AL-‘AQÎDA AL-WÂSITÍA

 Exposición de los Fundamentos del Islam

 de Ibn Taimía

  

bismil-lâhi r-rahmâni r-rahîm

   

PRESENTACIÓN

 

             Ibn Taimía (Iraq, 1263-1328 d. J.) -conocido como Sháij al-Islam- fue uno de los más eminentes representantes de la escuela hanbali de derecho musulmán. Autor prolífico y hombre de acción, dedicó su entusiasmo a recuperar lo esencial del Islam, librándolo de adherencias e interpretaciones personales o frívolas. En la actualidad es reivindicado por todos los movimientos que se proponen reinstaurar la pureza del Islam, si bien el correcto análisis de su obra es algo que todavía está por hacer, pues se ha caído en una simplificación excesiva rodeada de polémica.

            En la ciudad de Wâsit, en Iraq, redactó una breve ‘Aqîda, un texto en el que resumió los fundamentos teóricos del Islam dentro de su proyecto de divulgar lo más auténtico del Mensaje de Sidnâ Muhammad (s.a.s.). Presentamos por primera vez la traducción al castellano de esa Cosmovisión (la al-‘Aqîda al-Wâsitía de Ibn Taimía). La hemos dividido en noventa y cuatro párrafos, y los hemos comentado brevemente de uno en uno.

            ‘Aqîda es un término que traducimos por cosmovisión o representación que el corazón se hace de la existencia en su totalidad, regida -en el caso del Islam- por Allah Uno-Único, fundamento trascendente estructurador y soporte del universo. La palabra ‘Aqîda tiene la connotación de fuerza y compromiso, porque la ‘Aqîda que tenga una persona determina su forma de estar en el mundo y su acción. La ‘Aqîda abarca temas fundamentales, y cada uno de ellos se llama a su vez ‘aqîda (y entonces tiene un plural, ‘aqâid, que son sus componentes, como si fueran las cuentas de un collar, ‘iqd, o las condiciones de un pacto, que se dice ‘aqd). A su vez, la palabra ‘aqîda se emplea para designar pequeños tratados, como en el presente caso, en los que se resume los elementos básicos del Islam y los ‘componentes’ de su cosmovisión. La elección de los temas y la insistencia en algunos se debe a las circunstancias y a los debates de cada época.

            Como se puede apreciar, hemos rehusado traducir ‘Aqîda por doctrina, ‘aqâid por postulados o dogmas, y ‘aqîda -en el último sentido- por catecismo. Todas esas supuestas equivalencias descontextualizarían el verdadero valor de los términos y su situación dentro del Islam. En el Islam no existe una Iglesia que fije con su autoridad lo que el musulmán debe ‘creer’ ni se sustituyen las Fuentes y la reflexión por una visión interesada y manipuladora, sino una constante discusión en la que se busca descubrir el verdadero significado del Islam, un constante intento de recuperar lo más original y comprenderlo para convertirlo en desencadenante de una acción trasformadora.

            Existe una ciencia anexa, el Kalâm, que sistematiza y racionaliza los contenidos de la ‘Aqîda. De las escuelas de Kalâm, es la corriente ash‘ari la que mayor aceptación tiene entre los musulmanes, no obstante siempre ha habido fecundos debates que hacen de la Ciencia del Tawhîd -el Arte de la Unidad- una cuestión viva. En Zawiya nos proponemos seguir presentando esas reflexiones. De todos modos, debemos recordar que la ‘Aqîda pretende antetodo ofrecer materiales al corazón del musulmán, alimentando en él la fuerza del Îmân, la sensibilidad del corazón, de modo que toda su acción, todo su Islam, sea el resultado de convicciones poderosas e intuiciones eficaces.

 

 

TRASCRIPCIÓN

 

Vocales: a, i, u. El alargamiento se señala con un acento circunflejo (â, î, û). Las consonantes se pronuncian como en castellano (incluyendo la j y la z). La h es aspirada. Las consonantes enfáticas se subrayan: h, s, d, t. La g es gutural (como la r francesa). El apóstrofe () indica el sonido gutural leve ‘áin. La ç es s silbante (como la z francesa). La ÿ es como la j francesa o inglesa. La dz es como la th inglesa y la sh es como la ch francesa o la sh inglesa. La abreviatura (s.a.s.) debe leerse sallà llâhu ‘aláihi wa sállam, bendición y saludo dirigidos al Profeta cada vez que se le menciona.

 

 

 

AL-‘AQÎDA AL-WÂSITÍA

 

 

1- bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîm

Con el Nombre de Allah, el Rahmân, el Rahîm

 

            Imitando el Corán y obedeciendo al Profeta (s.a.s.) -quien dijo: “Toda acción que no vaya precedida de la pronunciación del Nombre de Allah es estéril”-, los autores musulmanes ponen a la cabeza de sus escritos la Básmala (nombre técnico de la frase bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîm, el primero de los versículos del Libro Noble, el Corán al-Karîm).

            Tras su estudio, los expertos (los ‘ulamâ) resumen su significación así: “Todo acontecimiento tiene como Agente Verdadero a Allah, en quien el musulmán debe apoyarse y confiar, pues Él es Rahmân y Rahîm, es decir, Origen de toda abundancia y bien (son dos Nombres derivados de la fuente de la existencia, la Rahma, la Bondad Creadora, la Misericordia Posibilitadora)”.

En la pronunciación de la Básmala hay Tabárruk, es decir, aprovechamiento del mucho bien que comunica esta frase, que trasmite una sabiduría y una bendición (báraka, energía espiritual) capaces de hacer despertar y de trasformar a quien se hace consciente de su profundo significado. La ausencia de báraka -la ausencia de despertar espiritual-, de acuerdo al hadiz arriba mencionado, es lo que hace infecundos los esfuerzos de los seres humanos.

