AL-‘AQÎDA AT-TAHÂWÍA (8)
Las
Revelaciones han tenido como objetivo advertir al hombre: son Misericordia
(Rahma) de Allah. Gracias a
los contenidos de esas Revelaciones podemos romper con nuestra pereza mental,
con los horizontes escasos en los que nos movemos, y advertir que la existencia
es un reto mucho mayor, que la verdad está más allá de lo que podemos
controlar, que la vida sigue un ritmo que no podemos abarcar, que necesitamos de
Allah en cada instante, pues es Él el que da hechura a nuestra realidad y
nuestra realidad no es condición para Él,... Con el tema de la Resurrección
Allah nos desborda, y nos anuncia desmesuras que sólo el corazón aprecia en su
magnitud. La Resurrección es una promesa
(wa‘d) que encierra una grave
amenaza (wa‘îd): en ella hay una advertencia cuyo objetivo es estimular al
hombre, obligarle a ponerse en marcha, a crecer espiritualmente, pues tendrá
que vérselas con su Señor Verdadero cuando suene la Hora de la Verdad.
Una vez asentado en el entendimiento que nuestro destino tras la muerte
está definitivamente en manos de Allah, completamente a su merced -al igual que
nuestra existencia actual, pero sin velos que nos cieguen; y por tanto esa
experiencia del Poder, Voluntad y Ciencia de Allah será mayor- sólo nos queda
que Él nos dé mayores detalles. Y la Revelación nos enseña que los seres
humanos se
congregaran -con todo lo que compone su ser- ante el Trono de Allah, ante su
Majestad evidenciada entonces en ese mundo indefinible. Esa congregación
(el hashr) precederá a la exposición
(el ‘ard):
los hombres se presentarán ese tórrido Día ante su señor y todo dará
testimonio a favor de ellos o en su contra. Se le exigirán cuentas (hisâb) y
se le leerán las páginas del Libro (Kitâb)
de sus vidas, en las que lo habrán anotado todo los Nobles Escribas, y todo será
medido en una balanza (mîçân) fabulosa y exacta, de luz. Y Allah determinará el destino
de cada criatura en su Misericordia (Rahma)
o en su Ira (Gádab). Se trata de la recompensa
(zawâb) o el castigo (‘iqâb),
materializados para el cuerpo bajo la forma de Jardín (ÿanna) o Fuego
(nâr). El ser humano atravesará entonces un camino (sirât),
un puente tendido sobre el Fuego de Allah, en el que caerán todos los
condenados a él y sólo lo superarán aquellos a los que Allah ha elegido para
su Jardín. Todo esto exige una exposición mucho más detallada, pero no es éste
su lugar.
wa l-ÿánnatu
wa n-nâru majlûqatân* lâ tafniâni ábadan wa lâ tabîdân* fa-ínna llâha
ta‘âlà jálaqa l-ÿánnata wa n-nâra qábla l-jalq* wa jálaqa lahumâ
áhla* fa-man shâa mínhim ilà l-ÿánnati fádlan mính* wa man shâa míhum
ilà n-nâri ‘ádlan minh* wa kúllun yá‘malu limâ qad fúriga lah* wa sâirun
ilà mâ júliqa lah* wa l-jáiru wa sh-shárru muqaddarâni ‘alà l-‘ibâd*
Y sabemos del
Jardín y el Fuego que ya han sido creados. No se extinguen nunca ni
desaparecen. Allah creó el Jardín y el Fuego antes de la creación. Y creó
para ellos a sus habitantes. Quien Él quiere de entre sus criaturas es
destinado al Jardín como expresión de su Favor. Y quien Él quiere de ellas va
al Fuego como expresión de su Justicia. Cada cual actúa en función de lo que
Él ha decidido, y se encamina hacia aquello para lo que ha sido creado. El bien
y el mal han sido predeterminados a los hombres...
El Jardín (ÿanna) y el Fuego (nâr)
son criaturas (majlûqât):
tienen realidad, y no son simples metáforas. Todo lo que hemos explicado en los
párrafos anteriores sobre la Resurrección será verdadero, vivido por la
totalidad de lo que es cada ser humano. Cómo habrá de ser eso, qué realidad
tendrá, bajo qué modo se realizará, es algo sobre lo que no podemos
pronunciarnos y para lo que seguramente no hay palabras: sólo nos cabe
transmitir lo que enseñó el Mensajero. Cada inteligencia, de acuerdo a su
sensibilidad, entenderá cosas que no agotarán el tema hasta que Allah
manifeste la verdad de sus palabras. Pero intentar hacerlas digeribles a nuestra
mente es traicionar y limitar el alcance y efectos sobre el ánimo de esas
poderosas imágenes. Es aconsejable alimentar con ellas los órganos a los que
van dirigidos, y que son el corazón primero y el ser en su integralidad después.
