AQUIDA PRESENTACIÓN

AL-‘AQÎDA AT-TAHÂWÍA (7)

 

wa narà s-salâta jálfa kúlli bárrin wa fâÿirin min áhli l-qíbla* wa ‘alà man mâta mínhum*

Afirmamos la validez del Salât detrás del justo y el libertino que sean de las Gentes de la Qibla, así como la obligatoriedad de hacerlo por el que ha muerto de ellos...

Si hay algo destructor de una comunidad es la obsesión por la perfección. Esperar que todos sus miembros sean perfectos o respondan a un mismo modelo y tengan la misma motivación y fuerza es un elemento disgragador que no sirve al principio más que para crear inquisiciones y cerrazones y conduce finalmente a la ruptura y a la dispersión. El Islam lo prohibe cuando autoriza a todo musulmán a aceptar como musulmán de su mismo rango a todo el que responde a unos mínimos muy fáciles. Por ello, la simple pronunciación de la Shahâda obliga a la comunidad a aceptar como uno más al que realice ese acto, que sólo consiste en decir lâ ilâha illâ llâh muhámmadun rasûlullâh. A partir de ahí el iniciado tiene las mismas obligaciones y derechos que los demás, y no se le pregunta ni se indaga por su intención ni por sus pensamientos. Sólo puede ser juzgado por sus actos en el caso de que sean escandalosos o perjudiciales.

            Por ello, el Salât, que es el acto de reconocimiento de Allah más importante, de intensa intimidad y que se establece cinco veces al día en todas las mezquitas, puede realizarse bajo la dirección de cualquiera, ya sea una persona justa (barr) o ya sea un libertino (fâÿir), sin que esa mala dirección anule la validez del que la siga. Es decir, la validez del Salât de cada uno no depende del que actúe como Imâm, como modelo a seguir, sino de la intención del que lo realiza. De este modo se evita el que los criterios personales imposibiliten la realización del Salât en comunidad, que es un fin en sí mismo que está por encima de las discusiones en torno a la conveniencia de una persona u otra para dirigir ese acto capital. Esto no quiere decir que no se intente que el Imâm sea el mejor de los presentes, pero sin convertir esta cuestión en algo que imposibilite el establecimiento de la comunidad.

            Del mismo modo no se debe dejar a nadie sin que tras su muerte se ruegue a Allah por él, haya sido justo o libertino en su vida, mientras fuera musulmán y por tanto tenga ese derecho sobre sus hermanos.  Sólo pierde ese derecho el que haya renunciado al Islam con una declaración o actos tras los que no queden dudas sobre su condición de no-musulmán (kâfir).

 

wa lâ núnçilu áhadan mínhum ÿánnatan wa lâ nâra*

Y no declaramos que ninguno de ellos sea necesariamente de las gentes del Jardín o del Fuego,...

            Nadie, por tanto, tiene derecho a emitir juicios sobre los musulmanes, unos juicios que competen únicamente a Allah. Declarar que un musulmán será objeto de la Misericordia de Allah (su Rahma, que se traduce en Jardín, ÿanna) o de su Ira (dab, que se traducirá en Fuego, nâr) es querer sustituir a Allah, pero nadie comparte con Él ese poder, y con ello el que se atreviera a emitir esas sentencias se estaría asociando al Uno-Único que no admite socio alguno. Todo esto es de vital importancia en una comunidad que no acepta más autoridad que la de su Creador.

            Ahora bien, el Corán y el Mensajero (s.a.s.) ordenaron pensar bien de los musulmanes (husn az-zann). Confiar en que se han hecho merecedores de la exuberancia de Allah no es un error, máxime si es una opinión generalizada, pues los musulmanes se respaldan los unos a los otros, y a su vez son respaldados por Allah. No se debe censurar al que considera que otro musulmán es digno de su Señor. Pero esto no es institucionalizar ni imponer ningún tipo de santidad sino aprobar la buena voluntad en una sociedad de iguales que ansían acercarse a Allah y acceder a su bien.

