Tafsir al-Qur'ân

Sura Yâ-sîn

'ABD L-WAHID ONTIVEROS

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2ª parte

 

ya hásratan 'ala l-'ibád ma yatihim min rasúlin illa kanu bihi yastahçiun 30/ a lam yárau kam ahlakna qablahum min al-qurúni annahumú iláihi la yaryi'ún 31/ wa in kúllu lamá yami'ún ladáina muhdarún 32/ wa áyatun láhumu l-árdu l-mayyítatu ahyaináha wa ajrayná minhá hábban faminhu yákulún 33/ wa ya'alná fíha yannátin min najílin wa a'nábin wa fayyarná fíha min al-'uyúni 34/ liyákulú min zámarihi wa má 'amilathu aidíhim afalá yashkurún 35/ subhána lladzí jálaqa l-açwáya kúllaha mimmá túnbitu l-árdu wa min anfúsihim wa mimmá la ya'lamún 36/ wa áyatun láhum l-láilu náslaju minhu n-nahára faidzá hum mudlimún 37/ wa sh-shámsu táyri limustaqárrin lahá dzálika taqdíru l-'açíçi l-'alím 38/ wa l-qámaru qaddarnáhu manáçila hatta 'áda kal-'uryuni l-qadím 39/ la sh-shámsu yánbaghi lahá an túdrika l-qámara wa la l-láilu sábiqu n-nahár wa kúllun fi fálakin yasbahún 40/ wa áyatun láhumu anná hamalná dzurriyátihim fi l-fúlki l-mashhúni 41/ wa jalaqná lahum min mízlihi ma yarkabún 42/ wa in nashá núghriqhum falá saríja lahum wa la hum yúnqadzúna 43/ illá ráhmatan minná wa matá'an ila hín 44/

 

qué lamentable es la situación de los hombres, no llega hasta ellos un mensajero sin que de él se burlen 30/ ¿es que no han visto cuantas generaciones hemos destruido antes que ellos, que no volverán? 31/ y ciertamente, todos entonces, reuinidos, ante nosotros comparecen 32/ y signo para ellos es la tierra muerta, le damos vida, y extraemos de ella cereales, y de ellos comen 33/ y hemos colocado en ella jardines de palmeras y vides, y hacemos brotar en ella manantiales 34/ para que coman de su fruto y de lo que hacen sus manos, ¿no serán agradecidos? 35/ por encima de lo que se puede pensar está el que ha creado las parejas, todas ellas, las que produce la tierra y en ellos mismos, y las que no conocen 36/ y signo para ellos es la noche, la despojamos de la luz, y he aquí que quedan sumidos en la oscuridad 37/ y el sol, que se apresura hacia el lugar de su fijación, esa es la medida del Poderoso, el Sabio 38/ y la luna, le hemos determinado fases hasta que se vuelve como la palma vieja 39/ ni el sol puede alcanzar la luna ni la noche preceder al día; todo gira en su órbita 40/ y signo para ellos es que los transportemos, a ellos y a su simiete, en la nave abarrotada 41/ y creamos para ellos a su semejanza lo que deben abordar 42/ y si quisiéramos los ahogaríamos, ni podrían gritar ni serían salvados 43/ salvo por Rahma nuestra y para permitir hasta que llegue el momento 44/.

 

        Después de todas las exposiciones anteriores, después de hablar de la generalidad de los seres humanos en tanto que especie, y de sus energías interiores en tanto que individuos, después de declarar que la mayoría, tanto de los hombres como de las energías internas, se dirigen inexorablemente a su destrucción, salvo algunos pocos, muy pocos, que escuchan, distinguen y saben responder, porque son movidos por convicciones íntimas que no han logrado aplastar, después de todo esto el tono del texto vuelve a hacerse general, sale de la historia para sentenciar: ya hásratan 'ala l-'ibád, "¡qué lamentable es la situación de los hombres!", el estado de los seres humanos ('ibád) produce hasra, pena; la expresión es ya hásratan 'ala... ¡que pena por!...; la hasra es la reacción del que es de corazón noble ante la desgracia ajena, y no es que Allah lo lamente, lo cual sería signo también de impotencia, sino que señala que es un estado el de los seres humanos digno de ser lamentado por ellos mismos si fueran capaces de darse cuenta de su propia ruina (jasara). Allah llama a los seres humanos 'ibad, plural de 'abd, muy frecuente en el Corán, literalmente "siervos, esclavos", pues la 'ubudía, la dependencia absoluta con respecto a su Creador es su verdadera condición, es su naturaleza más íntima, la que señala el punto a partir del que deben iniciar su ascensión hacia Allah en el reconocimiento de sus límites humanos, porque es el punto de encuentro entre el hombre y su Creador, su Señor. Los llama 'ibad recordando esa verdad del ser humano que es su 'ubudía, término con el que se procura hacerles despertar llamando su atención hacia su propia realidad, tal vez así se den cuenta de su lamentable estado, y cuando se lamenten se procuren los medios para superarlo. Y es lamentable y penoso el estado de los hombres porque se les ofrecen oportunidades que no aprovechan, porque se les bendice con toda suerte de luces y no se iluminan, porque se les comunica enseñanzas y no aprenden, porque una y otra vez repiten lo que fue motivo de ruína para los que les precedieron, y aunque Allah abra para ellos una y otra vez las puertas de su Rahma, ellos se apresuran a cerrarlas: ma yatihim min rasúlin illa kanu bihi yastahçi-un, "no llega hasta ellos un mensajero sin que de él se burlen", el mensajero, el enviado (Rasûl) llega a ellos (yatihim) pero inmediatamente se burlan (yastahçi-un) de él (bihi). El mundo entero está lleno de mensajes y mensajeros de Allah, porque el mundo mismo ('álam) es un signo ('aláma); a pesar de ser un signo, Allah lo refuerza con lectores que lo desentrañan que son sus mensajeros, y Allah ha depositado en cada ser humano energías capaces de reconocer y recibir esos mensajes (como es el amor), pero a pesar de todo ello el hombre se hace sordo, se encastilla en el kufr, en el rechazo y la negación, a esas puertas que Allah continuamente le abre para abrirlo a él, al ser humano, para hacerlo infinito. A cada instante el hombre se hace más opaco, pierde la cortesía, el adab, y acude a la burla (istihçá). En la transposición de los significados, ese istihçá se hace patético, hace al hombre lamentable y penoso, porque es el universo entero el que se burla entonces del hombre, como señala el Corán en otros lugares.