            Así, pues, la preposición ‘con’ (bi-), que da comienzo a la frase, sintentiza toda la cosmovisión del Islam (la ‘Aqîda) en la que Allah -la Verdad Esencial (al-Haqq)- es el Único Eficaz, mientras que todo lo demás son circunstancias y modos en que se realiza su Voluntad Única.

            No hemos traducido la partícula bi- por ‘en’: “En el Nombre de Allah,...”, por sus resabios cristianos. La Básmala nada tiene que ver con la fórmula de consagración: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, con la que la traducción que hemos desechado la homologaría. El musulmán jamás ‘sustituye’ a Allah: esto es impensable en el Islam, y sin embargo es lo que está en el trasfondo de la frase cristiana con la que el sacerdote obra el prodigio de convertir el pan en carne de Cristo y el vino en su sangre, así como otras maravillas. Con la Básmala, el musulmán no trastoca la realidad de las cosas, sino por el contrario descubre en ellas el Poder de su Señor y se rinde a Él. Por ello repudiamos la traducción habitual que se hace de la Básmala, considerándola no sólo un error sino toda una perversión que desfigura el Islam en su esencia misma.

 

            2- Alabanzas a Allah, quien ha enviado a su Mensajero (para que comunique) la Senda (por la que se va hacia Él) y la Revelación de la Verdad para que la haga prevalecer sobre toda Revelación. Allah es suficiente como Testigo.

 

            En segundo lugar, el autor proclama la Alabanza de Allah (el Hamd), cumpliendo así con otra recomendación del Profeta (el Mensajero, el Rasûl, es decir, Sidnâ Muhammad -s.a.s.-) quien, en una sentencia parecida a la citada en el párrafo anterior, dijo: “Todo discurso, que no empiece con la Alabanza de Allah y el ruego a Él de bendiciones en mi favor, está amputado y carece de riqueza”, y es así porque la Alabanza es la reacción de quien descubre en la existencia la gestión de Allah, y la belleza y fuerza de cada cosa le sugiere la grandeza del Creador de cada instante, capacitándose así para penetrar en lo insondable. La Alabanza es signo de sabiduría y conocimiento, y por ello es riqueza.

            Quienes mejor han sido comunicadores de la Inmensidad de Allah son sus profetas (o mensajeros, rúsul). El último Mensajero (Rasûl) fue Sidnâ Muhammad (s.a.s.), signo supremo de Allah, que por sí solo es motivo para que el ser humano elogie y de las gracias a Allah. Y debe bendecir al Profeta, pues no hay otro modo de devolverle el favor que nos ha hecho al iluminarnos y hacer evidente ante nosotros la Grandeza de Allah, aumentando nuestro saber y guiándonos hacia Él, que es Rahmân y Rahîm, Fuente Inagotable de todo bien. Alabar a Allah y bendecir al Profeta (s.a.s.) son, en sí, sabiduría y camino.

            El Mensajero (el Rasûl, -s.a.s.-) nos ha sido enviado por Allah para mostrarnos la Senda (Hudà) y el Dîn (la Revelación, el conjunto de enseñanzas y prescripciones con las que caminamos sobre la Senda de la Unidad). Su misión consistía en comunicar el Dîn y darle fuerza y poder, no siendo tímido en la exposición de la Verdad, para que se impusiera sobre todo otro Dîn, sobre toda otra forma de espiritualidad e inspiración, prevaleciendo hasta la consumación del tiempo. Mientras todo degenera y se corrompe, el Islam se mantiene en su pureza y autenticidad gracias a la energía que le comunicó el Profeta  en correspondencia con su propia fuerza espiritual.

            Allah basta como Testigo (Shahîd) en favor de la autenticidad de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), es decir, la fuerza, la firmeza y el poder que hay en su Mensaje son los indicios de su autenticidad, siendo ello el Testimonio (Shahâda) de la Verdad en su favor. La coincidencia de las enseñanzas muhammadianas con lo que el ser humano presiente en sí, su confirmación por el pensamiento ordenado, el prodigio de las consecuencias históricas de su misión, todo ello es el respaldarazo con el que Allah -la Verdad- da fe de él y lo autoriza ante quien esté dotado de sensibilidad espiritual, que lo acepta por la contundencia de su argumento, que consiste precisamente en su energía sobrehumana.

 

            3- Declaro que no hay más verdad que Allah, sólo Él, sin asociado alguno, afirmándolo sólo a Él y proclamando su Unidad.

 

            Esta es la primera parte de la Declaración (Shahâda) por la que cualquier persona es considerada musulmana. Es el Testimonio del hombre con el que responde al Testimonio que Allah ha dado de sí al crearnos. Quien lo pronuncia, entra en el Islam. Con esa Declaración se afirma que sólo Allah es Eficaz, que sólo Él es lo Verdadero, que Él es nuestro Único Creador, que sólo Él nos fundamenta, que sólo Él nos gobierna en verdad, que sólo Él es nuestro sostén, que sólo Él es nuestro destino, y todo lo demás es pasajero, efímero, circunstancial, intrascendente.

            Sólo Él (hdahu), que no tiene asociado (sharîk). Con esto volvemos la espalda a los ídolos. Dejamos atrás los dioses y fantasmas con los que los hombres han sustituido a Allah, por miedo a enfrentarse a la Inmensidad. El musulmán (múslim) afronta a su Verdadero Señor, se rinde por completo ante Él (rendición que recibe en árabe el nombre de Islâm). Nada comparte con Allah nada: Él (Huwa) es el Único, el Poderoso cuyo Poder no comparte con nada ni con nadie (todo lo que no es Él es fruto de su Fuerza), el Sabio cuya ciencia es anterior a todo lo que existe, el Dotado de Voluntad y su Voluntad no es quebrada por nada ni por nadie. Él es el Uno-Único, el Singular, el Solitario, el Autosuficiente-Rico que no necesita de nada ni de nadie. Y todo cuanto existe, con su mera presencia, coincide en certificar a Allah, es resultado de su Acción y testimonio de su Grandeza, y a ello se suma el musulmán.