Estos temas nos invitan a cuestionarnos la validez de nuestros criterios:
nuestro mundo no ha sido creado por los juicios con los que aseguramos la
posibilidad de las cosas. Lo que nos ha creado trasciende esos mecanismos con
los que nos situamos en el mundo.
El destino de cada hombre será fijado por Allah de acuerdo a una decisión
suya anterior. Es decir, todo se mueve en la eternidad, fuera del tiempo y del
espacio, más allá de las experiencias concreatas de cada cual, que no habrán
sido más que traducción de esa verdad precedente y posterior al instante efímero.
El bien del que disfrutamos y del que disfrutaremos será expresión de la bondad
y misericordia de Allah (la Rahma)
y no de nuestros méritos, que han dependido de su Voluntad. Nuestros
sufrimientos serán expresión de su Justicia: Él no descarga su Ira contra una
criatura que no lo merezca por razones que sólo Él sabe...
wa l-istitâ‘atu
l-latî yáÿibu bihâ l-fi‘l* min náhwi t-taufîqi l-ladzî lâ yaÿûçu
an yûsafa l-majlûqu bih* takûnu ma‘a l-fi‘l* wa ammâ l-istitâ‘atu
min ÿíhati s-síhhati wa l-wus‘i wa t-tamákkuni wa salâmati
l-âlât* fa-hia qábla l-fi‘l* wa bihâ yata‘állaqu l-jitâb* wa
huwa kamâ qâla ta‘âlà* lâ yukállifu llâhu náfsan illâ wús‘ahâ*
La capacidad que
exige la acción -como la asistencia que no puede calificar al hombre-
sobreviene con el acto. Pero la capacidad desde el punto de vista de la validez,
la posibilidad, la firmeza y la salud de los instrumentos, existe antes que el
acto. A ella se dirige el Discurso, y es como Allah ha dicho (en el Corán):
“Allah sólo impone al hombre aquello de lo que es capaz”...
La cuestión de la capacidad (istitâ‘a)
está relacionada con la del Destino (Qádar). En el párrafo, el autor de la ‘Aqîda habla de dos tipos: una capacidad que es poder de ejecución
y que se manifiesta en el ser humano cuando se propone la realización de un acto
(fi‘l), y es creada por Allah en ese instante, pues nada tiene un
poder independiente; y una segunda capacidad se refiere a las posibilidades
anteriores a la acción, como que existan las condiciones, los instrumentos
necesarios, etc. que permitan la ejecución, y esta capacidad existe
independientemente de la decisión que vaya a tomar el ser humano según le
inspire Allah. A esta segunda capacidad, la circunstancial, es a la que se
dirige el Corán (el Discurso, Jitâb).
Por ejemplo, el Corán ordena realizar la peregrinación a todo el que
esté en condiciones para llevar a cabo ese viaje (porque tenga recursos
suficientes, salud y el camino sea seguro). Cuando estas circunstancias se dan,
el hombre está obligado a emprender la peregrinación, pero sólo lo hace el
que es asistido por Allah (asistencia
a la que se llama Tawfîq, que es la
creación en él del poder capaz de arrastrarle hacia Meca). Es decir, el Corán
atiende a la lógica de la realidad del hombre, y no le exige imposibles, aunque
siempre todo es devuelto y relativizado en el Poder Absoluto de la Verdad Única
y su elección. La asistencia de Allah, su ayuda, su presencia, siempre son
necesarias y son lo decisivo.
wa af‘âlu
l-‘ibâdi hia jálqu llâh* wa kásbun min al-‘ibâd*
Los actos de los
seres humanos son creación de Allah, y adquisición de los seres humanos...