 

       Esa incapacidad del hombre en corregirse, en no aprender de las experiencias pasadas, ese repetir constantemente lo que de antemano sabe que es motivo de ruína y arrepentimiento, llama la atención del Corán: a lam yárau kam ahlakna qablahum min al-qurúni annahumú iláihi la yaryi'ún, "¿es que no han visto cuantas generaciones hemos destruido antes que ellos, que no volverán?". Los hombres saben como si lo hubieran visto cómo grandes civilizaciones pasadas fueron aniquiladas, fueron barridas porque decayeron. De ellas quedan pocos restos, o ninguno, como si la tierra se hubiera tragado todo ese esplendor, toda esa soberbia. Su arrogancia, sin embargo, es lo que el hombre ha heredado, en lugar de aprender que es lo que avoca a ese destino, qué es lo que condena al olvido. Todas esas generaciones o siglos (qurún) ya no volverán, se han extinguido por completo y para siempre entre la agonía de todo lo moribundo. Pero los mismos pasos sigue, como ciego, el hombre en todos los tiempos; a pesar de ser advertido una y otra vez, nada aprende, ni tan siquiera de lo que ya ha pasado y él conoce, pero su absurda seguridad en sí mismo lo reconduce por esas malas sendas. Por ello, el Corán reprueba esa ceguera: a lam yárau..."¿es que no han visto...?" cuando los signos son mas que evidentes...kam ahlakna qablahum... "a cuántos hemos destruido antes que ellos..." Allah se atribuye el acto de la destrucción (halák, muerte) pues, al fin y al cabo, El es el Único Agente en la existencia, aunque los motivos inmediatos han sido la corrupción y la perversidad...min al-qurún...de las generaciones (ya pasadas), las civilizaciones, las culturas, las naciones, los individuos, todas las experiencias del ser humano...annahumú iláihim la yaryi'ún... ellos a ellos (a los hombres del presente y su mundo) no volverán, no regresarán, sellaron en su momento su destino, pero el hombre presente que oye el Corán puede corregirse, puede aprovechar esas enseñanzas y caminar erguido en lugar de seguir el mismo destino.

 

        Lo cierto es que todo está destinado a perecer, todo ha de morir finalmente, extinguirse, pues sólo Allah permanece sobre todas las cosas. Pero el gran anuncio de todos los mursalún es que tras la muerte necesaria todo vive en la eternidad de Allah., en lo que en árabe se llama al-Ajira. Y es para determinar el modo de esa existencia por lo que vivimos ahora. Este es el mundo de la acción, y ese otro mundo es el de las consecuencias, el de la trascendencia de nuestras vidas. Lo mismo que cada movimiento arrastra resultados, así como cada latido genera respuestas, nuestras vidas repercuten en nuestra al-Ajira, y todos, sin excepción, asistiremos a ese momento; todos, los presente y los pasados, y los por venir, todos son convocados por la llamada que nadie puede eludir porque surge de lo mas profundo, de lo que lo mueve y rige todo en su verdad mas honda: wa in kúllun lamá yamí'un ladáina muhdarún, "y, ciertamente, todos entonces, reunidos, ante nosotros comparecen"; cúmulo de palabras como apelotonadas, al igual que el momento de esa gran asamblea trascendente, en la que todos (kull), absolutamente todos (yamí'), runidos junto al Uno Absoluto (ladaina, junto a Nos), estarán verdaderamente presentes (muhdarún, plural de muhdar, traído a la presencia). Se trata de la Presencia Absoluta que se impone a todo y en la que todo tiene cumplimiento, el momento fuera del tiempo y el lugar fuera del espacio, lo que sigue a la muerte, en la que la soberbia, el orgullo, la presunción, la autosuficiencia, todo eso quedará atrás, y el hombre estará desnudo ante él que lo ha creado, desnudo y sólo como en su tumba, y entonces, en esa Presencia Absoluta, una vez acabada su acción, su ser buscará su destino, aunque el hombre no lo desee. Porque el hombre ya puede intuir cosas: lo destructivo es destructivo ante Allah, lo que destruía a las generaciones pasadas, la corrupción de lo humano, la falsa arrogancia que conduce a crímenes que de un modo u otro se pagan, esas "ruínas" son preludios de lo que en Allah se consuma. La aya anterior al hacer referencia a lo que el hombre "ve" de las generaciones pasadas encierra todo un criterio que es válido para nuestra salud: lo que en la opinión (visión) del ser humano es dañino y destructivo, lo que puede aprender de la experiencia, es válido para medirse ante Allah.

 