 

wa lâ náshhadu ‘aláihim bi-kúfrin wa lâ bi-shírkin wa lâ bi-nifâq* mâ lam yázhar mínhum sháiun min dzâlik* wa nádzaru sarâirahum ilà llâhi ta‘âlà*

No certificamos contra ellos declarándolos no-musulmanes, idólatras o hipócritas -mientras no evidencien nada de ello-, y remitirmos sus conciencias a Allah...

            Se nos ha ordenado practicar el pensar bien de los musulmanes (el husn az-zann) y se nos ha prohibido el pensar mal de ellos (el sû az-zann). La perversidad o el libertinaje (el fuÿûr) no son juicios definitivos para excluir a nadie del Islam. No se puede acusar a la ligera a un musulmán de kâfir (rechazador de Allah), múshrik (idólatra) o munâfiq (hipócrita), a menos que esa persona lo declare o no deje lugar a duda alguna (mientras se pueda justificar su acto se preferirá disculparlo). Sólo las declaraciones formales y los actos escandalosos sirven de criterio, y no las intenciones o los pensamientos de esas personas, que forman parte de su mundo interior (la sarîra o conciencia) al que sólo tiene acceso Allah.

 

wa lâ narà s-sáifa ‘alà áhadin min úmmati muhámmadin sallà llâhu ‘aláihi wa sállama illâ man wáÿaba ‘aláihi s-sáif

Declaramos que no se debe alzar la espada sobre ningún miembro de la Nación de Muhammad, más que contra quien se haga merecedor de la espada...

            No se pueden lanzar acusaciones contra los musulmanes, y mucho menos hacerlos objeto de violencia alguna. Las acusaciones y la violencia son ataques contra alguien que, con el mero hecho de su Islam, ha entablado una relación de mutua lealtad con Allah (walâya). El que ataque a quien ha concluido ese pacto se expone a la Ira de Allah que protege al que ha intimado con Él. Por ello, esas acusaciones y violencias son peligrosas para el que las realiza, más allá de su carácter simplemente desintegrador de la comunidad.

            No se puede acusar a ningún musulmán de kufr (rechazo a Allah), shirk (idolatría) o nifâq (hipocresía) a menos que esa persona lo declare o lo demuestre fehacientemente. En realidad, más que una acusación se trataría entonces de una constatación. De igual modo, no puede haber violencia contra un musulmán a menos que él mismo la ejerza contra alguien, haciéndose entonces merecedor de la espada (sáif). Los errores, confusiones y olvidos, si bien no excluyen del Islam, sí deben ser corregidos.

 

wa lâ narà l-jurûÿa ‘alà aímmatinâ wa wulâta umûrinâ wa in ÿârû* wa lâ nad‘û ‘aláihim* wa lâ nánça‘u yádan min tâ‘atihim* wa narà tâ‘atahum min tâ‘ati llâhi ‘áçça wa ÿálla farîda* mâ lam yâmurû bi-má‘sia* wa nad‘û láhum bis-salâhi wa l-mu‘âfâ*

No aprobamos ninguna rebeldía contra nuestros imames y los encargados de la autoridad entre nosotros, incluso si se desvían de lo sensato. No los maldecimos ni rechazamos obedecerles. Opinamos que obedecerles forma parte obligatoria de la obediencia debida a Allah mientras no ordenen nada que constituya una rebeldía contra Allah. Y rogamos por ellos deseándoles rectitud y salud...

            El Corán dice: “¡Oh, vosotros, los que os habéis abierto a Allah! ¡Obedeced a Allah y obedeced a su Mensajero! ¡Y a los que tienen autoridad entre vosotros!”. Se llama imâmes (aimma, plural de imâm) a los que tienen autoridad moral sobre los musulmanes debido a su saber o a su rectitud, y se llama wulât al-amr, encargados de la autoridad, a los que dirigen y administran la comunidad. Muchas veces, ambos términos se utilizan como sinónimos. La obediencia (tâ‘a) debida a los aimma y a los wulât al-amr está condicionada por la obediencia de éstos a Allah y a su Mensajero. Esa obediencia está justificada por el bien común.

