CAPÍTULO
2: LA VACA
SÛRAT
AL-BÁQARA
Revelada en Medina, 286 versículos
6.
ínna l-ladzîna kafarû
Ciertamente,
los que han rechazado,
sawâ:un
‘aláihimû: á:ndzartahumû: am lam túndzrihum
igual
es que les adviertas o no les adviertas,
lâ
yûminûn*
no
se abrirán (a Allah).
7.
játama llâhu ‘alà qulûbihim wa
‘alà sám‘ihim*
Allah
ha puesto un sello sobre sus corazones y sobre sus oídos,
wa
‘alà: absârihim gishâwa*
y
sobre sus ojo, un denso velo.
wa
láhum ‘adzâbun ‘azîm*
Para
ellos hay un tormento inmenso
El segundo retrato
que hace la sûra es el de los kâfirîn,
los que están cerrados, los que rechazan a Allah, los que se le oponen, es
decir, los que lo desconocen y no saben lo que implica. Su naturaleza y
actitud es llamada en árabe Kufr, cerrazón, negación, rechazo, desagradecimiento. El kâfir
es la persona completamente opaca, vive a la deriva, carente de intuición,
falta de sensibilidad espiritual, grosera, egoísta, de corazón áspero,
incapaz de trascender, no se plantea su existencia y sólo sobrevive sin
importarle cómo, desvinculada de todo, aislada en su mundo estrecho. Es una
criatura supersticiosa o materialista, sin luz en cualquier caso.
El kâfir
es esencialmente desagradecido porque no se se detiene a pensar en el bien
supremo que se le ha hecho, que es el de la existencia. Es fundamentalmente
desagradecido hacia Allah. Al no sentirse existente, al no valorar esa riqueza
indescifrable y ese misterio insondable, no puede ni tan siquiera intuir a su
verdadero Señor. Sólo es capaz de representarse ídolos, y por ello su acción
es designada en árabe por el verbo káfara-yákfur,
ocultar, esconder, disimular, puesto que en definitiva entierra a
Allah, lo margina incapaz de plantearse lo absoluto en su magnitud, y ese
verbo, como consecuencia, significa ser o
mostrarse desagradecido. Los ídolos,
sean los que sean, son los productos de corazones cerrados.
El Kufr
empequeñece al hombre, lo aísla y lo encierra en sí y en lo que le rodea
inmediatamente, y lo hace desarraigado, egoísta, insolidario, incomunicado
por todos lados, y lo condena al fuego de la frustración porque lo que no está
vinculado a Allah no tiene de qué alimentarse. Quien se separa de su propia
raíz no puede sino secarse.
ínna
l-ladzîna kafarû sawâ:un ‘aláihimû: â:ndzartahumû: am lam túndzirhum
lâ yûminûn, Ciertamente, los que
rechazan, igual es que les adviertas o que no les adviertas, no se abrirán (a
Allah). Estas palabras señalan que el Kufr
es la antítesis completa del Îmân.
El kâfir es diametralmente
distinto al mûmin. Donde había
ventanas abiertas, vínculos con la existencia y con el Creador de la
existencia, relación con los mundos interior y exterior, encontramos aquí
cerradas esas ventanas y disueltos los vínculos y anuladas las relaciones. El
Îmân, es decir, la esponjosidad
ante Allah, la receptividad ante Él, todo es sustituido aquí por una actitud
visceralmente opuesta. A ellos no llega la advertencia
(indzâr), es decir, ni las palabras poderosas que serían capaces de
conmover a las piedras producen efecto en ellos, y la fuerza del Corán no
hace mella en esos corazones definitivamente muertos.
El Corán es indzâr,
advertencia. No pretende consolar ni
hacer concesiones, sino despertar y arrancar a los hombres del sueño de la
desidia, y mostrarles el camino hacia la Rahma
de Allah, hacia la fuente abudante de todo ven. Pero despierta a los dormidos,
no a los muertos, y los kâfirîn
son muertos en vida. El profeta advierte a los seres humanos (ándzara-yúndzir, advertir,
poner en alarma), pero eso es inútil ante los kâfirîn,
pues están definitivamente cerrados.
játama
llâhu ‘alà qulûbihim wa ‘alà sám‘ihim* wa ‘alà: absârihim
gishâwa, Allah ha puesto un sello
sobre sus corazones y sobre sus oídos, y sobre sus ojos un denso velo.
Allah ha dado carácter definitivo a su negación: ha sellado (játama-yájtim,
poner un sello, cerrar definitivamente) sobre sus corazones
(qulûb, plural de qalb, corazón)
y sobre sus oídos (sam‘), y ni ven ni escuchan lo que llega a ellos de su Señor. Y
sobre sus ojos (absâr, plural de básar,
ojo, visión) ha extendido un denso
velo (gishâwa), cegándolos, y ya ninguna luz los puede iluminar.
Son ciegos, sordos e
insensibles para Allah. Así son ante Él y Él los hunde en la ceguera, la
sordera y la sensibilidad porque el comportamiento del hombre tiene su
correlato en la eternidad. Es la retribución de Allah que tiene dimensiones
irrepresentables por la inteligencia del ser humano. Allah responde siempre y
da carácter eterno a la inclinación del hombre.
La inmersión del ser
humano en las tinieblas y en lo que conduce a la frustración tiene su
correlato en al-Âjira: wa láhum ‘adzâbun ‘azîm, para
ellos hay un tormento inmenso. Este es el resultado del Kufr
en la eternidad de Allah. La terquedad del kâfir,
su rechazo visceral a la advertencia que le comunica el Corán, es un anuncio
de su destino. Le aguarda junto a Allah un tormento
(‘adzâb) al que se califica de inmenso
(‘azîm), pues sus proporciones no son imaginables porque está
fuera del alcance de la inteligencia que mide según un tiempo y un espacio
relativos.