         El Corán es un libro para intuidores, para quienes están dotados de una aguda percepción con la que penetran las formas del mundo para encontrar en sus profundidades la belleza del acto creador de Allah-Uno. Esos buscadores de sentidos, aquellos cuyos corazones no dejan en momento alguno de admirar la vida y el universo, los que encuentran en las formas y en los contenidos de cada cosa, de cada criatura, un motivo de meditación, que son capaces de hacer algo nuevo de cada uno de sus reencuentros con lo que los rodea, esos encuentran en el Corán la expresión absoluta de ese carácter que le es propio, pues el Corán no deja de guiar nuestra miradas hacia el mundo, hacia cada una de las manifestaciones de la vida, y nos sacude con fuerza para decirnos que ahí está todo si dejamos por un momento de prestarnos a nosotros mismos toda la atención, si dejamos de ser embaucadores de nosotros mismos. Es entonces cuando la existencia se nos hace reveladora, nos asoma a sus arcanos, nos confía sus intimidades, y nos enseña. Esto es precisamente lo que no hace el káfir: lo ignora todo porque no se fija en nada, su interés es inmediato y no calma su ser ante Allah, ante el que es mas grande que todas las cosas, y es por ello por lo que se pierde a sí mismo; buscándose tanto, no se encuentra jamás. Por eso aquí, después de la rápida sucesión de imágenes de las ayats anteriores, el Corán se detiene para mostrar sus evidencias, para hacer una llamada al buen juicio: wa áyatun lahumu l-árdu l-mayyítatu ahyaynáha, "y signo para ellos es la tierra muerta, le damos vida...", comienza mostrando lo que es mas inmediato, los puñados de tierra de nuestro alrededor, que son un objeto aparentemente sin vida, muerto, pero en ella Allah hace florecer la exhuberancia de su poder misterioso que manifiesta la presencia de su Rahma a través de lo que es insensible. La tierra inerte (al-árd al-máyyita) es un signo (aya), un prodigio que sume en la perplejidad la inteligencia del que se detiene a pensar en lo que le rodea; es una aya como las frases del Corán, un motivo de parada para ellos (lahum), para los hombres. A partir de esa tierra muerta, Allah hace vida, le da vida (ahyaynáha, le damos vida), la hace algo vivo y, por tanto, generador de vida... wa ajrayna minha hábban..."y hacemos salir de ella cereales...", Allah es siempre el Agente Uno y Múltiple, El es Uno en la abundancia de las causas que son origen de la riqueza de la existencia, El y sus causas, su acción bajo infinidad de apariencias, es el que hace salir el grano (habb) de la tierra hecha fértil en su aspecto muerto...faminhu yákulún... "y de él se alimentan..." ese cereal es comida para aquellos que pasan por la vida sin observarla, ese alimento que viene de la tierra de Allah nutre sus cuerpos, es vida para ellos, un signo, pero no atienden a él. Su existencia es Rahma de Allah, expresión de esa capacidad creadora infinita del Señor de los Mundos, pero la mayor parte de las gentes no lo sabe, pasa por la vida sin apreciarla, y sin aprovecharla en definitiva: faminhu yákulún, de él comen, pues sino fuera por él, morirían. Allah es la fuente de toda vida, y de la cadena de la vida en su sucesión ininterrumpida.

 

        Allah crea la vida y la expande, la hace crecer y la adorna: wa ya'alna fiha yannátin min najílin wa a'nábin..."y hemos situado en ella jardines de palmeras y vides...", la tierra es embellecida con verdaderos jardines o huertos (yannát) de palmeras (najíl, auténticos palmerales) y vides (a'náb, símbolo de una naturaleza opulenta). La vida iniciada por Allah (la vivificación de la tierra: ihyá, y acompañada por Allah, la extracción de  vida a partir de la vida: ijráy), es espacio ahora para que Allah deposite en ella la manifestación de su voluntad de exhuberancia: ya'l, colocando en ella jardines hermosos: Y también la vida no cesa de fluir: wa fayyarná fiha min al-'uyúni... "y hacemos brotar en ella manantiales...", en ella (fiha), es decir, en la tierra, que a pesar de su aspecto muerto (árd máyyita) es hecha reventar por Allah (fayyarná, hacemos brotar, literalmente, la hendimos, hacemos que salga de ella a borbotones), fuentes ('uyún), manantiales de agua vivificadora, vida en la vida, que fluye para recrear de nuevo la vida,...liyákukulú min zámarahi wa ma 'amilathu aidíhim..."para que se alimenten de su fruto y de lo que hacen sus manos", para que ellos, los seres humanos, encuentren alimentos, pues todo se fecunda mutuamente, pues hasta el ser humano recrea de nuevo la vida de la tierra gracias al esfuerzo de su brazo. El hombre encuentra de qué nutrirse en la Naturaleza, en los frutos (zámar) que ofrece gratuitamente, pero también él se convierte en agente, en transmisor de la Rahma iniciada y acompañada por Allah, y aumenta el fruto de la tierra con los frutos de su esfuerzo, y que también son su alimento. Pero a pesar de la sucesión de causas y efectos, siempre la Presencia de Allah es el motor verdadero (en El no existen causas y efectos, sino eterna presencia de su Acción): todo viene de Allah y vuelve a El. Así, el hombre sabe que incluso lo que el produce le viene de Allah, pues es Allah el que ha creado su brazo, y la fuerza de su brazo, y los demás musculos que lo mueven, y su ser entero, y la tierra que ara, y la semilla que siembra, y el agua que la riega, y el sol que la calienta, y la energía que la hace asomarse desde su escondite, y la capacidad que tiene para alimentar el cuerpo del hombre que la sembró, y también Allah ha creado que esa energía en la que se convierte el alimento al nutrir el cuerpo sea lo que de nuevo permita al hombre sembrar una nueva semilla de vida, Unidad Absoluta de Allah, El es el Uno, el que está por encima de toda noción, el que escapa a toda definición: el hombre sólo puede alcanzar a saber que de El le viene la vida y la vida de cuanto le rodea, los hombre sólo pueden contemplar su bondad manifiesta...afalá yashkurún..."¿ no serán agradecidos?", ¿ no se volverán hacia Allah con gratitud (shukr)?. La gratitud es reconocimiento, y el reconocimiento es saber: con el reconocimiento el ser humano reconoce a Allah, lo distingue. El Shukr significa que el hombre ha descubierto a Allah y ya puede dirigirse hacia El, y al acercarse cada vez más a El, la Rahma de Allah se hace mas intensa hasta colmarlo totalmente con la inmensidad del Señor de los Mundos.

