CAPÍTULO 2: LA VACA

SÛRAT AL-BÁQARA

Revelada en Medina, 286 versículos

 

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN- 2

 

                     Esos adelantados del Islam conformaron una comunidad compuesta por los muhâÿirîn, los emigrantes que habían dejado Meca, y los ansâr, los auxiliares, es decir, sus anfitriones en Medina. Ambos grupos dieron cuerpo a la semilla de una Nación (Umma) a la que el Corán se refiere en muchas partes. Constituyeron una sociedad abierta a Allah. De ahí que esta sûra se abra con unas alusiones a los constituyentes y valores del Îmân, la apertura del corazón hacia Allah. El Îmân representa la cualidad más relevante de los mûminîn sinceros, aquellos musulmanes de corazón abierto al cielo. Pero en primer lugar la alusión al Îmân describe para nosotros el modo de ser de esos musulmanes adelantados, la primera generación (los Sahâba), que tuvo su sede en la ciudad de Medina: “A-L-M. Ese Libro, no hay incertidumbres en él, es senda (y orientación) para los cautos, los que están abiertos al secreto, los que establecen el salât, los que gastan en  los demás parte de aquello con los que les proveemos. Los que están abiertos a lo que se te revela y a lo que fue revelado antes de ti, los que tienen certeza sobre al-Âjira. Ésos son los que están sobre la senda de su Señor. Ésos son los triunfadores”.

         Tras este preludio encontramos inmediatamente en el texto una descripción de los kuffâr, los idólatras, los que combaten el Islam. Se trata de una referencia general al Kufr, a la actitud de rechazo. Pero en primer lugar es una descripción de los kuffâr  con los que entonces tenía que enfrentarse el Da‘wa, tanto en Meca como en los alrededores de la misma Medina: “Aquellos que rechazan, igual es que les comuniques la advertencia o no lo hagas, no se abrirán a Allah. Allah ha sellado sus corazones y sus oídos, y sobre sus ojos hay un denso velo. Tienen un castigo inmenso”.

         También estaba el grupo de los hipócritas (munâfiqîn). La existencia de este grupo surgió directamente de la situación que creó la Emigración del Profeta (al-Hiÿra an-Nabawía) a Medina y las circunstancias en las que tuvo lugar, según ya hemos señalado. Ese grupo no tenía existencia en Meca. El Islam en Meca carecía de organización y fuerza, y no era respaldado por ningún poder que la gente de Meca debiera temer y ante el que debieran mostrarse hipócritas. Al contrario, el Islam era oprimido y el Da‘wa era perseguido, y aquellos que se atrevían a sumarse a su fila eran necesariamente sinceros en su ‘Aqîda, prefiriéndola a toda otra cosa y dispuestos a soportar todo por ella. Pero en Yázrib -que a partir de entonces fue conocida con el nombre de Medina (Madînat ar-Rasûl), es decir, la Ciudad del Profeta- el Islam adquirió una fuerza a tener en cuenta que obligó a muchos a relacionarse con ella con más o menos cuidado y adulación -sobre todo tras la batalla de Badr en la que los musulmanes obtuvieron una importante victoria-. A la vanguardia de quienes se vieron obligados a tratar con artificialidad a los musulmanes estaba un grupo de notables de Medina cuyas gentes y seguidores habían entrado en el Islam, y también lo hicieron ellos con el fin de salvaguardar el rango que habían heredado y sus intereses. Fingieron abrazar el camino que habían elegido los suyos y sus partidarios. Entre ellos se contaba a ‘Abd Allah ibn Ubai ibn Salûl cuyo pueblo estaba organizando su coronación poco antes de la llegada del Islam a Medina.