Los actos (af‘âl) voluntarios resultantes de los seres humanos (los ‘ibâd)
van acompañados de sus conciencias: en ellos el hombre ha participado, ha
elegido y ha ejecutado lo que Allah ya ha decidido en una coincidencia donde
reside el secreto del Destino. Esta explicación es la que se considera
correcta. Allah crea en el ser humano la capacidad (istitâ‘a) para realizar determinado acto (así como las
condiciones previas en que puede realizarse), y también crea ese acto
(fi‘l), pues solo Él es manifestador de realidades (Jâliq,
Único Creador). Pero esto no exime al hombre, y su sentido de la
responsabilidad frente a lo que emana de él es testimonio de su coincidencia
con el Querer de Allah en la intimidad de su raíz. Ése acto, aunque ha sido
decidido por Allah, es adquisición (kasb)
del hombre, lo ha hecho suyo, y la conciencia del hombre se inserta en el seno
de ese desbordamiento de vida y acción. Los actos voluntarios del hombre no son
actos reflejos, como opinan los fatalistas
(los ÿabríes), considerando la creación algo banal; ni son obra suya,
como creen lo que defienden el libre
albedrío (los qadaríes),
haciendo del hombre algo al margen de la Unidad que engloba la existencia
entera. Esa coincidencia entre el Querer de Allah y la voluntad precaria de la
criatura es el gran secreto que hay entre ambos. Ese secreto es lo que hace del
hombre una criatura soberana en medio de su subordinación a Allah, y es porque
expresa como suyo el Querer de su Señor, hace suyo el Destino que Allah le ha
marcado: los actos y los frutos que de ellos derivan son de cada hombre.
wa lam yukállifhumu
llâhu ta‘àlâ illâ mâ yutîqûn* wa lâ yutîqûna illâ mâ
kállafahum* wa huwa tafsîru lâ háula wa lâ qúwwata illâ billâh*
naqûlu lâ hîlata li-áhad* wa lâ taháwwula li-áhad*
wa lâ hárakata li-áhad* ‘an má‘siati llâh* illâ bi-ma‘ûnati
llâh* wa lâ qúwwata li-áhad* ‘alà iqâmati tâ‘ati llâh*
wa z-zabâti ‘aláiha* illâ bi-tawfîqi llâh* wa kúllu sháiin yaÿrî bi-mashíati
llâhi ta‘âlà wa ‘ílmihi wa qadâihi wa qádarih* gálibat mashíatuhu
l-mashî-âti kullihâ* wa ‘ákasat irâdatuhu l-irâdâti kullihâ* wa gáliba
qadâuhu l-híala kullihâ* yáf‘alu mâ yashâ* wa hua gáiru zâlimin
ábada* lâ yús-alu ‘ammâ yáf‘alu wa hum yus-alûn*
Allah hace
responsable a cada hombre sólo de aquello que le resulta posible, y al hombre sólo
le resulta posible aquello de lo que Allah le hace responsable. Esto explica las
palabras: “No hay fuerza ni poder salvo en Allah”. Decimos: no hay argucia,
ni trastocamiento, ni movimiento que impidan a alguien rebelarse contra Allah más
que con la ayuda de Allah; ni hay fuerza en nadie para erigir la obediencia a
Allah y ser firme en ella más que con la asistencia de Allah. Todo acontence
según el Querer de Allah, su Ciencia, su Decisión y su Medida. Su Querer vence
a todas las voluntades, y su Deseo quiebra todos los deseos. Su Decisión se
impone a todas las argucias. Hace lo que quiere. Y Él nunca es injusto con
nadie. No se le pregunta por lo que hace: son los hombres los que son
interrogados...
La Revelación ha demostrado que Allah no desea violentar a sus
criaturas: no les impone más de lo que pueden llevar a cabo. Cada obligación
establecida en la Sharî‘a, la Ley, es factible. Con esto se declara a cada criatura responsable de
sus actos: entra dentro del campo de su gestión y decisión. El Taklîf
es la orden que nos viene de Allah, dirigida a nuestro entendimiento, exigiéndonos
cosas en las que Él ha cifrado nuestro destino. Nos revela con ello una senda
por la que transitar hacia Él y su Misericordia
(Rahma). Con el Taklîf,
que nunca va más allá de nuestras fuerzas, Allah nos interpela para dar
realidad ante Él a nuestra condición de seres soberanos.
