólo
se recordara a Allah y se declarara en él la sujeción de todas las criaturas
a su Señor Verdadero. Esa era la Qibla que el Nabí (s.a.s.) deseaba pero no
se atrevía a dirigir el salât en su dirección: “Vemos
cómo miras hacia el cielo (esperando que te sea ordenado volverte en dirección
hacia el al-Báit al-Harâm). Volveremos tu rostro hacia una orientación
que te satisfacerá. Vuelve tu rostro hacia la Mezquita Harâm. Donde
estéis, volved vuestros rostros hacia ella”.
La sûra continúa
detallando el camino señorial que Allah quiere para esta comunidad musulmana,
un camino para la imaginación unitaria, para la acción espiritual y para la
cotidianidad, normas para el comportamiento y la interacción con uno mismo,
con Allah y con los demás. La sûra aclara que aquellos que mueran sobre esta
senda no están muertos sino vivos. Que el miedo, el hambre, la pobreza, la
disminución de los recursos, no son un mal que se le desea a los musulmanes,
sino pruebas para templarlos, y que para aquellos que sepan tener paciencia
ante esas desgracias los aguardan las bendiciones y la riqueza de Allah. La sûra
advierte que es Shaitân el que amenaza con la pobreza y hace temerla y
sugiere al hombre la ruindad para evitarla, pero quienes confíen en Allah,
Allah les promete su disculpa y su favor. Allah es el aliado de los que se
abren a Él y los saca de las tinieblas a la luz, mientras que los kuffâr son
servidores del Tâgût, el Tirano que esclaviza al ser humano y lo hace
ser mezquino, lo saca de la luz y lo lanza a las tinieblas. La sûra continúa
dilucidando entre lo halâl y lo harâm, enseñando a los
musulmanes algunos de los alimentos de los que deben apartarse. Les enseña
también cuál es la naturaleza verdadera de la bondad, desviando la atención
de sus simples manifestaciones externas. Sigue explicando cuáles son las
normas que deben regir el Qasâs (el precio de la sangre, la ley de Talión),
las reglas que deben observarse para la repartición de las herencias, en el
ayuno, el ÿihâd, la peregrinación, el matrimonio y el divorcio (tratados
con cierto detalle para conferir entidad y consistencia a las familias
musulmanas), la sádaqa, la usura, las deudas, el comercio,...
En momentos
convenientes, a lo largo de la exposición de los temas anteriores, el texto
vuelve a referirse a los Banû Isrâîl después de Moisés y algunos pasajes
se refieren a acontecimientos de la vida de Abraham. Pero el cuerpo central de
la sûra, después de la primera parte de la que trataremos en extenso a
continuación, se dedica esencialmente a construir la comunidad musulmana
preparándola para el cumplimiento de sus responsabilidades como comunidad
soberana con un mensaje que transmitir a la humanidad entera y que es la ‘Aqîda.
El objetivo es dotarla de personalidad propia y diferenciada del entorno idólatra
y relacionarla directamente con su Señor Uno que la ha elegido para esa función
en la historia dela humanidad.
Al final, vemos la
clausura de la sûra retomando el tema que la abre, declarando la naturaleza
de la representación islámica a la que el musulmán se acerca con el corazón
abierto, siendo esta actitud, el Îmân, la postura del Islam ante todos los
profetas y todas las revelaciones, una actitud abierta al mundo interior y
secreto (el Gáib), prestando oído y obediencia: “El
Rasûl se ha abierto a lo que su Señor le revela, y así hacen con él los
mûminîn.
Todos se han abierto a Allah, a sus malâika, a sus libros y a sus mensajeros.
No diferenciamos entre sus mensajeros. Han dicho: ‘Hemos oído y hemos
obedecido. Discúlpanos, Señor. Hacia ti es el devenir’. Allah no hace
responsable a nadie de algo más de lo que pueda cargar: cada vida tiene lo
que gana y contra ella está lo que comete. ‘Señor, no nos reproches
nuestros olvidos ni nuestros errores. Señor, no nos cargues con un fardo
como aquél con el que cargaste a quienes nos han precedido. Señor, no nos
cargues con lo que no podamos aguantar. Discúlpanos, perdónanos, apiádate
de nosotros. Tú eres nuestro Dueño: danos la victoria sobre el pueblo
rechazador’...”.
Es así como
armonizan el principio y el final y es como se agrupan los temas de la sûra
entre las descripciones de los mûminîn y de las características del Îmân.