            Éste es el Iqrâr, la afirmación sólida de cada musulmán, y es su Tawhîd, su búsqueda sincera de la Unidad, que consiste en despejar su entendimiento vaciándolo hacia Allah y aboliendo los ídolos, dioses, fantasmas, quimeras, ilusiones, sucedáneos, y todo aquello que recibe el nombre de sharîk, lo que el hombre asocia a Allah. Allah es la Verdad y todo lo demás es vano... Es así como el musulmán (el múslim) sintoniza con el Ser.

 

            4- Y declaro que Muhammad es su Siervo y su Mensajero: ¡Allah lo bendiga -a él, a los suyos y a sus compañeros- y lo salude con una paz creciente!

 

            Ésta es la segunda parte de la Declaración (Shahâda) con la que se entra en el Islam, conformando ambas frases un todo perfecto e indisociable. Con ella se afirma que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) es, ante todo, un siervo de Allah (‘abd), es decir, alguien que se rindió absolutamente a la Voluntad de su Señor, acercándose con ello a Él, integrándose por completo en el Ser, trascendiendo su condición precaria e irrelevante. Y se afirma que él es su Mensajero (Rasûl), es decir, fue Profeta (Rasûl o Nabí), maestro de maestros para la humanidad.

            Con esta segunda parte se afirma en realidad la existencia de un camino hacia Allah. El ser humano, que es capaz de intuir a Allah, por otra parte no puede imaginar cómo ir hacia Él, y mostrar esa senda es la función de los mensajeros. El último de todos ellos y el más grande y noble fue nuestro señor (Sidnâ) Muhammad que derramó sobre nosotros las luces de su sujeción a Allah (su ‘ubûdía, su condición de ‘abd, de siervo puro).

            Los musulmanes amamos a Sidnâ Muhammad (s.a.s.), pero ese amor no se desvía nunca hacia una mitificación que haga de él algo que no fue (él, simplemente, era ‘abd, siervo, esclavo de Allah, un ser humano consciente de su condición y cercano a Allah) y, por ello mismo, es maestro y guía con su Vida (Sîra) y su Ejemplo y Práctica (Sunna).

            Es avaro con Rasûlullâh (s.a.s.) quien no lo bendice y saluda cada vez que menciona su nombre. La fórmula habitual es sallà llâhu ‘aláihi wa sállam (¡Allah lo bendiga y salude!, que abreviamos con las siglas s.a.s.). La bendición de Allah (su Salât sobre Muhammad) es la acogida que brinda a quien se acerca a Él, sumergiéndolo en su luz infinita, fuente de un placer eterno. Su Saludo (el Salâm o Paz sobre Muhammad) es la seguridad y calma que brinda a quien se acerca Él, apaciguándolo en la Inmensidad sobrecogedora de su Verdad Absoluta.

            En esta solicitud de bendiciones y paz crecientes en favor de Sidnâ Muhammad (s.a.s.), el musulmán incluye a la Gente del Profeta (los Ahl al-Báit, la Gente de la Casa), que eran sus más allegados, aquéllos que fueron los más inmediatos a su luz, y también incluye a sus Compañeros, los Sahâba, sus contemporáneos -hombres y mujeres, e incluso niños- que lo aceptaron y estrecharon lazos con él, y todos fueron tras él maestros y comunicadores de sus enseñanzas.

 

            5- En cuanto a lo demás: Esta es la resolución firme del grupo que está a salvo, el socorrido por Allah hasta que se yergue la Hora, la Gente de la Tradición y la Comunidad.

 

            Es decir, a continuación se expondrá el I‘tiqâd o conjunto de enseñanzas (‘aqâid) que son el fundamento del Islam. El I‘tiqâd es el acto de toma de conciencia del corazón, su firmeza ante las cosas fruto de una profunda convicción en la que intuye la Inmensidad de su Señor. Al contenido se le llama ‘Aqîda, la cosmovisión, la representación, la articulación en palabras de esos presentimientos, que puede ser conforme a la Verdad o producto de fantasías.

            El grupo (firqa) libre (nâÿî) de fantasías, el que está a salvo de las frivolidades y las interpretaciones banales, es el de la Gente (Ahl) de la Sunna (la Tradición del Profeta, el grupo fiel a su Ejemplo -Sunna-) y de la Yamâ‘a (la Comunidad, es decir, los contrarios a los individualismos que buscan exclusivamente hacerse notar sin atender a lo que sea la Verdad en sí). Este grupo disfruta del Nasr, el Sostén de Allah, y por ello es un grupo socorrido y victorioso, y así será hasta que se consuman los tiempos y tenga lugar el Fin del Mundo (la Hora, Sâ‘a). Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo en cierta ocasión: “Un grupo dentro de mi nación se mantendrá firme en la verdad y será auxiliado, sin que les dañen los que los contrarien, hasta que llegue la Orden de Allah”.

            Algunos musulmanes se dividieron en grupos (fíraq), cada uno de los cuales sostenía alguna afirmación distinta sobre algún punto concreto de la Enseñanza. Con ello se cumplió un anuncio del Profeta (s.a.s.), quien dijo: “Mi Nación se dividirá en setenta y tres grupos, y todos ellos están destinados al Fuego, salvo uno: el que se mantenga en lo que yo y mis Compañeros nos mantenemos”. Muchas de esas diferencias se debían a actitudes personalistas que degeneraban en bid‘a-s, es decir, replanteamientos carentes de antecedentes legítimos en las palabras del Profeta.

