AQUIDA PRESENTACIÓN

AL-‘AQÎDA AT-TAHÂWÍA (6)

 

wa lâ nuÿâdilu fî l-qur-âni wa náshhadu ánnahu kalâmu rábbi l-‘âlamîn* náçala bihi r-rûhu l-amîn* fa-‘államahu sáyida l-mursalîn* Muhámmadan sállà llâhu ‘aláihi wa sállam* wa huwa kalâmu llâhi ta‘âlà* lâ yusâwîhi shái-un min kalâmi l-majlûqîn* wa lâ naqûlu bi-jáqihi wa lâ nujâlifu ÿamâ‘ata l-muslimîn*

No polemizamos en torno al Corán, y damos fe de que es la Palabra del Señor de los Mundos. El Espíritu Fiel descendió trayéndolo y lo enseñó al señor de los enviados, Muhammad, al que Allah bendiga y salude. Es el Discurso de Allah, y no lo iguala ningún discurso de las criaturas. No decimos que haya sido creado, ni contradecimos a la comunidad de los musulmanes...

Al igual que no se ofrece a debate temas como Allah y su Senda, lo mismo sucede con el Corán (al-Qur-ân), que es la Palabra o Discurso (Kalâm) del Señor de los Mundos (Rabb al-‘Âlamîn): es el gran regalo que sirve de escala. No ha sido dado a la discusión sino a la acción del ser humano, a una decisión íntima y vital. Allah ha dicho: “He revelado el Corán: quien quiera que se abra a él, y quien quiera que lo rechace”. Quien es esponjoso ante el Libro, éste le comunica la grandeza de su cosmovisión y lo despeja en la inmensidad de Allah; quien se aparta queda sumido en las tinieblas de su mediocridad y se condena a su propia escasez.

            El Corán es la Revelación que transmitió el Espíritu Fiel (ar-Rûh al-Amîn), es decir, Yibrîl, a Muhammad (s.a.s.): no es algo que a él se le ocurriera, siendo entonces discutible por estar al mismo nivel que todo lo humano, sino algo especial cuyos orígenes escapan al entendimiento. Es, pues, un instrumento para el retorno hacia Allah, para enfocarlo a Él. No es igual a ningún discurso humano, no tiene la misma fuente que las palabras que usamos, no está a ese nivel. Si todo lo humano es opinable, lo que viene de lo hondo no lo es porque responde a otros mecanismos, tiene sus orígenes en lo eterno, tiene otros criterios para los que no tenemos recursos intelectuales. Esta es la actitud y el consenso de la Comunidad de los Musulmanes (la ÿama‘a), la nación de los mûminîn, los dotados de sensibilidad espiritual.

 

wa lâ nukáffiru áhadan min áhli l-qíblati bi-dzánbin mâ lam yástahillah* wa lâ naqûlu lâ yadúrru ma‘a l-îmâni dzánbun li-man ‘ámilah*

No excluimos del Islam a nadie de la Gente de la Qibla por la comisión de una falta mientras no la declare lícita, ni decimos que con el Îmân es inofensivo un delito para quien lo cometa...

            El Takfîr consiste en acusar a un musulmán de haber dejado de serlo. Ya hemos aludido a la gravedad de esta cuestión. También hemos definido quién es musulmán: es el que declara auténtico al Profeta y se orienta en su dirección. Sólo una declaración contraria haría que fuera excluido del Islam. La acción incoherente con el Islam (el dzanb), es decir, toda transgresión de la ‘Ley del Islam (Sharî‘a)’, mientras no llegue a ser escandalosa, puede ser justificada por el error, la ignorancia, el olvido o la imposición. Sin embargo, si el autor de la falta considera que ésta es lícita (halâl) es como si rechazara el Islam y desmintiera al Mensajero, siendo considerado por ello como kâfir (no-musulmán). Esto es muy diferente a considerar no-musulmán al que cometa toda falta grave (como hacían los jawâriÿ).