         Encontramos al principio de la sûra una extensa descripción de estos hipócritas (munâfiqîn), y percibimos en algunos de sus párrafos que la referencia directa es a esos notables que se vieron obligados a aparentar ser musulmanes y no podían olvidar aún su sentido de élite que los alzaba sobre el común de las gentes a las que llamaban ‘estúpidos’ al modo de los tiranos: “Entre las gentes hay quien dice: ‘Nos hemos abierto a Allah y al Último Día’, pero no son mûminîn. Engañan a Allah y a los que se han abierto a Él, pero no se engañan más que a sí mismos y no se dan cuenta. En sus corazones hay una enfermedad, y Allah ha aumentado su enfermedad. Para ellos hay un castigo doloroso por sus mentiras. Cuando se les dice: ‘No destruyáis la tierra’, responden: ‘Somos reformadores’. Pero no: son destructores y no se dan cuenta. Y cuando se les dice: ‘Abríos a Allah como se abren las gentes’, responden: ‘¿Vamos a abrir nuestros corazones como hacen los estúpidos?’. Pero no: ellos son los estúpidos, pero no lo saben. Cuando se encuentran con los que se han abierto a Allah dicen: ‘Nos hemos abierto a Allah’, pero cuando se encuentran a solas con sus demonios, dicen: ‘Estamos con vosotros. No hacemos sino burlarnos de ellos’. Allah se burla de ellos: los abandona en su injusticia hasta que quedan engullidos. Estos son los que han comprado el error pagando como precio el acierto, y su negocio no ha sido próspero. No estaban bien  guiados. Son como quien enciende un fuego: cuando ilumina lo que les rodea Allah hace desaparecer su luz y los deja en tinieblas y no ven. Sordos, mudos, ciegos, no se echan atrás. O como una tormenta del cielo en la  que hay tinieblas, relámpagos y truenos: se ponen los dedos en los oídos para no oír el estrépito por temor a la muerte: Allah cerca a los negadores. El relámpago a punto está de arrebatarles la vista: cuando alumbra caminan a su luz y cuando oscurece se detienen. Si Allah quisiera, les arrebataría el oído y la vista. Allah es determinante en todas las cosas”.

         A lo largo de la descripción de los munâfiqîn -que son quienes ‘tienen una enfermedad en el corazón’- encontramos una alusión a sus ‘demonios’ (shayâtîn). Por el contexto de la sûra y por los acontecimientos de la Sîra (la biografía del Profeta y la historia de los primeros años del Islam) parece que se refiere a los judíos (yahûd) contra la que la sûra lanza intensas campañas un poco más adelante. En cuanto a la historia de los judíos en su relación con el Da‘wa, la resumimos en las pocas líneas siguientes:

         Los judíos fueron los primeros en chocar con el Da‘wa en Medina. Este choque tuvo muchos motivos. En Yázrib los judíos gozaban de un estatuto privilegiado por ser ‘gentes de libro’ entre árabes iletrados -los Áws y los Jáçraÿ-. Si bien los idólatras árabes no mostraron inclinación por abrazar el judaísmo consideraban por otra parte a los judíos más sabios que ellos porque tenían una cultura derivada del libro. También favorecía a los judíos la división y enfrentamiento que existía entre los Áws y los Jaçraÿ -un ambiente en el que los judíos siempre han sabido moverse-. Pero en cuanto llegó el Islam, les requisó todos estos privilegios. El Islam llegó a Medina con un Libro que confirmaba y reemplazaba el que ellos tenían y, a la vez, se declaraba hegemónico. Y también eliminó la división entre tribus por la que se infiltraban los judíos con sus insidias y subterfugios para obtener ganancia en el río revuelto de Medina. La fila musulmana se fortaleció y en ella se integraron los Áws y los Jáçraÿ, los cuales serían conocidos a partir de entonces con el sobrenombre de Ansâr, los auxiliares, los que socorrieron a los emigrantes (Muhâÿirîn). Con todos ellos, los Ansâr y los Muhâÿirîn, tomó cuerpo la comunidad musulmana, en la que no había fisuras, una comunidad de una solidez como no ha habido otra en la historia de la humanidad.

         Los judíos pretendían ser el pueblo elegido de Allah, y que para ellos sería por siempre en exclusiva la Revelación y el Libro. Esperaban que de entre ellos surgiera el último profeta, tal como siempre habían imaginado que sucedería. Cuando el profeta resultó ser un árabe creyeron que estaban al margen de su Da‘wa y que limitaría sus enseñanzas a los árabes iletrados (ummiyîn). Cuando se dieron cuenta de que les dirigía la misma llamada invitándolos al Libro de Allah -estuvieron entre los primeros en ser convocados puesto que eran mejores conocedores de las tradiciones proféticas que los idólatras y debían por eso mismo haber sido los primeros en responder-, se apoderó de ellos el amor propio y consideraron que un árabe los interpelara como una humillación y un desprecio hacia su condición de elegidos.