Las bid‘a-s fueron desbaratadas por la labor de los ‘ulamâ, los sabios, que recuperaron la Enseñanza pura de Sidnâ Muhammad (s.a.s.) basándose en textos claros del Corán y en los hadices (lo que el Profeta -s.a.s.- dijo). Consolidaron así a la Nación (Umma), impidiendo que las frivolidades se impusieran, y por ello fueron llamados Gente de la Tradición y la Comunidad (Ahl as-Sunna wa l-Yamâ‘a).

            Esta ‘Aqîda, o exposición de los fundamentos del Islam, debida a Ibn Taimía, va en esa línea de reinstauración de la Enseñanza original expresada en términos contundentes, fáciles y asequibles. En la actualidad, todos los musulmanes son Gente de la Sunna y de la Comunidad, pues la diversidad existente es legítima y no fruto de individualismos desesperados. No obstante, hay quienes se atribuyen la representación en exclusiva de la legitimidad de la Sunna y la Comunidad, siendo agentes de discordia más que de otra cosa.

 

            6- Esa resolución consiste en la permeabilidad del corazón hacia Allah, hacia sus ángeles, hacia sus libros, hacia sus profetas y hacia la Resurrección tras la muerte; y la permeabilidad hacia el Destino, en lo que tenga de bueno o de malo.

 

            Estas seis cuestiones son a lo que se llama Pilares (Arkân) del Îmân (la sensibilidad del corazón, su esponjosidad, su permeabilidad). Traducimos de ese modo la palabra Îmân en lugar de hacerlo por ‘fe’ o ‘creencia’ –que, sin embargo, son las versiones habituales- por muchas razones. La ‘fe’ es un acto ‘cristiano’, y no es en absoluto -por mucho que se diga lo contrario- lo que está en la base de las demás espiritualidades del mundo. La ‘fe’ es el resultado de un proceso en el que se ha hecho ‘tragar’ a los cristianos lo inaceptable. En el Islam no hay ‘misterios’ ni nada que contravenga a la razón y sea necesario, por tanto, un acto de negación de la inteligencia, que es lo que realmente significa la palabra ‘fe’ (a la que los teólogos han agregado el matiz de ‘esperanza’ para hacerla más digerible).

            Por ejemplo, a nadie le violenta la idea de un ‘Creador’, pero sí es absurdo que sea Tres y Uno a la vez: esta extravagancia requiere de ‘fe’, mientras que lo primero es resultado de unas deducciones que tienen su propia lógica, estemos o no de acuerdo con ella. Lo mismo sucede en el caso del Profeta: quien, haciendo uso de sus facultades, llega a la conclusión de que el universo necesita de un Creador Absoluto, capaz de todo, no le cuesta admitir que ha podido manifestarse a través de determinadas personas a las que llamamos ‘profetas’, pero que un profeta sea humano y Dios a la vez, que sea idéntico al que lo ha creado, es un absurdo que indica que no sabemos nada del Creador y lo creado, que no discernimos, y simplemente lo confundimos todo admitiendo cualquier cosa. Una vez reconocido un profeta como tal, como hacen los musulmanes con Muhammad (s.a.s.), sus enseñanzas son acogidas como información añadida a lo que la razón deduce, y eso es todo. Por eso el Corán afirma que Allah no ha puesto a prueba al hombre obligándole a aceptar lo que no entiende, sino que debe ‘abrirse’ a lo que el Profeta le enseña para agigantarse en la Inmensidad que intuye en sus adentros.

            Una vez explicada por encima nuestra traducción, decimos que el Îmân es la apertura del corazón hacia lo que enseña el Profeta y una acción consecuente, y esa apertura tiene seis pilares.

            Allah mismo. El musulmán es retado así por su propia sensibilidad espiritual, por su intuición de lo Infinito: debe rendirse y abrirse por completo hacia Allah, recibirlo en su corazón, confiar en Él, sumergirse en su Grandeza, ampliar los horizontes de sus capacidades en la Inmensidad de la Verdad Creadora. Para que ello sea pleno, no debe asociarle nada sino singularizarlo, teniéndolo por su única orientación durante los momentos en que se recoja ante Él y hacer de esos momentos fuentes de luz para toda su vida.

            2º Los ángeles (malâika, plural de málak), que son los pobladores del mundo intermedio entre la densidad de nuestra existencia y la absoluta simplicidad y poder de Allah. Los Malâika son los seres de luz con los que nos encontramos cuando avanzamos hacia Allah. Negarlos es cerrarnos a la dimensión interior de nuestra vida, es renunciar a la intensidad de una experiencia necesaria. Para aclarar esto, veamos una diferencia: para los cristianos los ángeles, son, como mucho, un dogma que exige simplemente una actitud mental de aceptación, convirtiéndose con ello en algo superfluo y prescindible. Para los musulmanes son algo inmediato, algo presente en cuanto se orientan hacia Allah: encontrarse con ellos es el primer paso. El universo del musulmán está habitado en todas sus dimensiones. Una cosa importante, los ángeles no son dioses sino criaturas sutiles próximas a Allah, que lo obedecen espontáneamente y con ello traducen a Allah y son sus mensajeros acompañando la espiritualización del musulmán. Hablar de los Malâika es aludir al mundo que permite progresar hacia Allah. Negar ese mundo interior es convertir la espiritualidad en religión, es decir, en un mero discurso inservible y en especulación sin contenido, y, sobretodo, en un mecanismo de dominación.

            3º Los Libros Revelados (al-kútub), origen de las grandes tradiciones e indicios de que Allah se ha dirigido a la humanidad entera. En el Corán se citan las Páginas de Abraham, la Torah y el Evangelio, como modelos de los mensajes que Allah ha enviado.