            Pero tampoco es consecuente la postura opuesta a los jawâriÿ, la de los murÿíes, que consideran irrelevante cualquier dzanb siempre que la persona esté dotada de sensibilidad espiritual (Îmân). Con esto pretendían justificar la injusticia que podían cometer algunos musulmanes. El dzanb es perjudicial para el mûmin lo mismo que el cumplimiento con el Islam no le sirve de nada al kâfir, el no-musulmán. Esta es la postura intermedia que se considera justa.

 

wa narÿû lil-múhsinîna min al-mûminîna an yá‘fua ‘ánhum wa yúdjilahumu l-ÿánnata bi-ráhmatih* wa lâ nâ-manu ‘aláihim* wa lâ náshhadu láhum bil-ÿánna* na nastágfiru li-misîihim* wa najâfu ‘aláihim* wa lâ nuqánnituhum*

Esperamos para los mejores entre los mûminîn que (Allah) les disculpe y los introduzca en el Jardín en un acto de su misericordia. No tenemos ninguna seguridad al respecto, ni damos fe de que su destino vaya a ser el Jardín. Pedimos que sean perdonados los que de ellos hayan obrado algún mal. Tememos por ellos, pero no desesperamos...

            Los musulmanes no son un pueblo elegido (de lo que resultaría que ser miembro de él garantiza la salvación) ni Muhammad fue un redentor (de lo que resultaría que creer en él garantiza la salvación). Esto lo diferencia del judaísmo y del cristianismo. Al contrario, en el Islam se considera que esa seguridad (amn) es destructiva porque mata la inquietud que hace avanzar al ser humano. Como se verá a continuación, esa fe incluso aleja del Islam.

            La pertenencia al Islam es declarar una intención y seguir un camino hacia Allah que exige de empeño y esfuerzo. Pero ni tan siquiera esto nos garantiza nada, porque no podemos imponer nada a Allah. El Jardín con el que recompensa a los suyos es un acto de su generosidad. Con esto podemos redefinir el Islam como el deseo de exponerse a la bondad, a la misericordia y a la abundancia de Allah (la Rahma). El esfuerzo es importante porque hace consistente y seria esa intención, y Allah nos ha prometido en el Corán tener eso en cuenta. Pero todo estriba en la sinceridad, por lo que la profundidad de nuestros actos y la de nuestros semejantes sólo puede juzgarla el que conoce todos los secretos, y ése es únicamente Allah, Señor de los Mundos. Con esto se vuelve al principio, que todo depende de Allah y estamos a su merced.

            Esta es la tensión que permite avanzar al musulmán, no paralizándolo en ningún momento, haciéndole tener en cuenta su realidad y la de su Señor. No podemos decidir por Allah: no sabemos a ciencia cierta a quien ha aceptado y a quien ha rechazado, por lo que no podemos beatificar ni santificar a nadie. Todo en el Islam es un acto de confianza: cada musulmán tiene su propia conciencia, sus certezas, y espera que sean iluminadas por Allah. Porque la inseguridad de la que hemos hablado no es una puerta hacia la desesperación. Sabemos por Él que la intención noble acierta.

 

wa l-ámnu wa l-iyâsu yanqulâni ‘an míllati l-islâm* wa sabîlu l-haqqi bainahumâ li-áhli l-qíbla*

La seguridad y la desesperación sacan fuera de la corriente del Islam. El Camino de la Verdad está entre ambos extremos para la Gente de la Orientación...

            La seguridad (amn) y la desesperación (iyâs) nos sacarían fuera de la corriente espiritual del Islam (la milla), nos alejarían de lo que posibilita y que es el conocimiento de la verdadera magnitud de Allah y la acción en el seno de la vida en ebullición. La seguridad nos haría arrogantes (como ha sucedido con los judíos y los cristianos, que se consideran salvados) y la desesperación nos hundiría (como ha sucedido con los fatalistas y los agnósticos, que han caido en la desidia espiritual), y ambos son juicios sobre Allah a los que no tenemos derecho, siendo signos de ignorancia que impiden un avance continuado. El camino verdadero (sabîl al-haqq) está en medio, y es el de las Gentes de la Orientación (ahl al-qibla), es decir, los musulmanes.