Pero, como hace siempre, el autor de esta ‘Aqîda
nos devuelve al seno del Poder de Allah, su Ciencia y su Voluntad: todo existe
en ese marco fundamentador de cada acontecimiento. Todo es según la Decisión
(Qadâ) y el Destino
(Qádar), anteriores a cuanto se
agita sobre la superficie del ser. La frase lâ
háula wa lâ qúwwata illâ billâh, No
hay fuerza ni poder más que en Allah, es la fórmula sapiencial que lo
resume todo. En su significado encontramos resumido todo lo que el Islam enseña
acerca de la Voluntad rectora de cada realidad, si bien el hombre es invitado a
pronunciarla como acto con el que se libera de sus fantasmas, siendo su
pronunciación un acto de inmersión, desde la conciencia y la libertad, en el
Océano de la Unidad.
En el tema del Destino siempre se funden misteriosamente dos opuestos: el
de la Libertad de Allah y la del hombre. Sólo en la Reunificación (en el Tawhîd)
está la clave. Pero el Tawhîd
no es dado al discurso, sino a la expereincia y el saboreo. El Tawhîd
es la vida. Se llega a ese conocimiento con la inmersión en su significado, no
con el bisturí del analista.
wa fî du‘âi
l-ahyâi wa sadaqâtihim lil-amwât* wa llâhu ta‘âlà yastaÿîbu
d-da‘awât* wa yaqdî l-hâÿât*
Y sabemos de la
efectividad de la invocación y los obsequios de los vivos en favor de los
difuntos. Allah responde a las invocaciones y satisface las necesidades...
El Mensajero (s.a.s.) nos enseñó que la actividad de una persona acaba
con su muerte y que a la tumba sólo la acompaña el valor de sus actos, cuyos
frutos espirituales condicionan su estancia en esa existencia intermedia a la
que llamamos Bárçaj, que a su vez
prefigura su existencia definitiva en la eternidad de al-Âjira tras la Resurrección
(Qiyâma). Ahora bien, sus actos en
vida han dejado atrás el amor que inspiró a los suyos. Ese amor sigue actuando
y también nos enseñó el Profeta (s.a.s.) que es de utilidad para el difunto
musulmán si ese recuerdo se traduce en invocación
(du‘â) en su favor y obsequios
(sadaqât) como signo de la continuidad de su generosidad que
sus deudores hacen en favor de los más necesitados de los musulmanes. Sabemos,
pues, que el difunto aprovecha que los suyos y sus amigos pidan a Allah por él,
que se satisfagan las deudas que haya dejado atrás, que se solucione lo que dejó
pendiente, que se hagan manifestaciones de generosidad en su nombre, etc. En
especial le es de utilidad la recitación del Corán por él, pues el Profeta
dijo que el Corán es un buen compañero en la tumba.
Allah nos ha prometido en el Corán responder a nuestra invocación (du‘â o dá‘wa).
Ya hemos hablado antes de la importancia de esta práctica dentro del Islam. El
musulmán se presenta ante su Señor con sus necesidades
(hâÿât), y al hacerlo
se manifiesta consciente de que sólo en Allah hay poder y fuerza capaces de
satisfacer lo que le inquieta. La invocación, en sí, es un regalo de Allah,
pues ha conducido ante sí a su siervo
(‘abd), lo ha puesto ante sus
puertas, lo ha invitado a intimar con Él, y eso quiere decir que a punto está
de hacerlo entrar en su Misericordia. Levantar las palmas de las manos hacia
Allah es el gesto de quien reconoce ante su Señor lo que es él y lo que es
Allah, y ese conocimiento es paz. El Mensajero dijo: “Cuando alguien invoca a Allah pidiéndole cosas en las que no haya nada
censurable ni ruptura con sus parientes, Allah le responde con una de tres
cosas: precipitando que suceda lo que desea su siervo, o guardando para él algo
mejor que lo que ha pedido, o apartando de él un mal en la medida del bien que
pide”... El du‘â es lo único
capaz de alterar el Destino, tal como expresó Muhammad (s.a.s.), pues es
manifestación del la sabiduría y la resolución que hay en cada persona.
wa yámliku kúlla
shái* wa lâ yámlikuhu shai* wa lâ ginà ‘an illâhi ta‘âlà tárfata
‘áin* wa man istagnà ‘an illâhi tárfata ‘áin* faqad káfara wa
sâra min áhli l-háin*
Él posee todas
las cosas y nada lo posee. No se puede prescindir de Allah ni lo que dura un
parpadeo. Quien prescinde de Él lo que dura un parpadeo, es desagradecido y
pasa a formar parte de las gentes de la destrucción...