            4º Los mensajeros (rúsul). Los musulmanes aceptamos a todos los profetas, sin hacer distinciones, habiéndolos integrado a todos ellos Muhammad (s.a.s.), heredero de la espiritualidad de la humanidad entera. El Dîn, la Revelación, es universal, si bien adopta formas en cada cultura y degenera por la intervención del hombre que la manipula o malinterpreta. Con esto, el musulmán amplia su horizonte y rescata y acoge en su pureza original todas las tradiciones.

            5º La Resurrección (al-Ba‘z), que es el encuentro con Allah de cada ser humano para ser juzgado por su Señor. Es la esencia de la Profecía,  el Gran Anuncio (an-Nába al-‘Azîm). La humanidad se reunirá un Día Terrible (pues nos enfrentará a nuestra vulnerabilidad ante Allah), tras la destrucción del universo que conocemos, para pasar al Universo de Allah (al-Âjira) y donde cada uno de nuestros instantes actuales encontrará su eternidad en lo que Allah quiera.

            6º El Destino (al-Qádar), que significa que todo es regido por Allah en cada instante, y nada escapa a su Poder Absoluto ni a su Ciencia Anterior a todo lo que existe. El Destino es el entramado interior de nuestra existencia y en el que Allah impera, unificando bajo su Poder la diversidad y exuberancia del mundo. Esto no niega libertad al ser humano ni justifica ningún fatalismo, al contrario, para el musulmán es fuente de paz y firmeza y es razón para una acción decidida y desbordante que hunda sus raíces en la Verdad.

            Esos son los Seis Pilares de la Apertura (Arkân al-Îmân) en torno a los que giran las meditaciones de los musulmanes. Cada uno de ellos es una poderosa clave.

 

            7- Y forma parte de la permeabilidad ante Allah abrirse hacia aquello con lo que Él se ha descrito a Sí Mismo y aquello con que lo ha descrito su Mensajero, sin alterarlo ni anularlo, sin darle un modo y sin representarlo. Sino que aceptan que Allah “...nada hay que se asemeje a Él; Él oye y ve” (Corán).

 

            Una de las tentaciones que acechan al que quiere conocer a su Creador y Señor es la tendencia a adecuarlo a su imaginación modelándolo según su fantasía, lo cual constituye una desviación que está en el origen de muchos conflictos y sectarismos.

Allah se ha descrito a Sí Mismo, revelándose en el Corán y en las Palabras de su Mensajero (s.a.s.) y no lo ha hecho de modo ambiguo, escaso ni tramposo. El musulmán recto acoge lo que el Profeta le ofrece, y lo hace con cortesía y educación, absteniéndose del Tahrîf, la alteración, que consiste en inclinar el mensaje hacia una significación no contenida en él; absteniéndose también del Ta‘tîl, su anulación con una interpretación que oscurezca el significado hasta el punto de hacer superfluo lo que el Profeta ha dicho; absteniéndose en tercer lugar del Takyîf, que consiste en intentar explicarse el modo de la característica dada; y absteniéndose por último del Tamzîl, que es asimilar lo dicho sobre Allah a las características propias de las criaturas, antropomorfizándolo. Hay dos extremos que deben evitarse: la metafísica negadora y la ingenuidad supersticiosa.

            La descripción que Allah hace de sí mismo es una ‘pista’, algo que fundamentalmente debe servir de estímulo al ser humano. Por ejemplo, decimos de Allah que es Rahmân, Misericordioso: en lugar de intentar interpretar esta palabra de algún modo contrario a lo que significa porque ese adjetivo nos parezca inadecuado o insuficiente, debemos saber que nos invita a confiar en Allah, a expandirnos en Él, y eso es lo importante. En cualquier caso, sólo podemos decir que Allah es Rahmân en un sentido absoluto que escapa a nuestras medidas, que su Misericordia (Rahma) no es equiparable a la de los hombres, que está infinitamente por encima de ella, huyendo de toda representación y modalidad para evitar comparaciones simplificadoras (el Takyîf y el Tamzîl).

            Ellos (es decir, la Gente de la Tradición y la Comunidad, los Ahl as-Sunna wa l-Yamâ‘a) han abierto sus corazones a la gran clave, contenida en un versículo coránico que dice que Allah no se parece a nada. Él, en Sí (en su Dzât), en su Unicidad Absoluta, es Inimaginable e Irrepresentable. Los Nombres y Cualidades que Él se ha dado en la Revelación son, en principio, aproximaciones certeras destinadas a sugerir y a desencadenar reacciones. Lo incorrecto es querer completar lo que Allah ha dicho de Sí, como si su Palabra fuese insuficiente. Actúa así el que no responde a Allah, el que se satisface en especular. Nada hay peor que la ‘teología’. Todo Discurso (Kalâm) debe ir encaminado a enseñar precisamente lo que hemos adelantado. Esa es la legitimidad de toda ciencia que se proponga iluminar a los musulmanes y facilitarles el camino hacia la Verdad.

 

            8- (Las gentes de la Tradición y de la Comunidad) no niegan aquello con lo que Él se ha descrito, ni alteran sus Palabras apartándolas de su significación original. No anulan los Nombres de Allah ni sus Signos. No dan un modo a sus Cualidades ni las comparan con las de su creación. Porque Él -que está por encima de todas las cosas- no tiene quien comparta su Nombre, ni tiene similar, ni equivalente.

 

            De este modo los Ahl as-Sunna wa l-Yamâ‘a se apartan de lo inconveniente. No cometen Nafy, Negación de lo que Allah ha revelado; ni Tahrîf, no alteran sus Palabras inclinándolas hacia otras significaciones porque lo dicho por Allah les parezca insuficiente o ambiguo; ni cometen Ilhâd, que es sinónimo de Ta‘tîl, Anulación. Y también se abstienen del Takyîf, la modalización; y el Tamzîl, la representación basada en comparaciones. Liberan los Nombres (Asmâ) y Cualidades (Sifât) de Allah, y así, ante ellos, son Palabras Inmensas de profundidad abismal que los invitan a un conocimiento de Allah en la hondura de sus corazones y no al simple nivel de la especulación teórica o la fantasía mítica.