            Dentro de este marco se ha discutido en el Islam sobre las exigencias que se deben hacer a los imames de la comunidad, y por lo dicho hasta aquí se debe hacer prevalecer el interés de la comunidad que está en la unión y en la paz. Quienes descalifican con ligereza a los musulmanes lo hacen con mayor severidad con los imames motivando contínuos levantamientos y rebeldías (llamados aquí jurûÿ, salida, es decir, abandono de la obediencia debida a ellos y que dará nombre a un grupo extremista, los jawâriÿ, que consideran anulada la obediendia al más mínimo fallo del Imâm).

            El autor de esta ‘Aqîda prefiere la moderación en todo, e incluso si un Imâm se desvía (desvío es ÿûr, término ambiguo que puede significar usurpación del poder, tiranía, arbitrariedad en la aplicación de la justicia, o simplemente situarse en los lindes de lo equitativo), debe ser tolerado en aras de mantener la unidad y la paz en la comunidad, siempre mientras se mantenga en unos límites aceptables que no impliquen una ruptura con algún principio básico del Islam, lo cual sería una rebelión (ma‘sía) contra Allah: en este caso no cabría duda y la destitución e incluso la lucha contra el Imâm serían obligatorias. El autor apela simplemente a la prudencia e invita a no precipitarse en cuestiones que implican violencia. Mientras el Imâm cumpla con su cometido que es el de dar coherencia, paz y prosperidad a la comunidad, debe ser el objeto de las bendiciones de los musulmanes.

            En cualquier caso, crear mecanismos que impidan el ÿûr es muy recomendable y a lo largo de la historia del Islam se han ensayado numerosas fórmulas como la shurà, la asamblea de los musulmanes, intentando siempre lograr el consenso y equilibrar las orientaciones.

 

wa náttabi‘u s-súnnata wa l-ÿamâ‘a* wa náÿtanibu sh-shudzûdza wa l-jilâfa wa l-furqa*

Seguimos la Sunna y la Comunidad, y nos apartamos del personalismo, el ánimo de controversia y la separación...

            El autor apuesta aquí por la Sunna -la aplicación del Islam según el modelo de Muhammad (s.a.s.)-, base sólida para la constitución de una Comunidad (ÿamâ‘a). El Profeta es Imâm para todos los musulmanes, y su ejemplo (su Sunna) es un parámetro sobre el que hay consenso y goza de la aceptación unánime de los musulmanes, por lo que sirve para la constitución de una comunidad coherente. Por el contrario, los personalismos (llamados aquí shudzûdz, es decir, excentricidades, anomalías), el ánimo de polémica (jilâf) y el gusto por estar al margen de lo comunitario (furqa), no son cimientos sobre los que fundamentar un grupo humano. Por ello, la Sunna y el deseo de juntarse es lo que debe animar al sabio en su exposición del Islam, pues con ello consigue encontrar los elementos comunes que permiten la convivencia y el entendimiento.

 

wa nuhibbu áhla l-‘ádli wa l-amâna* wa nákrahu áhla l-ÿûri wa l-jiyâna*

Amamos a las gentes de la justicia y la honestidad, y detestamos a las gentes del desvío y la traición...

            Con esto, el autor somete el amor (hubb o mahabba) y la aversión (karâhía) a los juicios de Allah: Él prefiere la justicia (‘adl) y la honestidad (amâna) y odia la injusticia (ÿûr, el desvío de lo equitativo) y la traición (jiyâna). Amar lo que Allah ha declarado que ama y detestar lo que Él ha dicho que detesta es afianzarse en el rango de la absoluta sujeción a su Deseo (la ‘ubûdía). Así siente el que se sabe bajo el Señorío (rubûbía) de la Verdad que rige la existencia, y se mueve al son de sus ritmos.