 

        Allah está siempre por encima de todo lo que pueda imaginar el ser humano, es inaccesible al entendimiento, rehuye la imaginación del hombre, escapa a sus palabras, porque El es radicalmente Uno y su Unidad lo trasciende todo aunque está presente en todo: subhána l-ladzi jálaqa l-açwáya kúllaha... "absolutamente trascendente es el que ha creado todas las parejas...", subhána es la expresión árabe con la que se anula toda posibilidad de concretar a Allah-Uno, con subhánallah se desmitifica todo remitiéndolo a Allah-incomprensible, que es Creador (jáliq), El lo ha creado (jálaqa) todo, y ese acto suyo siempre presente y continuo es su signo, su aya, y El ha creado las cosas en parejas (açwáy) para que nada sea confundido con su Unidad. El es el Uno, y todo lo que existe necesita de algo que lo complemente para que no pueda atribuirse la suficiencia de Allah; todo lo que existe es en el número dos, pues la Unidad se la reserva Allah, es su naturaleza. Allah ha creado los pares...mimmá túnbitu l-árda wa min ánfusihim..."de lo que da la tierra y de ellos mismos", lo masculino y lo femenino que se complementan, en las plantas y en los seres humanos,...wa mimá la ya'lamún..."y de lo que no conocen", es decir, el universo está regido por esta norma de los complementarios aunque el ser humano no lo haya descubierto, aunque muchas veces no distinga lo par en cada realidad porque su reflexión no puede abarcarlo todo.

 

         Después de hacernos mirar hacia la tierra inmediata y hacia nosotros mismos, el Corán alza ahora nuestros ojos hacia el cielo...wa áyatun láhumu l-láilu..."y signo para ellos es la noche...", introduce al tema con los mismos elementos que encabezaban el párrafo anterior: y es signo (aya) para ellos (lahum) la noche (láil), ...náslaju minhu n-nahára faidzá hum mudlimún...,"la despojamos del día, y ellos quedan sumidos en las tinieblas...", hace referencia a la sucesión de la noche (láil) y el día (nahár, tiempo de la luz solar) que se complementan para formar el yáwm (o día, en sentido global). Allah hace girar la noche y el día, y cuando la luz es arrebatada por El, todo queda sumido en la oscuridad (múdlim, plural, mudlimún). El verbo usado es náslaj, "despojamos", es decir, lentamente (su verdadero significado es "desollamos"). Alude al proceso inverso citado  anteriormente: del mismo modo que la vida surge de la nada, de lo inerte, retorna a ese estado y es sumida en las tinieblas, en el dalám, la oscuridad, pero de nuevo al día siguiente, resurge todo, porque la vida y la muerte están en manos de Allah y todo sigue un ciclo que en su saber El ha establecido.      

 

wa idza qíla láhumu ttaqú ma báina aidíkum wa ma jálfakum la’állakum turhamún* 45/ wa ma tátihim min áyatin min áyati rabbihimú illa kanu ‘anha mu’ridin* 46/ wa idza qíla lahumú anfiqú mimmá ráçaqakumu llahu qála lladzína kafarú li lladzína amanú a nút’imu man lau yasháu llahu at’amahú in antumú illa fi dalálin mubín* 47/ wa yaqulúna mata hádza l-wá’du in kuntum sádiqín* 48/ ma yandurúna illa sáihatan wáhidatan tájuduhum wa hum yajassimun* 49/ fala yastati’úna táusiatan wa la ila áhlihim yaryi’ún*50/ wa núfija fi s-súri fáidza hum min al-aydázi ila rábbihim yansilún*51/ qálu ya wáilana man bá’azana min márqadina* hádza ma wá’ada r-rahmánu wa sádaqa l-mursalún*52/ in kánat illa sáihatan wáhidatan fáidza hum yamí’un ladáina muhdarún*53/ fa l-yáuma la túdlamu náfsun sháian wa la tuyçáuna illa ma kuntum ta’malún*54/

 

... y cuando se les dice: estad alertas ante lo que tenéis delante y ante lo que dejáis atrás, tal vez así seáis objeto de la Rahma 45/ pero no les llega un Signo de los Signos de su Señor sin que le vuelvan la espalda 46/ y cuando se les dice : “gastad (en los demás) parte de aquello con lo que Allah os ha proveído”, responden los que se han cerrado a los que se han abierto: “¿vamos a alimentar nosotros a quien, si Allah hubiera querido, lo hubiera alimentado El? Ciertamente, vosotros no estáis más que en un error evidente” 47/ y dicen: ¿cuándo (tendrá lugar) esa promesa, si es que sois sinceros? 48/  sólo están esperando un Grito Unico, mientras ellos están disputando 49/ no podrán hacer testamento ni a sus familias volverán 50/ y se sopla en la trompeta, y hélos ahí que de sus sepulturas (salen) hacia su Señor, precipitados 51/ dicen: ¡ay de nosotros! ¿quién nos hace salir de nuestros lechos?, esto es lo que ha prometido el Rahmán, y han sido sinceros los mensajeros 52/ sólo es un Unico Grito, y helos a todos reunidos, presentes junto a Nosotros 53/ Hoy, ningún Nafs será objeto de injusticia, y no se os retribuirá mas que con lo que hayáis hecho 54/


        Hemos llamado gafla a la pesadez e indolencia propias del ser humano. La gafla es la mayor de sus miserias, lo arrastra a un estado lamentable del que sólo puede esperarse ruindad y vileza. Esa miseria lo conduce finalmente al peor de los destinos: la gafla acaba consumiendo al ser humano, anunciando con ello esa consumición absoluta en el al-Ájira, es decir, junto a Allah, fuera de nuestro tiempo y de nuestro espacio, después de la vida, en la inmensidad del Uno.

El Corán aparece como indzár, como advertencia que, con la fuerza del grito, es capaz de conmover los cimientos de la desidia. Es también dzikr, recuperación de la memoria; con el Islam, el ser humano recobra lo que es en esencia: un ser soberano que afronta la existencia con un profundo sentido de la trascendencia, es decir, es capaz de superarse a sí mismo acercándose a la plenitud absoluta de Allah. Y al acercarse a Allah se aproxima al sentido último de la vida, a su intensidad fuera de nuestro tiempo y nuestro espacio, a su disfrute en su fuente misma.

 

        El Corán es luz sobre luz: el Universo entero es Corán. Las ayát, los Signos de Allah, están en todos lados, visibles en la Creación, legibles en el Libro; pero sólo el atento, el dzákir, el que tiene dzikr, es capaz de penetrar los significados. El gáfil, el poseído definitivamente por la gafla, no advierte nada en cuanto le rodea, es incapaz de trascender su mundo inmediato, es devorado por él, y se convierte en destructor de la vida hasta que él mismo es abrasado por el fuego de su impotencia.