            De ello se deduce que nada nos garantiza librarnos de la Ira pero tampoco debemos desesperar, sino poner un mayor empeño, no dejando nunca de exponernos al Favor de Allah (el Fadl), que reside en su Libertad, en su Elección, en su Realidad misma. El musulmán opone la inseguridad a la seguridad, desarrolla un miedo (jáuf) a Allah que lo aleje de lo que Allah no ama, y opone la esperanza (raÿâ) a la desesperación, de modo que encuentra en el cumplimiento de lo que Allah quiere una puerta hacia la satisfacción de su Señor. El terror ante Allah deriva de conocer su grandeza, su poder en el que nada influye; la ambición, por su parte, nace de constatar que Él es fuente de vida y plenitud, que prefiere lo bueno, que es capaz de intensificar lo mejor. El Corán elogia a “...quienes se despiertan en el seno de la noche y se prosternan y se yerguen ante Allah, por temor a su Ira y con esperanza en su misericordia”, y también dice de ellos: “Despegan sus costados de los lechos e invocan a su Señor con miedo y con esperanza”. El Corán nos invita a despertar, a dejar atrás el sueño de la ignorancia y la pereza, y emprender el camino del esmero y la lucha, que tiene como estímulos el miedo y la esperanza. La esperanza sin miedo -es decir, sin acciones- arruina espiritualmente a los hombres. Y el conocimiento de la grandeza de Allah, que causa terror, sin ambición de lo bueno que Él propicia, es ignorancia que no relanza al ser humano.

 

wa lâ yájruÿu l-‘ábdu min al-îmâni illâ bi-ÿuhûdi mâ ádjalahu fîh* wa l-îmânu huwa l-iqrâru bil-lisân* wa t-tasdîqu bil-ÿanân*

El hombre no sale del Îmân más que negando lo que le ha introducido en él. Y el Îmân es afirmación de la lengua y confirmación del corazón...

            El Îmân es sensibilidad espiritual y apertura de corazón hacia Allah. Se llama mûmin al que posee esta noble cualidad, que en sí es algo que Allah activa en algunos. Para la carencia de Îmân existe la palabra Kufr, cerrazón espiritual, rechazo, negación de la inmensidad de Allah, y kâfir es aquél al que ha sido negado ese obsequio que agiganta al ser humano, o, mejor dicho, es alguien en quien ha muerto esa sensibilidad. Ésta es la esencia de estos asuntos, ahora bien estas definiciones son demasiado generales y atañen a un mundo interior que es personal e intransferible, por lo que es necesaria otra definición más práctica que nos sirva para reconocernos entre nosotros y posibilitar la creación de una comunidad entorno a esos principios.

            En el Islam se considera que forma parte de la nación de los musulmanes todo el que hace un acto de afirmación (iqrâr) para la que utiliza el instrumento con el que nos entendemos: la lengua (lisân). Esa proclamación formal (la shahâda o testimonio) es sincera si traduce lo que hay en el corazón, es decir, si el corazón (ÿanân) confirma a Allah (tasdîq), si lo siente y se sumerge en su significación. Esto es completado por las acciones que emergen espontaneamente cuando el corazón es sincero, por lo que la mayoría de los que definen el Islam añaden a las expresiones al-iqrâr bil-lisân (la afirmación de la lengua) y at-tasdîq bil-ÿanân (la confirmación del corazón) la de al-‘ámal bil-arkân (la acción física). Con esta definición evitamos investigar en las intenciones y nos dedicamos a lo que debe ser, que es construir sobre la tierra el Islam suponiendo buena voluntad en los musulmanes mientras no se demuestre fehacientemente lo contrario. Sólo excluye del Islam  la negación (ÿuhûd) de lo anterior: es kâfir el que está al margen de esa definición de exigencias mínimas.