         Envidiaron al Rasûl (s.a.s.) por dos motivos: uno, porque Allah lo escogiera y le revelara el Libro -algo de cuya autenticidad no dudaban-, el otro motivo fue el éxito rápido y total que logró en la ciudad de Medina.

         Pero había también otra causa para su rencor y su postura negativa ante el Islam que determinó desde el principio el que le declararan enemistad y lo atacaran: el peligro que se cernía sobre ellos de verse aislados en Medina tras haber mantenido un liderazgo intelectual y económico basado en un próspero comercio y en la explotación de la usura. Luchar contra el Islam que iba adquiriendo grandes proporciones o disolverse en él eran las dos alternativas que tenían, y la más dulce de ella ya era amarga para su mentalidad.

         Por todo lo anterior los judíos mantuvieron ante el Da‘wa la postura que describe esta sûra (el tema vuelve a aparecer en otras muchas) con un detalle que busca la precisión. Mencionamos a continuación algunos de los muchos versículos que aluden a la cuestión. El tema comienza a ser desarrollado tras la siguiente invocación: “¡Gentes de Israel! Recordad mi don con el que os favorecí. Cumplid lo que habéis acordado conmigo y Yo cumpliré mi parte. Huid hacia mí. Abrid vuestros corazones a lo que he revelado confirmando lo que ya tenéis. No seáis los primeros en rechazarlo. No vendáis mis Signos por poco precio. Y temedme. No disfracéis la verdad con lo falso, ni ocultéis la verdad, siendo así que vosotros sabéis. Estableced el Salât y el Çakât, e inclinaos con los que se inclinan. ¿Ordenáis a la gente el bien y os olvidáis de vosotros mismos? ¿leéis el Libro? ¿No os detenéis a reflexionar?”. Tras recordarles con detenimiento su postura ante su profeta nacional, Mûsà (Moisés), del que contínuamente se desviaban rechazando con ello el don que Allah les hacía y traicionando lo pactado, el Corán advierte a los musulmanes diciéndoles: “¿Acaso esperáis que se os abran cuando parte de ellos escucharon la Palabra de Allah y la distorsionaron, aunque la comprendieron, y a sabiendas de lo que hacían? Cuando se encuentran con los que se han abierto sinceramente a Allah, les dicen: ‘Nos hemos abierto a Allah’. Pero cuando se encuentran a solas entre sí, se dicen: ‘¿Es que les vais a contar lo que Allah os ha revelado para que les sirva de argumento contra vosotros ante vuestro Señor? ¿No pensáis?’...”. “Y dicen: ‘El Fuego no nos tocará, salvo días contados’. Diles: ‘¿Se ha comprometido Allah con vosotros? Allah no traicionaría entonces su compromiso. ¿O más bien decís de Allah lo que no sabéis?’...”. “Cuando les ha llegado de Allah un Libro que confirma lo que ya tenían -y antes ellos mismos lo habían anunciado a los idólatras-, cuando les ha venido y se han dado cuenta de lo que contiene lo rechazan, ¡la maldición de Allah sea sobre los rechazadores!”. “Y cuando se les dice: ‘Abríos a lo que Allah ha revelado’, responden: ‘Abrimos nuestros corazones a lo que nos ha sido revelado’, y rechazan lo que viene después. Pero es la verdad que viene a confirmar lo que tienen”. “Cuando ha llegado hasta ellos un mensajero de Allah confirmando lo que ya sabían, una parte de aquellos a quienes ha sido dado el Libro han vuelto al Libro de Allah la espalda, como si nada supieran”. “Muchos de las gentes del libro quisieran devolveros al estado de negación tras vuestra apertura hacia Allah, para que os volváis rechazadores, por envidia que nace en ellos cuando se les ha evidenciado la verdad”. “Y han dicho: ‘No entrará en el Jardín sino quienes sean judíos -o cristianos-. Esas son sus falsas esperanzas”. “No estarán satisfechos contigo ni los judíos ni los cristianos a menos que siguas su religión”, etc.

