CIENCIAS DEL ISLAM

 

CIENCIAS DEL HADIZ

 

índice

 

PARTE I

HISTORIA DEL HADIZ

   

LECCIÓN 3

EL VIAJE A LA BÚSQUEDA DEL HADIZ

(AR-RIHLA FÎ TÁLAB AL-HADÎZ)

  

        Carácter regional de la formación del hadiz

          La ciudad de Medina (al-Madîna al-Munáwwara), llamada Dâr as-Sunna, la Casa de la Sunna, fue distinguida por el Profeta (s.a.s.) quien la consideró su Harâm, su Espacio Privado, un lugar que él se reservaba. En ella fue tomando forma el Hadiz, y los Sahâba, los que habían sido Compañeros y discípulos directos del Profeta, se transmitían esos breves dichos, de modo oral (mushâfaha) o como comunicación de maestro a discípulo (talqîn). A ellos acudieron los Tâbi‘în, los Continuadores, miembros de la siguiente generación, quienes no habían conocido personalmente al Profeta (s.a.s.). Los Tâbi‘în recogieron de boca de los Sahâba las palabras que había dicho el Profeta, los hadices, y este proceso se hacía siguiendo el método del talqîn, la comunicación de alguien considerado maestro a alguien que acude a él como discípulo. Es un procedimiento personalizado y directo. El talqîn consiste en que el maestro repite el hadiz hasta que lo memoriza el discípulo. Literalmente, talqîn significa inoculación.

          Todo esto sucedía, al principio, en Medina. Esa ciudad era depositaria de una Ciencia deseada y necesitada por todos los musulmanes, y quien quería aprenderla tenía que trasladarse a ella y contactar con los maestros, escuchar y memorizar sus palabras y obtener su licencia para, a su vez, comunicar esas informaciones. De este modo, el buscador de conocimiento (el tâlib) se convertía en râwî, trasmisor. La figura del râwî (en plural, ruwât) tiene una importancia extrema y cumple una función vital en la cultura árabe e islámica. Es el custodio del saber en un contexto en el que aún predomina la comunicación oral de los datos e informaciones, que se fían principalmente a la memoria. El tâlib, el estudiante, aspiraba a ser râwî, trasmisor de lo que se le enseñaba. Para tâlib, hemos dado en primer lugar la traducción de buscador de conocimiento, porque, efectivamente, tâlib significa buscador y también alguien que pide (sobreentendiéndose en los dos casos que se busca y pide conocimiento), y tálab quiere decir búsqueda, petición. Al aspirante al conocimiento se le llamó tâlib porque con frecuencia tenía que desplazarse (efectuar un viaje, rihla) a los centros donde se impartía la materia que le interesaba -en el caso de la ciencia del hadiz, a Medina- y buscar y ganarse al maestro. Esos viajes cumplirán más adelante otra función importante, la de reunificar los textos.

          Mucha gente aprovechaba la Peregrinación a Meca para -una vez cumplida- instalarse durante un tiempo en Medina y sus alrededores y escuchar de los sabios (los Sahâba, y tras ellos, los Tâbi‘în). Por ejemplo, ‘Ali ibn al-Madîni (que más tarde sería una de los maestros de al-Bujâri) no tenía reparos en confesar: “He realizado la Peregrinación sin más objeto que el de escuchar”.

          Medina era la capital del hadiz. En ella había vivido el Profeta (s.a.s.) hasta su muerte y su enseñanza aún era fresca. Abundaban los que le habían conocido personalmente y contaban entre sus obligaciones la de difundir cada una de sus palabras. Si bien el Islam se propagó pronto fuera de la península árabe, en el Hiÿâç (Hiyaz), el país en el que están Meca y Medina, seguía siendo el centro irradiador, y era necesario acudir a él para obtener informaciones de primera mano. Los maestros hiÿâçíes eran los más apreciados, y, sobre todo, en Medina, pero también en Meca, era fácil encontrar lo que aún no había salido fuera de Arabia. Por eso, es fácil encontrar en los tratados de hadiz expresiones como “esta información nos ha llegado exclusivamente por vía de Medina”. Se trata del tafárrud, el carácter de centro exclusivo del Islam que ocupó la ciudad en los comienzos de la historia musulmana.