 

wa ÿamî‘u mâ sáhha ‘an rasûli llâhi sallà llâhu ‘aláihi wa sállama kúlluhu haqq* wa l-îmânu wâhid* wa áhluhu fî áslihi sawâ* wa t-tafâdulu báinahum bil-jáshiati wa t-tuqà* wa mujâlafati l-hawà* wa mulâçamati l-aulà*

Todo cuanto se ha autentificado que el Profeta de Allah ha dicho es verdad. El Îmân es uno. Y sus gentes son iguales en raíz. La diferencia de grado entre ellos se establece según el temor y la conciencia, la contravención de la frivolidad y el aferramiento a lo principal...

            En lo práctico, el Îmân consiste en la aceptación como verdadero (haqq) de todo lo que haya dicho un profeta (rasûl) auténtico. Cuando las palabras de alguno de ellos llegan a nosotros según una transmisión (naql) fiel y rigurosa, si poseemos una inquietud espiritual real y seria, nuestros corazones recogen ese saber sin reparos, y en él crecen puesto que les viene de Allah. Esa autentificación de las palabras y enseñanzas de un mensajero sólo se ha hecho con las del último de todos ellos: Muhammad (s.a.s.). Por tanto, todos los sinceros están comprometidos por él.

            El Îmân (la sensibilidad y la apertura espiritual) es uno. No tiene variantes. Consiste en esponjosidad ante Allah y reacción a su orden. Por ello el Islam, la rendición a Allah, es el Îmân en sí, y no hay otro. La definición segunda que vimos en el apartado anterior se identifica plenamente con la primera: la receptividad del corazón adquiere necesariamente cuerpo de Islam, o de lo contrario es mera pretensión carente de rigor.

            En el Îmân -que es uno- todos los dotados de él, los mûminîn, son iguales: no hay gradación pues es simple esponjosidad ante Allah. Por ello, la comunidad musulmana es igualitaria. La diferencia de grado (el tafâdul) no es en función de una jerarquía sino de la intensidad con la que se vive el Îmân, y es por tanto una gradación interior. El autor habla del temor a Allah (jáuf o jáshia), la conciencia de que Allah está presente y estamos ante Él en cada instante (taqwà o tuqà), la contravención (mujâlafa) de la frivolidad (hawà), es decir, contrariarla, que es signo de severidad y rigor, y el aferramiento (mulaçama) a lo primordial (aulà) que es la acción, como valores con los que cada cual sabe de su cercanía a Allah.

 

wa l-mûminûna kúlluhum auliyâu r-rahmân*

Y todos los muminîn son ‘íntimos’ del Misericordioso...

            El Corán dice: “Si auxiliáis a Allah, Allah os auxiliará”. La palabra wali -amigo, íntimo, aliado; en plural awliyâ- deriva de la noción de walâya (o wilâya) que significa amistad, relación estrecha, interdependencia, y de la de walâ, lealtad, proximidad. El Islam es la intención de estrechar vínculos con Allah; por lo tanto, todo mûmin es wali, es decir, es alguien que abre su corazón, agiganta su espíritu y se acerca a Allah, le es fiel, lo ama e intima con Él. Ahora bien, esa relación es mutua. En primer lugar, es Allah el que ha despertado esa inquietud en el musulmán, y, en segundo lugar, sabemos por la Revelación que conforme alguien se aproxima a su Señor, Éste también se le acerca. El Profeta (s.a.s.) dijo que Allah ha dicho: “Cuando alguien insiste en acercárseme con acciones voluntarias consigue que Yo le ame, y cuando amo a alguien soy el oído con el que oye, el ojo con el que ve, la mano con la que golpea y el pie con el que camina. Si me pide algo se lo doy y si busca cobijo en mí lo resguardo...”

             El mûmin responde por Allah y Allah responde por él: el musulmán obedece a Allah, da cumplimiento al Deseo de Allah expresado en la Revelación, y Él lo protege y auxilia (en el mismo hadiz qudsi anterior Allah dice: “Quien declara enemistad a uno de mis awliyâ me declara la guerra Mí...”). Por ello, Allah también recibe el Nombre de Wali: Él es el Amigo, el Leal, el que respalda a su buscador. Allah y el mûmin son dos extremos vinculados entre sí por un nexo que es al que se llama walâya o wilâya.

