AL-‘AQÎDA AT-TAHÂWÍA (9)
wa lâ nufáddilu
áhadan min al-auliyâi ‘alà áhadin min al-anbiyâi ‘aláihimu
s-salâm* wa naqûlu nabíyun wâhidun áfdalu min ÿamî‘i l-auliyâ*
wa nûminu bimâ ÿâa min karâmâtihim* wa sáhha ‘an iz-ziqâti
min riwâyâtihim*
No preferimos a ninguno de los auliyâ por encima de ninguno de los profetas, y decimos: “Un sólo profeta es mejor que todos los auliyâ”. Aceptamos los carismas de los auliyâ que nos han sido transmitidos por vía segura de acuerdo a autoridades dignas de crédito...
Los
auliyâ son los herederos
(wáraza) de la espiritualidad de los
profetas (los anbiyâ), y están subordinados a su magisterio. Pero sucede que la
experiencia que tienen es tan fuerte que pueden producirse confusiones en la
expresión de los sentimientos y muchas veces también resultan desconcertantes
para el entendimiento común. Los anbiyâ
siempre serán mejores que los auliyâ porque
han sido elegidos por Allah y depurados por Él, mientras que el walí
avanza en función de su esfuerzo personal, perfeccionándose pero haciéndose
acompañar de sus limitaciones. Por ello es necesario tener en el Profeta el
modelo y la medida, para evitar desviaciones a lo largo de un camino que es
siempre difícil. La enseñanza de un profeta comunica sensatez y cortesía en
esa peregrinación hacia el Señor de los Mundos.
El wali es seguidor de un
profeta y va saboreando en su individualidad lo que en el profeta tiene
dimensiones universales. Lo mismo que un profeta va acompañado de prodigios (mu‘ÿiçât)
que revelan su grado, un wali va
acompañado de carismas (karâmât),
el mayor de los cuales es la rectitud
absoluta (istiqâma), es decir, no dejarse confundir por las dificultades que
encuentra a lo largo de su saboreo espiritual. Los prodigios y rupturas con las
leyes naturales son posibles, pero sólo se debe aceptar el testimonio de testigos
veraces (los ziqât), al igual
que cada palabra del Mensajero ha sido certificado por sus Compañeros dignos de
fe.
wa nûminu bi-ashrâti
s-sâ‘ati min jurûÿi d-daÿÿâli wa nuçûli ‘isà bni máriama ‘aláihi
s-salâmu min as-samâ* wa nûminu bi-tulû‘i sh-shámsi min magribihâ
wa jurûÿi dâbbati l-árdi min maudi‘ihâ*
Y sabemos los
Signos de la Hora: la salida del impostor, el descenso de Jesús el hijo de María
-sobre él sea la paz-. Y sabemos que el sol saldrá por su poniente y que la
bestia saldrá de la tierra, en el lugar que le ha sido señalado...
El Mensajero (s.a.s.) habló de hechos extrordinarios que anunciarán la
proximidad de la Hora (Sâ‘a), es decir, el fin del mundo. Son signos (ashrât)
fabulosos que preludian el nacimiento de la vida en al-Âjira. Son muchos esos signos, y el autor señala aquí algunos
de los más sobresalientes: la aparición del impostor
(el daÿÿâl), un hombre con poderes
sobrenaturales que se hará pasar por profeta o por dios; el descenso de Jesús
(‘Isà), su vuelta con la que derrotará al impostor y reinstaurará
el Islam; la salida del sol (shams)
por su poniente, anunciando la inversión de la creación; y la salida de la bestia
(dâbba), un animal fabuloso que
emergerá de la tierra y hablará a los hombres de Allah, y todos creerán sus
palabras pero entonces de nada servirá ese acto de fe... Estos y otros muchos
relatos sobre los signos de la Hora (ashrât
as-sâ‘a) están en el Corán y en la Sunna.
wa lâ nusáddiqu
kâhinan wa lâ ‘arrâfan wa lâ man yadda‘î sháian yujâlifu l-kitâba wa
s-súnnata wa iÿmâ‘a l-umma*
No creemos en
magos ni en adivinos, ni aceptamos a nadie que pretenda comunicar algo contrario
al Libro, a la Sunna o al consenso de la Nación...
