CAPÍTULO I: LA APERTURA

SÛRAT AL-FÂTIHA

Revelada en Meca, 7 versículos

 

ÍNDICE

 

1. bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîmi

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

2. al-hámdu lil-lâhi rábbi l-‘âlamîna

Alabanzas a Allah, el Señor de los mundos,

3. r-rahmâni r-rahîmi

el Rahmân, el Rahîm,

4. máliki yáumi d-dîn*

el Rey del Día de la Retribución.

5. iyyâka ná‘budu wa iyyâka nasta‘in*

Sólo a ti reconocemos y sólo a ti pedimos ayuda.

6. ihdinâ s-sirâta l-mustaqîma

Guíanos al Sendero Recto,

7. sirâta l-ladzîna án‘amta ‘aláihim

el Sendero de aquéllos a los que has favorecido,

gáiri l-magdûbi ‘aláihim wa lâ d-dâ:llîn*

no el de los que son objeto de la ira, ni el de los errados.

 

 

 

         El musulmán repite esta breve sûra de siete versículos diecisiete veces al día como mínimo, más del doble si cumple las sunnas, y sin límite de número si desea ponerse ante su Señor con nâfilas -además de las farîdas y las sunnas-. Un salât en el que no se recite no es válido, tal como aparece en los dos Sahîh en un hadiz en el que Rasûlullâh (s.a.s.) dice a ‘Ubâda ibn as-Sâmit: “No ha hecho el Salât quien no ha leído la Fâtiha del Libro”.

         En esta sûra hay generalidades de la ‘Aqîda del Islam, generalidades de su cosmovisión, de su sensibilidad y orientaciones, y este conjunto de saberes y emociones esenciales explica en parte el secreto que en hay en su elección para ser repetida en cada rak‘a, y la razón de la nulidad del salât en el que no sea mencionada.

 

         La sûra comienza: bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîm, Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm. En cuanto a la divergencia de opiniones en torno a la Básmala -acerca de si es un versículo que pertenece a cada sûra o es un versículo del Corán con el que se empieza al leer cualquier sûra- lo más probable es que sea una aya más, al menos en el caso de la Sûrat al-Fâtiha, y con ella se cuentan sus siete versículos. Hay una opinión según la cual lo significado por las palabras de Allah cuando dice en el Corán mucho más adelante: “Te hemos concedido los Siete Elogios y el Corán Inmenso” es que se refiere a Sûrat al-Fâtiha en tanto que tiene siete âyât que son elogios o pareados con los que se elogia (a Allah) y se repiten en el salât.

         Comenzar con el el Nombre (Ism) de Allah es la cortesía que Allah reveló a su Profeta (s.a.s.) en lo primero que hizo bajar del Corán según el consenso de los expertos -y son sus palabras en el comienzo cronológico del Libro: “Lee con el Nombre de tu Señor...”-. Ello concuerda con el gran fundamento de la cosmovisión islámica según el cual Allah “es el Primero y el Último, el Evidente y el Oculto”. Se alude con ello a la Ulûhía, el carácter trascendente, inefable, misterioso, unitario, de la Verdad Creadora de todas las cosas, estructuradora de todas las realidades, secreto profundo y Esencia de Allah. Él es el Existente Verdadero del que todo ser existente recoge su existencia, y todo lo que tiene comienzo tiene en Él su inicio. Con su Nombre, por tanto, es todo principio. Y con su Nombre, por tanto, es todo movimiento y toda intención.

         La descripción de Allah como Rahmân-Rahîm (Misericordioso y Posibilitador de la existencia) abarca todas las significaciones y circunstancias de la Rahma, la Misericordia Creadora, cualidad esencial en Allah con la que activa la vida. Sólo a Él se aplican estos dos atributos juntos, del mismo modo que sólo a Él se le adjudica el calificativo de Rahmân en concreto. Se puede decir de alguno de sus siervos que sea Rahîm, en tanto que potencie la vida, pero desde el punto de vista del Îmân no se puede describir a ninguno de ellos diciendo que sea Rahmân, por tanto con más razón no se deben aplicar a una criatura los dos nombres juntos.

         En cuanto a la divergencia en torno al significado de estos dos atributos y cuál de ellos recoge un significado más amplio de la Rahma creadora, es algo en lo que no nos interesa profundizar en este Zilâl. Resumimos de esa discusión que ambos Nombres de Allah en su conjunción abarcan todos los sentidos, circunstancias y campos de acción de la Rahma (que es la potencia trascendente que posibilita la existencia, supervivencia, crecimiento y evolución de las criaturas).

         Si comenzar con el Nombre de Allah -y todo lo que implica en cuanto a referencia a la Unidad Esencial (Tawhîd) a la vez que es muestra de cortesía para con Él- representa la primera generalidad dentro de la cosmovisión del Islam (es decir, es el primer pilar de la ‘Aqîda), por otro lado recoger y abarcar los significados, circunstancias y campos de acción de la Rahma -al citar los dos Nombres que derivan de ella (Rahmân-Rahîm)- representa una segunda generalidad en esta concepción de la existencia que se refiere a la realidad de la relación que hay entre Allah y las criaturas.