            Ahora bien, esa interrelación no añade nada a Allah, no lo completa (en cualquier caso, el hombre completa el Deseo de Allah -y no a Allah-, y en este sentido el Corán dice que los mûminîn auxilian a Allah). Al ofrecer la posibilidad de auxilarle, Allah establece un marco en el que se produce la Mutua Lealtad a la que llamamos walâya. Allah es Perfecto y Suficiente en Sí. Cuando se vincula a quien le obedece y se acerca a Él ejecutando su Deseo, Allah lo hace como expresión de su generosidad, y el Corán es claro y contundente en ello: “Di: Alabanzas a Allah, que no ha adoptado ningún hijo ni tiene asociado alguno en su Poder, ni amigo frente a la humillación”..., es decir, Él no acepta un íntimo para que le refuerce, pues nada puede someterlo ni humillarlo.

            Con frecuencia, el término wali ha sido traducido por el de santo y el de walâya por santidad. La interrelación de Allah y el ser humano denota el crecimiento espiritual de éste último, que va alcanzando grados de profundidad que ni tan siquiera puede intuir el común de los hombres. El autor, al hacer la aclaración que estamos comentando, da a la palabra su verdadero significado. La walâya no es el privilegio de unos pocos sino que se trata de la conclusión de un pacto que empieza a cumplirse cuando el ser humano afronta su Islam con rigor. La vinculación con Allah crece en función del estrechamiento de esa relación pero no se crea una élite que se pueda traducir en una jerarquía. Todos los musulmanes son iguales y todos ellos, cada cuál según profundice en su aproximación a Allah, son awliyâ del Rahmân, del Misericordioso, es decir, de Allah en tanto que no deja a nadie al margen de Su Abundancia Infinita. Este punto, por tanto, es de vital importancia. Por un lado iguala a los musulmanes impidiendo la aparición de pretensiones y por otro señala la facilidad del acceso a Allah.

 

wa ákramuhum ‘índa llâhi átwa‘uhum wa átaba‘uhum lil-qur-ân*

El más noble de ellos ante Allah es el que observa y sigue el Corán con mayor rigor...

            El mejor entre los mûminîn -el más noble (ákram)- es aquél que cumple con mayor seriedad lo que enseña el Corán. No existe más que esa jerarquía sancionada por Allah y no por ninguna institución. En el Islam no hay diferenciación entre los musulmanes: todo el que sea estricto en su cumplimiento de lo que Allah ha enseñado se encuentra integrado en el Islam y cercano a Allah, y la eminencia de su grado depende de su seriedad y de la valoración de Allah, y de nada más. Es así porque Islâm significa claudicación ante Allah, y no ante ningún otro. Su única condición es la obediencia (tâ‘a) a Allah. La ausencia de sacerdocio y estamentos espirituales es lo coherente con el principio básico del Islam, que es el Tawhîd, la búsqueda de Allah, del Uno-Único, y esa peregrinación es reunificadora, dejando al hombre singular frente a su Señor Uno.

            Lo anterior está claro en el Corán: “El más noble entre vosotros es el que tiene a Allah más presente” Y el Mensajero dijo: “El árabe no es superior al no-árabe, ni el no-árabe es mejor que el árabe, ni el blanco es mejor que el negro ni el negro es mejor que el blanco, salvo por el temor a Allah: el más noble es el que más teme a Allah. Toda la gente viene de Adán y Adán viene de la tierra”. De lo anterior también se deduce que no hay estados espirituales mejores que otros: todo se basa en la sinceridad de la intención y toda virtud conduce hasta Allah si en ella hay pureza. Y así, el paciente no es mejor que el generoso, ni el valeroso es mejor que el meticuloso en la prácticas espirituales, ni el sabio que enseña el Islam es mejor que el comerciante honesto, ni el asceta es mejor el que cumple con los suyos y busca sustento para su familia...