         El gran prodigio del Corán consiste en haberlos descrito conforme a su manera constante de comportarse, tanto antes del Islam y después como en nuestros días. Por ello, el Corán se les dirigía -en la época del Nabí (s.a.s.)- como si fuesen los mismos judíos de la época de Moisés y los profetas que le sucedieron, considerándolos a todos la misma generación, con las mismas características, manteniendo siempre la misma postura ante la Verdad y ante la creación, inalterables a lo largo del tiempo. Encontramos en el Corán muchas interrupciones del relato sobre las peripecias del pueblo de Moisés para dirigir el discurso directamente a los judíos de Medina, interrupciones en las que Allah habla a todas las generaciones de los Banû Isrâîl. Son palabras vivas con las que el Corán hace una descripción válida en la actualidad cuando el enfrentamiento entre la Umma musulmana y los judíos sigue estando en pie. El Corán habla de la recepción de los judíos a la ‘Aqîda y al Da‘wa, la misma que se produce hoy, la que se producirá mañana, igual exactamente a la que hicieron en el pasado. Y es como si esas palabras eternas fueran un aviso presente y una advertencia permanente para la Umma musulmana para que esté en guardia ante sus enemigos que opusieron a sus antepasados las mismas insidias y argucias de hoy declarando a los musulmanes guerras de apariencias múltiples pero única en su intención.

         Esta sûra que contiene estas descripciones, este aviso y esta advertencia, contiene también elementos necesarios para la construcción de una comunidad musulmana (ÿamâ‘a) preparándola para cargar con el peso de la misión en la tierra que le dicta su ‘Aqîda tras la suspensión de los Banû Isrâîl, incapaces desde el principio de hacerse responsables de ella, es más, su declarada enemistad a lo que representa esa misión, sobre todo en su manifestación última: el Islam.

         Tal como ya dijimos, la sûra comienza con la descripción de los tres grupos con los que se encontró el Da‘wa en los primeros momentos de su instalación en Medina, con una alusión indirecta a los judíos en la mención de los demonios con los que se reúnen a solas los hipócritas para después desarrollar en extenso el tema de los Banû Isrâîl. Esos grupos son los mismos con los que tiene que habérselas el Islam siempre, invariablemente. La sûra sigue desarrollando su eje esencial de dos líneas hasta su final, manteniendo siempre una apreciable unidad que confiere personalidad propia al conjunto, a pesar de la multiplicidad y variedad de temas de los que trata.

         Después de la exposición de los tres modelos -los muttaqîn (los musulmanes sinceros), los kâfirîn (los idólatras) y los munâfiqîn (los hipócritas), y la alusión implícita a los judíos (yahûd) bajo el término ‘demonios’ (shayâtîn), tras todo ello viene una invitación dirigida a todas las gentes para que reconozcan a Allah como único Señor y abran sus corazones al Libro que ha revelado a su siervo, y desafía a los que duden sobre la autenticidad de dicha revelación: si son capaces, si el Corán es humano, que presenten algo semejante hecho por hombres. A continuación, amenaza a los que lo rechacen ciegamente, los amenaza con el Fuego, mientras por otro lado comunica a los que abren sus corazones la buena nueva de un Jardín. Después, el Corán expresa su sorpresa ante quienes niegan y rechazan a Allah: “¿Cómo podéis rechazar a Allah siendo así que estabais muertos y os dio la vida? Después os da la muerte y después os vuelve a dar la vida, y entonces volvéis a Él. Él es quien ha creado para vosotros toda la tierra y después se dirigió al cielo y lo igualó en siete niveles. Él sabe todas las cosas”.

         Aprovechando el pasaje anterior que alude a la creación de la tierra entera para los seres humanos el Corán comienza el relato del Istijlâf, la creación de Adán como criatura soberana: “Cuando tu Señor dijo a los malâika: Voy a poner sobre la tierra un califa...”. El relato continúa narrando la batalla eterna entre Adán y Shaitân para acabar concretando el pacto del Istijlâf  con la que el ser humano que se abre a Allah es declarado califa, criatura soberana para la que ha sido creado todo lo que existe: “Les dijo: ‘Bajad todos de él (el Jardín del Edén). Os vendrá de Mí una senda. Quienes sigan mi senda no habrán de temer ni se entristecerán. Quienes rechacen y declaren falsos nuestros signos serán las gentes del Fuego, en el que morarán por siempre”.

         Tras lo anterior el texto empieza un largo y amplio recorrido por la historia de los Banû Isrâîl -en los párrafos anteriores hemos aludido a algunas de las ideas centrales-, interrumpida a veces con la invitación a adherirse a la senda de Allah y a lo que revela confirmando lo que ya sabían recordándoles sus tropiezos, sus errores, su doblez y sus falseamientos desde los días de Moisés. Este recorrido ocupa toda la primera parte de esta sûra.