 

wa naqûlu allahu ‘á‘lam* fîmâ shtábaha ‘alainâ ‘ílmuh*

Y decimos: “Allah sabe más”, ante lo que nos resulta confuso...

            La frase allâhu á‘lam, Allah sabe más, es la del que se remite a Allah cuando se le pregunta por algo sobre lo que no tiene conocimiento. Evita con ello asegurar algo sobre el Islam cuando en realidad lo desconoce y así no difunde como certeza lo que pudiera ser una simple opinión personal. En este punto los ‘ulamâ, los expertos en en Islam son tajantes: mezclar lo que nos ha llegado con suposiciones o interpretaciones es un delito contra la comunidad.

 

wa narà l-más-ha ‘alà l-juffáin* fî s-sáfari wa l-hádar* kamâ ÿâa fî l-ázar*

Opinamos que pueden realizarse las abluciones sobre los calcetines, tanto se esté de viaje como cuando no, de acuerdo a como es referido en algunos vestigios...

            Sorprende esta interpolación que tiene que ver más con la regulación de las practicas islámicas (el Fiqh) que con una exposición de sus fundamentos (‘Aqîda). En realidad se trata a un ejemplo que alude a la siguiente cuestión. El Fiqh es el estudio de las fuentes del Islam (el Corán y la Sunna) con el propósito de entresacar de ellas el modo que tenía el Profeta de hacer las cosas -tanto en lo relacionado a prácticas espirituales como relaciones familiares, sociales, etc.-. Para ello se emplearon distintos criterios y surgieron varias escuelas (madzâhib). A pesar de ello, los resultados son bastante homogéneos, ya se trate de corrientes dentro del sunnismo como del shiismo. Con la nota anterior el autor se desmarca de un criterio infundado que emplean los shiíes: para estos últimos sólo tienen valor normativizador las tradiciones transmitidas por las Gentes de la Casa del Profeta (los Ahl al-Báit), mientras que para el común de los musulmanes fueron testigos suficientes todos sus Compañeros (los Sahâba). Es decir, los Ahl al-Báit no son más dignos de crédito que el resto de testigos de las acciones del Profeta, y la cuestión de las abluciones sobre los calcetines es una de las pocas en las que nos han llegado informaciones (ázar, vestigios) casi exclusivamente por parte de los Sahâba, por lo que los sunníes no dudan en admitir su testimonio mientras que los shiíes ponen reparos. Los sunníes entienden que nada respalda sus prejuicios: todos los musulmanes son testigos válidos mientras se den en ellos las condiciones que los hagan creíbles. La tendencia shií a mitificar a las Gentes de la Casa no es compartida por la mayoría de los musulmanes que insisten en el igualitarismo que es esencial en el Islam si bien se reconoce la preeminencia de las Gentes de la Casa a causa de su lógica cercanía al Profeta.

 

wa l-háÿÿu wa l-ÿihâdu mâdiyâni ma‘a ûlî l-ámri min al-muslimîn* bárrihim wa fâÿirihim* ilà qiyâmi s-sâ‘a* lâ yúbtiluhumâ sháiun wa lâ yúnqiduhumâ*

La peregrinación y la lucha tienen validez junto a los detentores de autoridad entre los musulmanes, ya sean justos o perversos, hasta el fin del mundo. Nada los anula ni los invalida...

            El cumplimiento con las grandes obligaciones que impone el Islam está por encima de toda circunstancia. Y así, la peregrinación (haÿÿ), que consiste en establecer la gran asamblea de los musulmanes en Meca, y la lucha (ÿihâd) porque el Islam sea cada vez más fuerte, son dos prescripciones que obligan a todo el que esté capacitado para llevarlas a cabo, y no debe condicionarse su realización a la existencia de un dirigente perfecto. Los que detentan la autoridad entre los musulmanes (wulât al-amr o ûlû l-amr) deben ser aceptados como organizadores y guías en esas empresas fundamentales al margen de su calidad como musulmanes, que es otra cuestión que no afecta a la validez de la peregrinación o la lucha, más sujetas a la intención de cada cual que a su organización formal.