En la lección anterior a esta hemos visto cómo el Corán exponía las ayát, los Signos de los que el mismo ser humano es uno. Los desentrañó obligándonos a asomarnos al carácter insondable de todo lo que es de Allah; buscaba ponernos en alerta, nos desafiaba, desafiaba nuestra comprensión: sólo así es posible hacer brotar ese manantial que todos llevamos dentro y que nos puede alzar. Pero a pesar de todas las pruebas, el Nafs, el Ego, prefiere la comodidad de la gafla: el Corazón, el centro mismo del ser humano, permanece sepultado bajo el peso que la desidia va acumulando sobre él, su ojo a punto está de ser cegado definitivamente. Y así, el Corán recupera pronto la potencia de su indzár, y sus palabras se hacen firmes, demoledoras. Su expresividad se intensifica con un lenguaje amenazante: wa idza qíla láhumu ttaqú ma báina aidíkum wa ma jálfakum la’állakum turhamún...y cuando se les dice: estad alertas ante lo que tenéis delante y ante lo que dejáis atrás, tal vez así seáis objeto de la Rahma... cuando se les dice (idza qíla lahumu) : prestad atención, id con cuidado, estad alertas (ittaqú), que no se os pase nada desapercibido: ni en el espacio ni en el tiempo (ma báina aidíkum: podemos traducirlo de formas distintas pues literalmente significa: lo que tenéis entre vuestras manos, es decir, delante de vosotros, sea en el espacio, sea lo que os aguarde en el tiempo; y lo que hay detrás de vosotros, en el mismo sentido: wa ma jálfakum). Pero también significa: estad atentos a vuestras propias acciones, pues todas ellas os marcan, tanto las futuras como las pasadas (ma báina aidíkum wa ma jálfakum). El Corán enseña que es necesario prestarle táqwa a todo: táqwa es un estado especial de atención, un estar despierto y consciente ante la vida y cada una de sus manifestaciones, ante Allah, ante todo lo que es ofrecido a la meditación del ser humano, la existencia entera, la trascendencia, ... Esa taqwa debe ser constante, convirtiendo al hombre en taqí, prevenido y alerta: nada le pasa desapercibido, todo le enseña algo, y así va transformándose él mismo. El Corán pronuncia el imperativo: ittaqú, estad atentos, con una atención que llegue a atemorizaros, pues ese es el signo de su plenitud, y gracias a ese temor la’állakum turhamún, tal vez os haga merecedores de la Rahma de Allah, de su bondad con la que posibilita todas las grandezas, la misma bondad con la creó el Universo entero permitiendo toda la vida, iluminando a cada ser. Sólo con la táqwa, con ese estado atento permanentemente, el ser humano puede conducirse hacia la Rahma, fuente inagotable de vida cada vez más intensa.

 

        Desarrollar en el ser humano ese sentido de la taqwa es el objeto esencial del Corán al-karím. El dzikr tiene esa misión: hacer recobrar la memoria para posibilitar la taqwa, la sensibilidad en su extremo, una sensibilidad que guía hacia Allah. El Corán, los mensajeros, el universo, son Signos que quieren mostrarse al hombre, que requieren taqwa, profundidad en la que depositarse: la avivan y la necesitan; la aceptación de esos Signos, el convertirse en receptáculo para ellos, es llamado Imán, al rechazo se le llama Kufr, negación o I’rád, rechazo: wa ma tátihim min áyatin min ayáti rábbihimú illa kánú ‘anha mu’ridín... pero no les llega un Signo de los Signos de su Señor sin que le vuelvan la espalda...Los Signos les vienen (tátihim) de su Señor (rábbihim) es decir, proceden de El, de Aquel que lo rige todo. El uso del Nombre Rabb no es nunca casual: implica un alto grado de intimidad. Rabb es Allah presente en cada realidad, dando sentido y dirección al devenir de cada cosa (la hace crecer, madurar, indicando una constante alteración, un imperio absoluto que se manifiesta en cada momento). Rabb es Allah en cada ser existente, gobernándolo. Es el principio mismo de la vida, su ritmo y su vibración. El Signo aya (plural, ayát) les vienen (tátihim) de su Señor (Rabb): les llegan desde lo más profundo de sí mismo aunque sean exteriores. Es decir, existe una estrecha correspondencia entre el universo (el Corán, los mursalún o mensajeros, el mundo) y la dimensión íntima del ser humano que lo recoge. Esa estrecha relación queda patente en el impacto que produce el Signo: el término aya es Signo que engendra estupefacción (con frecuencia es traducido por señal milagrosa o prodigio, limitando a lo religioso lo que en el Corán es infinitamente más amplio). Las ayát de Allah es todo lo que existe que, cuando se encuentra con el Imán, la capacidad receptiva del ser humano, lo sume en el I’yáç, la impotencia. El I’yáç quiere decir que el hombre se ve a sí mismo desarmado ante la inmensidad de Allah, y se dice de él que es la vida del Corazón. Pero esa vida es disminuída en intensidad por la gafla hasta que llega el momento en que esta última se superpone totalmente. La desidia del ser humano es el gran obstáculo, el muro que se interpone entre él y Allah. Por ello, a pesar de la constancia de las ayát, el hombre se encuentra cada vez más aislado, más alejado de la Rahma de Allah: wa ma tátihim min áyatin min ayáti rábbihimu illa kánú ‘anha mu’ridín, pero no les llega un Signo de los Signos de su Señor sin que le vuelvan la espalda. El I’rád es volver la espalda para no tener que ver: cuando la aya irrumpe con fuerza, el gáfil da media vuelta, se refugia en sí mismo, se convierte en un mú’rid, en alguien que muestra su rechazo con actitud de desprecio. El mú’rid ‘an ayáti llah, el que vuelve la espalda ante los Signos de Allah, sumiéndose a sí mismo definitivamente en la gafla, es privado de la Rahma y de todo bien. El I’rád es semejante al Kufr: el primero evita que cualquier Signo externo perturbe la calma del Corazón dormido; el kufr, por su parte, significa enterrarlo, amputarle sus facultades. El Kufr implica necesariamente el I’rád, por ello es sinónimo de desagradecimiento. Mientras que la Rahma posibilita, el káfir busca apartarse. Es la mediocridad en persona.