            El Nombre Supremo (Allah) pertenece en exclusiva al Creador Único de los cielos y de la tierra, al Señor de cuanto existe, a la Verdad que confiere realidad a sus criaturas. Designa, por tanto, al Uno Singular que está por encima de todas las cosas, inigualable puesto que está fuera de todas las normas y todas las condiciones, por lo que no debe ser confundido con nada, pues en Sí es inasequible. Se reserva ese Nombre que lo singulariza de modo absoluto en todos los aspectos. Esta es la clave del Tançîh, la regla fundamental que establece que Él es distinto a todo lo que el hombre pueda imaginar. Teniendo en la mente la regla del Tançîh, las Cualidades de Allah (las Sifât) quedan depuradas de toda semejanza y se convierten en océanos en los que sumergir el corazón, y es porque el Tançîh no es Nafy, Negación, ni es Ta‘tîl, Anulación, sino purificación: es afirmación sin comparación.

 

            9- Ciertamente, Él es el mejor conocedor de Sí Mismo y de lo que no es Él, y es el más veraz en sus palabras y es de mejor expresión que sus criaturas. Y después de Él, lo son sus mensajeros -veraces y confirmadores-, a diferencia de quienes dicen de Él lo que no saben.

 

            El autor explica así la corrección de la ‘Aqîda de las Gentes de la Sunna. Ellos recogen literalmente lo que ha trasmitido el Profeta porque saben que sólo Allah puede hablar de Sí con justicia y veracidad: es inaccesible a la inteligencia humana por las condiciones mismas que la razón establece para el Creador Absoluto, el cual está al margen de lo creado. Ni niegan ni interpretan arbitrariamente sus Palabras: las acogen abriéndose a una progresiva profundización en su significado que no descarta el punto de partida, y esa progresiva profundización depende de la trasformación misma que sobreviene al que asume a Allah sin reparos y con todas las consecuencias.

            Esas enseñanzas las recibe el musulmán de los profetas, que son necesariamente sinceros y veraces, y confirmadores con sus ejemplos de lo que trasmiten. La palabra ‘confirmadores’ también podría ser traducida en el texto que estamos comentando por ‘confirmados’, porque Allah ha dado fuerza a sus palabras y ha hecho que las gentes las escuchen y las acepten, y es debido a la autenticidad de sus contenidos, a una ‘autorización’ acompañada de fuerza que les viene de Allah mismo. Allah y los profetas son las fuentes de estos saberes, y no la especulación de quienes aplican su entendimiento a lo que está fuera de su alcance.

 

            10- Por ello, Allah ha dicho (en el Corán): “Tu Señor, Señor del Amor Propio, está por encima de lo que describen. ¡Paz sobre los enviados! ¡Y Alabanzas a Allah, el Señor de los Mundos!”.

 

            Ibn Taimía cita este versículo para confirmar su actitud. En él, Allah se declara por encima de la descripción (wasf) que pueda hacer cualquier hombre, pero exceptúa a los enviados (los mursalîn) a los que ha concedido su paz (mientras el resto de los hombres vive en el conflicto). Ellos están autorizados por Él mismo, quien les ha comunicado las palabras justas, que son las que designan las Cualidades de Allah del modo más conveniente junto a la clave (el Tançîh) que las sitúa en el plano adecuado.

 

            11- Se ha glorificado (en esas palabras) a Sí Mismo distanciándose de la descripción que hacen de Él los que contravienen a los profetas, y ha saludado a los enviados a causa de la ausencia de mengua o defecto en lo que han dicho.

 

            Comentando la cita coránica anterior, Ibn Taimía afirma que la verdad está contenida en las Palabras Reveladas, y nunca en las especulaciones de quienes pretenden completarlas con sus opiniones personales. En la Revelación no hay mengua (naqs) ni defecto (‘áib), ni trampa de ningún tipo. Lo que hay que hacer es profundizar en ella, trasformarse en ella, y no deformarla ni desvirtuarla por arrogancia, pervirtiendo o contraviniendo la enseñanza original de los profetas. Ibn Taimía llama mujâlifûn lir-rúsul, contrarios a los enviados, contravenidores suyos, a los que mezclan sus interpretaciones arbitrarias con el mensaje original.

            En definitiva, la ‘Aqîda de la Gente de la Sunna consiste en afirmar lo que Allah ha afirmado de Sí y negar lo que Él ha negado de Sí, siempre en conformidad escrupulosa con la Revelación trasmitida por el Mensajero.

 

            12- Él ha juntado -en aquello con lo que se ha descrito y denominado a Sí mismo- la negación y la afirmación.

 

            Tal como aparece en el Corán y en la Sunna, a Allah debe negársele cualquier defecto o imperfección y, simultáneamente, afirmar en Él toda perfección y complitud. Ésa es la Senda (hudà) hacia Él. Por ejemplo, se le niega la incapacidad para afirmar su poder, con lo que se niega algo (la impotencia) y se afirma algo (el poder), y así con cada Cualidad, que tiene su aspecto negativo y su aspecto positivo, siendo purificada la imagen que podemos hacernos de Allah hasta alcanzar el infinito en el que abandonarnos ya sin palabras. Las claves del verdadero Tançîh son la Negación (Nafy) de la semejanza y la Afirmación (Izbât) de la Cualidad, combinadas a cada paso, sin que la Negación degenere en Anulación (Ta‘tîl) ni la Afirmación se convierta en Comparación (Tamzîl o Takyîf) o Antropomorfización (Tashbîh).