 

wa nûminu bil-kirâmi l-kâtibîn* fa-ínna llâha qad ÿá‘alahum ‘alainâ hâfizîn*

Y estamos abiertos a los Nobles Escribas, de los que Allah ha hecho nuestros protectores...

            Los Nobles Escribas (al-Kirâm al-Kâtibîn) son Malâika (seres de luz, plural de málak, ángel) que acompañan a cada ser humano registrando en un libro sus acciones, y protegiéndolo contra todo lo que Allah no haya decidido: son guardianes del hombre (hâfizîn). Según algunos hadices, están a nuestra derecha (anotando las buenas acciones, las hasanât) y a nuestra izquierda (escribiendo las malas, las sáyi-ât), y según otras fuentes hay dos más, uno abriendo camino delante de nosotros y el otro detrás, siguiendo nuestros pasos. Éstas son presencias positivas, de luz, que acompañan al hombre desde su nacimiento, pero también hay tinieblas, y con cada ser humano hay un ÿinn (un ser de fuego) que es su compañero coetáneo (qarîn). Se trata de las distintas tensiones y conflictos que habitan en cada ser humano y su fijación en el Libro de la Eternidad.

 

wa nûminu bi-málaki l-máut* al-muwákkali bi-qábdi arwâhi l-‘âlamîn*

Y estamos abiertos al Ángel de la Muerte, el encargado de arrancar el espíritu del mundo...

            El Málak al-Máut, el Ángel de la Muerte, es el encargado (muwákkal) en el mundo de las causas interiores, de separar la vida (el h, el espiritu que da vida) del cuerpo (llamado aquí ‘mundo’) y entregarla a los ángeles de la Misericordia o a los de la Ira. Ya hemos dicho que los ángeles (los Malâika) son seres de luz que gobiernan la existencia siendo agentes de la Voluntad de Allah. Hay tres dimensiones de lo real: el ÿabarût, el Universo Unitario de Allah, en el que sólo existe su verdad; el malakût, el Universo Interior e Intermedio, el de nuestras experiencias espirituales; y el mulk, el Universo Físico de nuestra existencia material. Y todo está estrechamente vinculado entre sí. Una muerte es causada por leyes naturales en nuestro mundo, que tienen un Ángel interior, sometido al Uno-Único en el Universo de la Verdad Absoluta. Se le da el nombre de Ángel de la Muerte a la causa espiritual de la muerte, subyacente siempre en la razón material, si bien es siempre Allah el auténtico Determinante de todo.

            El h, el espíritu, sinónimo de vida, es un tema de difícil definición. Se le ha identificado con la sangre, el calor, el aire que inspiramos, el equilibrio de los elementos que nos consituyen, la singularidad de cada persona, y hay autores que dicen que no se sabe nada a ciencia cierta acerca de lo que es el espíritu. El Corán dice del h que ‘es cosa de Allah’, manteniendo en la ambiguedad lo que nos hace ser como somos. Se llama h (en plural, arwâh) a lo vivificante en tanto que hecho prodigioso, sutil, creado primero en un universo inmaterial que luego, cuando Allah quiere, se filtra en nosotros y fluye por el cuerpo, y nos dota de movimiento, de sentidos, inteligencia, sentimientos, inclinaciones,... El h es la presencia de la orden de Allah haciéndonos vivir, sentir e identificarnos. A esa ‘esencia etérea’ que nos ilumina se le llama Nafs, ego, mientras permanece en el cuerpo: es Ammâra, Imperante, Tiránico, cuando se somete a las exigencias de la materialidad y nos aleja de Allah; es Lawwâma, Censurante, Represor, cuando entra en conflicto con la razón y las convicciones trascendentes con las que queremos volver a Allah; es Mutmaínna, Pacífico, cuando es doblegado por el corazón. La muerte sucede cuando Allah ‘retira’ su orden de vivir a la criatura, y entonces Allah ‘recupera’ el espíritu que había depositado en ella, desapegándolo del cuerpo aun cuando la separación nunca es total.