 

        La mediocridad del káfir lo conduce a la ruindad y a la vileza: wa idza qíla lahumú anfiqú mimmá ráçaqakumu llahu qála lladzína kafarú li lladzína ámanu a nút’imu man láu yasháu llahu át’amahu in antumú illa fi dalálin mubín... y cuando se les dice: “gastad (en los demás) parte de aquello con lo que Allah os ha proveído”, responden los que se han cerrado a los que se han abierto: “¿Vamos a alimentar nosotros a quien, si Allah hubiera querido, lo hubiera alimentado El? Ciertamente, vosotros no estáis mas que en un error evidente... El mundo interior del ser humano se manifiesta exteriormente en su acción: su mundo no es mas que expresión de sus vivencias íntimas. Por ello: wa idza qíla lahumu, cuando se les dice, anfiqú mimmá ráçqakumu llahu, gastad de lo que os ha proveído Allah,... son invitados al Infáq, a dar de lo que tienen, a reproducir en su mundo la generosidad de Allah, pues al fin y al cabo, incluso lo que creen suyo, en realidad es de Allah (es Riçq, provisión con el que Allah enriquece al hombre). El Corazón es magnánimo: convoca a todo el ser a darse, a expandirse con la expansión de Allah Uno e Inmenso, que es Rahmán sin medida, Creador y Vivificador. El Corazón aspira a esa grandeza ante el espectáculo de las ayát de Allah: crece con ellas, se abre. Sabe que todo viene de Allah, y lo que viene de Allah no puede ser atado. El Corazón no teme perder, es el Nafs, el Ego, el que es avaricioso: tiene una perspectiva limitada, unos horizontes estrechos. En el Nafs impera el miedo: el miedo a la pobreza, a la escasez, a la muerte. El Nafs necesita seguridades. Ante la orden que proviene de lo más profundo, los seres humanos se dividen: qála lladzína kafarú li lladzína amanú, dicen (o responden) los que se han cerrado a los que se han abierto... es decir, los kuffár a los múminín, los dominados por el Nafs a los que se expanden con el Qalb, el Corazón, les dicen: a nút’imu man láu yasháu llahu at’amahu, ¿acaso nosotros vamos a alimentar a quien, si Allah hubiera querido, lo hubiera alimentado El?. La respuesta que dan no es sólo testimonio de su vileza y avaricia, expone sobre todo su amor a la disputa. En lugar de obedecer al Corazón, el káfir polemiza, busca justificarse. Uno de los matices del término I’rád, que ya hemos visto, es el de rechazar algo poniendo excusas, volver la espalda discutiendo, despreciar algo en un torbellino de palabras. Si el I’rád es rechazo entre justificaciones, el Kufr es rechazo a partir de la soberbia; a ello alude la segunda parte de la repuesta de los kuffár: in antumú illa fi dalálin mubín, estáis en un error cierto, es decir, vosotros estáis muy equivocados, somos nosotros los que sabemos de este asunto.

El dalál, el error al que se refieren es caminar en las sombras, y ese dalál es mubín, cierto y evidente. El Nafs acusa al Qalb de carecer de criterio: guiado por su interés, cree poseer la verdad. Pero la Verdad es Allah, y está en el Corazón. Es el Qalb el que distingue realmente, aprecia la intensidad de la existencia, lo ve todo agitarse en la Unidad del Señor de los Mundos que es radicalmente Uno. Al-ladzína kafarú, los que se han cerrado, se oponen a Al-ladzína amanú, los que se han abierto: los primeros son la gente del Kufr y el Nafs, los segundos son la gente del Imán y el Qalb, son dos respuestas distintas al Signo (áya) de Allah. El Signo, que está relacionado con el Corazón, invita al Infáq, a la nobleza y la generosidad, expresión de la Magnanimidad de Allah (káram), usando para ello los bienes mismos (riçq) de Allah, que no pueden ser atados mas que por la ruindad del Nafs.

 

        El Imán es acción inmediata bajo la luz del Corazón. El Kufr es perderse en divagaciones cuando el Corazón alumbra: el múmin da pasos hacia adelante, se transforma en imán; el káfir se queda atrás en sus justificaciones interminables, y con la muerte de sus percepciones mata cuanto le rodea, con su mediocridad sume su mundo en la miseria. Están desatentos, no tienen Taqwa, su discurso es aburrido: cuestionan al Corazón para quedar paralizados. Para inquietarlos y hacerlos abandonar su indolencia son amenazados por Allah, pero en lugar de abandonar el lecho de la rutina se acomodan más en él: wa yaqulúna mata hádza l-wá’du in kuntum sádiqín...y dicen: ¿cuándo( tendrá lugar) esa promesa, si es que sois sinceros?... es decir, ¿cuándo ocurrirá aquello con lo que nos amenazáis?, decidnos la fecha si es que decís la verdad, y así podremos comprobarlo. El Wa’d de Allah, su promesa, es Wa’íd, amenaza para los kuffár. La Promesa de Allah consiste en que cada ser humano conocerá la dimensión trascendente de su vida: la vivirá en toda su fuerza, con mayor intensidad incluso, y fuera de nuestras medidas, en la inmensidad que no tiene principio ni fin. Al Imán corresponde el goce y al Kufr el sufrimiento, al primero la Rahma de Allah, y al segundo su Ghádab, su Ira, es decir, la privación absoluta, el alejamiento más extremo de la Presencia de Allah. Es hacia lo que se dirige el ser humano, su destino. Cada instante es un paso hacia el Yanna, el Jardín, o hacia el Nar, el fuego. La muerte marca el punto de no retorno, el instinto definitivo. Allah nos avisa para que en nosotros despierte la conciencia, el Imán, para que nos sirva de resorte y nos active alzando nuestra aspiración, pero mientras tanto el Nafs divaga y calcula, pierde un tiempo precioso, se retuerce sobre sí mismo: wa yaqulúna mata hadza l-wa’du, “y dicen ¿cuándo tendrá lugar eso que es anunciado?”, es decir, en el hombre debería reaccionar el Qalb, el corazón, y no el Nafs, el Ego que todo lo cuestiona, porque lo que se le está exigiendo es acción, es estar prevenido, dotarse de Taqwa efectiva. Pero los mensajeros son una y otra vez cuestionados: in kuntum sádiqin, “si es que realmente sois sinceros”, pero quien puede detectar el sidq, la sinceridad de los Profetas, es el Corazón; es ahí donde está la correspondencia. Si el Nafs permitiera abrirse al Corazón, al Qalb, éste se convertiría en receptáculo, Qálib, en el que se depositaría la percepción verdadera. Pero el Nafs interviene convirtiéndose en obstáculo.