            Volviendo al ejemplo citado más arriba, el Corán califica a Allah como Rahmân, Misericordioso. En esta idea debe anularse cualquier interpretación que sugiera en Él debilidad o arbitrariedad, y afirmar por otro lado su universalidad. En la palabra no hay ninguna insuficiencia que nos obligue a descartarla, sino que debemos resaltar su valor positivo y estimulante que permite al musulmán entregarse confiadamente a un Poder Absoluto fuente a la vez de todo bien.

 

            13- Las Gentes de la Tradición y la Comunidad no se apartan de lo que han traído los enviados, que es el Sendero Recto, el Sendero de aquéllos a los que Allah ha favorecido entre los profetas, los muy sinceros, los mártires y los rectos.

 

            La ‘Aqîda de los Ahl as-Sunna wa l-Yamâ‘a, las Gentes de la Tradición y la Comunidad, es un Sendero Recto (Sirât Mustaqîm) en el que no hay concesiones a la frivolidad. Es el camino que han seguido los profetas que se sometían al dictado de Allah, que no es nunca una trampa ni una metáfora (salvo que exista una qarîna, un elemento objetivo que permita pensarlo e interpretar la metáfora adecuadamente). A esto se le llama rigor. Y es la senda seguida por sus continuadores, entre los que destacan los siddîqîn, los muy sinceros, los shuhadâ, aquéllos que dieron sus vidas sobre esa senda, y los sâlihîn, los rectos, los que la siguieron con sobriedad y acción.

            Toda esta primera parte de la al-‘Aqîda al-Wâsitía ha sido, en realidad, una introducción general que, a partir de aquí, el autor demostrará entresacando del Corán citas que corroboren sus afirmaciones.

 

 

Citas coránicas

 

 

            14- Entra en ese conjunto todo aquello con lo que Allah se ha descrito, como sucede en el Capítulo de Sinceridad Pura que equivale a un tercio del Corán, donde (Allah) dice: “Di: Él es Allah Único; Allah el Irreductible; no ha engenderado ni ha sido engendrado; y para Él no hay equivalente alguno”.

 

            El Corán y la Sunna, interpretados con rigor y seriedad, son las fuentes de la ‘Aqîda. A partir de aquí, Ibn Taimía entresacará del Libro Revelado (el Corán) –y, algo más delante, de la Tradición Muhammadiana (la Sunna)-, algunos textos elocuentes que sirven para fundamentar una cosmovisión acorde con la enseñanza original del Mensajero (Rasûl). Comienza con un cortísimo capítulo (sûra) que se encuentra entre los últimos del Corán y que es conocido con el título de Sûrat al-Ijlâs, el Capítulo de la Sinceridad Pura, del que en cierta ocasión el Profeta (s.a.s.) dijo que, a pesar de su brevedad, vale por un tercio del Corán.

            El texto coránico comienza con un imperativo: qul, ‘di’, ‘proclama’, invitando al musulmán a asumir con decisión y acción su contenido, en el que queda resumida la Ciencia de la Unidad (‘Ilm at-Tawhîd). Con la primera frase, huwa llâhu áhad, “Él es Allah Único”, se le niega todo sharîk, todo asociado. Es la raíz de la lucha del Islam contra toda forma de idolatría. No hay otro como Él ni en Esencia (Dzât), ni en Cualidades (Sifât), ni en Actos (Af‘âl). Él es absolutamente Singular, pues el término Áhad, Único, se le aplica sólo a Él, y es un término más radical y exclusivista que hid, Uno.

            El primer versículo ha consistido en una declaración con la que se niega y rechaza toda idolatría: Allah es Puro y nada lo sustituye, y Él es la meta que debe proponerse el musulmán, desdeñando dioses, ídolos, fantasmas e ilusiones, aceptando el reto de lo Infinito y Eterno, sin condicionarlo, sin limitarlo, en su Grandeza y Libertad majestuosas. Pero con el segundo versículo, allâhu s-sámad, Allah el Irreductible, se afirman implícitamente, llevadas al máximo, todas sus Cualidades positivas. Ibn al-‘Abbâs -uno de los Compañeros de Sidnâ Muhammad (s.a.s.)- dijo que Sámad, Irreductible, significa “el que prevalece sobre todas las cosas con la perfección de su poder, el Noble en la cima de su nobleza y elevación, el Magnánimo en la plenitud de la dulzura, el Autosuficiente en la exuberancia de su riqueza, el Capaz en el ejercicio de su dominio absoluto, el Conocedor bajo cuya ciencia está todo lo que existe, el Sabio que gobierna todo detalle con la precisión de su saber absoluto; el Sámad es el que posee en grado sumo la nobleza y el poder; y es Allah cuyas Cualidades no tienen parangón, y nada hay que se le asemeje”. Es decir, tras la Negación (Nafy) sugerida en el primer versículo nos encontramos con la Afirmación (Izbât) contenida en esta segunda frase.

            En el tercer y cuarto versículo se ofrecen las bases para el Tançîh, la Depuración con la que el peregrino hacia Allah va despejando su meta de toda adherencia: lam yálid wa lam yûlad, no ha engendrado ni ha sido engendrado, es decir, de Él no deriva nada ni Él ha derivado de nada, no tiene par, ni origen ni ramificación, sino que es Absoluto y Puro, y entonces todo lo que existe se disipa en su insignificancia desvaneciéndose como lo que es, una sombra que se retira cuando el sol alcanza su cenit; wa lam yákun lahû kúfuan áhad, y no tiene equivalente, ni similar, ni opuesto, ni igual, ni contrincante, sino que es Él Solo, en su Belleza, Majestad y Plenitud para las que nada sirve de modelo, siendo invitado el musulmán a una inmersión sin recelos en lo Infinito. En esto consiste el Tançîh, que nos permite hablar de Allah sin confuynidrlo con nada.