El mundo de la trascendencia es delicado, y con facilidad surgen
farsantes que intentan aprovecharse de la sensibilidad de los corazones. El mago
(kâhin) y el adivino (‘arrâf)
son algunos
de esos personajes que juegan con la credulidad de la gente. Por otra parte,
penetrar en el universo interior tiene su peligro, como el de exponerse a la
influencia de fuerzas oscuras (los ÿinn), que confunden a la gente que no se prepara adecuadamente.
Sabemos que el seguimiento estricto de las enseñanzas del Islam es el mejor
talismán contra esas insidias. El Mensajero (s.a.s.) dijo en cierta ocasión:
“Dejo entre vosotros algo a lo que si os
aferráis no os perderéis nunca: el Corán, mi Tradición y la de los Bien
Guiados que me sucedan”... Esa Tradición
(Sunna) del Profeta y la de sus
sucesores es la sensatez y el conocimiento, no aventurándose por experiencias
que puedan resultar dañinas a manos de buscavidas. Por ello, como medida
preventiva, el musulmán debe evitar a los magos y a los adivinos, y a todos los
que añadan algo a la Sunna o la contradigan: sólo el Mensajero es digno de crédito
en los temas referentes al universo de la espiritualidad, y nos ha comunicado lo
que debemos saber y nos ha exigido rectitud en nuestro caminar hacia Allah, y ésa
es la senda recta que debemos seguir, sin dejarnos desviar por pretensiones o
adivinaciones.
wa narà l-ÿamâ‘ata
háqqan wa sawâba* wa l-fúrqata çáigan wa ‘adzâba*
Y opinamos que
la comunidad es verdad y acierto, y la dispersión es desvío y dolor...
En el Islam existe un fuerte sentido de comunidad
(ÿamâ‘a). El Islam es para el
hombre social, no para el que no soporta la compañía de sus congéneres. La
espiritualidad en el aislamiento es un error, una simple autocomplacencia (es çáig,
desvío, y ‘adzâb, dolor
que uno se infringe a sí mismo). Es con los demás donde el ser humano se
conoce a sí mismo, y pule sus deficiencias en el contraste (es ahí donde cada
uno encuentra la verdad, haqq, y lo acertado,
sawâb). Asumir la incomodidad
del contacto con los demás es importante porque significa que se quiere avanzar
con rigor. Con nuestros hermanos nos enfrentamos a nosotros mismos y ésa es la
única manera de llegar a conocernos realmente. Nadie saborea la Unidad si no lo
hace en la Reunión de lo humano. Por ello el Profeta insistió en la constitución
de una Comunidad, en la que sus miembros fueran solidarios. Dijo: “El
musulmán es hermano del musulmán”, y también dijo: “Los
musulmanes son como un edificio sólido en el que cada parte soporta a la otra”.
La tendencia a reunirse es la inclinación natural del musulmán, mientras que
la dispersión (furqa) es
destructiva. El Mensajero combatió la sedición, la insidia, la discordia y las
tendencias individualitas insolidarias, hasta en los más mínimos detalles.
Esto no quiere decir que cada individuo no deba tener momentos de soledad
y retiro. Al contrario, son muy provechosos. El Islam surgió precismaente del
retiro del Profeta a una cueva. En el aislamiento el hombre descubre facetas
suyas que el ajetreo de la vida en comunidad no le permite ver, pero debe
combinar esa necesidad con la primacía que tiene el carácter social del
hombre.
wa dînu llâhi
fî l-árdi wa s-samâi wâhid* wa huwa dînu l-islâm* qâla llâhu
ta‘âlà* ínna d-dîna ‘índa llâhi l-islâm* wa qâla ta‘âlà* wa radîtu
lákumu l-islâma dîna* wa huwa báina l-gulû wa t-taqsîr* wa báina
t-tashbîhi wa t-ta‘tîl* wa báina l-ÿabri wa l-qádar* wa báina l-ámni
wa l-iyâs*
La senda de
Allah en la tierra y en los cielos es una, y es la senda del Islam. Allah ha
dicho: “La senda de Allah es el Islam”, y ha dicho: “Me complace para
vosotros como senda el Islam”. Y está entre la exageración y la escasez,
entre la antropomorfización y la anulación, entre la imposición y el destino,
entre la seguridad y la desesperación...