El significado de este párrafo es claro. Todo es de Allah y Allah no es
de nada. Todo vive de Él, y depende de su Señor en cada instante. Si el hombre
busca apartarse de su Señor se condena a sí mismo a la privación, lo que hace
es alejarse de su centro y se dispersa en medio de las frustraciones, encontrándose
a solas en medio de los fantasmas que inventa su conciencia.
wa llâhu yágdabu
wa yardà* lâ ka-áhadin min al-warà*
Allah se
encoleriza y se complace, no como ningún ser humano...
En su Ira (Gádab) y en su Satisfacción
(Ridâ), Allah no tiene límites.
El Corán emplea esos términos que resultan inoportunos para quienes sólo son
capaces de representarse un dios aséptico. Pero Allah está íntimamente ligado
a la realidad, que se muestra airada o complaciente con cada ser, y sabemos que
todo tiene su origen en el Uno-Único, y por ello lo describimos, de acuerdo a
la Revelación, con esos términos. Además, sirven para advertirnos de las
dimensiones que tendrán esos polos de la actuación de Allah tras la muerte.
wa nuhíbbu
as-hâba rasûli llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama
wa lâ núfritu fî mahábbati áhadin mínhum* wa lâ
natabarra min áhadin mínhum* wa núbgidu man yubgíduhum*
wa bi-gáiri l-jáiri yádzkuruhum* wa lâ nádzkurum illâ bi-jáir* wa húbbuhum
dînun wa îmânun wa ihsân* wa búgduhum kúfrun wa nifâqun wa tugyân*
Y amamos a los
Compañeros del Mensajero de Allah, a quien Allah bendiga y salude, y ni nos
excedemos en el amor a ninguno de ellos ni lo rechazamos. Detestamos a quienes
los detesten o los mencionen de mala manera. Sólo los mencionamos del mejor de
los modos. Amarlos forma parte de nuestra senda, de nuestra sensibilidad y
excelencia. Y detestarlos es ingratitud, hipocresía e injusticia...
Se llama con el nombre de Compañeros
de Muhammad (los Sahâba,
o As-hâb) a los
primeros musulmanes, que lo conocieron en vida y lo aceptaron como Profeta. Son
los adelantados de esta nación. Unos eran de Meca y la abandonaron con el
Mensajero cuando éste les ordenó hacerlo (son los muhâÿirîn, los emigrantes).
Otros eran de Medina, que acogieron a los anteriores (son los ansâr,
los auxiliares, los que ayudaron a los muhâÿirîn). Formaron un grupo hermanado por el Profeta que hizo
de ellos la base del Islam. Los muhâÿirîn
y los ansâr fueron los Compañeros
(los Sahâba), la primera generación musulmana. La
presencia inmediata de Muhammad (s.a.s.) ejerció sobre ellos una poderosa
transformación. El Mensajero los modeló directamente, por lo que se les
considera los más fieles a su legado. Fueron testigos, maestros y transmisores
de sus enseñanzas. Amarlos es ver en ellos esos valores constitutivos de lo que
somos como musulmanes. Exagerar ese amor, como hacen los shiitas en el caso de
‘Ali, es salirse del contexto anterior. Detestarlos -como dijo el Profeta- es
signo de ingratitud hacia Allah y hacia ellos, es signo de hipocresía y es
injusticia que se les hace, una injusticia que tiene su origen en la
arbitrariedad: ellos son nuestros maestros que nos enseñan lo que enseñó
Muhammad (s.a.s.). Sin tenerlos en cuenta, nuestro Islam es mera pretensión, y
nunca un acto de rigor y aprendizaje. El profeta dijo de ellos: “Mis
Compañeros son como las estrellas: a cualquiera de ellos que sigáis iréis
bien guiados”.