 

            15- Y forma parte de ese conjunto aquello con lo que se describe en el Signo más grande de su Libro, en el que dice: “Allah, no hay más verdad que Él, el Viviente, el Subsistente. No se apoderan de Él ni la somnolencia ni el sueño. Suyo es cuanto hay en los cielos y en la tierra. ¿Quién puede interceder ante Él si no es con su permiso? Sabe lo que (las criaturas) tienen entre manos y lo que dejan atrás, y no abarcan nada de lo que hay en su Ciencia, salvo lo que Él quiere. Su Trono encierra los cielos y la tierra, y no le fatiga guardarlos. Él es el Elevado, el Inmenso”.

 

            Otro ejemplo de texto coránico que encierra todo lo dicho es el llamado Versículo o Signo del Trono (Ayat al-Kursi), que está en el segundo capítulo del Libro. Este Signo (Aya) es considerado uno de los versículos ‘más grandes’ del Corán.

            El Signo del Trono comienza con una declaración radical de Unidad: allâhu lâ ilâha illâ hu, Allah, no hay más verdad que Él. Todo está subordinado a ese Principio absoluto y excluyente, rendido a su Verdad inidentificable. Se trata de una Negación que lo reduce todo a la nada, pulverizando la ‘verdad’ de nuestra existencia. Nada es real ni consistente ni definitivo salvo Allah, cuyo Nombre designa lo desconocido, lo anterior a toda existencia, lo posterior a todo lo efímero, lo que permenece más allá de nuestras intuiciones y capacidades, lo que adivinamos de forma ambigua en los abismos de nuestros corazones pero para lo que no tenemos palabras.

            Ahora bien, inmediatamente viene la Afirmación. Allah se describe a Sí Mismo de un modo que permite una cierta familiaridad con Él. Él es el Viviente (Hayy): no es algo muerto, sino vivo y dotado de plenitud absoluta. Y es el Subsistente (Qayyûm), el que vive sin deberlo a nada y el que soporta toda existencia dando hechura a sus criaturas: éstas dejan de ser nada para ser lo que Él quiere que sean y empiezan a alzarse sostenidas por Él.

            Su Perfección es señalada a continuación: lâ tâjudzuhu sínatun  wa la náum, no se apoderan de Él ni la somnolencia ni el sueño; Él es el Despierto, el Vigilante, sin que nada lo canse, sin que nada desvíe su atención, por lo que el musulmán se sabe ‘visto’ por su Señor, sabe que Su Atención está pendiente de él, sin desatenderlo un solo momento.

            Después se nos dice: lahû mâ fî s-samâwâti wa mâ fî l-árd, suyo es cuanto hay en los cielos y la tierra; todo está bajo su dominio, y nada escapa a Él; le pertenecemos, somos suyos y en nosotros realiza su Voluntad sin que nada ni nadie le dispute el poder.

            La relación del ser humano con Allah puede ser inmediata si Él lo permite: man dzâ l-ladzî yáshfa‘u ‘indahu illâ bi-ídznih, ¿quién intercede ante Él si no es con su permiso?; y en esta pregunta van implícitas una negación y una afirmación, pues niega la shafâ‘a, la intercesión, de los dioses y de los ídolos; nada de eso está autorizado por Allah ni se imponen, no son seres intermedios entre Él y sus criaturas, y, por otro lado, cualquiera, con su Idzn, su permiso, tiene acceso a Él: nada le obliga y Él hace lo que quiere.

            La perfección de su Ciencia (‘Ilm) viene descrita a continuación: yá‘lamu mâ báina aidîhim wa mâ jálfahum, sabe lo que tienen (sus criaturas) entre manos y lo que dejan atrás, es decir, conoce lo por venir lo mismo que conoce lo pasado. Su Ciencia es anterior al dato. Y esa perfección es subrayada en la frase siguiente: wa lâ yuhîtûna bi-shái-in min ‘ilmihi illâ bimâ shâ, y ellos (las criaturas) no abarcan de esa Ciencia más que lo que Él quiere, es decir, el conocimiento de los hombres está limitado por la Voluntad de Allah: sólo saben lo que Él les enseña. Él es la fuente del saber.

            Todo lo anterior es coronado por la Majestad de Allah: wási‘a kursíyuhu s-samâwâti wa l-ard, su Trono encierra los cielos y la tierra. En realidad, el Kursí no es el Trono (‘Arsh), sino un Pedestal a los pies del Trono. El ‘Arsh es la órbita que incluye en su seno todo lo que existe y el Pedestal es, a su vez, una órbita inferior en la que está encerrado todo. Se ha dicho que el Trono es el Poder y el Pedestal es la Ciencia, pero por encima de estas interpretaciones está el carácter sugerente de las palabras coránicas que designan con términos contundentes el carácter absoluto del dominio de Allah sobre lo que existe, abarcando los cielos (samâwât) y la tierra (ard).

            El gobierno del todo y de cada uno de sus detalles no cansa a Allah: wa lâ ya-ûduhu hifzuhumâ, y no le fatiga guardarlos. Nada disminuye su poder, nada hace decrecer su fuerza.

            Por último, este Noble Versículo (Aya Karîma) finaliza con dos Nombres de Allah: wa huwa l-‘alíyu l-‘azîm, y Él es el Elevado, el Inmenso. Allah es al-‘Alíy, el Elevado, estando por encima de todo en todos los sentidos de la palabra: trasciende cuanto existe e impera dominando todo lo que existe. Y es al-‘Azîm, el Inmenso, es decir, nada es más grande que Él, nada tiene su desproporción, nada se le puede comparar en majestad, y nadie nunca la abarca.

         

CONTINUACIÓN