          Pero pronto fueron adquiriendo importancia otros centros en los que se fueron instalando con el tiempo algunos Sahâba y Tâbi‘în, llevando consigo informaciones que sólo ellos trasmitían, no quedando en Medina quienes los conocieran. Se dio el caso de que también esos nuevos centros de irradiación se singularizaron en algunas materias. La singularidad (el tafarrud) la daba el hecho de que cada maestro sabía algo que los demás ignoraban. Ciertas provincias del Islam se hicieron célebres porque en ellas se transmitían determinados hadices, comunicados por Sahâba o Tâbi‘în, y ellos eran los únicos en poseer esos saberes. A ellos acudieron los estudiantes, que después los propagaron, si bien se señalaba en cada caso la singularidad, y así en los libros antiguos de hadices se encuentran anotaciones como “estos relatos son propios de Basra (Basora, en Iraq)”, o “estos hadices sólo se han narrado en Shâm (Oriente Medio), y no los comparte nadie más ”, o “este hadiz es de Hims (Emesa, en Siria)”.

Todo esto pesó en la crítica que hicieron los expertos en hadiz (los muhaddizîn), quienes consideraron que el tafárrud es un criterio para la valoración de la autenticidad de un hadiz. Aceptaban como veraz a un trasmisor (râwî) o, al menos, lo consideraban próximo a la veracidad, si lo aceptaba la gente de la provincia en que el tema del que tratara su narración era conocido. Por el contrario, rechazaban el texto si los que tenían conocimiento del tema no aceptaban su versión. En cualquier caso, esas oposiciones servían para juzgar el alcance de un texto y formular criterios de validación. Así, por ejemplo, al-Bujâri decía de Çuháir ibn Muhammad que “las gentes de Siria juzgaban ‘desconocidos’ sus relatos, mientras que los de Iraq narraban algunos parecidos”, por lo que al-Bujâri, severo siempre en sus juicios, decidía poner en duda los hadices que trasmitía ese râwî.

          El viaje a la búsqueda del hadiz

          Por lo dicho, los estudiantes (los buscadores de conocimiento) pronto se dieron cuenta de que era muy importante contrastar los textos que se trasmitían, y ello los obligaba a realizar viajes a todos los centros de difusión, para escuchar y recibir directamente de los maestros los relatos de las palabras del Profeta (s.a.s.). Quedó asentada una regla que más tarde enunció Ibn Jaldûn: “La obtención de habilidades por el contacto directo y el talqîn es más precisa y poderosa para su afianzamiento en el ánimo”. Fue así como el viaje (rihla) a la búsqueda (tálab) del hadiz (y, por extensión, de cualquier otro saber) se convirtió en una actividad asociada en el Islam al estudio. Esos viajes cumplieron un papel decisivo en la ‘recopilación’, autentificación’ y ‘reunificación’ del hadiz.

          Como se ha señalado, los viajes comenzaron muy pronto, ya en el primer siglo después de la Hégira. Abû d-Dardâ, uno de los Compañeros del Profeta (s.a.s.) decía: “Si estuviera en Birk al-Gimâd (un lugar remoto), quien pudiera explicarme el significado, aunque sólo fuera de un versículo del Corán que yo desconociera, viajaría hasta allí”. Se sabe que otro Compañero del Profeta (s.a.s.), Ŷâbir Ibn ‘Abd Allah, compró con sus escasas posesiones un camello y estuvo viajando durante un mes para llegar a Siria para preguntar a otro Compañero del Profeta (s.a.s.), ‘Abd Allah Ibn Unáis, sobre un hadiz relativo al Talión. Se hacían viajes para escuchar un sólo hadiz de boca de alguien que hubiera escuchado esas palabras directamente del Profeta (s.a.s.), tal como dijo Sa‘îd ibn al-Musîb: “Si tuviera que hacerlo, viajaría días y noches en busca de un único hadiz”. Abû Qallâba contó: “Me quedé tres días en Medina sin más razón que esperar a un hombre que tenía en su posesión un hadiz, para escucharlo de su boca”. El siguiente relato de Makhûl es testimonio claro de ese estado de ánimo: “Yo era esclavo en Egipto de una mujer que acabó liberándome. Salí de Egipto cuando ya no hubo en ese país ‘ciencia’ (es decir, hadices) que yo ignorara. Fui al Hiÿâç, y ahí estuve recogiendo ‘ciencia’ hasta que no encontré más. Pasé a Iraq y no lo abandoné hasta haber memorizado todo lo que ahí se enseña. Fui a Siria, y la cribé. Todo ello, en realidad, buscando un hadiz sobre los botines, pero no encontré a nadie que me informara, hasta que tropezé con un anciano llamado Çiyâd ibn Ŷâria at-Tamîmi al que le pregunté si sabía lago de lo que el Profeta hacía con el reparto del botín, y él me dijo: ‘Fui testigo de que el Profeta lo dividía en cuatro partes al principio, y en cuatro más tarde’...”. Esta sed de ‘ciencia’ es lo que empujó a ‘Abdân a viajar dieciocho veces a Basra en Iraq para escuchar algunos hadices que sólo conocía Ayyûb Ibn Kîsân para convertirse en trasmisor de ellos en su país.