         A lo largo de esos relatos va quedando esbozado el retrato claro de un modo de ser que explica la recepción que brindaron los Banû Isrâîl al Islam, a su Mensajero y a su Libro. Fueron los primeros en rechazarlo, falseaban lo verdadero disfrazándolo con los ropajes de lo falso, ordenaban a la gente el bien -y el bien es fundamentalmente el acto de abrir el corazón a Allah (el Îmân) mientras que olvidaban de practicarlo ellos mismos, oían la Palabra de Allah y después la distorsionaban tras haberla comprendido, engañaban a los musulmanes sinceros (los mûminîn) fingiendo ser de ellos pero cuando se reunían a solas entre sí se advertían los unos a los otros y se prohibían mutuamente mostrar a los musulmanes lo que sabían del Profeta (s.a.s.) y sobre la autenticidad de su mensaje, y querían hacer retornar a los musulmanes al Kufr, a la negación y el rechazo de Allah, y para ello declaraban que sólo los judíos -como por su lado también afirmaban los pocos cristianos que había en la península- eran los únicos en poder estar bien guiados, y declaraban su enemistad hacia Yibrîl por haber sido él quien comunicó la revelación a Muhammad (s.a.s.), detestaban todo lo bueno que pudiera suceder a los musulmanes y esperaban su mal, aprovechaban todas las ocasiones en que pudieran filtrar dudas entre ellos sobre la autenticidad y validez de las órdenes que recibían del Nabí (s.a.s.) negando que les fueran dictadas por Allah -tal como hicieron cuando se declaró el cambio de Qibla-, y junto a todo lo anterior eran fuente de inspiración para los hipócritas y de ánimos para los idólatras de Meca.

         Lo anterior nos explica la dureza de la campaña que dirige contra ellos esta sûra que no deja de advertir contra sus artimañas y recordar posturas semejantes que mantuvieron ante su propio profeta, Moisés, y quienes le sucedieron a lo largo de muchas generaciones, y en todo momento el Corán se dirige directamente a ellos, a los judíos de Medina, como si fueran los mismos judíos que rechazaron a Moisés, como si todos fueran la misma generación, como si no hubiera habido cambios ni transformaciones en un modo de ser y posicionarse constante e idéntico a sí mismo.

         Esta primera parte de Sûrat al-Báqara acaba aconsejando a los musulmanes que desesperan de la posibilidad de que se abran los judíos a Allah pues se lo impide su retorcida naturaleza y lo oscuro de sus intenciones. Al final de estos primeros pasajes encontramos también declarando definitivamente la falsedad de sus pretensiones respecto a ser los únicos bien guiados por ser los herederos de Abraham (Ibrâhîm) y el Corán sentencia que sus verdaderos herederos son los que siguen su senda y se suman al pacto que hizo con su Señor. Por tanto, es Muhammad (s.a.s.) el verdadero heredero de Abraham, así como los mûminîn que están con él, puesto que los judíos se han desviado de ese camino, lo han distorsionado y han perdido el privilegio de ser los depositarios de la verdadera ‘Aqîda y el califato en la tierra. De ello se han hecho cargo Muhammad y quienes están con él. Y este acontecimiento es la respuesta que Allah da a la invocación de Abraham y su hijo Ismael cuando levantaban los pilares de la Casa: “Señor, haznos musulmanes para ti, y de nuestra descendencia haz una nación musulmana para ti. Muéstranos nuestros ritos y vuélvete hacia nosotros. Tú eres el que se vuelve hacia el ser humano, el Propiciador. Señor, haz surgir entre ellos un mensajero que les lea tus signos, y les enseñe el Libro y la Sabiduría, y los purifique. Tú eres el Poderoso, el Sabio”.

         A partir de ese límite la sûra comienza una segunda parte en la que se dirige al Nabí (s.a.s.) y a la comunidad musulmana que le rodea y va poniendo los cimientos sobre los que sostener la vida des esta comunidad declarada soberana y heredera de la invitación que Allah hace a la humanidad (el Da‘wa), proporcionando a esta comunidad su propio sello y una personalidad diferenciada de su entorno y cultivando en ella la ‘Aqîda, la visión unitaria de la existencia.