La palabra Islâm significa rendición,
claudicación ante Allah, abandono
incondicionado a Él, y se llama múslim,
musulmán, a quien cultiva esa actitud
en su relación con la Verdad Creadora. El término Islâm deriva de Salâm, paz,
pues es reconciliación con el misterio inabarcable que nos hace ser. Ésa es la
única senda (dîn) por la que
se transita hacia Allah. Lo demás es intentar amoldar la Verdad al gusto de
cada uno. En definitiva, el Islam es el resultado de la perplejidad del hombre
ante la desmesura que presiente en sus adentros y que le habla de la Verdad que
lo sostiene. Cuando se da cuenta de que es incapaz de controlarla más que
distorsionándola claudica ante Ella y a partir de entonces esa persona recibe
el nombre de múslim. Es el camino de
todos los profetas, que culmina en Muhammad (s.a.s.).
El Islam es una senda intermedia
(dîn wásat): los extremismos
no nacen de la espontaneidad o el rigor y la seriedad sino de las obsesiones de
los hombres. Por ello el autor dice que el Islam está entre la exageración
(gulû) -el ascetismo, las privaciones- y la escasez (taqsîr)
-la desidia, el desentendimiento, el agnosticismo-; entre la antropomorfización
(tashbîh) -la idolatría- y la
anulación (ta‘tîl) -el
intelectualismo abstracto-; entre la imposición
(ÿabr) -el fatalismo- y la negación
del Destino (Qádar) -el libre albedrío-; entre la seguridad (amn) -la
confianza en la salvación- y la desesperación
(iyâs) -el pesimismo-...
fa-hâdzâ dînunâ
wa ‘tiqâdunâ zâhiran wa bâtina* wa náhnu burâun ilâ
llâhi ta‘âlà min kúlli man jâlafa l-ladzî dzakarnâhu wa bayyannâh* wa
nás-alu llâha ta‘âlà an yuzabbitanâ ‘alá l-îmân* wa yájtima lanâ
bih* wa ya‘simanâ min al-ahwâi l-mujtálifa* wa l-arâi l-mutafárriqa*
wa l-madzâhibi r-riddía* mízla l-mushábbihati wa l-mú‘taçilati wa l-ÿáhmiati
wa l-ÿábriati wa l-qadaríati wa gáirihim* min al-ladzîna jâlafû s-súnnata
wa l-ÿamâ‘a* wa hâlafû d-dalâla* wa náhnu mínhum
burâ* wa hum ‘indanâ dalâlun wa ardiyâ* wa billâhi l-‘ísmatu
wa t-tawfîq*
Ésta es nuestra
senda y la base de nuestra resolución tanto externa como interna. Decimos ante
Allah que nada tenemos que ver con quien sostenga otros puntos de vista
distintos a los que hemos mencionado y detallado. Pedimos a Allah que nos
afiance en el Îmân y selle con él nuestras vidas, y nos guarde contra las
distintas arbitrariedades, las opiniones dispersantes y las doctrinas
excluyentes, como las de los mushábbiha, los mu‘táçila, los ÿahmía, los
ÿabría, los qadaría, y demás, todos los cuales han contravenido la Sunna y
la Comunidad aliándose al error. Somos ajenos a ellos, y para nosotros no son más
que yerro y perdición. ¡De Allah son la protección y la asistencia!
El autor acaba su ‘Aqîda
con una declaración de ruptura (barâa)
para que quede clara su postura y no ser confundido. Se manifiesta como seguidor
de la Sunna, es decir, se atiene al Profeta en la intepretación del
Islam, y declara su adhesión a la Comunidad
(la ÿamâ‘a), como acto de
confianza en los musulmanes, depositarios del legado. Con esto se opone a los
personalismos que no desean más que hacerse notar. Denuncia así la falta de
seriedad en los grupos que intepretan los
fundamentos de la senda (los usûl
ad-dîn) a su antojo, de acuerdo a sus ahwâ,
caprichos sin consistencia, y sus arâ,
opiniones arbitrarias, creando corrientes
(madzâhib) en las que se aislan y
excluyen de la mayoría de los musulmanes.
El autor reivindica el Îmân, la sensibilidad que aúna la inquietud propia del hombre y el rigor y la sensatez, y pide a Allah que lo afiance sobre esa sensibilidad en lugar de abandonarlo a los vientos de las frivolidades. Todo lo demás es error, es equivocarse de actitud ante Allah, y es perdición, es decir, incapacidad para llegar a la meta.