 

         Tras el acto de mencionar el Nombre Allah-Rahmân-Rahîm al comienzo, viene el orientarse hacia Allah declarando su alabanza y describiéndolo en su señorío absoluto que rige la existencia de los mundos: al-hámdu lil-lâhi rábbi l-‘âlamîn, Alabanzas a Allah, el señor de los mundos.

         La alabanza (hamd) de Allah es una emoción en la que se expande el corazón del mûmin -el abierto hacia su Señor Verdadero- con la simple mención del Nombre de Allah. Su existencia como criatura es, para empezar, uno de los desbordamientos del favor de su Señor, lo que motiva en él la alabanza y el elogio. En cada instante, en todo  momento, a cada paso, se siguen, se amontonan y se arremolinan los dones de Allah colmando a las criaturas, y en especial al ser humano. Por ello la alabanza está al principio y por ello también es proclamada al final de cada existencia. Todo final es un principio y una puerta hacia el reencuentro con Allah en la majestad del mundo interior, siendo éste otro de los fundamentos de la ‘Aqîda, de la concepción islámica de la existencia: “Él es Allah, no hay más verdad que Él, para Él es la alabanza al principio y al final”.

         A pesar de que la alabanza del ser humano es su reacción al contemplarse como resultado de la Rahma de Allah, a pesar de ello, el favor de Allah y su desbordamiento sobre la criatura que se abre a Él (el mûmin) alcanza a ser de tal modo que cuando el mûmin dice: al-hámdu lil-lâh, Alabanzas a Allah, le es concedido por ello ‘una bella recompensa’ (hásana) que sobrepuja todas las medidas. En los as-Súnan de Ibn Mâÿa se narra que, según Ibn ‘Umar (r.), Rasûlullâh (s.a.s.) contó que un siervo de Allah dijo: “Señor, para ti sea la alabanza que corresponda a la majestad de tu rostro y a la inmensidad de tu poder”, y los malâika -las criaturas de luz- se vieron impotentes y no supieron como reflejar su frase en el registro de las acciones. Se elevaron hasta Allah y dijeron: “Señor, un siervo ha dicho palabras que no sabemos cómo escribir”. Allah -siendo el que mejor conoce las palabras de su siervo- les preguntó: “¿Y qué es lo que ha dicho mi siervo?”. Los malâika le respondieron: “Señor, ha dicho: Para ti sea la alabanza que corresponda a la majestad de tu rostro y a la inmensidad de tu poder”. Y Allah les dijo: “Escribidlas tal como las ha pronunciado mi siervo hasta que se encuentre conmigo, y entonces Yo le recompensaré por ellas”.

         Orientarse hacia Allah proclamando su alabanza representa la reacción del mûmin provocada por el simple recuerdo de Allah -tal como hemos señalado-. En cuanto a la segunda parte del versículo: rábbi l-‘âlamîn, el Señor de los mundos, resume otro de los pilares de la cosmovisión islámica. La Rubûbía, el Señorío absoluto e integrador (con el que Allah está presente en cada criatura y la rige) es una de las nociones básicas generales de la ‘Aqîda del Islam. Rabb es el que domina y gestiona. Es un término que en la lengua árabe se emplea para designar al señor y el gestionador de algo con la intención de perfeccionarlo y encauzarlo. La intervención siempre presente de Allah, que tiene como fin la corrección y el encauzamiento, abarca todos los mundos (‘âlamîn), es decir, a todas las criaturas. Allah no ha creado el universo para dejarlo después abandonado. Lo gestiona para irlo completando, y lo cuida y dirige. Todas las criaturas y mundos están bajo la protección de su Señor y son preservados por el cuidado siempre actualizado y la atención inmediata de Allah, el Señor de los mundos. El nexo entre el Creador y la criatura es permanente, constante y real en todo momento y circunstancia.

         La Rubûbía, el Señorío absoluto, es una noción diferenciadora que hace distinguirse al unitarismo completo e integrador (Tawhîd) del oscurantismo que nace de la ausencia de claridad sobre esta esencia en su forma cortante y definitiva. Era frecuente que las gentes reconocieran en Allah al Existenciador Uno del universo y a la vez creyeran en una multiplicidad de ‘señores’ que gobiernan la vida cotidiana. Esto puede parecernos extraño y cómico, pero ha sido así y sigue siéndolo. El Corán nos cuenta de un grupo de idólatras que decían de sus dispersos ‘señores’: “Sólo los adoramos para que nos acerquen a Allah”, y dice también de las Gentes del Libro: “Han tomado a sus sacerdotes y monjes por señores a parte de Allah”. Las creencias preislámicas que predominaban en la tierra el día que llegó el Islam rebosaban de ‘señores’ diversos a los que se consideraba dioses menores al lado del gran dios, tal como lo imaginaban.