 

        El Indzár, el aviso de Allah que avisa el Wa’d, lo que ha de suceder, su promesa, surge de la Realidad misma de Allah que es la Verdad que sostiene cuanto existe. El Sádiq, el Sincero, el Auténtico, es Allah. Mientras el Nafs se pierde a sí mismo en su propio vértigo, y arruína al Qalb, al Corazón, el Wa’d de Allah no deja de aproximarse: ma yandurúna illa sáihatan wáhidatan wa hum yajjasimún, “sólo están esperando un Grito Unico, mientras ellos están disputando”, un grito único (sáihatan wáhidatan) los arrebatará. Con una sóla Palabra (el kun creador) Allah los hizo, y con un grito (sáiha) los borrará de la existencia para hacerlos retornar a Sí (de Allah venimos y a El retornamos). El sonido de Allah es el espacio en el que vivimos, su vibración es el tiempo en el que existimos, su voz es la que nos mueve. De su Palabra (kálima) hemos surgido y en ella habremos de consumirnos: la ilaha illa Allah, sólo Allah es Real y Verdadero, sólo El perdura, y todo cuanto no es El es espejismo. De ahí la estupidez del jisám, la disputa. Los hombres yajjasimún, disputan, polemizan, cuando la conciencia de su precariedad, su faqr, debiera lanzarlos a lo insondable de quien los ha creado. Mientras pierden el tiempo en sus discusiones, a punto está de suceder lo que Allah ha establecido que es el retorno de todo a El, y en le retorno se cumplirá su Justicia.

 

        En realidad, la aya anterior es una respuesta. Mientras los kuffár preguntan , Allah les dice: “A punto está de suceder, apresuraos al ’ámal, a la acción, y dejad de polemizar”: fala yastati’úna táusiatan wa la ila áhlihim yaryi’ún, “no podrán hacer testamento ni a sus familias volverán”, no tendrán tiempo. El discurso Coránico se precipita, adquiere la velocidad de los acontecimientos que describe; el Wa’d se cumple mientras el Corán lo refleja: los hombres aún están polemizando (yajjasimún) cuando un único grito (sáihatan wáhidatan) les arrebata la vida; nada pueden arreglar ni corregir, no harán testamento (táusia) ni volverán a ver a sus familiares (ahl),no regresarán junto a los suyos (wa la ila áhlihim yaryi’ún), todo concluye tan repentinamente como surgió. El texto no hace concesiones; apremia así al hombre.

 

        La rápida sucesión de imágenes hunde en el ridículo la mediocridad del Nafs: wa núfija fi s-súri fáidza hum min al-aydázi ila rábbihim yansilún, “y se sopla en la trompeta, y helos ahí que de sus sepulturas (salen) hacia su Señor, precipitados”, todo fue consumido en el Grito (sáiha), y ahora, inmediatamente, resurge de nuevo todo dirigiéndose de modo definitivo hacia Allah. De forma indeterminada se dice que sopla en la trompeta (núfija fi s-súri), hablando en pasado, es decir, anulando el espacio y el tiempo ya que esperaríamos que el verbo apareciera en futuro: estamos en otra dimensión, en otra realidad en la que nuestros criterios dejan de ser válidos. Ya no vivimos, se ha producido el Grito aniquilador, la muerte se ha apoderado de nosotros. Se ha soplado en la trompeta (sur, término análogo al de súra, o imagen nuestra en la que Allah sopló también para darnos vida en el origen de todo), y ahora el sonido de la trompeta nos remueve en las sepulturas (aydáz) y nos impele hacia afuera, nos expulsa hacia Allah, y los hombres yansilún, se precipitan corriendo hacia su Señor, ila rábbihim: de Allah venimos y a El retornamos, a El pertenecemos y a El regresamos (ínna lilláhi wa ínna iláihi ráyi’ún).

 