            Con esa extirpación de la vida entramos en el reino de la muerte, donde Allah sigue fundamentándonos. La muerte no nos devuelve a la nada, no nos libera de Allah. Esa acción de Allah en nuestra muerte será para nosotros aún más rigurosa que la actual, puesto que nada desviará nuestra atención: sentiremos su actuación con toda intensidad. Todo ello en espera del gran momento, cuando el espíritu sea devuelto al cuerpo y comience la Resurrección (Ba‘z, Qiyâma), que es nuestra totalidad ante Allah-Soberano, junto a la humanidad entera, tras el Fin del Mundo, completándose la existencia ante su Creador.

 

wa bi‘adzâbi l-qábri liman kâna láhu áhla* wa suâli múnkarin wa nakîrin fî qábrihi ‘an rábbihi wa dînihi wa nabíyih* ‘alà mâ ÿâat bihi l-ajbâra ‘an rasûli llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama wa ‘ani s-sahâbati ridwâhu llâhi ‘aláihim* wa l-qábru ráudatun min riyâdi l-ÿánna* au húfratun min húfari n-nîrân*

Y sabemos del tormento de la tumba para quien sea su merecedor, y del interrogatorio de Múnkar y Nakîr en la tumba, preguntando por el Señor, la Senda y el Profeta. Todo ello según ha sido expresado en las noticias que nos han llegado desde el Mensajero de Allah, Allah lo bendiga y salude, y de sus Compañeros, Allah los satisfaga. La tumba será como un jardín o como un hoyo de fuego...

            Tras la muerte (máut), el hombre comienza un viaje en una vida intermedia a la que se llama Bárçaj, y que es la existencia en la ‘tumba’, es decir, en la pasividad frente al advenimiento de realidades interiores que se van apoderando del ser humano. Esa experiencia, que tiene mayor intensidad que las sensaciones físicas, es una pesadilla para muchos. A esa pesadilla es a lo que se llama ‘adzâb al-qabr, el tormento de la tumba... La tumba se estrechará sobre quien Allah decida, mientras que para otros será espaciosa y refrescante, anunciado el paso futuro, tras la Resurrección, al Fuego o al Jardín Eternos.

            En esa interioridad a la que se llama tumba (qabr) aparecerán -a la cabeza y a los pies del difunto- dos personajes terribles, dos Malâika a los que el Profeta llamó Múnkar y Nakîr, de aspecto severo y apariencia terrorífica, y preguntarán a cada hombre quién es su Señor (Rabb), su Profeta (Nabí) y su Senda (Dîn). Los que carecen de Îmân titubearán y ello los perderá ante esos seres, que los sumergirán en un terrible tormento hasta el Día de la Resurrección, siendo para ellos la tumba a partir de entonces un Agujero de Fuego (hûfra min nâr). Para los mûminîn será una Ráuda, un aledaño del Jardín (ÿanna).

            Todo esto lo sabemos por las noticias (ajbâr) autentificadas que nos han llegado de las enseñanzas del Profeta Sincero (s.a.s.), y que nos han sido transmitidas por sus numerosos Compañeros (los Sahâba). Son cosas que la razón no puede deducir, sino posibles que el Infalible (s.a.s.) nos ha anunciado. Él también dijo que todo el que afina su sensibilidad pasa a percibir estas realidades, que escapan a los sentidos del común a causa de su apego al mundo material.

 

wa nûminu bil-bá‘zi wa ÿaçâi l-a‘mâli yáuma l-qiyâma* wa l-‘árdi wa l-hisâb* wa qirâati l-kitâb* wa z-zawâbi wa l-‘iqâb* wa s-sirâti wa l-mîçân*

Y sabemos de la Resurrección y la Retribución de los actos el Día del Restablecimiento, la Exposición, el Cálculo, la Lectura del Libro, la Recompensa y el Castigo, el Sendero y la Balanza...