         El carácter absoluto del señorío de Allah y su enseñoramiento en todos los mundos según esta sûra, es un elemento diferenciador entre una ‘Aqîda clara y el caos de la fantasía supersticiosa. Con esta noción se invita a los mundos a orientarse exclusivamente hacia un Señor Uno afirmando su  soberanía absoluta, eliminando de los hombros de las criaturas el peso de la competencia de los ‘señores’ dispersos y suprimiendo el desconcierto que produce estar en medio de distintas voluntades, todo ello para que al final la conciencia descanse con confianza en el cuidado permanente que le dispensa su Creador que detenta un firme señorío. Invita a confiar en la atención con la que Allah rige al ser humano, una atención que no se interrumpe nunca, que ni tiene intervalos ni se ausenta.

         A la llegada del Islam, en el mundo había un enorme cúmulo de creencias, cosmovisiones, mitos, filosofías, ilusiones y reflexiones, en las que lo verdadero estaba mezclado con lo falso, lo correcto con la estafa, lo espiritual con lo supersticioso, la filosofía con el mito,... y la conciencia humana se debatía sepultada bajo el peso de este cúmulo impresionante revolcándose entre tinieblas y sospechas, sin encontrar en todo ello lo irrebatible.

         Era un laberinto en el que no había nada sólido, ni cierto ni luz. Es el laberinto en el que está la humanidad cuando arbitrariamente quiere imaginar a su Creador, sus cualidades, su relación con el mundo y el nexo que lo vincula al ser humano en especial.

         No era posible que se asentara la conciencia humana sobre una concepción relativa al universo, a sí misma y al modo de su vida antes de asentarse en lo que concierne a su ‘Aqîda, a su concepción de lo trascendente y sus cualidades, no era posible antes de alcanzar la certeza, una concepción clara y recta en medio de esa nebulosa en la que se encontraba, en medio de ese laberinto y ante ese cúmulo pesado de supersticiones.

         El ser humano no aprecia la necesidad de esa paz hasta no darse cuenta de la magnitud del cúmulo que había y hasta no explorar el laberinto de doctrinas, esperanzas, mitos, filosofías, ilusiones, ideas,... que el Islam encontró oxidando la conciencia humana.

         En consecuencia, el Islam orientó su primer esfuerzo hacia la liberación de los contenidos de la ‘Aqîda definiendo la concepción que pudiera dar sosiego a la conciencia humana en lo relativo a Allah y sus cualidades, su relación con las criaturas y la relación de las criaturas con Él de modo definitivo y claro.

         Por ello, el unitarismo (Tawhîd) perfecto, puro, simplificado, integrador, en el que no hay confusiones ni de cerca ni de lejos, es la base de la cosmovisión (la ‘Aqîda) que trajo el Islam, y siguió puliéndolo en las mentes, siguió con atención toda desviación o toda confusión que pudiera producirse en torno a la sencillez de su enunciado más simple para limpiarlo de todo oscurantismo, dejando al final un Tawhîd sólido inasequible a la ilusión deformante bajo cualquiera de sus formas. El Islam pronunció también su palabra definitiva con la misma contundencia en lo relacionado a las cualidades de Allah, y en especial lo referente a su Señorío absoluto. La mayor parte de ese cúmulo de doctrinas en las que se enredaban las filosofías y las religiones, las imaginaciones y los mitos, estaban relacionados con esta grave cuestión de influencia capital en la conciencia humana y en el comportamiento del ser humano por igual.

         El que siga el esfuerzo prolongado que realizó el Islam para asentar la palabra definitiva y clarificadora en torno a la Esencia de Allah, sus cualidades y sus relaciones con las criaturas, ese esfuerzo reflejado por muchos textos coránicos, el que repase ese largo esfuerzo sin tener en cuenta el cúmulo pesado al que se enfrentó para despejar el laberinto en el que estaba metida la humanidad entera, tal vez no valore la necesidad que había de una clarificación insistente y repetida, ni aprecie el detalle con el  que el Islam penetró por los vericuetos de la conciencia para liberarla de fardos. El repaso de lo que suponía ese cúmulo desvela la necesidad de ese esmero detallista y desvela la magnitud de la grandeza del papel llevado a cabo por la ‘Aqîda del Corán en su liberación de la conciencia humana, eliminando el desconcierto que producen los señores, los dioses, las ilusiones y los mitos.

         La belleza de esta ‘Aqîda, su perfección, su armonía, la sencillez de la gran realidad que presenta, todo esto no aparece ante el corazón y la inteligencia con la fuerza con la que se muestra cuando se tiene en cuenta la montaña de insensateces de la Yâhilía preislámica, la locura de sus doctrina y representaciones, sus mitos y filosofías, en especial en lo referente a la trascendencia, al Creador de los mundos y las relaciones entre ambos. Entonces, la ‘Aqîda es vista como una manifestación de Rahma, una misericordia verdadera para el corazón y la inteligencia, un obsequio vivificante en el que hay belleza y sencillez, transparencia y armonía, cercanía e intimidad, y una complicidad directa y profunda con la naturaleza original de las cosas.