          Las fuentes más antigua hablan con mucha frecuencia de esos viajes y las formas que adoptaban, y se clasifica a la gente en grupos según las modalidades o circunstancias de sus viajes. Se nos habla de quienes viajaron a pie, quienes lo hicieron a partir de los quince años o los veinte, de quienes viajaron y sufrieron penalidades, de quienes emprendieron viajes amplios, de quienes viajaban con frecuencia, de quienes planificaban sus viajes, de quienes hicieron viajes que duraron más de diez años, etc. Por supuesto, esas fuentes también hablan de aquellos hacia los que se hacían viajes, es decir, los maestros visitados por los viajeros. Pronto, el título de Rahhâl (o Rahhâla), o Ŷawwâl (o Ŷawwâla), que son formas intensivas de decir viajero, se convirtió en un nombre para caracterizar a los grandes muhaddizîn (expertos en hadiz), quienes necesariamente, para haber logrado esos conocimientos, tuvieron que realizar grandes viajes durante sus vidas. El término Tawwâf se reservó para quienes habían hecho viajes de gran envergadura (quienes habían recorrido varias veces el mundo en busca de hadices), como quienes habían ido hasta cuatro veces desde oriente a occidente y a la inversa. Por supuesto, los así llamados infundían un gran respeto y despertaban veneración.

En los principios del Islam se desarrolló, pues, una literatura en torno a esos viajes, con sus términos técnicos propios. Era normal, porque esos viajes suscitaban la curiosidad del resto, que preguntaban a los que volvían de ellos sobre las circunstancias de su  viaje, las anécdotas que habían tenido lugar, los maestros con los que se habían encontrado, etc. Es así como tenemos un gran cúmulo de informaciones que demuestran que esos viajes fueron todo un fenómeno histórico, extraordinariamente amplio y de grandes repercusiones. Seguramente, fue incluso la clave de la difusión del Islam.

 

Influencia de los viajes en la unificación de textos y legislaciones

Para empezar, esos constantes viajes sirvieron para crear lazos entre las diferentes regiones del mundo que se iban islamizando. Realmente, el Islam supuso la eliminación de fronteras, y la libertad con las que se movían esos viajeros demuestra que el intercambio de ideas se vio favorecido por el surgimiento del Islam. Curiosamente, en árabe se decía de todo país en el que se difundía el Islam que era un país que había sido abierto (maftûh, que los arabistas traducen por ‘conquistado’). El Islam, pues, iba ‘abriendo’ un mundo, y los viajeros le dieron coherencia y unidad.

En lo que nos interesa aquí, esos viajes sirvieron especialmente para unificar los textos de los hadices y para dar consistencia a la Sharî‘a. Recordemos que en cada provincia se habían instalado maestros, cada uno de los cuales tenía su propio bagaje, y eso marcaba la práctica del Islam en esa zona. Los viajes permitieron un intercambio y un contraste que sirvió para ir creando criterios y complementar los saberes. Recordemos también que, al principio, Medina era la capital del hadiz, que pronto surgieron otros centros, y que el conjunto fue reunificado por la acción eficaz de los viajeros. Un mismo hadiz podía tener diferentes versiones, y esos viajes sirvieron también para conocerlas todas, reunirlas y elegir las más autorizadas por el número y calidad de sus comunicantes.