El Corán dice de los Sahâba: “Los
adelantados, los primeros, los muhâÿirîn y los ansâr, y quienes les
sucedan según la excelencia,... Allah está complacido en ellos y ellos están
complacidos en Él. Ha preparado para ellos jardines bajo los que fluyen
arroyos, y en los que estarán por siempre jamás. Esa es la gran victoria”.
wa núzbitu l-jilâfata
bá‘da rasûli llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama áwwalan li-abî
bákrin is-siddîqi rádia llâhu ‘anh* tafdîlan
lahu wa taqdîman ‘alà ÿamî‘i l-umma* zúmma li-‘úmara bni l-jattâbi
rádia llâhu ‘ánh* zúmma li-‘uzmâna rádia llâhu ‘anh*
zúmma li-‘alíyin ibni abî tâlibin rádia llâhu ‘anh* wa
humu l-julafâu r-râshidûn* wa l-aímmatu l-mahdiyûn*
Confirmamos el
califato, después del Mensajero, primero en Abû Bakr as-Siddîq,
siendo preferido y puesto por delante del resto de la Nación. Después, en
‘Omar ibn al-Jattâb. Después, en ‘Ozmân. Después, en ‘Ali Ibn
Abî Tâlib. Son los Califas Rectos, los Imâmes Bien Guiados...
Tras la muerte de Muhammad (s.a.s.) lo sucedieron a la cabeza de la
comunidad cuatro de sus Compañeros que gozan del consenso
mayoritario (iÿmâ‘) de los
musulmanes: Abû Bakr, ‘Omar, ‘Ozmân y ‘Ali. Estos cuatro califas -jalîfa
quiere decir sucesor- fueron los
grandes aímma (imâmes: modelos y
jefes) de la primera generación de musulmanes. Se les llama al-Julafâ ar-Râshidûn (los
Califas Rectos) y al-Aímma al-Mahdiyûn
(los Imâmes Bien Guiados) porque
continuaron con fidelidad la obra empezada por el Profeta (s.a.s.). Fueron
elegidos por los musulmanes y respondieron a las grandes exigencias que se les
hacían. Asentaron definitivamente las bases del Islam y difundieron las enseñanzas
de su Maestro. Tras ellos, ya no hubo consenso ni acuerdo mayoritario sobre ningún
otro. Reconocerlos es ver en la etapa en la que administraron la comunidad un
modelo de justicia y virtud, aplicación del Islam y espiritualidad, que debe
ser retomado.
La palabra jilâfa, califato, sirve para designar la soberanía individual y la
colectiva. El primer califa fue Adán, el ser humano. El califa de los
musulmanes es quien goza del compromiso de todos para construir en grupo el
ideal de esa soberanía no sólo a nivel personal sino también en lo
comunitario, que simboliza la plena realización del sentido de la unidad. El
Islam aspira a la independencia, al ejercicio de su coherencia que no está
restringida a una experiencia individual sino que lo abraza todo.
wa ánna l-‘ásharata
l-ladzîna sammâhum rasûlu llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama
wa báshsharahum bil-ÿanna* náshhadu láhum bil-ÿánna* ‘alà mâ sháhida
láhum rasûlu llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállam* wa qáuluhu l-haqq*
wa hum abû bákrin wa ‘úmaru wa ‘uzmânu wa ‘alíyun wa tálhatu
wa ç-çubáiru wa Sa‘dun wa Sa‘îdun wa ‘ábdu r-rahmâni bnu ‘áufin
wa abû ‘ubáidata bni l-ÿarrâhi wa huwa amînu hâdzihi l-umma* rádia
llâhu ‘ánhum aÿma‘în*
Y los diez que
fueron nombrados por el Mensajero -al que Allah bendiga y salude- y les anunció
el Jardín, damos
fe de que su destino es el Jardín, tal como lo anunció el Mensajero, pues su
palabra es la verdad. Y son Abû Bakr, ‘Omar, ‘Ozmân, ‘Ali, Talha,
aç-Çubáir, Sa‘d, Sa‘îd, ‘Abd ar-Rahmân ibn ‘Áuf y Abû
‘Ubáida ibn al-Yarrâh, el fiador de esta Nación -Allah se complazca
en todos ellos-...
Se trata de diez de los Compañeros de Muhammad (s.a.s.) a los que él
tuvo en especial consideración, habiéndo visto sus espíritus en el Jardín,
por lo que se puede dar fe de ellos con seguridad.
wa man áhsana
l-qáula fî as-hâbi rasûli llâhi sallà llâhu ‘aláihi
wa sállam* wa açwâÿihi t-tâhirâti min kúlli dánas* wa
dzurriyâtihi l-muqaddasîna min kúlli riÿs* faqad búria min an-nifâq*
Quien opine
favorablemente respecto a los Compañeros del Mensajero de Allah -al que Allah
bendiga y salude- y sus esposas, libres de toda vileza, y sus descendientes,
puros de toda contaminación, se previene contra la hipocresía...