 

wa l-îmânu huwa l-îmânu billâhi wa malâikatihi wa kútubihi wa rúsulihi wa l-yáumi l-âjiri wa l-qádari jáirihi wa shárrihi wa húlwihi wa múrrihi min allâhi ta‘âlà*

El Îmân es apertura hacia Allah, sus ángeles, sus libros, sus profetas, y al Último Día y al Destino que, en su bien y en su mal, en su dulzor y en su amargura, viene de Allah...

            En cierta ocasión, el Mensajero de Allah enunció estos temas como contenidos fundamentales del Îmân (la sensibilidad espiritual que abre el corazón a un rico mundo interior). Ello ha hecho que se les considere Pilares del Îmân (arkân al-îmân). El Îmân es una facultad propia del corazón con la que se abre a Allah, a los ángeles (los Malâika, o Mensajeros de luz mediadores entre Allah y los hombres), a los libros revelados (kútub), los profetas (rúsul, los mensajeros humanos), el Día Último (al-Yáum al-Âjir, que es el Fin del Mundo y lo que sigue a la muerte, el reencuentro con Allah en la eternidad de su universo llamado al-Âjira), y el Destino (Qádar, que es la Fuerza Presente de Allah, con toda su atemporalidad, en cada acotecimiento, ya sea bueno o malo)... Estos pilares (arkân) son cimientos sobre los que se alza el Islam. Es más, el Islam y la acción del musulmán resultan de la claridad y vivencia de estas cuestiones.

            Cada uno de estos pilares es de una extraordinaria importancia. En primer lugar está Allah: identificar a Allah es acabar con la idolatría en la que vive el ser humano (la reflexión en torno al Uno-Único hace desvanecerse el mundo de mentiras y sometimientos en el que existimos). Los Malâika hacen referencia al mundo interior que el hombre descubre como resultado de su crecimiento espiritual: el Islam no es una moral sino una peregrinación transformadora por cielos eternos. Los Kútub, los Libros Revelados, exigen la aceptación de la unidad de la humanidad en su empresa espiritual. Los Rúsul, los Profetas, cimentan el principio de la maestría. El al-Yáum al-Âjir, el Último Día, es el sentido de nuestra existencia, que se encamina hacia el Uno-Único. Y el Qádar, el Destino, por último, es la clave para vivir en armonía con la existencia entera. Al transmitirnos el Mensajero (s.a.s.) este resumen puso en palabras claves las pretensiones del Islam.

 

wa náhnu mûminûna bi-dzâlika kúllih* lâ nufárriqu báina áhadin min rúsulih* wa nusáddiquhum kúllahum ‘alà mâ ÿâu bih*

Nosotros estamos abiertos a todo ello. Y no diferenciamos entre los profetas. Los confirmamos en todo lo que han traido...

            El Îmân es apertura a lo expuesto en el párrafo anterior, y su primer paso es la aceptación de los profetas (rúsul), enunciadores de esos temas, con lo que abrieron la puerta a los corazones asomándolos a un mundo incluido en ellos. Es como si los mensajeros hicieran despertar al hombre del sueño en el que está sumido por la hipnosis a la que lo somete su cotidianidad más inmediata. Los profetas los invitan a adentrarse por los mundos que fundamentan la existencia. Ésta es su misión: la de ser reverberadores de ecos profundos y maestros sobre la senda que conduce hasta el Uno-Único. El Îmân adopta, en primer lugar, la forma de una aceptación en la intuición de una coincidencia profunda. Y todos los profetas han sido mensajeros de la misma Verdad, y los musulmanes no hacen distingos entre ellos, acatando así lo que les dicta el Corán: “Los kuffâr dicen: ‘Aceptamos a unos y rechazamos a otros’, como si quisieran seguir un camino intermedio. Ellos son los camufladores de la verdad”. Los musulmanes aceptamos a todos los profetas y la integridad de sus enseñanzas.