        Sucesión rápida de imágenes plenas de matices, cargadas de sugerencias para quienes son capaces de profundizar en sus significados. Son palabras coránicas, intensamente reveladoras: sonidos, voces, soplos, entre los que se agita la existencia humana, levedad absoluta en el remolino de Allah. Trompeta, cuerpos, tumbas, todo a partir de ideas comunes que aluden a la identidad unitaria, al acto Uno de Allah Señor de los Mundos, Destino de todo lo creado, que lo hace surgir todo, que lo disuelve todo, que de nuevo lo reúne todo ante Sí. En el hombre, sólo puede haber estupor: qálu ya wáilana man bá’azana min márqadina, “dicen: ¡ay de nosotros! ¿quién nos hace salir de nuestros lechos?”. Dijeron, dicen o dirán, el tiempo del verbo es insignificante; en el texto aparece en pasado, pero ¿cómo traducirlo con exactitud?, en las gramáticas se enseña que el pasado es un tiempo cumplido, y por tanto tiene un carácter absoluto. El Corán, una y otra vez, nos arranca de nuestras percepciones inmediatas, nos arrebata para mostrarnos escenas de valor universal: ya wáilana, “¡ay de nosotros!”, man bá’azana min márqadina, “¿quién nos hace salir de nuestros lechos?”, el márqad es el lugar donde se duerme, sea la tumba, sea el cuerpo en el que se acomoda el Nafs, la aya tiene muchos matices. Allah nos arranca siempre del lecho: al crearnos, nos rescató de la nada; durante nuestras vidas en las que estamos dotados de voluntad, nos enseña a salir de la gafla, y trás la muerte nos hará salir de las tumbas. Por ello, Rasûlullâh (s.a.s.) decía: “Muere antes de morir”, para que tengamos conocimiento directo de todas estas cosas, para que conozcamos a Allah y sepamos que todo a El vuelve. La nada de la No-Existencia (‘ádam), la nada de la Gafla, la nada de las tumbas (aydáz), son cosas de las que hay que salir. Son cómodos lechos (márqad) de los que sólo el Grito de Allah nos arranca. Y lo mismo que el nacimiento produce inquietud al recién nacido, así el resurgimiento tras la muerte (el Ba’z) remueve en sus cimientos al hombre, que titubea, se amilana: qálú ya wáilana man bá’azana min márqadina, “dicen: ¡ay de nosotros! ¿quién nos hace surgir de nuestro lecho?”, hadza ma wá’ada r-rahmánu wa sádaqa l-mursalún, “esto es lo que ha prometido el Rahmán, y han sido sinceros los mensajeros”. Este es el Wa’d, la promesa, del Rahmán, el que posibilita la vida. No en vano aparece el Nombre ar-Rahmán, el que ama la vida y la da desde el Káram de su Nobleza y Generosidad. El Rahmán no ama la no-existencia: saca a los seres de esas tinieblas, les da la luz de la existencia. Esa es la acción (o promesa) del Rahmán.La renovación de la vida es el signo de la sinceridad (sidq) de los emisarios (mursalún): la vida escapa al juicio del espacio y el tiempo porque es del Rahmán, que está fuera del espacio y el tiempo. Estas últimas palabras: hádza ma wá’ada r-rahmánu wa sádaqa l-mursalún, podemos entenderlas o bien como constatación de esos que han salido de sus tumbas siendo la continuación de sus palabras anteriores, o bien serían como una voz que responde a su pregunta: ¿quién nos hace salir de nuestros lechos?: el Rahmán, confirmando a los mursalún.

 

        La aya siguiente es un resumen de todo lo anterior: in kánat illa sáihatan wáhidatan fáidza hum yamí’un ladáina muhdarún, sólo es un Único Grito, y helos a todos reunidos, presentes junto a Nosotros”. El Grito reúne a los seres humanos (yamí’un, todos ellos) ante Allah, en la Presencia de Allah; están presentes (muhdarún) ahí. Es la Presencia (Hadra) que los convoca: atónitos aún tras su resurgimiento, trás su renacimiento (Ba’z), escuchan Palabras. Junto a Allah (ladáina, junto a Nos, en plural mayestático), su sonido eterno no deja de comunicar revelaciones a los hombres, revelaciones de lo que ya les fue anunciado: fa l-yáuma la túdlamu náfsun sháian wa la tuyçáuna illa ma kuntum ta’malun, “Hoy, ningún Nafs será objeto de injusticia, y no se os retribuirá más que con lo que hayáis hecho”. Es el instante supremo, el Día de Allah, el Yáum. No es un momento ni un tiempo, es el Presente de Allah: fuera está de todo cálculo. Es el Hoy de Allah: al-Yáuma. Ningún Nafs, ningún individuo, será objeto de injusticia (la túdlamu náfsun sháian): muchos son los matices que tiene en árabe el término opresión o injusticia (dulm): es también tiniebla, oscuridad (dulumát), lo que nos recuerda a la Nada. El Nafs no será objeto de dulm. Allah le dió existencia para la vida. El término sugiere tanto su permanencia como el que no será violentada, es decir, reconocerá el juicio que sobre él se haga, todo quedará expuesto a la luz. El Nafs reconocerá la Justicia de Allah: wa la tuyçáuna illa ma kuntum ta’malún, “y no recibiréis mas que lo que hayáis hecho”, el Fruto último de vuestro ‘ámal, vuestra acción y vuestro trabajo. Por eso se llama a ese Día, Yáum ad-Din o Yáum al-Yaçá, el Momento de la Retribución, el instante en que todo tenga su cumplimiento.

 

        Junto a Allah (ladallah) no se pierde el Nafs, la conciencia de sí mismo. Eso sería injusticia (dulm) hacia el ser creado, sería devolverlo a la Nada (‘ádam) de la que se le hizo surgir. Junto a Allah el Nafs recibe lo trascendente de su acción, el espíritu de su labor en la tierra. Todo está unido, lo cual ya sucedía durante la vida en el mundo, sólo que junto a Allah es absoluta plenitud fuera del tiempo y del espacio, y es por ello que se habla de eternidad (juld). Nuestra vida es un signo, una Aya, y dentro de los signos hay signos para los que saben desentrañar, para los que están dotados de Taqwa y están avisados. Nuestras acciones, la más mínima graba con su marca una parte de nuestro Nafs: Junto a Allah esas marcas se convierten en realidades absolutas que requieren de Allah su Justicia, pasando a existir. Lo que estaba en potencia dentro del Nafs, se convierte en acto absoluto.

 

        Signos dentro de signos, luz sobre luz para el que tiene Corazón, todas estas consideraciones son extrapolables. Para nuestros maestros sufies se transforman en vivencias cotidianas. Para ellos, el Día de Allah, el Yáum, es el presente, y no dejan de morir y renacer en cada instante, y cada nueva vida es para ellos el testimonio trascendente de su segundo anterior. Extinción (faná) y plenitud (baqá) se suceden en el movimiento creado por Allah que es la vida y la existencia. En ese movimiento, en ese Soplo continuo de Allah, encuentran a cada paso la realización de las Palabras del Corán al-Karim, el libro del Noble que habla con y en sus corazones despiertos donde el Imán es el oído atento que los hace muttaqín, que los pone en alerta.

 

3ª parte