Junto a los Compañeros del Profeta, merecen todo el respeto y la
consideración de los musulmanes las esposas
(açwâÿ) de Muhammad, así como su descendencia
(dzurría). Muhammad (s.a.s.) estuvo rodeado de personas
excepcionales, que transmitieron con fidelidad sus enseñanzas. Se ha dicho que
en las demás naciones, los sabios son los peores de sus miembros, los más
falseadores del legado, sucediendo lo contrario en el Islam, donde los sabios -a
cuya cabeza están los hombres y mujeres que acompañaron al Profeta- son los
mejores de la Nación. Son nuestros maestros y nuestros hermanos en el Islam,
que se esmeraron porque llegara a nosotros cada palabra y cada gesto del
Mensajero (s.a.s.), gentes que se abrieron a su Señor y recibieron su bendición
y la comunicaron. Esta opinión favorable a ellos previene contra la hipocresía
(nifâq), tal como dijo Muhammad: efectivamente, negarse a tener como
maestros a quienes conocieron personalmente al Profeta es querer hacer del Islam
algo a nuestro gusto, sin ninguna base rigurosa.
wa ‘ulamâu s-sálafi
min as-sâbiqîn* wa man bá‘duhum min at-tâbi‘în* áhlu l-jáiri wa l-ázar*
wa áhlu l-fíqhi wa n-názar* lâ yudzkarûna illâ bil-ÿamîl* wa man
dzákarahum bis-sûi fa-huwa ‘alà gáiri s-sabîl*
Los sabios de la
primera generación entre los adelantados, y quienes les siguieron, son gente de
bien y de transmisión de los vestigios, gente de conocimiento profundo y análisis
acertado. No deben ser mencionados más que con las más bellas palabras. Quien
los mencione de mala manera se desvía del camino...
La palabra ‘âlim significa sabio,
conocedor, y en plural es ‘ulamâ,
los ulemas, los expertos en el Islam. Siempre hay gente que dedica su vida al
estudio intenso del Islam, sin constituir con ello ninguna clase sacerdotal. El ‘ilm,
el conocimiento del Islam, está a disposición de todos, y es la opinión
pública la que sanciona el respeto en que debe ser tenido quien se dedica a
esos estudios. Los Sahâba
-porque acompañaron personalmente al Profeta y estuvieron en su presencia
transformadora- y sus continuadores
(los tâbi‘în) -porque la generación
de los Sahâba influyó
poderosamente en ellos-, constituyen el Sálaf
(es decir, el conjunto de los Sahâba
y los tâbi‘în, a los que la mayoría
de los autores añaden la tercera generación siguiente, los tâbi‘î at-tâbi‘în, los
continuadores de los continuadores). Son el grupo de personas que estuvieron
más cerca de la fuente del Islam, por lo que merecen, todos ellos, una especial
consideración. Los ‘ulamâ del Sálaf,
los sabios de esas primeras generaciones del Islam, por su cercanía temporal al
Profeta y la esponjosidad de sus corazones, tocados por la inmediatez de ese
hombre singular, son los mejores testigos del auténtico Islam, el más puro y
el menos influido por los avatares posteriores.
A lo largo de toda esta obra, el autor ha intentado reproducir las enseñanzas
del Sálaf en torno a los fundamentos
del Islam, pues redescubrir su sensibilidad espiritual es entroncar con el
mensaje verdadero que brotó de los labios de Muhammad (s.a.s.). Se trata ésta
de una ‘Aqîda Salafía, una
exposición de lo fundamental de la Senda
(el Dîn) de acuerdo a lo que nos ha
llegado del universo espiritual de las primeras
generaciones (el Sálaf). Los ‘ulamâ,
los miembros del Sálaf que dedicaron
su vida a recoger el legado del Profeta. Fueron gentes
(ahl) de bien (jáir) y de
transmisión de los vestigios (ázar,
las huellas, el legado) de su Maestro, fueron gentes de conocimiento
profundo (fiqh) estando
autorizados por su conocimiento directo de la fuente, y fueron gentes de análisis
(názar) acertado y correcto puesto que compartían la
mentalidad del Profeta por haber vivido en su tiempo y en su medio.