 

wa áhlu l-kabâiri min úmmati muhámmadin sallà llâhu ‘aláihi wa sállama fî n-nâri lâ yujalladûn* idzâ mâtû wa hum muáhhidûn* wa in lam yakûnû tâibîn* bá‘da an laqû llâha ‘ârifîn* wa hum fî mashíatihi wa húkmih* in shâa gáfara láhum wa ‘afâ ánhum bi-fádlih* kamâ dzákara ‘áçça wa ÿálla fî kitâbih* wa yágfiru mâ dûna dzâlika liman yashâ* wa in shâa ‘ádzdzabahum fî n-nâri bi-‘ádlih* zúmma yújriÿuhum minhâ bi-ráhmatih* wa shafâ‘ati sh-shâfi‘îna min áhli tâ‘atih* zúmma yúb‘izuhum ilà ÿánnatih* wa dzâlika bi-ánna llâha ta‘âlà tawallà áhla má‘rifatih* wa lam yáÿ‘alhum fî d-dâráini ka-áhli nákratih* al-ladzîna jâbû min hidâyatih* wa lam yanâlû min walâyatih* allâhumma yâ walía l-islâmi wa áhlih* zabbitnâ ‘alà l-islâmi hattà nalqâka bih*

Las Gentes de las faltas graves dentro de la Nación de Muhammad entrarán en el Fuego sin permanecer en él eternamente si mueren como unitarios -aunque no se retracten de sus acciones- mientras se reencuentren con Allah como reconocedores. Estarán expuestos a su Voluntad y a su Sentencia: si Él quiere les disculpará y tolerará como expresión de su Favor, tal como Allah ha mencionado en su Libro: “Él perdona lo que no sea la idolatría a quien quiere”. O si lo desea los atormentará en el Fuego como manifestación de su Justicia, y después los sacará de él con su Misericordia y por la intermediación de las gentes de su obediencia, y después los enviará a su Jardín. Ello porque Allah se ha hecho cargo de las gentes que le conocen y no los trata en las Dos Moradas como hace con las gentes que lo desconocen, los que han desesperado de ser guiados y no han trabado el pacto de mutua lealtad con Él. ¡Allah! ¡Afíánzanos en el Islam hasta el momento en que nos encontremos contigo!...

            De acuerdo a este párrafo, que se basa en varios pasajes del Corán y en muchos hadices del Mensajero (s.a.s.), ningún musulmán permanecerá tras la muerte eternamente en el Fuego (Nâr) de la Ira de Allah. Lo que lo rescata de ese terrible destino es la Má‘rifa, el Conocimiento. Lo que condena al ser humano es la ignorancia y el olvido: ésta el el pozo sin fondo al que se llama ÿahánnam, y que es privación y frustración en al-Âjira, en el Universo Infinito al que pasamos con la muerte y el desvanecimiento del mundo actual, que nos entretiene y desvía impidiéndonos reconocer la fuente inagotable de lo que somos.

            Conocer a Allah es abrirse a Él, dejarse penetrar por su Abundancia (Rahma), exponerse a su bondad creadora. La ignorancia, el rechazo, la indiferencia, la desidia, el Kufr... es cerrarse a esas posibilidades, limitarse a la escasez en la que se vive, que se agota con la existencia dejando un vacío en el que no hay consuelo sino dolor en la eternidad que nos cimenta, un tormento al que el Corán designa con lo que más puede espantar al ser humano: el Fuego (Nâr) que abrasa y consume por siempre jamás. Toda ignorancia está destinada a esa  Ira, tiene en ella su meta, y por ello las Gentes de las Faltas Graves (las Kabâir), que son todas las acciones contrarias al Deseo de Allah, y que implican que se le desconoce, que no se conoce su Poder y su Fuerza, que se le ha olvidado, están destinados al Fuego. El musulmán que ha mezclado conocimiento e ignorancia pasará por ese filtro, a menos que Allah lo rescate. Lo dicho es una elección de Allah, manifiesta en la Revelación, y no una ley necesaria

que deba acatar. Por ello, el rescate de los suyos es expresión de su Favor (Fadl), mientras que la permanencia en el Fuego de los que no son suyos expresa su Justicia (‘Adl), pues el Fuego ha sido la elección vital de esos hombres.

 


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