Todo este amplio movimiento y flujo de personas y saberes se vio acompañado desde el principio por una arraigada tradición árabe que adquirió en el Islam proporciones mayores, la de establecer la genealogía de cada dato que se comunicaba, es decir, se debía hacer la atribución (isnâd) correcta de cada hadiz. El isnâd de un hadiz es la lista de sus garantes y comunicadores, que debe ser citada antes de mencionar el hadiz, detallándose las circunstancias de su trasmisión. Esta práctica fue intransigente, y quien olvidara algún detalle era considerado un mutasâhil, un negligente, y sus hadices eran desestimados. El isnâd, por tanto, es una cadena (sílsila) de nombres que empieza en el Profeta y acaba en el que lo trasmite pasando por todos los maestros que se lo han ido comunicando de uno a otro. El estudio del isnâd y las cadenas permite analizar todas las circunstancias que dan o restan fiabilidad a una versión. Y esto también fue algo que estimuló los viajes: los estudiantes querían oír sus nombres tras los de los grandes maestros de los principios del Islam. Por eso viajaban hasta donde estuvieran, escuchaban sus enseñanzas y luego las repetían por donde pasaban y en sus lugares de origen, y así sus nombres pasaban a la historia como comunicadores de los saberes de los primeros musulmanes.

Todo lo anterior hace posible saber muchas cosas y circunstancias de cada hadiz, sus variantes, sus garantes, su valor, etc. Un ejemplo: ‘Omar fue Compañero de Muhammad y luego su lugarteniente, alguien de su confianza y que gozó de la estima de los musulmanes. Gozó de la intimidad del Profeta, lo que lo hacía un trasmisor privilegiado de sus enseñanzas más personales. Él escuchó de labios del Profeta, entre otras muchísimas cosas, el famoso hadiz de la intención: “Ciertamente, las acciones valen lo que valen las intenciones (que las desencadenan)...”. ‘Omar transmitió esas palabras a uno solo de sus discípulos, ‘Alqama, también de gran reputación entre los musulmanes. ‘Alqama, a su vez, también trasmitió ese hadiz en concreto a un sólo discípulo, Muhammad, y éste a otro discípulo suyo, Yahyà, que lo difundió. Esa cadena que va de ‘Omar a Yahyà, es considerada de un gran rigor, pues todos esos nombres pertenecen a personajes de una gran solidez de los que se sabe que fueron efectivamente maestros los unos de los otros, etc. A partir de Yahyà, una gran cantidad de viajeros lo divulgaron por todo el mundo musulmán, de modo que en la actualidad muchos piensan que es un hadiz mutawâtir (comunicado de generación en generación por gran cantidad de garantes), pero no es el caso, porque en sus principios fue de individuos concretos a individuos concretos (es un hadiz âhâd). Esto no le resta importancia por la solidez de su cadena inicial, pero lo que era un hadiz aislado se universalizó y ha sido capital para la formación de la Sharî‘a, pues establece que deben tenerse en cuenta las intenciones y no solo las acciones.

Estamos hablando de lo que sucedía a principios del Islam, tiempos en que prevaleció la trasmisión oral del hadiz, pero pronto comenzaron a ponerse por escrito. A las pocas generaciones, los hadices podían encontrarse fácilmente en recopilaciones en  las que figuraban todos los detalles de cada hadiz, pero ello no disminuyó el ímpetu de los viajeros hasta varios siglos más tarde. La tradición de establecer  cadenas de transmisión, aunque los hadices ya estuvieran regularizados, se mantuvo durante mucho tiempo.

 

continuación:

LECCIÓN IV

FUNCIÓN DEL HADIZ Y TÍTULOS DE LOS EXPERTOS EN HADIZ

(DAWR AL-HADÎZ WA ALQÂB AL-MUHADDIZÎN)