            Tras la existencia en el Bárçaj, el Mundo de los Espíritus, se producirá la Resurrección (Ba‘z) para la Retribución definitiva (ÿaçâ) estableciéndose el juicio de Allah. Todo volverá a ponerse en pie ante su Creador (Qiyâma). Se habla de dos Qiyâmas, la Sugrà o Menor, en el seno de la tumba, en el Bárçaj, y la Kubrà o Mayor, en al-Âjira, la Eternidad de Allah. El tema de la Resurrección tiene muchas derivaciones. El que progresa espiritualmente la precipita a lo largo de su experiencia. Y es el destino de toda vida...

            La vida espiritual (el h), anterior a cada ser humano, se adhiere al cuerpo y no lo abandona: se desapega de él con la muerte física a causa del predominio actual de lo material y cuando la carne se agota el espíritu se retira al Bárçaj. La muerte anula definitivamente la intensidad de lo físico; y, en la Resurrección Mayor, el espíritu -con toda su fuerza- retorna al cuerpo exhausto, siendo hegemónico, no conociendo el cuerpo, a partir de entonces, ni corrupción ni desgaste, pues su tendencia natural habrá sido corregida por la muerte. Al ser el h la fuente de las percepciones y las sensaciones, en esta etapa última de la existencia humana todo será desproporcionado porque será el espíritu el que tome las iniciativas y el espíritu no es otra cosa que absoluta esponjosidad ante lo que nos viene de Allah, con una receptividad infinitamente mayor a la del Îmân, la capacidad acogedora del corazón. La Resurrección es, por tanto, con el cuerpo: el ser humano es eso, es todo aquello con lo que se identifica. No puede ser marginado en la Reunificación. El tema del Ba‘z, la Resurrección, es en el que puso mayor énfasis el Profeta (s.a.s.): es su gran anuncio (nába). Él fue el Anunciador (Nabí) del Fin del Mundo y el comienzo, para el hombre, de uno nuevo (al-Âjira). Con esta cuestión selló la historia espiritual de la humanidad.

            Allah era reconocido por los árabes antes del Islam. Todos los pueblos imaginan un dios. Pero el tema es irrelevante si no se vuelve a Él. Los profetas han venido para asegurarnos esto último. La Resurrección, expresada de un modo u otro, es el fondo de sus mensajes. Muhammad (s.a.s.) fue el que habló con mayor radicalidad sobre esta cuestión, y el Corán, desde sus principios, no deja de repetirlo e invita a los hombres a prepararse para ese gran momento, que será terrible. Los contemporáneos de Muhammad (s.a.s.) aceptaban con facilidad la idea de una Verdad Suprema, pero rechazaban la posibilidad de la resurrección de los muertos. El Corán abordó su postura con una lógica tajante. Allah dice: “(El ser humano) me quiere imponer un modelo y se olvida de su origen: ¿quién puede revivir los huesos cuando han sido pulverizados? Respóndeles: ‘Los revivirá el que los formó al principio’...”. La creación a partir de la nada es algo más difícil de aceptar por el entendimiento, pero ése es nuestro origen. Quien ha podido hacer nuestros huesos a partir de nada puede reconstruirlos cuando son polvo. Con esta sencilla reflexión, el Corán anula las reticencias de los negadores: la Resurrección no es imposible, y si Allah la afirma se convierte en obligada. El razonamiento humano contra esa posibilidad es un intento por imponer a Allah un modo de actuar según la rutina a la que estamos acostumbrados, pero Él escapa a la pobreza de nuestras reflexiones, que carecen de solidez y nada tienen que ver con lo prodigioso, que es nuestra raíz misma. Todo depende de lo que Allah quiera, no de lo que para nosotros sea admisible. El Corán afirma que Allah reconstruirá hasta las huellas dactilares de cada ser humano.


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