         Esto comienza indicando una nueva orientación (Qibla) hacial a que dirigirse la comunidad, una Qibla que es el al-Báit al-Harâm que Allah ordenó a Abraham y a Ismael que erigieran y purificaran para que fuera un espacio en el que sólo se recordará a Allah y se declarara en él la sujeción de todas las criaturas a su Señor Verdadero. Esa era la Qibla que el Nabí (s.a.s.) deseaba pero no se atrevía a dirigir el salât en su dirección: “Vemos cómo miras hacia el cielo (esperando que te sea ordenado volverte en dirección hacia el al-Báit al-Harâm). Volveremos tu rostro hacia una orientación que te satisfacerá. Vuelve tu rostro hacia la Mezquita Harâm. Donde estéis, volved vuestros rostros hacia ella”.

         La sûra continúa detallando el camino señorial que Allah quiere para esta comunidad musulmana, un camino para la imaginación unitaria, para la acción espiritual y para la cotidianidad, normas para el comportamiento y la interacción con uno mismo, con Allah y con los demás. La sûra aclara que aquellos que mueran sobre esta senda no están muertos sino vivos. Que el miedo, el hambre, la pobreza, la disminución de los recursos, no son un mal que se le desea a los musulmanes, sino pruebas para templarlos, y que para aquellos que sepan tener paciencia ante esas desgracias los aguardan las bendiciones y la riqueza de Allah. La sûra advierte que es Shaitân el que amenaza con la pobreza y hace temerla y sugiere al hombre la ruindad para evitarla, pero quienes confíen en Allah, Allah les promete su disculpa y su favor. Allah es el aliado de los que se abren a Él y los saca de las tinieblas a la luz, mientras que los kuffâr son servidores del Tâgût, el Tirano que esclaviza al ser humano y lo hace ser mezquino, lo saca de la luz y lo lanza a las tinieblas. La sûra continúa dilucidando entre lo halâl y lo harâm, enseñando a los musulmanes algunos de los alimentos de los que deben apartarse. Les enseña también cuál es la naturaleza verdadera de la bondad, desviando la atención de sus simples manifestaciones externas. Sigue explicando cuáles son las normas que deben regir el Qasâs (el precio de la sangre, la ley de Talión), las reglas que deben observarse para la repartición de las herencias, en el ayuno, el ÿihâd, la peregrinación, el matrimonio y el divorcio (tratados con cierto detalle para conferir entidad y consistencia a las familias musulmanas), la sádaqa, la usura, las deudas, el comercio,...

         En momentos convenientes, a lo largo de la exposición de los temas anteriores, el texto vuelve a referirse a los Banû Isrâîl después de Moisés y algunos pasajes se refieren a acontecimientos de la vida de Abraham. Pero el cuerpo central de la sûra, después de la primera parte de la que trataremos en extenso a continuación, se dedica esencialmente a construir la comunidad musulmana preparándola para el cumplimiento de sus responsabilidades como comunidad soberana con un mensaje que transmitir a la humanidad entera y que es la ‘Aqîda. El objetivo es dotarla de personalidad propia y diferenciada del entorno idólatra y relacionarla directamente con su Señor Uno que la ha elegido para esa función en la historia dela humanidad.

         Al final, vemos la clausura de la sûra retomando el tema que la abre, declarando la naturaleza de la representación islámica a la que el musulmán se acerca con el corazón abierto, siendo esta actitud, el Îmân, la postura del Islam ante todos los profetas y todas las revelaciones, una actitud abierta al mundo interior y secreto (el Gáib), prestando oído y obediencia: “El Rasûl se ha abierto a lo que su Señor le revela, y así hacen con él los mûminîn. Todos se han abierto a Allah, a sus malâika, a sus libros y a sus mensajeros. No diferenciamos entre sus mensajeros. Han dicho: ‘Hemos oído y hemos obedecido. Discúlpanos, Señor. Hacia ti es el devenir’. Allah no hace responsable a nadie de algo más de lo que pueda cargar: cada vida tiene lo que gana y contra ella está lo que comete. ‘Señor, no nos reproches nuestros olvidos ni nuestros errores. Señor, no nos cargues con un fardo como aquél con el que cargaste a quienes nos han precedido. Señor, no nos cargues con lo que no podamos aguantar. Discúlpanos, perdónalos, apiádate de nosotros. Tú eres nuestro Dueño: danos la victoria sobre el pueblo rechazador’...”.

         Es así como armonizan el principio y el final y es como se agrupan los temas de la sûra entre las descripciones de los mûminîn y de las características del Îmân.